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FILOSOFÍA MODERNA TEMA 3. RENÉ DESCARTES. 3.1. Biografía y obras René Descartes nació en 1596 en Francia. Educado en el colegio jesuita de La Flèche, donde pronto comenzó a cuestionarse el pensamiento clásico y a sentirse atraído por la seguridad y certeza de las Matemáticas (de la cual fue un importante teórico) y por la nueva ciencia. Igualmente, comenzó a ser conocido en Europa especialmente a raíz de la publicación, en la década de 1640, de sus obras filosóficas. Dedicado a una vida de estudio, la reina Cristina de Suecia le hizo llamar a Estocolmo para que le diera clases de Filosofía. Allí murió en 1650. OBRAS MAS IMPORTANTES: Discurso del método, Las meditaciones metafísicas, Las reglas para la dirección del espíritu. 3. 2. Problema del conocimiento y de Dios 3.2.1. Racionalismo y método El siglo XVII viene marcado por el definitivo declive de la filosofía escolástica y el nacimiento de la filosofía moderna, teniendo como fundador a Descartes. Esta filosofía vendrá marcada primero por el racionalismo, movimiento continental que defiende la razón como fuente fundamental del conocimiento, y cuyos autores fundamentales son Descartes, Spinoza y Leibniz. Sin embargo, a finales de siglo se hará fuerte en las islas británicas el empirismo, iniciado por Locke, y que de la mano de Berkeley y especialmente de Hume, ambos ya del siglo XVIII, irá tomando cada vez mayor auge. Descartes ha sido considerado como el padre de la filosofía moderna. Su proyecto inicial pretende el logro de una ciencia universal. El proyecto cartesiano se concreta en la unidad de la ciencia, bajo el modelo matemático. Descartes no acepta los cimientos del conocimiento aceptados por sus predecesores y por ello se esfuerza por construir un nuevo edificio filosófico, asentado sobre cimientos firmes. Este proyecto genuinamente cartesiano de elaboración de una ciencia universal nace en gran medida como reacción frente a la filosofía escolástica llena de disputas y desacuerdos. Descartes considerará que el método ha de ser único y común en sus reglas para todas las ciencias. Las matemáticas le sirvieron de paradigma o modelo en la búsqueda de unas primeras verdades absolutamente ciertas que le sirvieran de apoyo en la reconstrucción del edificio de la ciencia y la filosofía. Así pues, Descartes se decide por una filosofía que asegure el conocimiento perfecto de todas las cosas que el hombre puede saber, tanto para la conducta de su vida (moral), como para la conservación de su salud (medicina) como para la invención de las artes (mecánica). Si toda la casa se derrumba, si se hunden la vieja metafísica y la vieja ciencia, entonces el nuevo método aparecerá como el principio de un saber nuevo, que está en disposición de impedir que nos perdamos en ciertas formas de escepticismo. Es urgente, pues, diseñar una filosofía que justifique la confianza en la razón, una filosofía capaz de encontrar la verdad fundamentándose en un método universal y fecundo. Descartes llama la atención sobre el fundamento, porque de éste depende la amplitud y la solidez del edificio que hay que construir y contraponer al edificio aristotélico, sobre el cual se apoya la tradición filosófica anterior. Lo que urge poner en claro es el fundamento que permita un nuevo tipo de conocimiento de la totalidad de lo real, por lo menos en sus líneas esenciales. En síntesis, el proyecto cartesiano propugna la unidad de todas las ciencias, que dependen de un único método obtenido a partir del modelo que ofrecen las matemáticas. Descartes consagra la razón como fuente principal de conocimiento y seguro criterio de verdad. Sobre tales principios racionalistas apoya, a su vez, su método que será, a un mismo tiempo, punto de arranque y meta de su filosofía. Descartes concibe el método como un camino seguro que nos llevará a un conocimiento perfecto, proporcionándonos certeza y evidencia, pues "toda ciencia es un conocimiento cierto y evidente". Así pues, entiende el método como un conjunto de reglas ciertas y sencillas que impiden tomar jamás un error por una verdad LAS REGLAS DEL MÉTODO Veamos cuáles son las cuatro reglas que configuran el método cartesiano: 1ª regla. Constituye tanto el punto de partida como el punto de llegada del método. Dice así: “Nunca acoger nada como verdadero, si antes no se conoce que lo es con evidencia: por lo tanto evitar la precipitación; y no establecer juicios que estén más allá de lo que se presenta ante mi inteligencia de forma clara y distinta excluyendo cualquier posibilidad de duda”. Esta primera regla se convierte así en el principio normativo fundamental, porque todo debe converger hacia la claridad y la distinción, a las que precisamente se reduce la evidencia. 