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Escena IV. Entra FORTINBRAS con su ejército FORTINBRÁS.- Capitán, al rey danés presenta mis respetos. Dile que, según nos concedió, Fortinbrás reclama la escolta prometida para cruzar su reino. Sabes dónde nos reunimos. Si Su Majestad quiere algo de mí, le expresaré mi lealtad en su presencia. Hácelo saber. CAPITAN.- Así lo haré, señor. FORTINBRAS.- Marchad seguros. [Salen] Escena V. Entran la REINA y HORACIO REINA.- No quiero hablar con ella. HORACIO.- Insiste en veros, desvaría. Su estado da pena. REINA.- ¿Qué quiere? HORACIO.- Habla mucho de su padre, de las trampas de este mundo; balbucea y se da golpes de pecho; se ofende por minucias; habla sin concierto. Lo que dice es absurdo, mas lleva a quien la oye a interpretar su incoherencia. Se hacen conjeturas; amoldan a su idea las palabras que juntan, las cuales, a juzgar por los gestos y los guiños, darían pie a sospechas que, aun siendo infundadas, serían maliciosas. REINA.- Habrá que hablar con ella, no sea que siembre dudas peligrosas en mentes malévolas. Hazla pasar. [HORACIO se dirige a la puerta.] [Aparte] En mi alma enferma, pues vive en pecado, cualquier nadería predice un gran daño. La culpa no sabe fingir su recelo y al fin se traiciona queriendo esconderlo. [Entra OFELIA tocando un laúd, con el pelo suelto y cantando] OFELIA.- ¿Dónde está la hermosa majestad de Dinamarca? REINA.- ¿Qué ocurre, Ofelia? OFELIA [canta].- ¿Cómo conoceré a tu amor entre los demás? Con venera y con bordón y sandalias va. REINA.- ¡Ah, pobre Ofelia! ¿A qué viene esa canción? OFELIA.- ¿Decíais? Atended, os lo ruego. [Canta] Ya murió, señora, y se fue, ya murió y se fue: césped a su cabecera y piedra a sus pies. REINA.- Pero, Ofelia... OFELIA.- Atended, os lo ruego. [Canta] Su mortaja, blanquísima... [Entra el REY] REINA.- ¡Ah, mírala, esposo! OFELIA [canta].- ... cubierta de flor, a la tumba fue sin llevar lágrimas de amor. REY.- ¿Cómo estás, linda Ofelia? OFELIA.- Bien, Dios os lo pague. Cuentan que la lechuza era la hija de un panadero. ¡Señor! Sabemos lo que somos, no lo que podemos ser. ¡Dios bendiga vuestra mesa! REY.- Fantasea sobre su padre. OFELIA.- Os lo ruego, no hablemos de esto. Cuando os pregunten qué significa, decid: [Canta] "Mañana es el día de San Valentín, temprano, al amanecer, y yo estaré en tu balcón; tu enamorada seré." Entonces él se levantó y vistió y a la doncella hizo entrar que de su alcoba doncella ya nunca saldría jamás. REY.- Linda Ofelia... OFELIA.- Pues sí, y sin blasfemar le pondré fin: [Canta] ¡Jesús, caridad cristiana! Vergüenza le tiene que dar. Si puede, un joven te goza: ¡Su potra, eso está mal! "Juraste antes de tumbarme hacer de mí tu mujer." "¡Y ya lo serías si en mi cama no te llegas a meter!" REY.- ¿Cuánto hace que está así? OFELIA.- Espero que todo irá bien. Hay que tener paciencia. Pero lloro sin remedio de pensar que lo enterraron en la fría tierra. Mi hermano ha de saberlo. Así que gracias por el buen consejo. ¡Vamos, mi carruaje! Buenas noches, señoras, buenas noches, buenas noches. [Sale] REY.