William Shakespeare el sueño de una noche de verano






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Salen LISANDRO y DEMETRIO.
HERMIA

Señora, todo este alboroto es por ti.

No, no; no te vayas.

HELENA

De ti no me fío,

ni voy por más tiempo a quedarme contigo.

Para pelear, tienes manos más prestas,

mas, para escapar, son más largas mis piernas.
[Sale.]
HERMIA

No sé qué decir, y salgo perpleja.
Sale.

Se adelantan OBERÓN y ROBÍN.
OBERÓN

Ya ves tu descuido. ¿Siempre te equivocas

o haces tus trastadas a propósito?

ROBÍN

Créeme, Rey de las Sombras: fue un error.

¿No me dijiste que podía conocerle

porque iba vestido con ropa ateniense?

Entonces no hay culpa: en esta encomienda

sí que unté los ojos a uno de Atenas.

Y me alegra mucho que saliera así,

pues ver sus trifulcas me ha hecho reír.

OBERÓN

Esos dos han ido a luchar en el bosque;

corre tú, Robín, y nubla la noche:

el cielo estrellado recubre al momento

de niebla tan negra como el propio infierno

y extravía a esos rivales de tal modo

que no pueda el uno encontrarse al otro.

A veces adopta la voz de Lisandro

y acusa a Demetrio con injustos cargos;

reniega otras veces igual que Demetrio

y distancia a ambos hasta que entre el sueño,

remedo de muerte, con piernas de plomo

y alas de murciélago, y cierre sus ojos:

sobre los de Lisandro exprime esta hierba,

cuyo jugo la virtud mágica encierra

de liberarlos de cualquier ilusión

y darles de nuevo la vista anterior.

En cuanto despierten, todas estas burlas

serán como un sueño o ilusión absurda.

Volverán a Atenas todos los amantes

y ya de por vida en unión constante.

Mientras de este asunto tú ahora te encargas,

el niño robado yo pido a Titania:

del ojo hechizado que la ata al monstruo

voy a liberarla, y paz será todo.

ROBÍN

Señor de las Hadas, hay que hacerlo presto:

el dragón de la noche ya parte el cielo

y veo que despunta el heraldo de Aurora,

cuando en legión los espíritus retornan

a los cementerios. Almas condenadas

que yacen en ríos y en encrucijadas

han salido hacia su lecho de gusanos:

por miedo a que el día mire sus pecados

ellos mismos de la luz siempre se exilian

y buscan asilo en la noche sombría.

OBERÓN

Espíritus somos de distinto orden:

yo a la diosa del día le he hecho la corte

y, cual guardabosque, voy por la floresta

hasta que el portal del Oriente despierta

rojo en el océano y, con luz radiante,

en oro convierte los verdosos mares.

Pero tú no te retrases, date prisa,

que podemos hacer esto antes del día.
[Sale.]
ROBÍN

Para acá, y para allá,

los llevaré allá y acá:

yo asusto en campo y ciudad;

llévalos, duende, acá y allá.

Aquí viene uno.
Entra LISANDRO.
LISANDRO

¿Dónde estás, bravo Demetrio? ¡Habla ya!

ROBÍN

Aquí, infame, con mi espada. ¿Dónde estás?

LISANDRO

Me desquitaré.

ROBÍN

Ven conmigo entonces a un terreno llano.
[Sale LISANDRO]

Entra DEMETRIO.
DEMETRIO

¡Lisandro, responde!

¡Fugitivo, cobarde! ¿Te has escapado?

¡Habla! ¿En dónde te ocultas? ¿Tras un árbol?

ROBÍN

¡Cobarde! ¿Te ufanas ante las estrellas?

¿Le dices al bosque que quieres pelea

pero huyes de mí? ¡Ven, gallina, niño!

Te daré de azotes. Su honra ha perdido

quien te saque la espada.

DEMETRIO

¿Estás ahí?

ROBÍN

Tú sigue mi voz. No luchemos aquí.
Salen.

[Entra LISANDRO.]
LISANDRO

Se me adelanta y me sigue retando.

