Os encontráis con una nueva asignatura. Como siempre, ante lo desconocido uno reacciona de acuerdo con su propia personalidad: Hay quien siente preocupación






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EL SABER FILOSÓFICO.


1.- Introducción.-
Os encontráis con una nueva asignatura. Como siempre, ante lo desconocido uno reacciona de acuerdo con su propia personalidad: Hay quien siente preocupación (incluso un poco de temor), quien piensa que puede aportarle algo nuevo y mantiene una actitud expectante, quien con lo que ha oído ya se ha hecho una idea y piensa que es un rollo, quien ha concluido que es una asignatura más que hay que aprobar, incluso quien pronostica que será una pérdida de tiempo porque… ¿para qué me va a valer a mí la filosofía?
Bueno, estaría bien empezar planteándonos qué entendemos por filosofía, qué creéis que vamos a estudiar en esta asignatura, si puede haber algo interesante en su estudio, qué es lo que os han contado y cuánto hay de verdad en ello… y ya estamos empezando a filosofar.
¿Os habéis planteado alguna vez lo diferentes que pueden ser las interpretaciones que distintas personas hacen de una misma realidad? Fijaos que eso nos lleva a otras cuestiones: ¿quién tiene razón?, ¿qué es la verdad, entonces?, ¿puede uno estar seguro de una cosa y no ser cierta?. Y ¿cómo lo sabemos?, seguramente dialogando, utilizando el lenguaje para comunicarnos, ¿pensáis que hay otros animales en la naturaleza que pueden comunicarse de la manera que nosotros los hacemos?.
En fin, podríamos seguir encadenando preguntas y nos iríamos, casi sin darnos cuenta, adentrando en el contenido del saber filosófico.
Hay una primera definición de filosofía, que es la que se basa en su etimología, en el significado de los términos que componen la palabra: filo (φυλοσ) – sofia (σοφόσ): amor a la sabiduría. Este término se atribuye generalmente a un filósofo griego que conoceréis por otras cuestiones, se llamaba Pitágoras y a él se dirigió el tirano León llamándole sabio, a lo que Pitágoras contestó que él no era un sabio, sino alguien que aspiraba a serlo, que amaba la sabiduría, que buscaba el saber y el conocimiento.
Ese es el significado etimológico de la palabra filosofía: amor a la sabiduría.

Hoy desde muchos ámbitos, incluso el filosófico, se levantan voces que anuncian la muerte de la filosofía en nuestro mundo. Parece que en un momento en que la ciencia pretende llegar desde lo más recóndito del ser humano a lo más alejado en el espacio ya no hay lugar para ese tipo de reflexión, siempre frustrada, siempre recurrente, que más que avanzar, profundiza, que más que progresar, golpea terca e insistentemente el mismo lugar, sobre los mismos conceptos.
Y es que, tradicionalmente, la filosofía ha cumplido un buen papel social. El filósofo en Grecia, poco menos que dirigía la sociedad. Elaboraba constituciones, educaba a la juventud, justificaba la situación establecida. Era una persona que, en realidad, cumplía una función importante. En la Edad Media acercaba los misterios a las mentes más racionalistas, servía a la teología para que ésta fuese creíble desde un ámbito meramente humano. En el Renacimiento dirigía toda la cultura, esa explosión de Humanismo, de pensamiento en ebullición, de clases de saber, de planteamientos nuevos. Incluso la Ilustración necesitaba un soporte teórico que, en definitiva, es aportado por la filosofía.
Pero parece ser que en el mundo actual la legitimación de la realidad, de la situación, ya no debe venir de la filosofía, sino de la ciencia. Se necesita una base absolutamente segura, y la filosofía ha perdido esa capacidad de ofrecer seguridad que en otros tiempos tuvo. Actualmente somos más prácticos, más técnicos, quién sabe si menos personas, pero no importa.
De todas formas tampoco estoy seguro de poder definir filosofía de una manera absoluta, es decir, que contemple todos los matices que la actividad tiene y que expresa toda la amplitud y la profundidad de su intención.
La filosofía se identificó con la sabiduría en Grecia. Santo Tomás la definió como la ciencia de todas las cosas en sus últimas causas utilizando sólo la luz natural de la razón humana. A partir de Descartes, la filosofía se convirtió en el intento de llegar a descubrir un método para llegar al conocimiento cierto. En Kant la filosofía se convierte en una crítica a las desnaturalizaciones de la razón. Con Marx la filosofía toma tierra y se transforma en una guía para transformar las condiciones reales de la existencia. En Nietzsche es un grito desesperado en defensa de la vida. En Wittgenstein se convierte en un mero análisis del lenguaje, ya que es un saber sustantivo; y, en cambio, en Marcase y la Escuela de Frankfurt es una crítica de la razón instrumental, de la razón científico-técnica.
Y a pesar de los pesares se sigue haciendo filosofía. Y a pesar de haber decretado su muerte, la filosofía, como Lázaro, resucita permanentemente y sigue transitando con mayor o menor fortuna, por todos los caminos del mundo.
Y es que, de alguna manera, el proceso de humanización, eso que nos hace ser los animales más especiales de cuantos existen, se debe precisamente a la capacidad de interrogarnos por nosotros mismos, por nosotros como individuos (cada uno de nosotros), y por nosotros como sociedad (las distintas agrupaciones de las que formamos parte) y eso no es otra cosa que filosofar.
Se convierte así la filosofía en una nota característica, definitoria de nuestra realidad como especie, constitutiva de eso que nos conforma, que nos hace, que nos realiza.
2.- El origen de la filosofía.
Existe un gran acuerdo entre los especialistas en situar el nacimiento de la filosofía en las poleis de Asia Menor sobre el Siglo VI a.C., concretamente en la región de Jonia (una colonia griega) y, concretando aún más, en la polis de Mileto.