2ª regla. “Dividir todo problema que se someta a estudio en tantas partes menores como sea posible y necesario para resolverlo mejor”. Se trata de un defensa del método analítico, el único que nos puede llevar hasta la evidencia, porque al desmenuzar lo complejo en sus partes más sencillas, permite que el intelecto despeje todas sus dudas. 3ª regla. Al análisis le debe seguir la síntesis. “La tercera regla es la de conducir con orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo que hay un orden”. Se trata de reconstruir un orden o de crear una cadena de razonamientos, que van desde lo sencillo hasta lo compuesto y que no pueden dejar de tener una correspondencia con la realidad. ¿Cuál es la importancia de la síntesis? Puede parecer que a través de este doble trabajo no surge nada realmente nuevo, ya que acabamos por encontrar el mismo objeto del cuál habíamos partido. En realidad ya no es el mismo objeto: el compuesto reconstruido es otra cosa, ya que está penetrado por la luminosidad transparente del pensamiento. 4ª regla. “La última regla es la de efectuar en todas partes enumeraciones tan complejas y revisiones tan generales que se esté seguro de no haber omitido nada”. Todo el método consiste en seguir un orden, es decir, en reconducir las proposiciones oscuras a las más simples, y en ascender a continuación, gradualmente, de lo más simple a lo más complejo, apoyándose siempre en la intuición y en la deducción. 3.2.2. La duda metódica Descartes aplica sus reglas al saber tradicional para comprobar si contiene alguna verdad tan clara y distinta que permita eliminar cualquier motivo de duda. Empezaremos señalando que buena parte del saber tradicional pretende estar basado en la experiencia sensible. Ahora bien, ¿cómo es posible considerar como cierto e indudable un saber que se origina en los sentidos, si éstos a veces nos engañan? Por ello, Descartes en el Discurso del Método afirma lo siguiente: “Dado que los sentidos a veces nos engañan, decidí suponer que ninguna cosa era tal como nos la representaban los sentidos”. Por lo tanto, cabe dudar que las cosas sean como las percibimos por los sentidos. Pero ello no nos permite dudar que existan las cosas que percibimos Descartes también nos presenta en sus “Meditaciones Metafísicas” la confusión que el ser humano experimenta entre el sueño y la vigilia. En alguna que otra ocasión nos ha sucedido que hemos estado convencidos de vivir una situación que tan sólo era un sueño o una pesadilla, pero tan sólo nos hemos dado cuenta que era una ficción en el momento de despertar, ya que mientras tanto estábamos convencidos que era real; por ello Descartes nos dice, ¿cómo podemos estar convencidos de que lo que estamos viviendo ahora es real o tan sólo un sueño? Por lo tanto, podemos dudar de la existencia de las cosas y del mundo material (incluido nuestro cuerpo). Pero ello no nos permite dudar de un cierto tipo de verdades, como las matemáticas. Dormidos o despiertos los ángulos de un triángulo suman 180 º en la geometría de Euclides. La tercera razón para dudar es la más radical de todas: la hipótesis del genio maligno. Si Dios permite que me engañe a veces, ¿no es posible que, al razonar, me engañe siempre hasta incluso cuando estoy más absolutamente seguro como en el caso de las verdades matemáticas? La hipótesis del genio maligno se formula así: no es imposible que en vez de Dios exista un ser infinitamente poderoso e inteligente cuyo único empeño no sea otro que el de hacer que me confunda y me engañe incluso cuando más seguro estoy de mis razonamientos. Es posible que no exista pero ¿y si existiera? Ninguna seguridad tengo de que no exista por eso puedo dudar absolutamente de todo aquello de lo que estaba completamente seguro. Por lo tanto, puedo dudar de las verdades matemáticas, de la existencia de Dios y de su veracidad. Podemos concluir afirmando que no existe en el edificio del saber ningún rincón sano. La casa se hunde porque los cimientos están socavados. Nada resiste a la fuerza corrosiva de la duda. Descarte escribe lo siguiente en las Meditaciones Metafísicas: “Yo supongo que todas las cosas que veo son falsas; me digo a mí mismo que jamás ha existido nada de lo que mi memoria llena de mentiras me representa; pienso que no tengo ningún sentido; creo que el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar no son más que ficciones de mi espíritu. ¿Qué podrá ser considerado como verdadero? ¿Ninguna otra cosa, quizás que no sea que en el mundo nada hay de cierto?”