- Síguela de cerca. Vigílala bien, te lo ruego. [Sale HORACIO] Ah, este es el veneno de la honda tristeza; todo viene de la muerte de su padre. ¡Ah, Gertrudis! Las penas nunca vienen como espías de avanzada, sino en batallones. Primero, su padre muerto; después, tu hijo ausente, el más violento autor de su propia partida; el pueblo, enturbiado, revuelto con tantas sospechas y rumores sobre la muerte de Polonio (y fue una ingenuidad enterrarle bajo mano); la pobre Ofelia, trastornada y privada de razón, sin la cual todos somos pinturas o animales; por último, y peor que todo lo demás, su hermano ha regresado de Francia en secreto, se nutre de su asombro, vive en la penumbra y no le faltan chismosos que le infectan los oídos con infundios sobre la muerte de su padre. En tal apuro, y escaseando los hechos, no dudarán en acusar a mi persona en sus rumores. Querida Gertrudis, todo esto, cual disparos de metralla, me da muerte superflua en muchas partes. [Ruido dentro. Entra un MENSAJERO] REINA.- ¡Ah! ¿Qué ruido es ese? REY.- ¡Mi guardia suiza! ¡Que defiendan la puerta! ¿Qué ocurre? MENSAJERO.- Salvaos, señor. El océano, rebasando sus orillas, no sumerge los llanos con más ímpetu que Laertes, con sus amotinados, arrolla a vuestra guardia. La chusma le llama señor y, cual si el mundo fuese a empezar hoy y no hubiera costumbres ni pasado (garantía y sostén de las palabras), gritan: "¡Elijamos nosotros!. ¡Laertes será rey!" Al cielo vuelan gorros, aplausos y vítores: "¡Laertes será rey, Laertes rey!" REINA.- ¡Qué alegres ladran tras la pista falsa! ¡Rastreáis al revés, perros daneses! [Ruido dentro] REY.- ¡Han roto las puertas! [Entra LAERTES con sus SECUACES] LAERTES.- ¿Dónde está ese rey? ? Quedaos todos fuera. SECUACES.- No, entremos. LAERTES.- Dejadme, os lo ruego. SECUACES.- Muy bien, señor. LAERTES.- Gracias. Guardad la puerta. [Salen loS SECUACES] ¡Ah, vil rey! ¡Dadme a mi padre! REINA.- Quieto, buen Laertes. LAERTES.- La gota de mi sangre que esté quieta me acusará de bastardo, gritará "cornudo" a mi padre y pondrá el estigma de ramera en la frente casta y pura de mi madre. REY.- Laertes, ¿cuál es el motivo de esta rebelión tan gigantesca? Suéltale, Gertrudis. No te inquiete mi persona. Hay tal divinidad guardando a un rey que la traición apenas si vislumbra su objetivo y no llega a actuar. Laertes, dime lo que tanto te ha inflamado. Suéltale, Gertrudis. Habla ya. LAERTES.- ¿Dónde está mi padre? REY.- Muerto. REINA.- Pero no a sus manos. REY.- Que pregunte a placer. LAERTES.- ¿Cómo murió? Nada de trampas. ¡Al infierno la lealtad! ¡Al más negro diablo juramentos! ¡Al más profundo abismo la gracia y la conciencia! No temo condenarme. A tal punto he llegado que no me importa nada esta vida, la otra, cualquier cosa: tomaré plena venganza por mi padre. REY.- ¿Quién te frenará? LAERTES.- Juro que ni el mundo entero. Y mis medios voy a administrarlos de modo que lo poco rinda mucho. REY.- Buen Laertes, si deseas conocer la verdad de la muerte de tu padre, ¿está escrito en tu venganza que tu juego barra de montón a amigo y enemigo, al que gane y al que pierda? LAERTES.- Sólo a sus enemigos. REY.- ¿Quieres conocerlos? LAERTES.- A sus amigos les abro los brazos y, como el pelícano, generoso les daré vida y alimento con mi sangre. REY.- Ahora hablas como un buen hijo y todo un caballero. Que soy inocente de la muerte de tu padre y la he llorado con honda tristeza entrará tan de lleno en tu razón como el día en tus ojos. [ruido dentro. Voces dentro] ¡Dejadla pasar! LAERTES.- ¿Eh? ¿Qué ruido es ese? [Entra OFELIA como antes] ¡Fiebre, sécame el cerebro! ¡Lágrimas amargas, quemadme el sentido y poder de mis ojos! Juro que tu demencia será pagada en peso hasta que la balanza se incline de mi lado. ¡Rosa de mayo, querida doncella, hermana, Ofelia! ¡Dios! ¿Es posible que un juicio tan tierno sea tan mortal como la vida de un anciano? El amor nos perfecciona, y nos hace enviar una valiosa parte nuestra tras el ser al que amamos. OFELIA [canta].