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Unidad 2, lectura 3. Unidad 2. Lectura 3. El presente material se encuentra protegido por derechos de autor. Se reproduce para uso exclusivo de los estudiantes de Teología del SFT, de la PUJ. Fuente: Duchrow, Ulrich, Alternativas al capitalismo global, Abya-Yala, Quito 1998, p.168-183. Nota: Sobre la lectura, se han realizado modificaciones para su mejor comprensión, y se ha complementado con datos provenientes de: Vermeylen, Jacques, Diez claves para abrir la Biblia, Desclée de Brouwer, Bilbao 2000, p. 59-66.
La muerte de Josías, que murió combatiendo en Meggidó, el año 609, marca el final de un breve período de independencia nacional para el Estado de Judá. A Josías lo sucede Yoyaquim (608-598), quien enfrenta una profunda crisis al quedar su país sometido a la tributación egipcia y, posteriormente, a la tributación babilónica desde el 605. Yoyaquim se rebela en el 601, pero en el 598 Nabucodonosor, emperador babilónico, pone cerco a Jerusalén, que es tomada pronto y el rey Yoyaquim es asesinado. A Yoyaquim le sucede Joaquín, que es deportado inmediatamente a Babilonia junto con los notables, los soldados y los hombres capaces de fabricar armas. En el trono de Jerusalén es puesto un rey títere, Sedecías (598-587), quien a su vez se rebela contra Nabucodonosor en el 588. La ciudad padeció un nuevo asedio despiadado y fue tomada en julio del 587. Las murallas fueron desmanteladas, el Templo incendiado, abolida la realeza, y se asiste a una nueva deportación de las élites a Babilonia, mientras que otros grupos se autoexilian a países vecinos, en especial Egipto. El drama del año 587, donde termina formalmente la monarquía judáica, marca el final de una época: no sólo el país está sometido ahora a un gobernador extranjero, sino que, sobre todo, la desgracia nacional suscita una inmensa cuestión sobre la bondad y la justicia de Yahvé. Estos acontecimientos de los años 598 y 587 abren un período de profunda crisis, particularmente aguda el tiempo que dura el exilio de Babilonia. Y aunque en un momento posterior retornaron los deportados, no se recuperó la serenidad: la herida abierta en el siglo VI nunca cicatrizó por completo, y la conciencia israelita sufrió el impacto de nuevas desgracias (dominación extranjera, división en el mismo seno del pueblo judío, persecución, diáspora). A lo largo de este largo y doloroso período fue madurando, poco a poco, la fe en Yahvé, al tiempo que irá creciendo la esperanza de la irrupción de su Reinado. Por otra parte, durante los dramáticos acontecimientos del siglo VI, nace un fenómeno capital para la historia del judaísmo: la diáspora. A partir de ahora, el pueblo de Israel no coincide ya con su tierra: importantes grupos, deportados forzosos o grupos que huyen de la violencia, van a establecerse, para largos siglos, no sólo en Babilonia, sino también en Egipto, en las regiones de Transjordania y, con toda seguridad, en otros lugares. 1.1. La época del gran exilio (del 598/587 al 525 a.c.) El aplastamiento de Jerusalén fue un drama para todos: no sólo fue devastado el país y dispersada su población, sino que, además, ya no hay ni Templo, ni rey. Estos acontecimientos abren una crisis religiosa sin precedente: Yahvé parece haber rechazado a su propio pueblo. Este queda dividido a partir de ahora en tres grupos: los que han huido, los que se han quedado en el país y los deportados, que desarrollan diversas teologías (que más adelante se explicarán) en respuesta a las nuevas situaciones, teologías que se explicitarán en las reediciones y reelaboraciones de la literatura religiosa: el Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio), la «historia deuteronómica» (Josué, Jueces, 1-2 Samuel, 1-2 Reyes), los libros proféticos (Isaías, Jeremías, Amos, etc.), en especial. Tras la muerte de Nabucodonosor (562), declina el imperio babilónico, al tiempo que los medos y los persas se unen bajo la autoridad de Ciro. Este último se apodera del Asia Menor y ataca después a la misma Babilonia, que cae como una fruta madura (539). 