LEOPOLDO MARECHAL (1900-1970)
Del amor navegante Porque no está el Amado en el Amante Ni el Amante reposa en el Amado, Tiende Amor su velamen castigado Y afronta el ceño de la mar tonante.
Llora el Amor en su navío errante Y a la tormenta libra su cuidado, Porque son dos: Amante desterrado Y Amado con perfil de navegante.
Si fuesen uno, Amor, no existiría Ni llanto ni bajel ni lejanía, Sino la beatitud de la azucena.
¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa! ¡Oh círculo apretado de la rosa! Con el número Dos nace la pena.
HEPTAMERÓN
I
Dije yo en la ciudad de la Yegua Tordilla: “La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”. Los apisonadores de adoquines me clavaron sus ojos de ultramar; y luego devoraron su pan y su cebolla y en seguida volvieron al ritmo del pisón.
—- II —-
¿Con que derecho definía yo a la Patria, bajo un cielo en pañales y un sol que todavía no ha entrado en la leyenda? Los apisonadores de adoquines escupieron la palma de sus manos: en sus ojos de allende se borraba una costa y en sus pies forasteros ya moría una danza. “Ellos vienen del mar y no escuchan”, me dije. “Llegan como el otoño, repletos de semilla, vestidos de hoja muerta.” Yo venía del sur en caballos e idilios: “La Patria es un dolor que aun no sabe su nombre”.
—- III —-
Una lanza española y un cordaje francés riman este poema de mi sangre. Yo ambién soy un hijo del otoño Que llegó del oriente sobre la tez del agua. ¿Qué harían en el sur y en su empresa de toros un cordaaje perdido y una lanza en destierro? Con la virtud erecta de la lanza yo aprendí a gobernar los rebaños furiosos; con el desvelo puro del cordaje yo descubrí la Patria y su inocencia.
—- IV —-
La Patria era una niña de voz y pies desnudos. Yo la vi talonear los caballos frisones en tiempo de labranza, o dirigir los carros graciosos del estío, con las piernas al sol y el idioma en el aire. (Los hombres de mi estirpe no la vieron: sus ojos de aaritmética buscaban el tamaño y el peso de la fruta.)
—- V —-
La Patria era un retozo de niñez en el Sur aventado, en la llanura tamborileante de ganaderías. Yo la vi junto al fuego de las hierras: estampaba su risa en los novillos; o junto al universo de los esquiladores, cosechando el vellón en las ovejas y la copla en las dulces guitarras de septiembre. (No la vieron los hombres de mi clan: sus ojos verticales se perdían en las cotizaciones del Mercado de Lanas)
—- VI —-
Yo vi la Paria en el amanecer que abrían los reseros con la llave mugiente de las tropas. La vi en el mediodía tostado como un pan, entre los domadores que soltaban y ataban el nudo de la furia en sus potrillos. La vi junto a los pozos del agua o del amor, ¡niña y trazando el orbe de sus juegos! Y la vi en el regazo de las noches australes, dormida y con los pechos no brotados aún.
—- VII —-
Por eso desbordé yo mi copa de tierra y un cachorro del viento pareció mi lenguaje. Por eso no he logrado todavía sacarme de los hombros este collar de frutas, ni poner en olvido aquel piafante cinturón de caballos ni esta delicia en armas que recogí en Maipú.
—- VIII —-
Guardosos de semilla, vestidos de hoja muerta, los hombres de mi clan ignoraron la Patria. Con el temblor sin sueño del cordaje la descubrí yo solo allá en Maipú. Y, de pronto, en el mismo corazón de mi júbilo, sentí yo la piedad que se alarmaba y el miedo que nacía. “La Patria es un temor que ha despertado”, me dije yo en el Sur y en su empesa de toros. “Niña, y pintando el orbe de su infancia, en su mano derecha reposa la del ángel y en su izquierda la mano tentadora del viento.”
—- XI —-
Tal fue la enunciación, el derecho y la pena que traje a la Ciudad de la Yegua Tordilla. Y así les hablé yo a los inventores de la ciudad plantada junto al río y a sus ensimismados arquitectos o a sus frutales hombres de negocio. “La Patria es un dolor en elumbral, un pimpollo terrible y un miedo que nos busca: no dormirán los ojos que la miresn, no dormirán ya ell sueño de los bueyes”. (Los apisonadores de adoquines masticaban su pan y su cebolla.)
