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Hamlet Por William Shakespeare (Obra completa) ![]() "No importa cuanto sepas, sino las ganas que tengas de seguir aprendiendo" Vida y obra del autor. William Shakespeare nació en Inglaterra en l564 y murió en1616 (justo el mismo año que murió Cervantes). Shakespeare fue poeta y autor teatral, y es considerado uno de los mejores dramaturgos de la literatura universal. Shakespeare fue el tercero de ocho hermanos y el primer hijo varón de un próspero comerciante. Su madre fue Mary Arden, hija de un terrateniente católico. Probablemente Shakespeare estudió en la escuela de su localidad y, como primogénito varón, estaba destinado a suceder a su padre al frente de sus negocios. Sin embargo, según un testimonio de la época, el joven Shakespeare tuvo que ponerse a trabajar como aprendiz de carnicero, por la difícil situación económica que atravesaba su padre. Según otro testimonio, se convirtió en maestro de escuela. Lo que sí parece claro es que debió disfrutar de bastante tiempo libre durante su adolescencia, pues en sus obras aparecen numerosas y eruditas referencias sobre la caza con y sin halcones, algo poco habitual en su época y ambiente social. En 1582 se casó con Anne Hathaway, hija de un granjero, con la que tuvo una hija, Susanna, en 1583, y dos mellizos —un niño, que murió a los 11 años de edad, y una niña— en 1585. Al parecer, hubo de abandonar Stratford ya que le sorprendieron cazando ilegalmente en las propiedades de sir Thomas Lucy, el juez de paz de la ciudad. Se supone que llegó a Londres hacia 1588 y, cuatro años más tarde, ya había logrado un notable éxito como dramaturgo y actor teatral. Poco después, consiguió el mecenazgo de Henry Wriothesley, tercer conde de Southampton. La publicación de dos poemas eróticos según la moda de la época, Venus y Adonis (1593) y La violación de Lucrecia (1594), y de sus Sonetos (editados en 1609 pero que ya habían circulado en forma de manuscrito desde bastante tiempo atrás) le valieron la reputación de brillante poeta renacentista. Los Sonetos describen la devoción de un personaje que a menudo ha sido identificado con el propio poeta, hacia un atractivo joven cuya belleza y virtud admira, y hacia una oscura y misteriosa dama de la que el poeta está encaprichado. El joven se siente a su vez irresistiblemente atraído por la dama, con lo cual se cierra un triángulo, descrito por el poeta con una apasionada intensidad que, no obstante, no llega a alcanzar los extremos de sus tragedias, sino que, más bien, tiende al refinamiento en el análisis de los sentimientos de los personajes. De hecho, la reputación actual de Shakespeare se basa, sobre todo, en las 38 obras teatrales de las que se tienen indicios de su participación, bien porque las escribiera, modificara o colaborara en su redacción. Aunque hoy son muy conocidas y apreciadas, sus contemporáneos de mayor nivel cultural las rechazaron, por considerarlas, como al resto del teatro, tan sólo un vulgar entretenimiento. La vida de Shakespeare en Londres estuvo marcada por una serie de arreglos financieros que le permitieron compartir los beneficios de la compañía teatral en la que actuaba, la Chamberlain’s Men, más tarde llamada King’s Men, y de los dos teatros que ésta poseía, The Globe y Blackfriars. Sus obras fueron representadas en la corte de la reina Isabel I y del