1.2. La época persa (539-333 a.c.). El imperio persa que domina el Oriente Próximo durante dos siglos, se extiende a lo largo de un inmenso territorio -desde la India al Mediterráneo-, donde Judá no representa más que una parte minúscula. Los Persas adoptan una política de tolerancia religiosa y alientan las religiones locales, incluida la religión judía. Siguen la misma política en materia administrativa y cultural. Los dos siglos que duró el imperio persa fueron, en conjunto, menos agitados que los precedentes, aun cuando los Persas se vieran obligados a reprimir algunas revueltas o a guerrear en la fronteras (en especial contra los griegos y los egipcios). Este largo período de relativa paz permitió el desarrollo del comercio. En el caso de los israelitas, la época persa está marcada por la extensión de la diáspora, aunque también por conflictos entre diferentes grupos, cuyo reflejo aparece en una abundante producción literaria. El régimen persa permitió a los deportados volver a sus tierras de origen (Esdras 1). Con todo, muchos se quedaron en Babilonia, y fueron los más motivados desde el punto de vista religioso (los «sionistas») quienes volvieron a Jerusalén. Se origina una fuerte tensión entre la gente que se había quedado en Israel y los sionistas, que se presentan como los únicos verdaderos israelitas. Bajo permiso Persa, los gobernadores judíos reconstruyen el templo de Jerusalén (520-515), pero una revuelta interna del imperio persa trae una nueva época de zozobra. En el 482 esta guerra civil interna destruye la ciudad de Babilonia, y los judíos consideran este acontecimiento un signo del fin del mundo pagano. Los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel y Sofonías son reorganizados en función de esta convicción: en adelante, los oráculos sobre las naciones constituyen el centro de la obra, entre los anuncios de desgracias (relativas al pasado) y las perspectivas de triunfo de Sión. El gobernador de Judá, Nehemías, en el 445, emprende la restauración de Sión, reconstruyendo las murallas de Jerusalén y repoblándola con gente exclusivamente sionista. Fue, sin duda, por la misma época cuando nació la espiritualidad del «Resto de Israel», que se expresa en una abundante literatura (primera edición de Job, Salmos, nueva edición de los libros profetices, etc.). Bajo la gobernación de Esdras (398), el gobernador persa Artajerjes II quiere asegurar la fidelidad de Jerusalén debido a la amenaza egipcia. Concede entonces grandes favores a la comunidad de Sión, que se ve reforzada con la llegada de nuevos emigrantes procedentes de Babilonia y el Templo recibe tesoros. Con ello, Esdras podrá dictar una Ley, reconocida por la autoridad persa, para todo el mundo judío: se trata, sin duda, del Pentateuco, que recibe su última redacción. Esta Ley corresponde al triunfo de la tendencia radical de la comunidad de Jerusalén, frente a tendencias más flexibles: la oposición entre «justos» e «impíos» se vuelve cada vez más viva, y este radicalismo se expresa en una extensa literatura donde aflora la espiritualidad de los «pobres de Yahvé» (numerosos salmos, nueva edición del libro de Job, etc.). El imperio persa cede en el 333, finalmente, ante la fuerza de los ejércitos griegos de Alejandro Magno, quien se apodera de toda la región palestina.
La independencia Israelita ha colapsado definitivamente, pues, desde el 586 a.c., y con ello todos los intentos institucionales de reforma en favor de los campesinos del territorio. A pesar de la tragedia del colapso de la monarquía judáica y la deportación, los pobres rurales que se quedaron en el territorio, en el campo, mejoraron su posición tras la deportación de la clase alta. Todos obtuvieron algo de tierra otra vez y pudieron organizarse sin un estado ni un templo en una forma igualitaria y autónoma, según lo previsto por el Dt 14, aunque ello con limitaciones: fueron llamados a trabajar en la administración provincial (Lam 5,13), así que no eran totalmente autónomos. Y aunque Judá no era independiente al estar administrada por los babilonios y posteriormente por los persas, la fe campesina en Yahvé permitió conservar pequeñas alternativas en torno a mejores formas de vida marcadas por la solidaridad, incluso bajo la ley imperial. 