—- X —-
Y así les hablé yo a los albañiles: “La Patria es un peligro que florece: niña y tentada por su hermoso viento, necesario es vestirla con metales de guerra y calzarla de acero para el baile del laurel y la muerte”. (Los albañiles, desde sus andamios hacían descender caautelosas plomadas.)
—- XI —-
Y dije todavía en la Ciudad, bajo el caliente sol de los herreros: “No sólo hay que forjar el riñón de la Patria, sus costillas de barro, su frente de hormigón: es urgente poblar su costado de Arriba, soplarle en la nariz el ciclón de los dioses la Patria debe ser una provincia de la tierra y el cielo”.
—- XII —-
Me clavaron sus ojos en ausencia los amontonadores de ladrillos. Los abismados hombres de negocio Medían en pulgadas la madera del norte. Nadie oyó mis palabras, y era justo: Yo venía del Sur en caballos y églogas.
—- XIII —-
Y descubrí en mi alma: “Todavía no es tiempo: No es el año ni el siglo ni la edad. La niñez de la Patria jugará todavía más allá de tu muerte y la de todos los herreros que truenan junto al río.”
—- XIV —-
La Patria no ha de ser para nosotros una madre de pechos reventones; ni tampoco una hermana paralela en el tiempo de la flor y la fruta; ni siquiera una novia que nos pide la sangre de un clavel o una herida.
—- XV —-
Yo la vi talonear los caballos australes, niña y pintando el orbe de sus juegos. La Patria no ha de ser para nosotros nada más que una hija y un miedo inevitable, y un dolor que se lleva en el costado sin palabra ni grito.
—- XVI —-
Por eso, nunca más hablaré de la Patria.
JORGE LUIS BORGES (1899-1986)
FUNDACIÓN MÍTICA DE BUENOS AIRES
¿Y fue por este río de sueñera y de barro que las proas vinieron a fundarme la patria? Irían a los tumbos los barquitos pintados entre los camalotes de la corriente zaina.
Pensando bien la cosa, supondremos que el río era azulejo entonces como oriundo del cielo con su estrellita roja para marcar el sitio en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron por un mar que tenía cinco lunas de anchura y aún estaba poblado de sirenas y endriagos y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron unos ranchos trémulos en la costa, durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo, pero son embelecos fraguados en la Boca. Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera pero en mitá del campo presenciada de auroras y lluvias y sudestadas. La manzana pareja que persiste en mi barrio: Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
Un almacén rosado como revés de naipe brilló y en la trastienda conversaron un truco; el almacén rosado floreció en un compadre, ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
El primer organito salvaba el horizonte con su achacoso porte, su habanera y su gringo. El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen, algún piano mandaba tangos de Saborido. Una cigarrería sahumó como una rosa el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres, los hombres compartieron un pasado ilusorio. Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: La juzgo tan eterna como el agua y el aire.
Barrio recuperado Nadie vio la hermosura de las calles hasta que pavoroso en clamor se derrumbó el cielo verdoso en abatimiento de agua y de sombra. El temporal fue unánime y aborrecible a las miradas fue el mundo, pero cuando un arco bendijo con los colores del perdón la tarde, y un olor a tierra mojada alentó los jardines, nos echamos a caminar por las calles como por una recuperada heredad, y en los cristales hubo generosidades de sol y en las hojas lucientes dijo su trémula inmortalidad el estío.
El Gólem
Si (como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de 'rosa' está la rosa y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.
Y, hecho de consonantes y vocales, habrá un terrible Nombre, que la esencia cifre de Dios y que la Omnipotencia guarde en letras y sílabas cabales.
Adán y las estrellas lo supieron en el Jardín. La herrumbre del pecado (dicen los cabalistas) lo ha borrado y las generaciones lo perdieron.
Los artificios y el candor del hombre no tienen fin. Sabemos que hubo un día en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre en las vigilias de la judería.
No a la manera de otras que una vaga sombra insinúan en la vaga historia, aún está verde y viva la memoria de Judá León, que era rabino en Praga.