. Es obvio que aquí no nos encontramos ante la duda de los escépticos. Aquí la duda quiere llevar hacia la verdad, y por eso se llama “metódica”, en la medida en que constituye un paso obligado, pero también provisional, para llegar hasta la verdad. Descartes quiere poner en crisis el dogmatismo de los filósofos tradicionales y, al mismo tiempo, combatir aquella actitud próxima al escepticismo que se dedicaba a ponerlo todo en duda, sin ofrecer nada a cambio. A través de la duda, Descartes quiere remover las aguas estancadas de la conciencia tradicional, quiere que se perciba el fecundo peso de la duda, para que surja algo más auténtico y más seguro. 3.2.3.Certeza fundamental: “Cogito ergo sum” “Después de haberlo puesto todo en duda, “inmediatamente después, hube de constatar que, aunque quería pensar que todo era falso, era por fuerza necesario que yo, que así pensaba, fuese algo. Y al observar que esta verdad ‘pienso, luego soy’, era tan firme y sólida que no eran capaces de conmoverla ni siquiera las más extravagantes hipótesis de los escépticos, juzgué que podía aceptarla como el primer principio de la filosofía que yo buscaba”. La proposición “pienso, luego existo” es absolutamente verdadera, porque incluso la duda –por extremada y radical que se muestre- la confirma. “Pienso, luego soy” no es un razonamiento, es una pura intuición, se trata de un acto intuitivo, gracias al cual percibo mi existencia en tanto pensante. Cuando Descartes trata de definir nuestra existencia, sostiene que ésta es una res cogitans, una cosa pensante, una res cogitans. Descartes tan sólo va a aceptar como verdaderas aquellas cosas que se conciban de una manera clara y distinta; de este modo la claridad y la distinción cobran una especial importancia. Nuestro “yo” o la conciencia propia como realidad pensante se presenta con los rasgos de la claridad y la distinción. A partir de ahora todo saber tendrá que inspirarse en dicho método, porque no está fundamentado por la matemática, sino que fundamenta a ésta, al igual que a cualquier otra ciencia. Aquello a lo que este método conduce y aquello sobre lo que se fundamenta es la razón humana, aquella recta razón que pertenece a todos los hombres. 3.2.4. Res cogitans, res extensa y res infinita (Problema del conocimiento y problema de Dios) Ya que Descartes coloca el fundamento del saber en la conciencia, ¿cómo se logrará salir de ésta y reafirmar el mundo exterior? En resumen, las ideas, como formas mentales resultan indudables, porque tengo de ellas una percepción inmediata, pero en la medida en que representan una realidad distinta de mí, ¿son verídicas, representan una realidad objetiva o son simples ficciones mentales? Antes de responder a esta pregunta, conviene recordar que Descartes divide las ideas en tres clases: ideas innatas, las que encuentro en mí, nacidas junto con mi conciencia; ideas adventicias, que me llegan desde fuera y se refieren a cosas por completo distintas de mí; e ideas facticias, o construidas por mí mismo a partir de otras ideas. Descartando estas últimas como ilusorias, el problema se centra en la objetividad de las ideas innatas y de las ideas adventicias. Las ideas adventicias, que me remiten a un mundo exterior, ¿son realmente objetivas? ¿Quién garantiza tal objetividad? Podría responderse: la claridad y la distinción. Pero, ¿y si los sentidos nos engañasen? Para hacer frente a esta serie de dificultades y para fundamentar de manera definitiva el carácter objetivo de nuestro conocimiento, Descartes plantea la existencia de Dios. Entre las muchas ideas que hay en la conciencia, Descartes destaca la idea innata de Dios, en cuanto “sustancia infinita, eterna, inmutable, omnisciente, y por la cual yo mismo y todas las demás cosas que existen (si es verdad que existen cosas) hemos sido creados y producidos”. El autor de esta idea, que está en mí, no soy yo, imperfecto y finito, ni ningún ser igualmente limitado. Tal idea que está en mí pero no procede de mí, sólo puede tener como causa adecuada a un ser infinito, es decir, a Dios. La misma idea innata de Dios puede proporcionarnos una segunda reflexión que confirma los resultados de la primera argumentación. Si la idea de un ser infinito que está en mí, también procediese de mí, ¿no me habría producido yo mismo de un modo perfecto e ilimitado, y no por el contrario imperfecto, como se aprecia a través de la duda y de la aspiración jamás satisfecha a la felicidad y a la perfección? Finalmente, apoyándose en las implicaciones de dicha idea, Descartes formula un tercer argumento, conocido con