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Presentación del libro Destellos y ausencias de Edda Piaggio 13 de octubre de 2010 Editorial Botella al Mar, Argentina Comentarios de la profesora Mª Luz Canosa Con este nuevo libro que hoy presentamos, son ya catorce los poemarios publicados por Edda Piaggio en una trayectoria de más de treinta años de escritura, que demuestra que el manantial creativo de esta mujer es inagotable, y la calidad del agua poética que de él brota se va renovando y purificando con una capacidad asombrosa de surgir de vetas cada vez más hondas y entrañables. Su estilo es cada vez más reconocible, más personal, más propio, más autoalimentado en el caudal de su hipersensibilidad, de su hiperestesia y de su originalidad. Esto no es poca cosa, pues implica la posesión y el dominio de un lenguaje y de un sello suyo que la diferencian de otros escritores y la identifican como una Poeta (con mayúscula) dentro del campo lírico de nuestro país. Por esta razón ha obtenido excelentes críticas de importantes creadores y especialistas en la materia, no solo nacionales, sino latinoamericanos y extranjeros. La Universidad de Panamá le ha dado su sello editorial para sus publicaciones, así como la Fundación Argentina para la Poesía y la Editorial Botella al Mar, de Argentina, con la que Edda tiene una especie de pacto de fidelidad a antiguos lazos de amistad en la poesía, creados desde los orígenes de su trayectoria lírica con el entonces director y fundador Arturo Cuadrado y con la escritora Alejandrina Devéscovi, actual directora de dicha editorial. Destellos y Ausencias es el título de este libro, que está prologado por la escritora argentina Liliana Díaz Mindurry. Está compuesto por 69 poemas, estructurados como una tirada o sucesión de textos que no presentan división o separación alguna en sectores o secciones, que no tienen título —excepto uno, Haití— y se identifican por un número. Son composiciones breves que impresionan como fragmentos de un poema mayor, y aquí ya aparece una de las características que nos permitirán comprender el título de esta obra, como veremos a continuación. Cada poema y la totalidad del poemario es de un conjunto de imágenes que se van encadenando y desencadenando, que se hilvanan y se deshilvanan, como cuando se nos rompe el hilo con el cual intentamos armar un collar y se dispersan las piedras, saltando de un lugar a otro y reapareciendo en un sitio inesperado. Este libro de Edda Piaggio, que —a mi entender— es un compendio de todos los anteriores, es como una cascada, como una efusión o derramamiento de sentimientos, presentimientos, sensaciones, percepciones, impresiones, que son «cazadas» por el yo lírico en el momento en que ellas se escapan, se esconden, se despiden o que son aprehendidos en la instancia en que reaparecen de golpe, después de haber desaparecido mucho tiempo atrás, después de haber estado perdidas o ausentes. Estos versos son la expresión de la captación de los efluvios, de las emanaciones de las sutiles partículas «sentimentales, sensibles, sensitivas» —dijera Rubén Darío— que van dejando los seres, las cosas y las circunstancias de su historia personal y colectiva en sus entrañas y que gracias a la hipersensibilidad y a la hiperestesia que la caracterizan, Edda Piaggio puede recoger y plasmar con tal acierto e intensidad de belleza sombría y luminosa a la vez. De todo lo ido, lo devorado por el tiempo y el destino, quedan solo las imágenes poéticas como destello de las ausencias, solo ellas —las imágenes— quedan como cicatriz, tatuaje o estigma resultante de la herida que las provocó. En el poema 59 nos dice la autora: «Son mis libros como canciones, son mis bálsamos y mis heridas» y me remite a un ensayo de Jean Genet sobre el escultor y pintor Alberto Giacometti, donde el francés dice que «la belleza en el arte no tiene otro origen que la herida singular, diferente en cada cual, oculta o visible, que todo hombre esconde en sí, que protege y a la cual se retira cuando quiere dejar el mundo por una soledad temporal más profunda». Así como Genet cree ver en la plástica de Giacometti el descubrimiento de una herida, yo veo que la poesía de Edda Piaggio quiere descubrir esa herida personal, para que la propia herida destelle e ilumine. En esta obra lírica destella la herida que dejan las ausencias de los que en otro tiempo colmaron e iluminaron su existencia, o las heridas que dejan en este tiempo presente de la historia colectiva, las ausencias de justicia y paz en el mundo en que le toca vivir. De ahí el título de esta obra, Destellos y ausencias, porque para esta poeta, «la vida es ternura y terror» y su palabra no hace otra