Sediento de saber lo que Dios sabe, Judá León se dio a permutaciones de letras y a complejas variaciones y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,
la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio, sobre un muñeco que con torpes manos labró, para enseñarle los arcanos de las Letras, del Tiempo y del Espacio.
El simulacro alzó los soñolientos párpados y vio formas y colores que no entendió, perdidos en rumores y ensayó temerosos movimientos.
Gradualmente se vio (como nosotros) aprisionado en esta red sonora de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora, Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.
(El cabalista que ofició de numen a la vasta criatura apodó Golem; estas verdades las refiere Scholem en un docto lugar de su volumen.)
El rabí le explicaba el universo "esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga." y logró, al cabo de años, que el perverso barriera bien o mal la sinagoga.
Tal vez hubo un error en la grafía o en la articulación del Sacro Nombre; a pesar de tan alta hechicería, no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
Sus ojos, menos de hombre que de perro y harto menos de perro que de cosa, seguían al rabí por la dudosa penumbra de las piezas del encierro.
Algo anormal y tosco hubo en el Golem, ya que a su paso el gato del rabino se escondía. (Ese gato no está en Scholem pero, a través del tiempo, lo adivino.)
Elevando a su Dios manos filiales, las devociones de su Dios copiaba o, estúpido y sonriente, se ahuecaba en cóncavas zalemas orientales.
El rabí lo miraba con ternura y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo) 'pude engendrar este penoso hijo y la inacción dejé, que es la cordura?'
'¿Por qué di en agregar a la infinita serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana madeja que en lo eterno se devana, di otra causa, otro efecto y otra cuita?'
En la hora de angustia y de luz vaga, en su Golem los ojos detenía. ¿Quién nos dirá las cosas que sentía Dios, al mirar a su rabino en Praga?
José Portogalo (1904-1973) Los pájaros ciegos 1
Doménico Scalise,
italiano del sur de la península,
pescador, albañil, peón en una chacra
y silbador de tangos en mi barrio.
(Villa Ortúzar entonces nacía en una esquina.
Acordeón de los patios perfumaba sus tardes,
guitarra bolichera su noche de las quintas,
una plaza soñaba, confiada, entre gorriones
y pibes que encontraban su destino en la calle.)
Cuando vine a estas tierras era un niño,
tenía un cielo de oro en las espaldas
y un pájaro en los ojos.
Un día llegué al sueño. Desde entonces
reposo en una fosa golpeado por la lluvia,
por los vientos australes y la nieve.
Cavé mi propia tumba
y al levantar los brazos miré al cielo gritando
¡viva la libertad!
Un proyectil de máuser agujereó mi frente.
Pero no he muerto, sigo respirando en el mundo.
Mi ceniza es del pueblo.
2
Fermín Aguirre, hermano del jilguero. .
Desde gurí, descalzo sin letras, con un silbo,
soñé junto a la orilla del río con el cielo.
Fui tropero después. Bajo la Cruz del Sur
arrimé a mi cansancio la vigilia del sueño.
y fui además galope, temblor de brisa suelta,
incendiado de parvas y eucaliptos
con los canfos del gallo sobre el hombro.
Los pájaros venían de las nubes
-calandrias que orquestaban todo el rumor del alba,
y estaba el colibrí como un relámpago
y el zorzal con su cofre de cristal y rocío,
también estaba el mirlo con su carbón de plumas
y el cardenal, arisco, de púrpura y ceniza-.
La tarde, mi hermanita desnuda entre los cardos,
traía el corazón de las cigarras,
el sauce su pobreza
de pescador confiado en el milagro,
la noche sus harapos de vieja en los caminos.
Mi voz era la brasa de una copla
con desvelo de pueblo en la guitarra
y un saludo efusivo de boliche y galpones.
Chingolito celeste latía mi palabra.
Un día dije: -Amigos, el trigo está en mis manos,
es mío y me lo roban con sus dientes la máquina,
los silos, las planillas, las bolsas, los anteojos
y aquel «Prívate», espeso cubil de oro podrido.
(Entonces eran míos tan sólo la distancia,
el aire, el mate amargo, la hermosura del cielo;
tenía por almohada las ortigas,
por sábana los trapos de la noche al sereno
y por amor la copla de mis penas.)
Cuando dije «la tierra es mía, es tuya»,
alguien quebró mi voz. Ya no estaba en el día
chingolito celeste, mi palabra.