- Su ataúd descubierto va, ay, nony, nony, no, nony, no, y en la tumba le lloran ya. Adiós, mi paloma. LAERTES.- Si estuvieras en tu juicio y clamases venganza, no conmoverías tanto. OFELIA.- Vos cantad "Do-re-dó", y vos "Do-re-fá". ¡Ah, qué bien le va el estribillo! El pérfido mayordomo raptó a la hija del amo. LAERTES.- Ese absurdo dice mucho. OFELIA.- Esto es romero, para recordar. Acuérdate, amor. Y esto, pensamientos para pensar. LAERTES.- La lección de la locura: ajusta el pensamiento y el recuerdo. OFELIA.- Esto es hinojo, para vos, y aguileña. Y esto ruda, para vos; y una poca para mí. Los domingos la llamamos hierba de la gracia. ¡Ah, vos llevad la ruda por otro motivo! Esto es una margarita. Os daría violetas, pero todas se mustiaron al morir mi padre; dicen que tuvo buena muerte. [Canta] Pues Robin el guapo es mi ilusión. LAERTES.- Pesadumbre y tristeza, dolor, el infierno, ella los convierte en dulzura y encanto. OFELIA [canta].- ¿Y ya nunca volverá? ¿Y ya nunca volverá? No, no, no, muerto está, y tú muere ya, pues él jamás volverá. La barba, níveo blancor, el pelo, rubio color; Ya murió, ya murió. ¿A qué más dolor? Acoja su alma Dios. Y todas las almas cristianas, si Dios quiere. Adiós. [Sale] LAERTES.- ¿Ves esto, Dios? REY.- Laertes, debo compartir tu pena; no me niegues mi derecho. Ahora sal y escoge a tus amigos más juiciosos para que oigan y arbitren entre tú y yo. Si me creen implicado, de manera personal o coligada, yo, en desagravio, te daré mi reino, mi vida, mi corona y todo lo que es mío. Mas, si no es así, accede a dispensarme tu paciencia y obraré en alianza con tu alma por dejarte satisfecho. LAERTES.- Conforme. El modo en que murió, su oscuro entierro (sin emblema, espada, ni blasón sobre sus restos, rito noble o ceremonia funeral); todo esto clama tanto del cielo a la tierra que exijo que se indague. REY.- Así se hará; y donde haya crimen, el hacha caerá. Te lo ruego, ven conmigo. [Salen] Escena VI. Entra HORACIO con un CRIADO HORACIO.- ¿Quiénes son los que quieren hablarme? CRIADOS.- Marineros, señor. Dicen que os traen una carta. HORACIO.- Que pasen. [Sale el CRIADO] No sé quién en todo el mundo va a escribirme, si no es el propio Hamlet. [Entran loS MARINEROS] MARINERO 1. Dios os guarde, señor. HORACIO.- Igualmente. MARINERO 1.- El os oiga. Señor, os traigo esta carta de parte del embajador que iba a Inglaterra, si, como me han hecho saber, vuestro nombre es Horacio. HORACIO [lee].- "Horacio: Cuando hayas leído esto, haz que estos hombres tengan acceso al rey. Traen carta para él. No llevábamos dos días en el mar cuando un barco pirata bien armado nos dio caza. Al ser lentas nuestras velas, hubimos de mostrarnos animosos, y en el choque lo abordé. Al instante se soltaron de nuestro barco, y yo quedé su solo prisionero. Me han tratado cual ladrones compasivos. Pero saben lo que hacen: tengo que pagarles el favor. Que el rey lea la carta que le mando, y reúnete conmigo tan deprisa como huirías de la muerte. Te diré algo al oído que, aunque sea muy leve para el calibre del hecho, te va a dejar sin habla. Estos buenos hombres te llevarán donde estoy. Rosencrantz y Guildenstern siguen con rumbo a Inglaterra. De ellos tengo mucho que contarte. Adiós. Siempre tuyo, Hamlet." Venid, daré curso a vuestra carta y, por cierto, a toda prisa, pues habéis de llevarme al que os la dio. [Salen] Escena VII. Entran el REY y LAERTES REY.