el nombre de prueba ontológica formulado por Anselmo de Canterbury. La existencia es parte integrante de la esencia, por lo cual no es posible tener la idea de Dios sin admitir al mismo tiempo su existencia; al no poder concebir a Dios sin existencia, se sigue que Dios existe verdadera y necesariamente. Bajo la protectora fuerza de Dios los sentidos no nos pueden engañar, puesto que en tal caso Dios mismo sería el responsable de este engaño. Y como Dios es sumamente perfecto, no quiere mentir. Aquel Dios, en cuyo nombre se intentaba obstaculizar la expansión del nuevo pensamiento científico, aparece aquí como el garante de la capacidad cognoscitiva de nuestras facultades. La duda se ve derrotada y el criterio de evidencia está justificado de modo concluyente. Así pues, Dios garantiza, por un lado, que existe una realidad exterior al cogito, y por otro lado, que tal realidad material (res extensa) o Mundo es tal y como mis ‘ideas claras y distintas’ (evidentes) lo piensan. Pero, no todas las ideas que maneja nuestro pensamiento son ‘claras y distintas’. Según Descartes, sólo aquellas ideas que se refieren a las llamadas cualidades primarias de los objetos, como son las de espacio y movimiento, poseen la claridad y distinción necesarias para que la razón las considere verdaderas. Mientras que todas aquellas ideas que maneja nuestro pensamiento y que se refieren a lo que Descartes denomina cualidades secundarias de los objetos, como son las de sonido, sabor, tacto, olor, etc., no poseen la claridad y distinción que toda idea necesita para que la razón la considere verdadera y nos proporcione una representación adecuada de la realidad. El único Mundo que nuestra razón concibe con evidencia no es éste de nuestra vida cotidiana, conocido a través de los sentidos y sometido a fluctuaciones de muy diverso tipo, sino uno compuesto de líneas, ángulos y figuras geométricas que se mueven en el espacio. Para Descartes, el mundo físico o material es un colosal mecanismo de relojería creado y puesto en movimiento inicialmente por Dios, pero que ahora se mueve por sí mismo en virtud de ciertas leyes físicas, como por ejemplo, el principio de inercia (“cuando una parte de la materia ha empezado a moverse, no hay razón alguna para pensar que dejará de hacerlo si no encuentra nada que retarde o detenga su movimiento”), la ley del movimiento rectilíneo (“todo cuerpo que se mueve tiende a continuar su movimiento en línea recta a no ser que algo, otro cuerpo, se lo impida”), la ley de la conservación del movimiento (“si un cuerpo que se mueve encuentra otro más fuerte que él, no pierde nada de su movimiento; y si se encuentra otro más débil que pueda ser movido por él, pierde tanto movimiento como transmite a éste”), etc. Este es el mundo que nuestra razón, no nuestros sentidos, concibe con claridad y distinción, el mundo que es capaz de pensar con precisión e incluso belleza la razón matemática. Las causas aristotélicas (material, formal, eficiente y final) son desechadas por Descartes como ‘ideas confusas’ (erróneas). La única causalidad evidente racionalmente es la causalidad mecánica: todo movimiento en la naturaleza está causado por el choque entre partes de la materia, no por la búsqueda de finalidades o télos como afirmaba Aristóteles. ¿Y los seres vivos? Descartes sostiene que son mecanismos muy perfeccionados. Los animales y los vegetales son autómatas carentes por completo de alma, ya sea vegetativa o sensitiva. ¿Y el hombre? El hombre, para Descartes, es una realidad compuesta de dos sustancias: espíritu y materia. En cuanto cuerpo material o ‘sustancia extensa’, el hombre está sometido a las mismas leyes mecánicas que cualquier otro cuerpo material. Pero, en cuanto espíritu o ‘sustancia pensante’, el hombre es libre y escapa, por tanto, a las leyes que rigen inexorablemente los movimientos de la materia. El hombre es, pues, una unión accidental (igual que para Platón) de dos sustancias: una material y otra espiritual. Y dado que cada sustancia es una realidad que existe con independencia de la otra, Descartes explicará la interacción entre ambas (es decir, el hecho de que una modificación en la sustancia material, como por ejemplo, una presión sobre el cuerpo, llegue a afectar al alma produciendo en ella alguna sensación, o el hecho de que una modificación en la sustancia pensante, como por ejemplo, un deseo, pueda causar movimientos en el cuerpo) diciendo que es a través de la glándula pineal, situada en el cerebro, como se produce la ‘comunicación’ o acción recíproca entre ambas sustancias. 