Cuando llego al sitio, él ya se ha marchado.

El ruin tiene el pie más veloz que el mío:

le sigo de prisa, pero él ya ha huido

dejándome en senda áspera y sombría.

Voy a descansar. - Ven ya, gentil día,

pues, en cuanto asome tu luz cenicienta,

hallaré a Demetrio y vengaré su ofensa.
Se acuesta y [duerme.]

Entran ROBÍN y DEMETRIO.
ROBÍN

¡Jo, jo, jo! ¡Cobarde! ¿Es que no me ves?

DEMETRIO

Si te atreves, hazme frente, pues sé bien

que huyes de mí, y de sitio cambias,

cedes y no osas mirarme a la cara.

¿Dónde estás ahora?

ROBÍN

Aquí estoy, ven ya.

DEMETRIO

Así que te burlas. Lo vas a pagar

si te veo la cara cuando venga el día.

Ahora déjame: el cansancio me obliga

a tender mi cuerpo en la fría tierra.

A la luz del sol haz que no te pierda.
[Se acuesta y duerme.]

Entra HELENA.
HELENA

¡Ah, noche sin fin, noche de fatigas!

Acórtate, y luzca el gozo de Oriente,

que yo vuelva a Atenas sin la compañía

de quienes mi humilde persona aborrecen.

Y el sueño, que a veces duerme nuestras penas,

de mí misma un rato liberarme quiera.
[Se acuesta y] duerme.
ROBÍN

¿Sólo tres? ¡Que alguien más venga!

Cuatro hacen dos parejas.

Viene otra y con enfado:

es Cupido mal muchacho

si las irrita en tal grado.
Entra HERMIA.
HERMIA

Nunca me he cansado, ni he sufrido así;

de rocío cubierta, la ropa arañada.

No puedo arrastrarme, no puedo seguir.

Mis piernas no hacen lo que se les manda.

Voy a descansar hasta que amanezca.

¡El cielo asista a Lisandro en la pelea!
[Se acuesta y duerme.]
ROBÍN

Sobre el suelo

duerme quieto.

A tus ojos

proporciono,

dulce amante, curación.
[Aplica el jugo a los ojos de LISANDRO.]
Gozarás

al despertar

cuando veas

que está cerca

la que siempre fue tu amor.

Y el conocido proverbio

«Da lo suyo a cada dueño»

lo comprobarás despierto:

Cada Juana con su Juan,

y nada irá mal.

Volverá la yegua al amo, y todos en paz.
[Sale.] Los amantes quedan en escena, dormidos.
IV.i Entra [TITANIA], reina de las hadas, con FONDÓN y las hadas, y OBERÓN por detrás.
TITANIA

Ven, sobre este lecho de flores reposa,

mientras te acaricio las tiernas mejillas,

te cubro la lisa cabeza de rosas

y beso tus grandes orejas, tan lindas.

FONDÓN

¿Dónde está Flordeguisante?

FLORDEGUISANTE

Presente.

FONDÓN

Rascadme la cabeza, Flordeguisante. ¿Dónde está Ma­dame Telaraña?

TELARAÑA

Presente.

FONDÓN

Madame Telaraña, mi buena madame, empuñad las ar­mas y matadme un abejorro de patas rojas sobre lo alto de un cardo. ¡Ah, madame! Y traedme su bolsa de miel. No os molestéis demasiado al hacerlo; aunque, mi buena madame, cuidad de que la bolsa no reviente. No me agradaría veros toda empapada de miel, madame. ¿Dónde está Madame Mostaza?

MOSTAZA

Presente.

FONDÓN

Venga esa mano, Madame Mostaza. Sin reverencias, madame, os lo ruego.

MOSTAZA

¿Qué deseáis?

FONDÓN

Nada, mi buena madame: que ayudéis a Doña Flordegui­sante a rascarme. Tendré que ir al barbero, madame; creo que tengo la cara muy peluda. Soy un burro tan delicado que si me hace cosquillas el pelo, tengo que rascarme.

TITANIA

Mi dulce amor, ¿quieres oír música?