En el Siglo VI a.C. la Hélade, o mundo griego, ocupaba buena parte de las costas del Mediterráneo. Jonia, en Asia Menor, era uno de sus centros más activos. Aquí se habían establecido los antiguos aqueos (huyendo de la arrasada Micenas) y aquí había “escrito” Homero sus obras. Además, en esta época Grecia sufrió una importante transformación socio-económica. Antes era un país primordialmente agrícola, pero a partir de entonces comenzó a desarrollarse cada vez más la industria artesana y el comercio. Se hizo necesario entonces fundar centros de presentación comercial que, precisamente surgieron primero en las colonias jónicas. En la polis de Mileto, el centro económico más importante, Tales será el primer filósofo.

2.1.-La religión: religión pública y religión mistérica.
Se suele dividir la religión de los griegos en pública y mistérica. La pública será la practicada por la mayoría de los ciudadanos y estará basada fundamentalmente en los mitos de Homero y Hesíodo (es lo que se conoce como mitología griega). La mistérica surgirá cuando una serie de personas se sienten decepcionados por la religión pública y fundan una serie de sectas donde practican cultos alternativos al oficial.

La religión pública era fundamentalmente politeísta: una gran cantidad de deidades que representaban fuerzas naturales a través de formas humadas idealizadas (Zeus, del rayo; Eolo, del viento; Efestos, del fuego; etc.). Los dioses son hombres amplificados e idealizados y, en consecuencia, sólo difieren de esos hombres en cantidad y no en cualidad. Al ser, fundamentalmente, representantes de las fuerzas naturales y no ser cualitativamente distintos a los hombres, se considera la religión griega como una forma de naturalismo. Así, lo que esta religión exige del hombre no es un radical cambio interior, un elevarse por encima de sí mismo, sino, por el contrario, seguir su propia naturaleza. Todo lo que se pide al hombre es que haga en honor a los dioses aquello que es conforme a la propia naturaleza. Por ello, un tema fundamental en el pensamiento griego, será la naturaleza.

La religión de los misterios se alejaba de esta visión (si bien se enmarcaba en su politeísmo general) y se centraba en unas creencias específicas con unos rituales propios. La religión no oficial más importante fue la representada por los misterios órficos. El orfismo fue fundado por el poeta Orfeo, del que no tenemos ningún registro histórico, y basa su importancia en introducir un nuevo esquema de creencias y una nueva interpretación de la existencia humana. El núcleo de estas creencias puede centrarse en lo siguiente: el hombre alberga un principio divino (un demonio o alma) que se encarna en un cuerpo debido a una culpa originaria. Este demonio no muere con el cuerpo sino que va reencarnándose buscando su purificación y la plena expiación de su culpa. Cuando acaba este ciclo de reencarnaciones el alma va a un más allá donde es premiado. Esta idea de premios y castigos de ultratumba surge cuando el hombre se enfrenta al absurdo de que en esta vida los virtuosos sufren y los viciosos gozan. Con esta concepción surge el dualismo que caracterizará gran parte de la historia de la filosofía y cae en declive el naturalismo de la religión pública, ya que para purificarse, el hombre ha de renunciar a sus impulsos naturales y dejar en soledad el elemento divino: hay que desprenderse del cuerpo. Esto tendrá gran influencia en los pitagóricos y en Platón.