cosa que expresar el agón y la reunión de los opuestos que componen la existencia y el mundo: alegría y dolor, plenitud y vacío, destello o luz y hueco o ausencia. «Se canta lo que se pierde», decía Antonio Machado, y Edda Piaggio dice: «Mis libros son como canciones […] mis bálsamos y mis heridas». Sus canciones son el bálsamo que no solo expresa, sino que aplaca el dolor de la herida de la cual nace o surge siempre su imagen poética. De allí, de sus «rieles de sangre» del poema 5, «de la grieta encendida que llamó a aquellos cantos» del poema 14, de sus «ojos que se abren en dirección al grito» del poema 22, brota esa cascada de imágenes impactantes que se suceden, se oponen, se yuxtaponen, se superponen, en un juego de lenguaje plástico y musical a la vez, que configura una serie de cuadros en movimiento, y también una danza donde alternan el ritmo y el paso entrecortado, desgarrado y apasionado del tango, con los giros embriagadores y liberadores del vals, para desembocar en una balada, es decir, en una canción que cuenta una leyenda. Esa leyenda es la historia entrañable, ritualizada y sacralizada de la propia poeta. El yo lírico «canta y cuenta» (Antonio Machado) su leyenda. Solo con las imágenes poéticas, sin anécdota, sin correlato exterior, «canta y cuenta» su viaje de barca con el remero ausente, por el mar encrespado de su mundo interior, de su mapa individual y por el mapa del mundo exterior y colectivo, que es un «alucinante delantal de sombras» (poema 30). El tú lírico, a quien el yo se dirige en varios poemas, no siempre es el mismo, pero nunca es nombrado. Está presente, pero ausente —valga la paradoja—, es como un fantasma o sombra que destella o «brilla por su ausencia», como dice el refrán. Ese «tú» es la Edda niña, la joven novia, la esposa feliz e infeliz que fue, la mujer solitaria que anda por las playas, campos, ciudades, habitaciones de la casa, y por su propio cuerpo, evocando y convocando a sus fantasmas, que desfilan en «verbena errante» (poema 25). Esos «tú», a los que se dirige en pertinaz soliloquio el yo lírico, también son elementos de la naturaleza, árboles, nubes, sol y luna, y finalmente, ese «tú» es el juglar de la leyenda, es el amado ausente perdido, el que «es en la cita, ausencia», dijera Antonio Machado. En el poema 65, la poeta salta del lenguaje culto a otro nivel, al propio del discurso oral, coloquial, popular, para hablar con el fantasma del ausente-presente, con el innombrado, pero antes se apoya en el paratexto del epígrafe bíblico del Salmo LXX que reza: «Tú eres siempre el asunto de mis cánticos». Dice entonces la poeta: […] «Sos mi oculto remo que rema y rema, […] sos el paso en la escalera del tiempo […] Olvidé tu nombre, pero no tu sombra, […] arena caediza cuando llego al empapado mar de la poesía, sos mi paso, siempre». En el poema 68 agrega: «Y persevero en tu memoria, aunque me aleje, aunque te evite, sos mi insomnio, mi almendro, como guijarro encontrado en un paseo de verano, como rumor confuso de un animal escondido». En estas comparaciones e imágenes, el fantasma o sombra del tú ausente adquiere materialidad y corporeidad de guijarro encontrado en la playa y voz de animal; el perdido deja de serlo en el encuentro poético y es brazo de remero oculto y remo que rema; es mano que guía en el «baile» de la vida; es pie que da el paso en el camino existencial y en la escalera del tiempo y es también «la arena caediza» donde cae el yo lírico al llegar al «empapado mar de la poesía», es decir, a la instancia de la creación poética tan magníficamente metaforizada. Este poemario es una especie de ámbito mágico, de lugar de encuentro de fantasmas y ausencias, que se hacen presentes y dejan de ser sombras perdidas y ausentes por el poder destellante de la palabra poética que las convoca, al expresarlas— las vivifica y las trae a este tiempo y este espacio de la imagen de la creación. Esta mujer preñada de despedidas, que es Edda Piaggio, como «un cometa con su vientre de adioses, los desquiciados adioses de siempre» de su poema 25, en su Camino de Ronda por paisajes marinos, rurales, urbanos, en su recorrido por la casa habitación y por la casa simbólica de su propio cuerpo, no hace otra cosa que entregarnos hoy, una vez más, un libro entrañable, donde los destellos de sus extraordinarias imágenes poéticas confirman el triunfo de la luz, pues la sombra no existe por sí misma ni por si sola, sino que solo puede ser y estar como consecuencia de la luz, que la hace nacer y aparecer. Esa luz que Edda canta en el poema 57: […] «Luz, siempre luz que agita y alegra el mundo, estruja matices como leyenda de fuegos, rompiendo la oscuridad». María Luz Canosa |