Unas gotas de sangre, amontonadas,
mojaban mi cabeza entre los yuyos.
Mi epitafio es un trébol que sonríe en el campo.
3
Fue una tarde, en octubre.
La primavera entonces lucía entre los árboles
sus primeros fulgares.
Los gorriones, tan díscolos, llegaban a la fuente,
se mojaban el pico, sacudían las alas
y luego recortaban el aire con su vuelo.
El cielo estaba azul sobre la laza,
se paseaba, inocente, en los coanteros
y soñaba, después entre las hojas.
Alguien gritó:
¡viva libertad!
Junto a un charco de sangre estaba yo.
Yo luan Pérez, asturiano, profesión panadero,
veinte años de Argentina, con tres hijos,
un río de esperanza entre mis manos,
Ya el corazón del mundo en mi garganta
no y una copla en mi pecho.
La primavera, ciega, se amontonó en mi sangre.
Desde entonces mi copla perdura entre los pájaros.
4
Viene el aires y pregunta:
-¿Quién eres tú?
La tierra que me alberga, contesta:
-Es un adolescente, asesinado
hace ya cuatro décadas y media, en una calle.
Tenía madre, padre, hermanos y un oficio.
Era digno y resuelto como un pájaro.
También era muy pobre. Sin embargo, reía
la con esa risa fresca de los niños
que aman el corazón de la mañana,
la aventura, los grillos y las locomotoras
que dan el horizonte en sus silbatos.
Era igual que una ráfaga.
Su vida, o esparcida entre amigos, traía una bandera
de pan, de manos sueltas, de voces fraternales.
Su vida era un saludo de campana y de hoguera,
cordial como esa música de acordeón en la noche. ..
Su escudo era el escoplo, la garlopa y la gubia.
Quería a una muchacha con el nombre de un sueño
y al cielo que en su barrio tuteaba a las palomas,
el agua de los charcos,
las veredas, el cerco, la casa de los pobres.
Un primero de mayo, mil novecientos nueve,
un proyectil de máuser
lo tumbó sobre el barro de Céspedes,
esquina Alvarez Thomas. Se llamaba José.
Su apellido español verdece en un romero.
Viene el aire y pregunta:
-¿Quién eres tú, contesta?
-Apenas soy un hombre. La edad no la recuerdo.
Sólo sé que al nacer, mi padre, con el júbilo
de un muchacho, brindó por mi llegada.
Creo que lleva el nombre de Alem aquella fecha.
Mi destino nació señalado en la pólvora.
Viene el aire y pregunta: ¿Quién eres tú?
La tierra que me alberga, contesta: -La mañana, infinita, en su tumba fulgura.
JUAN GELMAN (1930-2014)
Arte Poética
Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío, como un amo implacable me obliga a trabajar de día, de noche, con dolor, con amor, bajo la lluvia, en la catástrofe, cuando se abren los brazos de la ternura o del alma, cuando la enfermedad hunde las manos.
A este oficio me obligan los dolores ajenos, las lágrimas, los pañuelos saludadores, las promesas en medio del otoño o del fuego, los besos del encuentro, los besos del adiós, todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.
Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos, rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte. La más mujer del mundo
sonríe como un cómplice bajo el calor suelta sus animales bellos desnudos indolentes y recorren la tierra llenándola de ansias de carne en libertad ella prepara sus abismos ninguno la conoce en la mitad de la noche me despierta la oigo como enciende su furor y las crepitaciones de rostros que ella quema lentamente contra su voluntad.
María la sirvienta Se llamaba María todo el tiempo de sus 17 años, era capaz de tener alma y sonreír con pajaritos, pero lo importante fue que en la valija le encontraron un niño muerto de tres días envuelto en diarios de la casa.
Qué manera era esa de pecar de pecar, decían las señoras acostumbradas a la discreción y en señal de horror levantaban las cejas con un breve vuelo no desprovisto de encanto.
Los señores meditaron rápidamente sobre los peligros de la prostitución o de la falta de prostitución, rememoraban sus hazañas con chiruzas diversas y decían severos: desde luego querida.
En la comisaría fueron decentes con ella, sólo la manosearon de sargento para arriba, pero María se ocupaba de soñar, los pajaritos se le despintaron bajo la lluvia de lágrimas.