rey Jacobo I con mayor frecuencia que las de sus contemporáneos, y se tiene constancia de que sólo en una ocasión estuvo a punto de perder el favor real. Fue en 1599 cuando su compañía representó la obras de la deposición y el asesinato del rey Ricardo II, a petición de un grupo de cortesanos que conspiraban contra la reina Isabel, encabezado por un ex-favorito de la reina, Robert Devereux, y por el conde de Southampton, aunque en la investigación que siguió al hecho, la compañía teatral quedó absuelta de toda complicidad. A partir del año 1608, la producción dramática de Shakespeare decreció considerablemente, pues al parecer se estableció en su ciudad natal donde compró una casa llamada New Place. Murió el 23 de abril de 1616 y fue enterrado en la iglesia de Stratford Actores de esta tragedia: El ESPECTRO del muerto rey Hamlet HAMLET Príncipe de Dinamarca (hijo del rey muerto) El rey CLAUDIO hermano del difunto Rey Hamlet La REINA Gertrudis viuda del difunto Rey Hamlet y esposa del Rey Claudio POLONIO dignatario de la corte danesa OFELIA hija de Polonio LAERTES hijo de Polonio REINALDO criado de Polonio HORACIO amigos de Hamlet ROSENCRANTZ amigos de Hamlet GUILDENSTERN amigos de Hamlet VOLTEMAND cortesano CORNELIO cortesano OSRIC cortesano FRANCISCO soldado BERNARDO soldado MARCELO soldado FORTINBRAS Príncipe de Noruega Un CAPITAN del ejército noruego El ENTERRADOR y su COMPAÑERO Un SACERDOTE ACTORES y MARINEROS SECUACES de Laertes EMBAJADORES de Inglaterra Cortesanos, mensajeros, criados, guardias, soldados, acompañamiento. LA TRAGEDIA DE HAMLET, PRINCIPE DE DINAMARCA Acto I. Escena I. Entran BERNARDO y FRANCISCO, dos centinelas. BERNARDO.- ¿Quién va? FRANCISCO. - ¡Contestad vos! ¡Alto, daos a conocer! BERNARDO.- ¡Viva el rey! FRANCISCO.- ¿Bernardo? BERNARDO.- El mismo. FRANCISCO.- Llegas con gran puntualidad. BERNARDO.- Ya han dado las doce: acuéstate, Francisco. FRANCISCO.- Gracias por el relevo. Hace un frío ingrato, y estoy abatido. BERNARDO.- ¿Todo en calma? FRANCISCO.- No se ha oído un ratón. BERNARDO.- Muy bien, buenas noches. Si ves a Horacio y a Marcelo, mis compañeros de guardia, dales prisa. [Entran Horacio y Marcelo] FRANCISCO.- Creo que los oigo. ¡Alto! ¿Quién va? HORACIO.- Amigos de esta tierra. MARCELO.- Y vasallos del rey danés. FRANCISCO.- Adiós, buenas noches. MARCELO.- Adiós, buen soldado. ¿Quién te releva? FRANCISCO.- Bernardo. Quedad con Dios. [Sale] MARCELO.- ¡Eh, Bernardo! BERNARDO.- ¡Eh! Oye, ¿está ahí Horacio? HORACIO.- Parte de él. BERNARDO.- Bienvenido, Horacio. Bienvenido, Marcelo. MARCELO.- ¿Se ha vuelto a aparecer eso esta noche? BERNARDO.- Yo no he visto nada. MARCELO.- Dice Horacio que es una fantasía, y se resiste a creer en la espantosa figura que hemos visto ya dos veces. Por eso le he rogado que vigile con nosotros el paso de la noche, para que, si vuelve ese aparecido, confirme que lo vimos y le hable. HORACIO.- ¡Bah! No vendrá. BERNARDO.- Siéntate un rato y deja que asediemos tus oídos, tan escudados contra nuestra historia, diciéndote lo que hemos visto estas dos noches. HORACIO.- Muy bien, sentémonos y oigamos lo que cuenta Bernardo. BERNARDO.- Anoche mismo, cuando esa estrella que hay al oeste de la polar se movía iluminando la parte del cielo en que ahora brilla, Marcelo y yo, con el reloj dando la una... (Entra el ESPECTRO) MARCELO.- ¡Chsss! No sigas: mira, ahí viene. BERNARDO.