2.2.- Características fundamentales del mito. Homero y Hesíodo.
Los mitos constituyen uno de los primeros intentos del ser humano de hacerse cargo del mundo que le rodea: explicar y dominar la naturaleza y, también, comprender quién es el mismo. Este tipo de narraciones ocupó un lugar importante en la evolución de muchos pueblos, entre ellos el griego, porque les proveyó de sus primeras descripciones y explicaciones del mundo: de su entorno natural, de los fenómenos atmosféricos, de las principales culturas o de la vida de ultratumba. Los principales rasgos que comparten los mitos serán los siguientes:

  1. Recurren a personajes legendarios. Dioses o grandes héroes serán los protagonistas de los relatos. Los dioses serán personificaciones de los fenómenos naturales que pretenden explicar (antropomorfismo).

  2. Ocurren en un pasado remoto prestigioso. El presente es visto como una época degenerada de una anterior Edad de Oro en el que ocurrieron todos aquellos grandes eventos

  3. Son relatos imaginativos y fantásticos. Aunque se basan en una atenta observación de la realidad y de los problemas fundamentales de la existencia, sus explicaciones no son racionales porque no se justifican ni se demuestran. Los fenómenos que se describen no obedecen a leyes precisas y comprobables, sino a la voluntad caprichosa de los dioses, a sus disputas y amores. Por lo tanto, la realidad es caótica y arbitraria, poco ordenada.

  4. El autor es siempre desconocido y colectivo. Los mitos no son fruto de la creación consciente e intencionada de una persona concreta a quien se le puedan atribuir, sino que son consecuencia de una formación lenta, espontánea y popular.

  5. Poseen un carácter tradicional y acrítico. Al ser anónimos y, además, normalmente no están escritos, se transmiten de padres a hijos. Los miembros de una cultura reciben los mitos y lo aceptan, pero no participan activamente en su formación. Los mitos no se critican ni se modifican, se aceptan y asumen tal y como vienen dados por la tradición.


2.3.- El paso del Mito al Logos.
Características fundamentales del logos.
La filosofía surge como un tipo de conocimiento distinto y, en muchos sentidos, opuesto al mito, en torno al siglo VI a.C. con los pensadores de la escuela de Mileto. Por esa razón, el origen de la filosofía suele caracterizarse con la expresión el paso del mito al logos. La palabra logos significa en griego razón, discurso, palabra; es decir, el paso del mito al logos va a suponer el paso progresivo de unas explicaciones de la realidad de tipo mítico a otras de tipo racional. Veamos las características fundamentales del nuevo pensamiento racional:

  1. No recurre a personajes legendarios. La razón o logos, intenta explicar la realidad a partir de la observación directa de lo que ocurre, buscando en ella principios y causas naturales. Las explicaciones se hacen entonces menos antropomórficas (el rayo ya no es un dios, sino un fenómeno natural que obedecerá a causas naturales) En general, los primeros filósofos van a mantener un cierto escepticismo hacia los dioses.

  2. Se centra en el presente. Para explicar lo que ocurre no hace falta irse a un pasado remoto lleno de dioses y héroes. Hay que observar la realidad aquí y ahora y explicarle desde este mismo presente.

  3. Las explicaciones requieren justificación racional. Las descripciones de la realidad no se aceptan sin más, sino que se intentan dar razones, justificar racionalmente el por qué. Parten de la observación e intentan explicarla racionalmente. La realidad se hace entonces ordenada, sujeta a leyes y principios y no ya sujeta a los caprichos y vicisitudes de la vida de los dioses.

  4. El autor es conocido e individual: la filosofía no es anónima ni creada popularmente por la tradición. Cada filósofo será conocido por sus propias teorías. Así hablaremos de la filosofía de Platón o de Kant.

  5. Es crítico con la tradición. La filosofía no va a aceptar nada sin un previo análisis crítico. El logos va a dudar de todo aquello que no sea racional y como el mito esencialmente no lo es, será muy crítica con el mito. Autores como Jenófanes serán muy críticos con la religión pública