Había mucha gente desagradada con María por su manera de empaquetar los resultados del amor y opinaban que la cárcel le devolvería la decencia o por lo menos francamente la haría menos bruta.
Aquella noche las señoras y señores se perfumaban con ardor pero el niño que decía la verdad, por el niño que era puro, por el que era tierno, por el bueno, en fin, por todos los niños muertos que cargaban en las valijas del alma y empezaron a heder súbitamente mientras la gran ciudad cerraba sus ventanas.
Néstor Perlongher (1949 1992) Hay cadáveres
Bajo las matas En los pajonales Sobre los puentes En los canales Hay Cadáveres
En la trilla de un tren que nunca se detiene En la estela de un barco que naufraga En una olilla, que se desvanece En los muelles los apeaderos los trampolines los malecones Hay Cadáveres
En las redes de los pescadores En el tropiezo de los cangrejales En la del pelo que se toma Con un prendedorcito descolgado Hay Cadáveres
En lo preciso de esta ausencia En lo que raya esa palabra En su divina presencia Comandante, en su raya Hay Cadáveres
En las mangas acaloradas de la mujer del pasaporte que se arroja por la ventana del barquillo con bebito a cuestas En el barquillero que se obliga a hacer garrapiñada En el garrapiñero que se empana En la pana, en la paja, ahí Hay Cadáveres
Precisamente ahí, y en esa richa de la que deshilacha, y en ese soslayo de la que no conviene que se diga, y en el desdén de la que no se diga que no piensa, acaso en la que no se dice que se sepa... Hay Cadáveres
Empero, en la lingüita de ese zapato que se lía, disimuladamente, al espejuelo, en la correíta de esa hebilla que se corre, sin querer, en el techo, patas arriba de ese monedero que se deshincha, como un buhón, y, sin embargo, en esa c... que, cómo se escribía? c... de qué?, más,
Con Todo Sobretodo Hay Cadáveres En el tapado de la que se despelmaza, febrilmente, en la menea de la que se lagarta en esa yedra, inerme en el despanzurrar de la que no se abriga, apenas, sino con un saquito, y en potiche de saquitos, y figurines anteriores, modas pasadas como mejas muertas de las que Hay Cadáveres
Se ven, se los despanza divisantes flotando en el pantano: en la colilla de los pantalones que se enchastran, símilmente; en el ribete de la cola del tapado de seda de la novia, que no se casa porque su novio ha....................! Hay Cadáveres
En ese golpe bajo, en la bajez de esa mofleta, en el disfraz ambiguo de ese buitre, la zeta de esas azaleas, encendidas, en esa obscuridad Hay Cadáveres
Está lleno: en los frasquitos de leche de chancho con que las campesinas agasajan sus fiolos, en los fiordos de las portuarias y marítimas que se dejan amanecer, como a escondidas, con la bombacha llena; en la humedad de esas bolsitas, bolas, que se apisonan al movimiento de de los de Hay Cadáveres
Parece remanido: en la manea de esos gauchos, en el pelaje de esa tropa alzada, en los cañaverales (paja brava), en el botijo de ese gaucho, el olor a matorra de ese juiz Hay Cadáveres
Ay, en el quejido de esa corista que vendía 'estrellas federales' Uy, en el pateo de esa arpista que cogía pequeños perros invertidos, Uau, en el peer de esa carrera cuando rumbea la cascada, con una botella de whisky 'Russo' llena de vidrio en los breteles, en ésos, tan delgados, Hay Cadáveres
En la finura de la modistilla que atara cintas de un buraco hubiere En la delicadeza de las manos que la manicura que electriza las uñas salitrosas, en las mismas cutículas que ella abre, como en una toilette; en el tocador, tan ...indeciso..., que clava preciosamente los alfiles, en las caderas de la Reina y en los cuadernillos de la princesa, que en el sonido de una realeza que se derrumba, oui Hay Cadáveres
Yes, en el estuche de alcanfor del pecho de esa ¡bonita profesora! Ecco, en los tizones con que esa ¡bonita pro /> Verrufas, alforranas (de teflón). macanos muermos: cuando sin... acribi- lla, acrisola, ángeles minados de peces espadas, millas acneicas, o sólo adolescentes, doloridas del dedo de un puntapié en las várices, torreja de ubre, percal crispado, romo clít... Hay Cadáveres