2. 1. Grupos en el exilio. Esta presencia de los ideales de solidaridad, tuvo que ver con los exiliados en Babilonia y Egipto, que de alguna manera lograron conservar las tradiciones del Deuteronomio y sus exigencias de conversión a Yahvé. Posiblemente en Egipto, estos grupos exiliados conforman el “Movimiento Deuteronómico”, que se conforma por diversas vertientes, entre las cuales se destacan los deutoronomistas de Jeremías (D-Jer) y los compiladores de lo que se conoce como la historia deuteronómica (hist-D). Los deuteronomistas de Jeremías (D-Jer) se detectarán por la revisión de las palabras originales de Jeremías. Hubo evidentemente movimientos proféticos posteriores que estudiaron las palabras de los profetas tras el colapso de la monarquía, para entender por qué salió tan mal y tener perspectivas para comenzar de nuevo. En el caso de los D-Jer, probablemente eran grupos que, siguiendo la tradición de Jeremías y del grupo reformista deuteronómico, hicieron trabajo misionero entre los que se quedaron en casa y entre sus descendientes, recordando a las gentes los acontecimientos que condujeron a la caída de la monarquía y las acusaciones hechas a los monarcas por los profetas, e insistiendo en evitar los sincretismos para poder garantizar un mínimo de justicia social. Y si bien eran críticos con la monarquía y el templo del estado, no excluían una monarquía reformada. Setenta años después de su caída esperaban un punto de conversión a través del perdón de Yahvé, expresado en que Dios puso su ley en una nueva alianza en el corazón de los israelitas, para que pudieran cumplirla desde adentro (Jer 31:31ss.). La historia deuteronómica (hist-D) es la primera presentación total de la historia de Israel desde la ocupación de la tierra hasta el Exilio, y por eso incluye textos que recorren todo el camino desde el Deuteronomio al segundo libro de los Reyes. Los varios niveles de edición dan fe de un proceso de trabajo que se extendió a un largo periodo de tiempo. De los énfasis de esta presentación de la historia podemos recoger que detrás de la hist-D probablemente hay grupos reformistas que provienen de la antigua dirección nacional religiosa: los sacerdotes y los profetas del templo (ahora sin trabajo), y también los ancianos de entre los que se quedaron en casa, en Judá. De cualquier modo, los sacerdotes "levitas", quienes en la hist-D simplemente son los sacerdotes de Jerusalén, y los ancianos juegan un papel vital en esta presentación de la historia crítica con los reyes. Evalúan la historia teniendo como referente la Ley de Moisés, aunque insistiendo para ello en términos de un comportamiento inadecuado hacia dioses extranjeros, lo que les hace ignorar las problemáticas socioeconómicas y políticas de aquella historia. Con esto, su pensamiento se mueve en términos de ver el fracaso de Israel y su posible recuperación, como un asunto de reavivamiento del culto estatal en Jerusalén. Claro que aún después del colapso, no había nada parecido a un cambio de orientación general, que envolviera a todos los grupos y clases de la población. Además de la identificación (Dt 14s) con el tiempo de la solidaridad, preestatal y sin gobernante, y los deuteronomistas de Jeremías social religiosos, también estaba la continuación de la tradición nacional religiosa de la hist-D (es verdad que purificada). Pero había otras nuevas aproximaciones. Los grupos exiliados en Babilonia, una vez perdida su referencia religiosa impulsada por el Estado, conservan su identidad en torno a los núcleos familiares, donde las historias pre-estatales de los padres adquirieron un nuevo significado y se contaron y volvieron a contar una y otra vez. En estas circunstancias, la circuncisión y la observancia del sábado también adquirieron una significación especial, mediante los esfuerzos hechos para mantener en la diáspora la identidad del pueblo elegido. Existe allí un grupo de profetas de la escuela de Isaías (cuya obra se conserva en los caps.40-55 del libro de Isaías, conocido como el Deutero-Isaías), que interpretan la historia como reveladora de una nueva acción salvadora por medio de