Poemas de Jorge Luis Borges ÍNDICE
UN POETA SAJÓN
| UN CIEGO
| EL DESPERTAR
| EL GUARDIÁN DE LOS LIBROS
| ELOGIO DE LA SOMBRA
| LAS COSAS (1)
| LAS COSAS (2)
| LA PANTERA
| AL COYOTE
| EL ORO DE LOS TIGRES
| A UN POETA SAJÓN
Tú cuya carne, hoy dispersión y polvo, Pesó como la nuestra sobre la tierra, Tú cuyos ojos vieron el sol, esa famosa estrella, Tú que viniste no en el rígido ayer Sino en el incesante presente, En el último punto y ápice vertiginoso del tiempo, Tú que en tu monasterio fuiste llamado Por la antigua voz de la épica, Tú que tejiste las palabras, Tú que cantaste la victoria de Brunanburh Y no la atribuiste al Señor Sino a la espada de tu rey, Tú que con júbilo feroz cantaste, La humillación del viking, El festín del cuervo y del águila, Tú que en la oda militar congregaste Las rituales metáforas de la estirpe, Tú que en un tiempo sin historia Viste en el ahora el ayer Y en el sudor y sangre de Brunanburh Un cristal de antiguas auroras, Tú que tanto querías a tu Inglaterra Y no la nombraste, Hoy no eres otra cosa que unas palabras Que los germanistas anotan. Hoy no eres otra cosa que mi voz Cuando revive tus palabras de hierro.
Pido a mis dioses o a la suma del tiempo que mis días merezcan el olvido, que mi nombre sea Nadie como el de Ulises,
pero que algún verso perdure en la noche propicia a la memoria o en las mañanas de los hombres.

UN CIEGO
No sé cuál es la cara que me mira cuando miro la cara del espejo; no sé qué anciano acecha en su reflejo con silenciosa y ya cansada ira.
Lento en mi sombra, con la mano exploro mis invisibles rasgos. Un destello me alcanza. He vislumbrado tu cabello que es de ceniza o es aún de oro.
Repito que he perdido solamente la vana superficie de las cosas. El consuelo es de Milton y es valiente,
Pero pienso en las letras y en las rosas. Pienso que si pudiera ver mi cara sabría quién soy en esta tarde rara.

EL DESPERTAR
Entra la luz y asciendo torpemente De los sueños al sueño compartido Y las cosas recobran su debido Y esperado lugar y en el presente
Converge abrumador y vasto el vago Ayer: las seculares migraciones Del pájaro y del hombre, las legiones Que el hierro destrozó, Roma y Cartago.
Vuelve también la cotidiana historia: Mi voz, mi rostro, mi temor, mi suerte. ¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte,
Me deparara un tiempo sin memoria De mi nombre y de todo lo que he sido! ¡Ah, si en esa mañana hubiera olvido!

EL GUARDIÁN DE LOS LIBROS
Ahí están los jardines, los templos y la justificación de los templos, La recta música y las rectas palabras, Los sesenta y cuatro hexagramas, Los ritos que son la única sabiduría Que otorga el Firmamento a los hombres, El decoro de aquel emperador Cuya serenidad fue reflejada por el mundo, su espejo, De suerte que los campos daban sus frutos Y los torrentes respetaban sus márgenes, El unicornio herido que regresa para marcar el fin, Las secretas leyes eternas, El concierto del orbe; Esas cosas o su memoria están en los libros Que custodio en la torre.
Los tártaros vinieron del Norte En crinados potros pequeños; Aniquilaron los ejércitos Que el Hijo del Cielo mandó para castigar su impiedad, Erigieron pirámides de fuego y cortaron gargantas, Mataron al perverso y al justo, Mataron al esclavo encadenado que vigila la puerta, Usaron y olvidaron a las mujeres Y siguieron al Sur, Inocentes como animales de presa, Crueles como cuchillos. En el alba dudosa El padre de mi padre salvó los libros. Aquí están en la torre donde yazgo, Recordando los días que fueron de otros, Los ajenos y antiguos.
En mis ojos no hay días. Los anaqueles Están muy altos y no los alcanzan mis años. Leguas de polvo y sueño cercan la torre. ¿A qué engañarme? La verdad es que nunca he sabido leer, Pero me consuelo pensando Que lo imaginado y lo pasado ya son lo mismo Para un hombre que ha sido Y que contempla lo que fue la ciudad Y ahora vuelve a ser el desierto. ¿Qué me impide soñar que alguna vez Descifré la sabiduría Y dibujé con aplicada mano los símbolos? Mi nombre es Hsiang. Soy el que custodia los libros, Que acaso son los últimos, Porque nada sabemos del Imperio Y del Hijo del Cielo. Ahí están en los altos anaqueles, Cercanos y lejanos a un tiempo, Secretos y visibles como los astros. Ahí están los jardines, los templos.