En el país donde se juega el molinero En el estado donde el carnicero vende sus lomos, al contado, y donde todas las Ocupaciones tienen nombre... En las regiones donde una piruja voltea su zorrito de banlon, la hueles desde lejos, desde antaño Hay Cadáveres
En la provincia donde no se dice la verdad En los locales donde no se cuenta una mentira —Esto no sale de acá— En los meaderos de borrachos donde aparece una pústula roja en la bragueta del que orina —esto no va a parar aquí—, contra los azulejos, en el vano, de la 14 o de la 15, Corrientes y Esmeraldas, Hay Cadáveres
Y se convierte inmediatamente en La Cautiva, los caciques le hacen un enema, le abren el c... para sacarle el chico, el marido se queda con la nena, pero ella consigue conservar un escapulario con una foto borroneada, de un camarín donde... Hay Cadáveres
Donde él la traicionó, donde la quiso convencer que ella era una oveja hecha rabona, donde la perra la cagó, donde la puerca dejó caer por la puntilla de boquilla almibarada unos pelillos almizclados, lo sedujo, Hay Cadáveres
Donde ella eyaculó, la bombachita toda blanda, como sobre un bombachón de muñequera, como en cáliz borboteante —los retazos de argolla flotaban en la 'Solución Humectante' (método agua por agua), ella se lo tenía que contar: Hay Cadáveres
El feto, criándose en un arroyuelo ratonil, La abuela, afeitándose en un bols de lavandina, La suegra, jalándose unas pepitas de sarmiento, La tía, volviéndose loca por unos peines encurvados: Hay Cadáveres
La familia, hurgándolo en los repliegues de las sábanas La amiga, cosiendo sin parar el desgarrón de una 'calada' El gil, chupándose una yuta por unos papelitos desleídos Un chongo, cuando intentaba introducirla por el caño de escape de una Kombi, Hay Cadáveres
La despeinada, cuyo rodete se ha raído por culpa de tanto 'rayito de sol', tanto 'clarito'; La martinera, cuyo corazón prefirió no saberlo; La desposeída, que se enganchó los dientes al intentar huir de un taxi; La que deseó, detrás de una mantilla untuosa, desdentarse para no ver lo que veía: Hay Cadáveres
La matrona casada, que le hizo el favor a la muchacha pasándole un buen punto; la tejedora que no cánsase, que se cansó buscando el punto bien discreto que no mostrara nada —y al mismo tiempo diera a entender lo que pasase—; la dueña de la fábrica, que vio las venas de sus obreras urdirse táctilmente en los telares —y daba esa textura acompasada... lila... La lianera, que procuró enroscarse en los hilambres, las púas Hay Cadáveres
La que hace años que no ve una pija La que se la imagina, como aterciopelada, en un cuna (o cuña) Beba, que se escapó con su marido, ya impotente, a una quinta donde los vigilaban, con un naso, o con un martillito, en las rodillas, le tomaron los pezones, con una tenacilla (Beba era tan bonita como una profeso- ra...) Hay Cadáveres
Era ver contra toda evidencia Era callar contra todo silencio Era manifestar contra todo acto Contra toda lambida era chupar Hay Cadáveres
Era: 'No le digas que lo viste conmigo porque capaz que se dan cuenta' O- 'No le vayas a contar que los vimos porque a ver si se lo toma a pecho' Acaso: 'No te conviene que lo sepa porque te amputan una teta' Aún: 'Hoy asaltaron a una vaca' 'Cuando lo veas hace de cuenta que no te diste cuenta de nada ...y listo' Hay Cadáveres
Como una muletilla se le enchufaba en el pezcuello Como una frase hecha le atornillaba los corsets, las fajas Como un titilar olvidadizo, eran como resplandores de mangrullo, como una corbata se avizora, pinche de plata, así Hay Cadáveres En el campo En el campo En la casa En la Caza Ahí Hay Cadáveres
En el decaer de esta escritura En el borroneo de esas inscripciones En el difuminar de estas leyendas En las conversaciones de lesbianas que se muestran la marca de la liga, En ese puño elástico, Hay Cadáveres