- La misma figura; igual que el rey muerto. MARCELO.- Tú tienes estudios: háblale, Horacio. BERNARDO.- ¿No se parece al rey? Fíjate, Horacio. HORACIO.- Muchísimo. Me sobrecoge y angustia. BERNARDO.- Quiere que le hablen. MARCELO.- Pregúntale, Horacio. HORACIO.- ¿Quién eres, que usurpas esta hora de la noche y la forma intrépida y marcial del que en vida fue rey de Dinamarca? Por el cielo, te conjuro que hables. MARCELO.- Se ha ofendido. BERNARDO.- Mira, se aleja solemne. HORACIO.- Espera, habla, habla. Te conjuro que hables. (Sale el ESPECTRO) MARCELO.- Se fue sin contestar. BERNARDO.- Bueno, Horacio. Estás temblando y palideces. ¿No es esto algo más que una ilusión? ¿Qué opinas? HORACIO.- Por Dios, que no lo habría creído sin la prueba real y terminante de mis ojos. MARCELO.- ¿Verdad que se parece al rey? HORACIO.- Como tú a ti mismo. Tal era la armadura que llevaba cuando combatió al ambicioso rey noruego. Tal su ceño cuando, tras fiera discusión, a los polacos aplastó en sus trineos sobre el hielo. Es asombroso. MARCELO.- Con paso tan marcial ha cruzado ya dos veces nuestro puesto a esta hora cerrada de la noche. HORACIO.- No puedo interpretarlo exactamente, pero, en lo que se me alcanza, creo que esto presagia conmoción en nuestro estado. MARCELO.- Bueno, sentaos, y dígame quien lo sepa por qué se exige cada noche al ciudadano tan estricta y rigurosa vigilancia; por qué tanto fundir cañones día tras día y comprar armamento al extranjero; por qué se reclutan calafates, cuyo esfuerzo no distingue el domingo en la semana. ¿Qué ejército amenaza para que prisa y sudor hagan compañeros de trabajo al día y a la noche? ¿Quién puede informarme? HORACIO.- Yo puedo. Al menos, el rumor que corre es este: nuestro difunto rey, cuya imagen se nos ha aparecido ahora, sabéis que fue retado por Fortinbrás de Noruega, que se crecía en su afán de emulación. Nuestro valiente Hamlet, pues tal era su fama en el mundo conocido, mató a Fortinbrás, quien, según pacto sellado, con refrendo de las leyes de la caballería, con su vida entregó a su vencedor todas las tierras de que era propietario: nuestro rey había puesto en juego una parte equivalente, que habría recaído en Fortinbrás, de haber triunfado éste; de igual modo que la suya, según lo previsto y pactado en el acuerdo, pasó a Hamlet. Pues bien, Fortinbrás el joven, rebosante de ímpetu y ardor, por los confines de Noruega ha reclutado una partida de aventureros sin tierras, carne de cañón para un empeño de coraje, que no es más, como han visto muy bien en el gobierno, que arrebatarnos por la fuerza y el peso de las armas esas tierras perdidas por su padre. Creo que esta es la causa principal de los aprestos, la razón de nuestra guardia, la fuente del tráfago y actividad en nuestro reino. [Vuelve a entrar el ESPECTRO] Pero, ¡alto, mirad! ¡Ahí vuelve! Le saldré al paso, aunque me fulmine. ¡Detente, ilusión! [El ESPECTRO abre los brazos] Si hay en ti voz o sonido, háblame. Si hay que hacer alguna buena obra que te depare alivio y a mí, gracia, háblame. Si sabes de peligros que amenacen a tu patria y puedan evitarse, háblame. O, si escondes en el vientre de la tierra tesoros en vida mal ganados, lo cual, según se cree, os hace a los espíritus vagar en vuestra muerte, háblame. ¡Detente y habla! [Canta el gallo] ¡Detenlo tú, Marcelo! MARCELO.- ¿Le doy con mi alabarda? HORACIO.