Los físicos jonios: el logos teórico.
Los primeros desarrollos filosóficos parecen haber surgido a principios del siglo VI a.C., en Jonia, en la costa oeste del Asia Menor (la actual Turquía, justo al otro lado del mar Egeo desde la Grecia continental). Más concretamente hizo aparición en la ciudad de Mileto, en la costa sur de Jonia, de la mano de Tales, Anaximandro y Anaxímenes, extendiéndose posteriormente por todo el territorio.
Mientras la misma Grecia se hallaba en un estado de caos y de relativa barbarie, a consecuencia de las invasiones dorias que hundieron la antigua cultura egea, Jonia conservó el espíritu de la civilización anterior. Fue en Jonia donde se originó la nueva civilización griega. Jonia, donde la vieja sangre y el espíritu egeos perduraron más. Enseñó a la nueva Grecia, le dio las monedas acuñadas y las letras, el arte y la poesía, y sus marinos, quitándoles la primacía a los fenicios, llevaron su nueva cultura hasta los que entonces pasaban por ser los confines de la tierra.
La filosofía nació allí con el carácter de una actividad ociosa, es decir, no impulsada por las necesidades de tipo práctico, sino ocupada tan sólo de la verdad: como un modo de saber que sólo pretende saber.
Lo que salta claramente a la vista en la figura de los primeros filósofos –que no se atribuyeron, naturalmente, a sí mismos este nombre platónico- es su peculiar actitud espiritual: su consagración incondicional al conocimiento, al estudio y la profundización del ser por sí mismo. Esta actitud pareció a los griegos posteriores, y aun a los contemporáneos, algo completamente paradójico, pero suscitó al mismo tiempo, su más alta admiración. La sosegada indiferencia de aquellos investigadores por las cosas que parecían importantes al resto de los hombres, como el dinero, el honor, e incluso la casa y la familia; su aparente ceguera para sus propios intereses y su indiferencia ante las emociones de la plaza pública, dieron lugar a las conocidas anécdotas relativas a la actitud espiritual de aquellos pensadores que, recogidas especialmente por la Academia platónica y por la escuela peripatética, fueron puestas como ejemplo y modelo de la vida teorética, considerada por Platón como la verdadera praxis de los filósofos. En estas anécdotas el filósofo es el gran extravagante, algo misterioso, pero digno de estima, que se levanta por encima de la sociedad de los hombres, o se separa deliberadamente de ella para consagrarse a los estudios. Es ingenuo como un niño, torpe y poco práctico y existe fuera de las condiciones del espacio y el tiempo. El sabio Tales, abstraído por la observación de algún fenómeno celeste, cae en un pozo, y su criada, natural de Tracia, se burla de él porque quiere saber las cosas del cielo y no ve lo que hay bajo sus pies. Pitágoras, al serle preguntado por qué vive, responde: Para considerar el cielo y las estrellas. Anaxágoras, acusado de no cuidar de su familia ni de su patria, señala con la mano hacia el cielo y dice: Allí está mi patria. Común a todos es esta incomprensible consagración al conocimiento del cosmos, a la “meteorología”, como se decía todavía entonces en un sentido más amplio y más profundo, es decir, a la ciencia de las cosas de lo alto.
Lo que no saltaba tan claramente a la vista, y sin embargo constituía el verdadero manantial de la filosofía, era que los presocráticos repiensan la forma mítica de considerar la realidad y se dicen: ¿cómo va a estar el fundamento o principio de las cosas que ahora existen en un pasado?; ¿cómo se puede pensar que lo que hace que algo sea real no sea él mismo ya real, sino lo que lo fue?; el pasado es “lo que ya no es” y el futuro es “lo que todavía no es”, pero entonces, en rigor, ni el pasado ni el futuro son. ¿Cómo entonces el no-ser va a ser fundamento y origen del ser? Véase lo decisivo de su concepción del tiempo: en el mito, “lo que ya no es” es; ¿se puede decir un absurdo más grande? esto es para nuestros amigos una pura contradicción, locura desatada. Ellos piensan: sólo el presente es. Y de pronto el mundo se les ilumina: ¡se ha hecho la luz, el fundamento de las cosas está en las cosas! El fundamento no es independiente de lo fundado y viceversa. Un objeto pasado o futuro no es objeto en absoluto. Los objetos sólo lo son en presente, por ejemplo: la lluvia llueve. A esta indisoluble unidad de verbo y nombre, sin la que es imposible pensar nada real, es a lo que habitualmente se denomina physis. Aquello que se busca es, sin embargo, el arjé (que significa principio y se escribe αρχή en griego).
La filosofía o cosmología jonia es pues, principalmente, un intento de aclarar en qué consiste el principio de todas las cosas o dicho de otro modo, en qué consiste su ser. El saber qué elemento eligió cada filósofo como arjé no importa tanto, cuanto el hecho mismo de que tuvieron en común esta idea. En este caso es más importante la pregunta que las respuestas, porque se trata de dar una explicación de la naturaleza desde la propia naturaleza, de intentar explicar su composición, sus cambios, los fenómenos que en ella se producen, desde sí misma, sin recurrir a fuerzas ajenas, míticas, divinas, que, por lo mismo, son caprichosas, frente a la explicación natural que exige una constancia, una necesidad, una fijeza. Aquí tenemos el principio del pensar racional, de la filosofía y de la ciencia.
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