FONDÓN

Para la música tengo bastante buen oído. ¡Que traigan el cencerro y la carraca!

TITANIA

O di, mi amor, qué manjar deseas comer.

FONDÓN

Pues una buen montón de forraje. Podría masticar avena seca. La verdad es que me apetece un buen haz de alfalfa. Buena alfalfa, rica alfalfa; no tiene igual.

TITANIA

Tengo un hada muy audaz que va a traerte de las nueces frescas que guarda la ardilla.

FONDÓN

Prefiero uno o dos puñados de guisantes secos. Pero, os lo ruego, que ninguna de vosotras me moleste. Me ha entrado un deseo insociable de dormir.

TITANIA

Pues duerme, y con mis brazos voy a rodearte.

Hadas, partid, y marchad por todos lados.
[Salen las hadas.]
Así es como la dulce madreselva se abraza

suave a la enredadera; así la hiedra

se enrosca en los ásperos dedos de los olmos.

¡Ah, cuánto te amo! ¡Cómo te idolatro!
[Se duermen.]

Entra ROBÍN.
OBERÓN [adelantándose]

Bienvenido, Robín. ¿Ves el espectáculo?

Su enamoramiento empieza a darme lástima.

Cuando hace poco la vi tras la arboleda

buscando flores para este horrible idiota,

la reprendí y reñimos, pues le había

coronado esas sienes tan peludas

de guirnalda fresca y olorosa,

y el rocío que destella en los renuevos

como perlas redondas y radiantes

se alojaba en los lindos ojos de las flores

cual lágrimas que lloran su vergüenza.

Cuando la hube regañado a mi placer

y ella mansamente me rogó indulgencia,

le pedí el niño robado; me lo dio

al instante y mandó que su hada lo llevase

a mi floresta, en el País de las Hadas.

Ahora que por fin tengo al niño, voy

a deshacer el maleficio de sus ojos.

Y, buen Robín, al rústico ateniense

quítale la cabeza que le has puesto,

de modo que, cuando despierte con los otros,

puedan todos regresar a Atenas

creyendo que los incidentes de esta noche

sólo fueron turbaciones de un mal sueño.

Pero antes voy a liberar al Hada Reina.
[Aplica una hierba a los ojos de TITANIA.]
La que has sido vuelve a ser;

como has visto vuelve a ver.

La flor de Diana es fuerte

y a la de Cupido vence.

¡Y ahora despierta, Titania, mi reina!

TITANIA

¡Ah, mi Oberón, he vivido una quimera!

Soñé que estaba enamorada de un asno.

OBERÓN

Ahí está tu amor.

TITANIA

¡Ah! ¿Qué habrá pasado?

Ahora me horroriza su semblante.

OBERÓN

Silencio. Robín, quita esa cabeza.

Titania, suene una música que envuelva

a estos cinco en el sueño más profundo.

TITANIA

¡Música, una música que hechice el sueño!

ROBÍN

Al despertar, mira con tus ojos necios.

OBERÓN

¡Música ya! - Mi reina, tu mano, y mece

este suelo en que reposan los durmientes.

Con nuestro amor ya renovado, mañana

tú y yo bailaremos en solemne danza

en las bodas de Teseo, a medianoche,

por llenarlas de perpetuas bendiciones.

Y estas dos parejas, junto con Teseo,

se desposarán con grande festejo.

ROBÍN

Rey Oberón, presta oídos:

es la alondra con sus trinos.

OBERÓN

Sigamos, pues, de las sombras

la salida silenciosa.

Antes que la luna pueda,

circundaremos la Tierra.

TITANIA

Ven, esposo, y en el aire

dime por qué entre mortales

fui encontrada durmiendo

esta noche sobre el suelo.
Salen [TITANIA, OBERÓN y ROBÍN]. Suenan trompas. Entran TESEO y su sé­quito, HIPÓLITA y EGEO.
TESEO

¡Que vaya uno a buscar al guardabosque!

Tras haber cumplido con las fiestas

y, como el día ha iniciado ya su avance,

mi amor ha de oír la música de mis perros.

¡Soltadlos en el valle del oeste! ¡Desatadlos!