- Tu conciencia debe ahora sancionar mi absolución, y tu pecho acogerme como amigo, pues has podido oír y comprobar que el hombre que mató a tu noble padre atentaba contra mí. LAERTES.- Es evidente. Mas decidme por qué no procedisteis contra hechos tan graves y tan ciertos de pena capital, cuando a ello tanto os obligaban vuestra seguridad, prudencia y más motivos. REY.- Por dos razones especiales que, aunque a ti te parezcan harto endebles, tienen fuerza para mí. Su madre, la reina, le idolatra y, en lo que a mí respecta (sea mi suerte o mi desgracia, no sé cuál), tal es mi conjunción con ella en cuerpo y alma que, cual astro que sólo gira dentro de su esfera, yo fuera de ella no existo. La otra razón para no haber hecho cargos públicos es el cariño que las gentes le profesan: un afecto que, sumergiendo sus delitos, cambiaría sus culpas en virtudes cual la fuente que transmuta en piedra la madera. Así, mis flechas, de ingrávida vara para viento tan fuerte, habrían regresado a mi arco sin hacer diana. LAERTES.- Y yo me encuentro sin mi noble padre y a mi hermana en condiciones angustiosas, que, si elogio lo que fue, desde una cumbre podía haber retado al mundo entero a emular sus perfecciones. Mas ya me vengaré. REY.- Por eso no pierdas el sueño. No creas que estoy hecho de sustancia tan inerte que dejo que el peligro me tire de la barba y lo tomo a simple juego. Pronto has de oír más. Yo quería a tu padre, y me quiero a mí mismo, y esto espero que te enseñe a imaginar... [Entra un MENSAJERO] ¿Qué pasa? ¿Hay noticias? MENSAJERO.- Señor, cartas de Hamlet. Esta para Vuestra Majestad, ésta para la reina. REY.- ¿De Hamlet? ¿Quién las ha traído? MENSAJERO.- Señor, dicen que marineros. Yo no los vi. Me las dio Claudio; él las recibió. REY.- Laertes, tú has de oírlo. Déjanos. [Sale el MENSAJERO] [Lee] "Excelsa Majestad: Sabed que, despojado, he puesto pie en vuestro reino. Mañana he de pediros licencia para presentarme ante vos y, con vuestra venia, exponeros las razones de mi pronto e insólito regreso. Hamlet." ¿Qué significa esto? Han vuelto los demás? ¿O es alguna trampa y todo es falso? LAERTES.- ¿Conocéis la letra? REY.- Es la de Hamlet. "Despojado." Y en posdata dice "solo". ¿Te lo explicas? LAERTES.- Señor, no entiendo nada. Pero que venga. Alivia la dolencia de mi pecho pensar que viviré para decirle a la cara: "¡Así mataste!" REY.- Laertes, en tal caso (y parece extraño, pero cierto), ¿dejarás que yo te guíe? LAERTES.- Sí, mientras no me desviéis hacia la paz. REY.- Hacia tu paz. Si ahora ha regresado tras cortar su travesía y no piensa reemprenderla, le induciré a un encuentro cuya trama está madura y en el cual sin remedio ha de caer. Por su muerte no habrá un hálito de culpa: ni su madre advertirá la maña y la creerá un accidente. Hace unos dos meses estuvo aquí un caballero normando. Yo he visto a los franceses, he luchado contra ellos, y son diestros a caballo, pero este valiente tenía magia. Clavado a la silla, conseguía del animal tales prodigios cual si fuese un solo cuerpo con la bestia y de su especie por mitad. Tanto rebasaba mi inventiva que yo, imaginando piruetas, quedaba atrás de las suyas. LAERTES.- ¿Normando decíais? REY.- Normando. LAERTES.- Seguro que Lamord. REY.- El mismo. LAERTES.- Le conozco bien. Es la gala y la gema de su tierra. REY.