Yahvé, y con ella, de la esperanza. En la teología que elabora este grupo, es crucial, primero, un entendimiento completamente nuevo de la relación entre Yahvé y la monarquía. Cuando en el 539 a.c. el rey Ciro de Persia derrota a los babilónicos, tomando el control de la región palestina y permitiendo la vuelta de los exiliados a sus territorios, este grupo interpreta que es Yahvé quien ha inspirado la actuación de Ciro para liberar a Israel y otros pueblos del yugo del imperio babilónico (Is 41,2s.; 25; 45,4); esto implica que Yahvé pasa de ser un Dios nacional –en su interpretación- a ser un dios de todo el mundo, con una tendencia crítica hacia todo gobierno, pues este es visto como impotente cuando Yahvé se decide liberar a sus víctimas. Y si los actos salvadores de Yahvé ya no afectan sólo a Israel sino a todos los pueblos, se implica, en segundo lugar, un convencimiento de la función mediadora de Israel para la salvación del mundo, ya no mediante la subyugación política sino por invitación a todas las naciones para que se conviertan a Yahvé y sean salvadas (Is 45,22). En tercer lugar, se marca el fin del contubernio entre poder divino y político: la autoridad universal de Yahvé como rey se convierte en una creencia básica que excluye cualquier monarquía humana (es decir, la concentración institucionalizada del poder político como reflejo del poder del estado y poder de la divinidad); se concibe entonces que, antes que una restauración estatal, Yahvé mismo será el rey, liberará a los oprimidos y fortalecerá a los débiles y a los que se han fatigado (Is 40,29-31), haciendo de la vuelta desde Babilonia será un nuevo Éxodo (Is 52,12), y reemplazando el ejercicio del poder por el ejercicio de la justicia (Is 42,1-4). Este es el sentido de la Canción del Siervo Sufriente Israel (Is 52, 13-53), donde intuye que Israel puede traer salvación a los pueblos, no en su poder, grandeza y fama, sino precisamente en la fase de su absoluta impotencia, soportando en substitución sus sufrimientos y pecados. Este es el primer intento en el plan de Dios para la historia de dar un significado positivo a la pérdida de Israel del poder político, y probablemente la interpretación teológica más profunda que jamás haya tenido el doloroso periodo del exilio. Otro grupo de exiliados babilónicos es el grupo sacerdotal de la escuela del profeta Ezequiel (Ez 40-48), entre el 573 y el 520, quienes enfatizan la santidad del templo de Jerusalén, en el que Dios hará su morada en mitad de su pueblo después del retorno de los exiliados. La conclusión política más importante de su teología de santidad es la extensa liberación del culto de cualquier tipo de guardianía estatal, donde el Templo ya no pertenece a ningún rey, y sus sacerdotes son mantenidos (base económica) con tierras claramente definidas (no cerca de la ciudad capital), sin que por ello puedan reclamar nada más ni dar tierras a las familias de los funcionarios, para evitar los fenómenos de concentración de tierra y empobrecimiento de los campesinos ocurridos en el tiempo de los reyes. Se trata, entonces, de un intento de división equitativa de tierras que busca que todas las familias logren una base libre e igual, no gravada por la intervención estatal, como en los tiempos previos al estado, dando incluso derecho a los extranjeros a obtener una porción. En esta forma, el antiguo impulso liberador de la religión preestatal de Yahvé ganó otra vez terreno bajo esas condiciones de cambio total. Es impresionante ver la fuerza teológica con la cual los diferentes grupos del destruido reino de Judá, que acabamos de mencionar, trataron de superar la catástrofe y planear, o implementar, un nuevo comienzo. Todos ellos, con todas sus diferencias, concuerdan en algo: Yahvé demuestra su singularidad en que, habiendo roto el poder político del rey y el lazo ideológico entre el culto y el rey -que se habían combinado para ocasionar la destrucción económica del pueblo, destrucción política e idolatría-, hace el regalo de un nuevo comienzo que conlleva la santificación del culto, la igualdad económica y la autodeterminación política para el pueblo. Sin importar cuánto