Decir 'en' no es una maravilla? Una pretensión de centramiento′? Un centramiento de lo céntrico, cuyo forward muere al amanecer, y descompuesto de El Túnel Hay Cadáveres
Un área donde principales fosas? Un loro donde aristas enjauladas? Un pabellón de lolas pajareras? Una pepa, trincada, en el cubismo de superficie frívola...? Hay Cadáveres
Yo no te lo quería comentar, Fernando, pero esa vez que me mandaste a la oficina, a hacer los trámites, cuando yo cruzaba la calle, una viejita se cayó, por una biela, y los carruajes que pasaban, con esos crepés tan anticuados (ya preciso, te dije, de otro pantalón blanco), vos crees que se iban a detener, Fernando? Imagina... Hay Cadáveres
Estamos hartas de esta reiteración, y llenas de esta reiteración estamos. Las damiselas italianas pierden la tapita del Luis XV en La Boca! Las 'modelos' del partido polaco— no encuentran los botones (el escote cerraba por atrás) en La Matanza! Cholas baratas y envidiosas —cuya catinga no compite— en Quilines! Monas muy guapas en los corsos de Avellaneda! Barracas! Hay Cadáveres
Ay, no le digas nada a doña Marta, ella le cuenta al nieto que es colimba! Y si se entera Misia Amalia, que tiene un novio federal! Y la que paya, si callase! La que bordona, arpona! Ni a la vitrolera, que es botona! Ni al lustrabotas, cachafaz! Ni a la que hace el género 'volante'! NI Hay Cadáveres
Féretros alegóricos! Sótanos metafóricos! Pocillos metonímicos! Ex-plícito! Hay Cadáveres
Ejercicios Campañas Consorcios Condominios Contractus Hay Cadáveres
Yermos o Luengos Pozzis o Westerleys Rouges o Sombras Tablas o Pliegues Hay Cadáveres
—Todo esto no viene así nomás —Por qué no? —No me digas que los vas a contar —No te parece? —Cuándo te recibiste? —Militaba? —Hay Cadáveres? Saliste Sola Con el Fresquito de la Noche Cuando te Sorprendieron los Relámpagos No Llevaste un Saquito Y Hay Cadáveres
Se entiende? Estaba claro? No era un poco demás para la época? Las uñas azuladas? Hay Cadáveres
Yo soy aquél que ayer nomás… Ella es la que… Veíase el arpa… En alfombrada sala... Villegas o Hay Cadáveres
JACOBO FIJMAN (1898-1970)
Ha caído mi voz
Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.
Mi voz: Pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas.
Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades blancas.
Estamos en el mundo y con los ojos en la noche. Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.
Subcristal Zarpas monótonas amarillentas de las horas de Otoño, en las cifras muy lentas de mi hastío.
Tonalidades; respuestas y llamadas de motivos en una discordancia de apariencias. Brilla el cristal de mi locura. Efervescencias bruscas; ojos endemoniados de un molino junto al enorme zueco de una carreta que relincha.
Cascan mis dientes piedras de blasfemia.
ALEJANDRA PIZARNIK (1936-1972)
El miedo
En el eco de mis muertes aún hay miedo. ¿Sabes tu del miedo? Sé del miedo cuando digo mi nombre. Es el miedo, el miedo con sombrero negro escondiendo ratas en mi sangre, o el miedo con labios muertos bebiendo mis deseos. Sí. En el eco de mis muertes aún hay miedo.
Naufragio inconcluso
Afuera hay sol. No es más que un sol pero los hombres lo miran y después cantan.
Yo no sé del sol. Yo sé la melodía del ángel y el sermón caliente del último viento. Sé gritar hasta el alba cuando la muerte se posa desnuda en mi sombra.
Yo lloro debajo de mi nombre. Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad bailan conmigo. Yo oculto clavos para escarnecer a mis sueños enfermos.
Afuera hay sol. Yo me visto de cenizas. Los trabajos y las noches para reconocer en la sed mi emblema para significar el único sueño para no sustentarme nunca de nuevo en el amor
he sido toda ofrenda un puro errar de loba en el bosque en la noche de los cuerpos
para decir la palabra inocente Hijas del viento Han venido. Invaden la sangre. Huelen a plumas, a carencia, a llanto. Pero tú alimentas al miedo y a la soledad como a dos animales pequeños perdidos en el desierto.