¡Daos prisa, y buscad al guardabosque!
[Sale un sirviente.]
Mi bella reina, subiremos a lo alto del monte

a escuchar la agitada melodía

de los perros y su eco entremezclados.

HIPÓLITA

Estuve una vez con Hércules y Cadmo,

que cazaban osos con perros de Esparta

en un bosque de Creta. Jamás había oído

ladridos tan bravos, pues, con la arboleda,

el cielo, las fuentes y todo el lugar

parecían una jauría. No había oído nunca

tan grata disonancia, estruendo tan dulce.

TESEO

Mis perros son todos de raza espartana:

leonados, de labio carnoso y orejas colgantes

que barren el rocío; patizambos

y papudos como toros de Tesalia;

en la caza lentos, mas armónicos ladrando,

cual campanas. Jauría tan melodiosa

no fue nunca jaleada, ni recibida con trompas

en Creta, Esparta o Tesalia. Tú misma

podrás juzgarlo. Pero, alto. ¿Qué ninfas son éstas?

EGEO

Señor, la que aquí duerme es mi hija,

y éste es Lisandro; éste, Demetrio;

ésta, Helena, la hija de Nédar.

Me asombra verlos aquí a todos juntos.

TESEO

Seguramente madrugaron por cumplir

con las fiestas de mayo y, sabiendo mi intención,

acudieron para honrar la ceremonia.

Pero dime, Egeo. ¿No es hoy el día

en que Herrnia ha de decir a quién prefiere?

EGEO

Sí, mi señor.

TESEO

¡Mandad que los despierten con las trompas!
[Sale un sirviente.]

Una voz dentro. Suenan las trompas. Se sobresaltan todos [los amantes].
Buenos días, amigos. San Valentín ya pasó.

¿Se emparejan ahora estas aves del bosque?.

[Los amantes se arrodillan.]

LISANDRO

Perdónanos, mi señor.

TESEO

Levantaos todos, os lo ruego.

Sé que vosotros dos sois enemigos.

¿De dónde viene al mundo esta concordia,

que el odio queda libre de recelos

y duerme con el odio sin temer hostilidad?

LISANDRO

Señor, responderé aturdido,

medio en sueños, medio en vela, mas te juro

que no sé de verdad cómo estoy aquí.

Me parece (no quiero faltar a la verdad)

que, tal como recuerdo... Sí, eso es:

yo vine aquí con Hermia. Pensábamos

salir de Atenas, ir donde pudiéramos,

fuera del alcance de las leyes...

EGEO

¡Basta, basta! - Señor, habéis oído bastante.

¡Exijo la ley, la ley sobre su cabeza!

Se habrían escapado. Sí, Demetrio:

te habrían engañado a ti y a mí;

a ti, burlándote la esposa; a mí el permiso,

mi consentimiento para que sea tu esposa.

DEMETRIO

Mi señor, Helena me habló de su fuga,

de su intención de venir a este bosque,

y yo, en mi furia, los seguí hasta aquí,

y a mí por amor me siguió la hermosa Helena.

Mas, señor, ignoro por qué poder

(pues algún poder ha sido) mi amor a Hermia,

derretido como nieve, me parece ahora

el recuerdo de algún vano juguete

que me hubiera fascinado en la niñez.

Toda la devoción y la fuerza de mi pecho,

el centro y la dicha de mis ojos

es sólo Helena. A ella, mi señor,

yo estaba prometido antes de ver a Hermia,

pero, como un enfermo, aborrecí este manjar.

Ya repuesto, el gusto he recobrado

y ahora la deseo, la ansío, la amo

y voy a serle fiel eternamente.

TESEO

Queridos amantes, el encuentro es afortunado.

Después continuaréis con vuestra historia.

Egeo, tengo que impedir tu voluntad,

pues muy pronto, en el templo, ambas parejas

se unirán conjuntamente con nosotros.

Como ya la mañana está avanzada,

nuestra caza debe suspenderse.

Volvamos a Atenas. Tres parejas son;

gozaremos de una gran celebración.

Vamos, Hipólita.
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