- Si no se para, dale. BERNARDO.- ¡Está aquí! HORACIO.- ¡Aquí! [Sale el ESPECTRO] MARCELO.- Se ha ido. Hicimos mal en usar la violencia con un ser de tanta majestad, pues es invulnerable como el aire y pretender agredirle es una burla. BERNARDO.- Iba a hablar cuando cantó el gallo. HORACIO.- Y se sobresaltó como un culpable citado por el juez. He oído decir que el gallo, clarín de la mañana, despierta con su voz altiva y penetrante al dios del día y que, alertados, en tierra o aire, mar o fuego, los espíritus errantes en seguida se recluyen: de que es verdad ha dado prueba este aparecido. MARCELO.- Se esfumó al cantar el gallo. Dicen que en los días anteriores al del nacimiento de nuestro Salvador el ave de la aurora canta toda la noche; entonces, dicen, no vagan los espíritus, las noches son puras, los astros no dañan, las hadas no embrujan, las brujas no hechizan: tan santo y tan bendito es este tiempo. HORACIO.- Eso he oído, y lo creo en parte. Mas mirad: con manto cobrizo, el alba camina sobre el rocío de esa cumbre del oriente. Dejemos la guardia y, si os parece, vamos a contar al joven Hamlet lo que hemos visto esta noche, pues, por mi vida, que el espectro, mudo con nosotros, le hablará. ¿Estáis de acuerdo en que debemos informarle, como exigen la amistad y nuestro deber? MARCELO.- Sí, vamos, que sé dónde podemos hallarle fácilmente esta mañana. [Salen] Escena II. Entran Claudio, REY de Dinamarca, la REINA Gertrudis, HAMLET, POLONIO, LAERTES y su hermana OFELIA, señores y acompañamiento REY.- Aunque la muerte de mi amado hermano Hamlet sigue viva en el recuerdo, y procedía sumirse en el dolor y fundirse todo el reino en un solo semblante de tristeza, no obstante, tanto han combatido la cordura y el afecto, que ahora le lloro con buen juicio sin haber olvidado mi persona. Por eso, a quien fuera mi cuñada, hoy mi reina, viuda corregente de nuestra guerrera nación, con, por así decir, la dicha ensombrecida, con un ojo radiante y el otro desolado, con gozo en las exequias y duelo en nuestra boda, equilibrando el júbilo y el luto, la he tomado por esposa. Y no he desestimado vuestro buen criterio, que siempre prodigasteis en el curso de este asunto. Por todo ello, gracias. Ahora sabed que Fortinbrás el joven, juzgando mal nuestra valía o creyendo que, tras la muerte de mi amado hermano, la nación está descoyuntada y en desorden, y movido por sueños de ventaja, no ha dejado de asediarme con mensajes que reclaman la entrega de las tierras perdidas por su padre y en buena ley ganadas por mi valiente hermano. Esto, en cuanto a él. [Entran VOLTEMAND y CORNELIO] Respecto a mí y a la presente reunión, el caso es como sigue: he escrito esta carta al rey noruego, tío de Fortinbrás el joven, quien, sin fuerzas y postrado, apenas sabe la intención de su sobrino, pidiéndole que detenga su avance, ya que toda la tropa reclutada se compone de súbditos suyos. Y así os envío, queridos Cornelio y Voltemand, como portadores de mi saludo al viejo rey, sin daros más poder personal para negociar con el noruego que el fijado ampliamente en estas cláusulas. Adiós, y que vuestra rapidez sea prueba de lealtad. VOLTEMAND.- En esto como en todo veréis nuestra lealtad. REY.