- Dio testimonio de ti y alabó de tal modo tu destreza en el arte y ejercicio de la esgrima, sobre todo tu dominio del estoque, que exclamó: "¡Qué espectáculo sería si él tuviera un rival!" Este elogio envenenó de envidia a Hamlet, a tal punto que no hacía sino pedir y desear tu rápido regreso por luchar contra ti. De todo esto... LAERTES.- De todo esto, ¿qué, señor? REY.- Laertes, ¿no querías a tu padre? ¿O eres como imagen del dolor, como un rostro sin alma? LAERTES.- ¿Por qué lo preguntáis? REY.- No es que crea que no querías a tu padre; es que sé que el amor está sujeto al tiempo y veo, pues lo prueba la experiencia, que el tiempo le resta su fuego y ardor. Hamlet regresa. ¿A qué estarías dispuesto por mostrar, más en hechos que en palabras, que eres digno de tu padre? LAERTES.- A degollarlo en la iglesia. REY.- Ni al crimen debe darse refugio en sagrado, ni poner freno a la venganza. Mas, buen Laertes, si piensas actuar, permanece en tu aposento. Hamlet sabrá que has regresado. Haré que algunos elogien tu excelencia y den doble barniz al gran renombre que el francés te dispensó, os junten finalmente y arreglen las apuestas sobre ambos. El, como es despreocupado, noble e incapaz de estratagemas, no mirará las armas; así, con sutileza de manos, te será fácil escoger una espada con punta y, de una artera estocada, desquitarte. LAERTES.- Lo haré; y a ese fin untaré mi espada de veneno. Le compré un ungüento a un charlatán, tan mortal que un cuchillo en él mojado donde hiere no hay emplasto milagroso compuesto con las hierbas más enérgicas del mundo que salve de la muerte a quien sólo haya arañado. Pondré el veneno en la punta y bastará con que le roce para que sea su muerte. REY.- Lo estudiaremos. Pondera qué momento y qué medios favorecen nuestro objeto. Si éste fracasara y nuestra mala actuación mostrase el plan, más valdría no intentarlo. Por lo tanto, a tu proyecto hay que añadirle otro de reserva por si fuera a malograrse. Espera a ver. Haré una apuesta solemne por vuestra maestría. Eso es. Cuando el esfuerzo os dé calor y sed (y habrás de hacer más violentos los asaltos), y él pida de beber, le tendré preparada una copa a propósito; con que la sorba, aunque escape a tu golpe envenenado, nuestro plan se habrá cumplido. [Entra la REINA] ¿Qué hay, querida esposa? REINA.- Una pena le pisa los talones a la otra; tan rápido se siguen. ? Laertes, tu hermana se ha ahogado. LAERTES.- ¿Ahogado? ¿Dónde? REINA.- Sobre un arroyo, inclinado crece un sauce que muestra su pálido verdor en el cristal. Con sus ramas hizo ella coronas caprichosas de ranúnculos, ortigas, margaritas, y orquídeas a las que el llano pastor da un nombre grosero y las jóvenes castas llaman "dedos de difunto". Estaba trepando para colgar las guirnaldas en las ramas pendientes, cuando un pérfido mimbre cedió y los aros de flores cayeron con ella al río lloroso. Sus ropas se extendieron, llevándola a flote como una sirena; ella, mientras tanto, cantaba fragmentos de viejas tonadas como ajena a su trance o cual si fuera un ser nacido y dotado para ese elemento. Pero sus vestidos, cargados de agua, no tardaron mucho en arrastrar a la pobre con sus melodías a un fango de muerte. LAERTES.- Ah, así que está ahogada. REINA.- Ahogada, ahogada. LAERTES.- Pobre Ofelia, bastante agua has tenido: me prohíbo llorar. Y sin embargo, es humano; se impone la naturaleza, aunque sea vergonzoso. Cuando cese mi llanto, ya no habrá mujer. Adiós, señor. Tengo palabras de fuego queriendo encenderse, pero este desliz las apaga. [Sale] REY.- Sigámosle, Gertrudis. Mucho me ha costado aplacar su ira, y ahora me temo que vuelve a empezar. Sigámosle. [Salen] |