Han venido a incendiar la edad del sueño. Un adiós es tu vida. Pero tú te abrazas como la serpiente loca de movimiento que sólo se halla a sí misma porque no hay nadie.
Tú lloras debajo de tu llanto, tú abres el cofre de tus deseos y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad que las palabras se suicidan.
DIANA BELLESSI (1946) He construido un jardín He construido un jardín como quien hace los gestos correctos en el lugar errado. Errado, no de error, sino de lugar otro, como hablar con el reflejo del espejo y no con quien se mira en él. He construido un jardín para dialogar allí, codo a codo en la belleza, con la siempre muda pero activa muerte trabajando el corazón. Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo atisba las dos orillas, no hay nada, más que los gestos precisos dejarse ir para cuidarlo y ser, el jardín. Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte hablando en perfecto y distanciado castellano. Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía que te allega, a la orilla lejana de la muerte.
Ahora la lengua puede desatarse para hablar. Ella que nunca pudo el escalpelo del horror provista de herramientas para hacer, maravilloso de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror si la belleza lo sostiene. Mira el agujero ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo en el espejo frente al cual, la operatoria carece de sentido.
Tener un jardín, es dejarse tener por él y su eterno movimiento de partida. Flores, semillas y plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una tarde de verano, para verlo excediéndose de sí, mientras la sombra de su caída anuncia en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir sin sueño del sujeto cuando muere, mientras la especie que lo contiene no cesa de forjarse. El jardín exige, a su jardinera verlo morir. Demanda su mano que recorte y modifique la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros bajo la noche helada. El jardín mata y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer gestos correctos en el lugar errado, disuelve la ecuación, descubre páramo. Amor reclamado en diferencia como cielo azul oscuro contra la pena. Gota regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas a la orilla más lejana. I wish you were here amor, pero sos, jardinera y no jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.
OLIVERIO GIRONDO (1891-1967)
Espantapájaro No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible
- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.
Aparición urbana ¿Surgió de bajo tierra? ¿Se desprendió del cielo? Estaba entre los ruidos, herido, malherido, inmóvil, en silencio, hincado ante la tarde, ante lo inevitable, las venas adheridas al espanto, al asfalto, con sus crenchas caídas, con sus ojos de santo, todo, todo desnudo, casi azul, de tan blanco.
Hablaban de un caballo. Yo creo que era un ángel.
ALFONSINA STORNI (1892-1938) Frente al mar
Oh mar, enorme mar, corazón fiero De ritmo desigual, corazón malo, Yo soy más blanda que ese pobre palo Que se pudre en tus ondas prisionero.
Oh mar, dame tu cólera tremenda, Yo me pasé la vida perdonando, Porque entendía, mar, yo me fui dando: «Piedad, piedad para el que más ofenda».
Vulgaridad, vulgaridad me acosa. Ah, me han comprado la ciudad y el hombre. Hazme tener tu cólera sin nombre: Ya me fatiga esta misión de rosa.
¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena, Me falta el aire y donde falta quedo, Quisiera no entender, pero no puedo: Es la vulgaridad que me envenena.
Me empobrecí porque entender abruma, Me empobrecí porque entender sofoca, ¡Bendecida la fuerza de la roca! Yo tengo el corazón como la espuma.
Mar, yo soñaba ser como tú eres, Allá en las tardes que la vida mía Bajo las horas cálidas se abría... Ah, yo soñaba ser como tú eres.
Mírame aquí, pequeña, miserable, Todo dolor me vence, todo sueño; Mar, dame, dame el inefable empeño De tornarme soberbia, inalcanzable.
Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza. ¡Aire de mar!... ¡Oh, tempestad! ¡Oh enojo! Desdichada de mí, soy un abrojo, Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.
Y el alma mía es como el mar, es eso, Ah, la ciudad la pudre y la equivoca; Pequeña vida que dolor provoca, ¡Que pueda libertarme de su peso!
Vuele mi empeño, mi esperanza vuele... La vida mía debió ser horrible, Debió ser una arteria incontenible Y apenas es cicatriz que siempre duele.
VOY A DORMIR Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme prestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera; una constelación; la que te guste; todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes... te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido...
 |