ELOGIO DE LA SOMBRA
La vejez (tal es el nombre que los otros le dan) puede ser el tiempo de nuestra dicha. El animal ha muerto o casi ha muerto. Quedan el hombre y su alma. Vivo entre formas luminosas y vagas que no son aún la tiniebla. Buenos Aires, que antes se desgarraba en arrabales hacia la llanura incesante, ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro, las borrosas calles del Once y las precarias casas viejas que aún llamamos el Sur. Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas; Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar; el tiempo ha sido mi Demócrito. Esta penumbra es lenta y no duele; fluye por un manso declive y se parece a la eternidad. Mis amigos no tienen cara, las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años, las esquinas pueden ser otras, no hay letras en las páginas de los libros. Todo esto debería atemorizarme, pero es una dulzura, un regreso. De las generaciones de los textos que hay en la tierra sólo habré leído unos pocos, los que sigo leyendo en la memoria, leyendo y transformando. Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte, convergen los caminos que me han traído a mi secreto centro. Esos caminos fueron ecos y pasos, mujeres, hombres, agonías, resurrecciones, días y noches, entresueños y sueños, cada ínfimo instante del ayer y de los ayeres del mundo, la firme espada del danés y la luna del persa, los actos de los muertos, el compartido amor, las palabras, Emerson y la nieve y tantas cosas. Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro, a mi álgebra y mi clave a mi espejo. Pronto sabré quién soy.

LAS COSAS (1)
El bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura, las tardías Notas que no leerán los pocos días que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada, el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas, láminas, umbrales, atlas, copas, clavos, nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas! Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido.

COSAS (2)
El volumen caído que los otros Ocultan en la hondura del estante Y que los días y las noches cubren De lento polvo silencioso. El ancla De Sidón que los mares de Inglaterra Oprimen en su abismo ciego y blando. El espejo que no repite a nadie Cuando la casa se ha quedado sola. Las limaduras de uña que dejamos A lo largo del tiempo y del espacio. El polvo indescifrable que fue Shakespeare. Las modificaciones de la nube. La simétrica rosa momentánea Que el azar dio una vez a los ocultos Cristales del pueril calidoscopio. Los remos de Argos, la primera nave. Las pisadas de arena que la ola Soñolienta y fatal borra en la playa. Los colores de Turner cuando apagan Las luces en la recta galería Y no resuena un paso en la alta noche. El revés del prolijo mapamundi. La tenue telaraña en la pirámide. La piedra ciega y la curiosa mano. El sueño que he tenido antes del alba Y que olvidé cuando clareaba el día. El principio y el fin de la epopeya De Finsburh, hoy unos contados versos De hierro, no gastado por los siglos. La letra inversa en el papel secante. La tortuga en el fondo del aljibe. Lo que no puede ser. El otro cuerno Del unicornio. El Ser que es Tres y es Uno. El disco triangular. El inasible Instante en que la flecha del eleata, Inmóvil en el aire, da en el blanco. La flor entre las páginas de Bécquer. El péndulo que el tiempo ha detenido. El acero que Odín clavó en el árbol. El texto de las no cortadas hojas. El eco de los cascos de la carga De Junín, que de algún eterno modo No ha cesado y es parte de la trama. La sombra de Sarmiento en las aceras. La voz que oyó el pastor en la montaña. La osamenta blanqueando en el desierto. La bala que mató a Francisco Borges. El otro lado del tapiz. Las cosas Que nadie mira, salvo el Dios de Berkeley.

LA PANTERA
Tras los fuertes barrotes la pantera Repetirá el monótono camino Que es (pero no lo sabe) su destino De negra joya, aciaga y prisionera.
Son miles las que pasan y son miles Las que vuelven, pero es una y eterna La pantera fatal que en su caverna Traza la recta que un eterno Aquiles
Traza en el sueño que ha soñado el griego. No sabe que hay praderas y montañas De ciervos cuyas trémulas entrañas
Deleitarían su apetito ciego. En vano es vario el orbe. La jornada Que cumple cada cual ya fue fijada.

AL COYOTE
Durante siglos la infinita arena De los muchos desiertos ha sufrido Tus pasos numerosos y tu aullido De gris chacal o de insaciada hiena.
¿Durante siglos? Miento. Esa furtiva Substancia, el tiempo, no te alcanza, lobo; Tuyo es el puro ser, tuyo el arrobo, Nuestra, la torpe vida sucesiva.
Fuiste un ladrido casi imaginario En el confín de arena de Arizona Donde todo es confín, donde se encona
Tu perdido ladrido solitario. Símbolo de una noche que fue mía, Sea tu vago espejo esta elegía.

EL ORO DE LOS TIGRES
Hasta la hora del ocaso amarillo Cuántas veces habré mirado Al poderoso tigre de Bengala Ir y venir por el predestinado camino Detrás de los barrotes de hierro, Sin sospechar que eran su cárcel. Después vendrían otros tigres, El tigre de fuego de Blake; Después vendrían otros oros, El metal amoroso que era Zeus, El anillo que cada nueve noches Engendra nueve anillos y éstos, nueve, Y no hay un fin. Con los años fueron dejándome Los otros hermosos colores Y ahora sólo me quedan La vaga luz, la inextricable sombra Y el oro del principio. Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores Del mito y de la épica, Oh un oro más precioso, tu cabello Que ansían estas manos.
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