- No puedo dudarlo. Cordialmente, adiós. [Salen VOLTEMAND y CORNELIO] Bien, Laertes, ¿qué hay de nuevo? Me hablaste de una súplica. ¿Cuál es, Laertes? Al rey danés nada que sea de razón le pedirás en vano. ¿Qué solicitas, Laertes, que no pueda ser mi ofrecimiento, y no tu ruego? La cabeza no será tan afín al corazón, ni la mano diligente con la boca como el trono de Dinamarca con tu padre. ¿Qué deseas, Laertes? LAERTES.- Augusto señor, la merced de vuestra venia para regresar a Francia, pues, aunque vine a Dinamarca de buen grado a mostraros mi lealtad en vuestra coronación, ahora confieso que, cumplido mi deber, mis pensamientos y deseos miran a Francia y se inclinan en demanda de permiso. REY.- ¿Tienes la venia de tu padre? ¿Qué dice Polonio? POLONIO.- Sí, mi señor. Os suplico que le deis vuestra licencia. REY.- Disfruta de tus años, Laertes; tuyo sea el tiempo y emplea tus buenas prendas a tu gusto. Y ahora, sobrino Hamlet e hijo mío... HAMLET.- Más en familia y menos familiar. REY.- ¿Cómo es que estás siempre tan sombrío? HAMLET.- No, mi señor: es que me da mucho el sol. REINA.- Querido Hamlet, sal de tu penumbra y mira a Dinamarca con ojos de afecto. No quieras estar siempre, con párpado abatido, buscando en el polvo a tu noble padre. Sabes que es ley común: lo que vive, morirá, pasando por la vida hacia la eternidad. HAMLET.- Sí, señora, es ley común. REINA.- Si lo es, ¿por qué parece para ti tan singular? HAMLET.- ¿Parece, señora? No: es. En mí no hay "parecer". No es mi capa negra, buena madre, ni mi constante luto riguroso, ni suspiros de un aliento entrecortado, no, ni ríos que manan de los ojos, ni expresión decaída de la cara, con todos los modos, formas y muestras de dolor, lo que puede retratarme; todo eso es "parecer", pues son gestos que se pueden simular. Lo que yo llevo dentro no se expresa; lo demás es ropaje de la pena. REY.- Es bueno y digno de alabanza, Hamlet, que llores a tu padre tan fielmente, pero sabes que tu padre perdió un padre, y ese padre perdió al suyo; y que el deber filial obligaba al hijo por un tiempo a guardar luto. Pero aferrarse a un duelo pertinaz es conducta impía y obstinada, dolor poco viril, y muestra voluntad contraria al cielo, ánimo débil, alma impaciente, entendimiento ignorante e inmaduro. Pues, sabiendo que hay algo inevitable y tan común como la cosa más normal, ¿por qué hemos de tomarlo tan a pecho en necia oposición? ¡Vamos! Es una ofensa al cielo, ofensa al muerto, ofensa a la realidad y hostil a la razón, cuya plática perpetua es la muerte de los padres, y que siempre, desde el primer cadáver hasta el último, ha proclamado: "Así ha de ser." Te ruego que entierres esa pena infructuosa y que veas en mí a un padre, pues sepa el mundo que tú eres el más próximo a mi trono, y que pienso prodigarte un género de afecto en nada inferior al que el más tierno padre profese a su hijo. Respecto a tu propósito de volver a la universidad de Wittenberg, no podría ser más contrario a mi deseo, y te suplico que accedas a quedarte, ante el gozo y alegría de mis ojos, cual cortesano principal, sobrino e hijo mío. REINA.- Que tu madre no te ruegue en vano, Hamlet: quédate con nosotros, no vayas a Wittenberg. HAMLET.- Haré cuanto pueda por obedeceros, señora. REY.- Una respuesta grata y cariñosa. Se como yo mismo en Dinamarca. Venid, señora. El libre y gentil asentimiento de Hamlet sonríe a mi corazón; en gratitud el rey no brindará en este día sin que el cañón a las nubes lo proclame y mi brindis retumbe por el cielo, repitiendo el trueno de la tierra. Vamos. |