podía realizarse o no en la provincia de Judea del tiempo posterior al exilio (ahora parte del imperio persa), estos escritos contienen una fuente de fe para humanizar a la sociedad, que no puede agotarse nunca, y que el Deutero-Isaías pensaba que atraería a los pueblos en esperanza hacia Yahvé, el Dios de la liberación, que fortalece a los débiles. ¿Qué podría ponerse en práctica de todo esto cuando los persas permitieron regresar a los exiliados (desde aproximadamente el 520 a.C.) y unirse con los que se habían quedado en casa en la construcción de una nueva comunidad en Judá? No es necesario presentar aquí en su totalidad la muy compleja descripción de todos los diferentes grupos y corrientes en competencia y en cooperación. Nosotros nos limitaremos a los fundamentos y a dar algunos ejemplos. 2. 2. A la vuelta del exilio: nuevas formas organizativas, en tono correctivo antes que constitutivo. Lo más importante es que la teología pre-exílica del rey, el estado y el Templo no cobró vigencia. Claro que había señales evidentes de que durante el periodo persa algunos círculos de la aristocracia y de la jerarquía sacerdotal se opusieron al principio (cuando podían) a las reformas sociales y políticas; e hicieron lo mismo hacia el final de este periodo y entonces ganaron un creciente poder, sobre todo en el periodo heleno-romano siguiente. Pero en los comienzos del periodo posterior al exilio, algo hizo crisis y desacreditó la profecía radical, que quedó al margen de la sociedad, si no fue bajo tierra: esto se debió a su actividad que creaba una atmósfera de rebelión en la época de la vuelta del exilio, por lo que fueron radicalmente silenciados. Su predicación, así, perdió fuerza, su esperanza de futuro se volvió escatológica (Dios intervendría radicalmente desde afuera y acabaría con toda explotación y miseria económica, y toda opresión política), y su papel público se redujo considerablemente, sólo rescatado en época posterior con la literatura apocalíptica. La reorganización de la vida de la comunidad judía en el periodo persa era obra de una coalición de la masa de los campesinos libres (minifundistas) y una parte de la clase alta de mentalidad reformista, de parte de los grupos mencionados. Esta coalición constituyó un Consejo de los Ancianos (cuerpo laico de representantes de asociaciones de familias extendidas o clanes), un Colegio de Sacerdotes, y una Asamblea del Pueblo; en todo ello no se preveía un rey (por demás, no permitido por los persas). De este modo, la estructura del autogobierno judío en el periodo persa, con su semiautonomía, era un intento de una reconstrucción artificial de la estructura social del periodo preestatal. Pero el hecho de la semiautonomía y la dependencia administrativa hacia los persas, hace que el intento de estructuración de las relaciones socio económicas con sus raíces en Yahvé, el Dios de la liberación, no pueda funcionar del todo. Sigue la tributación, ahora a los persas tal como antes al rey; parte de la clase alta sigue rechazando la solidaridad; los campesinos siguen viviendo los fenómenos de pobreza, deuda y esclavitud. Por eso todas las leyes y reglas de conducta tenían más un carácter correctivo que constitutivo, en comparación con las del Deuteronomio. Sólo así se podía expresar efectivamente el deseo de igualdad y solidaridad. Aquí tenemos algunos ejemplos. En los círculos sacerdotales, tras el retorno a Judá, se empezó a elaborar el llamado "documento sacerdotal" (S), que proporcionó la base para la reordenación de las relaciones en la Judea posterior al exilio y la redacción del Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia). Esta redacción estuvo impulsada también por el mismo imperio persa, quienes tenían la costumbre de registrar por escrito las prácticas cultuales y legales de los pueblos subyugados, con el objeto, por un lado, de estimular la lealtad al Imperio al mostrar interés en estas tradiciones propias del pueblo, y, por el otro, de poder controlar mejor a los pueblos que ellos mismos gobernaban según los principios que reconocían. De esta manera se fue conformando el Pentateuco como la Torá de Israel, completado entre el 515 a.c. y el 445 a.C. En los escritos sacerdotales de la Torá (S) aparecen tres nuevos acentos que, empezando desde la Creación, hacen posible sentir la presencia de Dios y labrar la voluntad de Dios en leyes, incluso en la Diáspora, y luego en la semiautonomía del Imperio persa: S afloja el lazo entre la Ley de Dios y el Éxodo, la posesión de la tierra y el culto; S interpreta el Éxodo en una nueva forma radical (la presencia de Dios libera a su pueblo para la santidad) y hace posible así los fundamentos de una Ley que obedecerán no sólo los terratenientes libres; S hace centrales para el culto al perdón y la reconciliación, e integra así en la Torá el fracaso de Israel en observarlos. En esta redacción sacerdotal, es esencial el Cap.25 del Levítico, el llamado “Código de la santidad”, pues dibuja la posibilidad de construir alternativas aún bajo dominio del imperio persa. Sus elementos relevantes serían los siguientes:
3. Lo económico, como posibilidad de fiesta y sustento para la vida. Todo esto no es simplemente una cuestión ética. Se trata, ante todo, de un cuerpo de leyes que buscaba defender los intereses económicos de un grupo muy específico del pueblo de Israel. El texto tiene un inequívoco punto de vista de clase; interviene en la lucha de clases en favor de quienes el sustento y la libertad están amenazados y contra aquellos en cuyas manos se empiezan a concentrar los medios de producción. Se trata de una teología que intenta asegurar una economía PARA la vida, y la vida de aquellos que han sido excluidos de las posibilidades económicas. Una teología que, sin reemplazar a la economía, la hace inequívoca, asegurando la economía tal como ésta se representa inequívoca e intransigentemente para los intereses de quienes son santos a los ojos de Yahvé: el pueblo que él condujo fuera de la casa de la esclavitud. Lo que aquí se va describiendo es una sociedad transformada, encabezada por Yahvé, donde es posible establecer elementos de solidaridad aprovechando el pequeño espacio libre que dejan las autoridades imperiales (que no por ello dejaban de exigir el tributo y por tanto, seguían saqueando). Incluso si la concesión de este espacio puede verse como parte de la tradición de actos de clemencia de les reyes en el antiguo Cercano Oriente, la ley codificada que surge en Judea va claramente más allá de los actos individuales de este tipo y levanta preguntas sobre el sistema. Judea es una sociedad transformada en el periodo persa, sostenida por los campesinos productores (la Asamblea del Pueblo) y sus aliados en el Consejo de los Ancianos y el Colegio de Sacerdotes, bajo la regencia (monárquica) de Dios en un rincón del reino tributario de los persas. Transformada en el sentido de que no está organizada como un sistema tributario de rey y templo, sino que tiene lazos con la sociedad autónoma e igualitaria de la época preestatal. Es una contracultura semiautónoma. En tanto en cuanto sus clases altas sacerdotales y político económicas vuelven la espalda a la solidaridad, contribuyen a la caída de la República de la Torá. Un último apunte alrededor de esta sociedad transformada. Los intentos igualitarios implican la búsqueda de reorientar los tributos hacia los que no tenían medios de producción propios. Pero también se reorientaban hacia los costos de un festival de la comunidad con un gran banquete en el que todos podían participar: "Allí emplearás este dinero en todo lo que desees, ganado mayor o menor, vino o bebida fermentada, todo lo que tu alma apetezca; comerás allí y te regocijarás, tú y tu familia, en la presencia de Yahvé tu Dios" (Dt 14, 26). De similar manera se pronuncia Esdras: tras la promesa del pueblo de mantener la Ley (la Torá de Yahvé), “Podéis marchar ahora; comed ricos manjares y bebidas dulces, y mandad su ración a quien no puede preparárselo; porque este día está consagrado a nuestro señor. Que no haya tristeza, pues la alegría en el Señor es vuestra fortaleza” (Neh 8, 10). Es decir, la solidaridad no es algo rígido y triste. Una economía sostenedora de la vida (para todos) es algo alegre.
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