3.3 Antropología y ética Descartes afirmará un dualismo según el cual alma (el cogito) y cuerpo (sustancia extensa) mantienen una lucha permanente siendo dos sustancias diferentes. La relación entre estas dos sustancias se da a través de la glándula pineal, haciendo posible al alma gobernar el cuerpo a través de dicha conexión. El ser humano es propiamente la sustancia pensante (el cogito), independiente de la sustancia extensa (que en este caso es su cuerpo físico). El cuerpo, como toda la realidad física, actúa como una máquina (tal y como defiende el Mecanicismo) y no puede comportarse de forma libre. Sin embargo, el alma (el cogito), que es inmortal, actúa de forma libre y debe gobernar a esa misma máquina. Con el desarrollo de la perfección del alma se consigue la felicidad. Descartes identifica el desarrollo de la perfección del alma con el desarrollo de la libertad. La libertad se consigue con el dominio y guía de los deseos y pasiones que surgen del cuerpo pues entonces es cuando el sujeto no se encuentra dominado por la sustancia extensa sino que gobierna en él su cogito siendo, por tanto, auténticamente libre. La libertad es así concebida como la realización por la voluntad de lo que propone el entendimiento como bueno y verdadero. ![]() ESQUEMA DESCARTES Descartes, siglo XVII, es el fundador de la Filosofía Moderna y principal pensador de la corriente filosófica del racionalismo. El racionalismo es una escuela filosófica que considera a la razón, frente a los sentidos, como verdadera fuente de conocimiento Para Descartes lo fundamental es buscar un conocimiento cierto y seguro, una teoría que sea verdad sin ningún tipo de duda. Por ello, su prioridad será buscar un método que nos ayude a razonar, a modo de guía. Además, este método debe ser compatible con la forma de pensar de la razón humana, pues si no sería inútil. Por ello, lo primero que hace es analizar la forma de actuar de la propia razón llegando a la conclusión de que en esta razón, que es la misma para todos los hombres, se distinguen dos modos de conocimiento: la intuición o luz natural, conocimiento de las ideas simples que surgen de la propia razón de forma clara y distinta, cuya verdad es evidente e indudable; y la deducción, que es el conocimiento de una sucesión de intuiciones de las ideas simples y de las conexiones que la razón descubre entre ellas para llegar a verdades complejas, juicios o leyes. De esta forma, para Descartes, al existir estos dos modos de conocimiento, el método y proceso que se debe seguir para llegar a conocer deberá seguir dos pasos: el análisis, por el que se dividen las ideas complejas hasta llegar a las ideas simples y evidentes para que puedan ser intuidas; y la síntesis, por la que mediante la deducción se llega a una conclusión que permite comprender lo complejo y construir leyes que lo expliquen. Descartes aplicará este método para buscar una verdad indudable, a través del análisis, y poder llegar así, con la síntesis, a una metafísica cierta. Para encontrar esta verdad evidente a partir de la cual poder aplicar la deducción y hacer la síntesis usará la duda metódica. En la primera duda, dudará del conocimiento que proviene de los sentidos pues pueden engañarnos. En la segunda duda, dudará de la existencia de la realidad extramental ya que resulta imposible distinguir la vigilia del sueño. Y por último, en la tercera duda, dudará del conocimiento que proviene de la razón, de las ideas de razón o de los razonamientos, pues se puede suponer la existencia de un genio maligno que nos lleva hacia el error cuando creemos estar en lo cierto. Sin embargo, afirma Descartes, no podemos dudar que dudamos, mientras pensamos no podemos dudar de que estamos pensando y por lo tanto que existimos. La primera intuición de una verdad indudable es “pienso, luego existo”. Y si existo lo hago como un yo pensante, un cogito, afirmando, pues, la existencia de la sustancia pensante (el cogito) como primera verdad indudable. A partir de aquí, Descartes buscará realizar una síntesis que le permita tener un conocimiento cierto. Para ello partirá de su verdad indudable, el cogito. Este cogito piensa ideas que pueden dividirse en tres tipos: adventicias, aquellas que parecen provenir del exterior; facticias, aquellas que construye la mente a partir de otras ideas; e innatas, aquellas que la razón tiene en sí misma y no son ni adventicias ni facticias. Entre las ideas innatas se encuentra la idea de Infinito, que Descartes identifica con la idea de Dios. Según Descartes, la idea de Infinito (Dios) que existe en nuestra mente no es adventicia ni facticia, así pues deberá ser innata. Descartes aplicará a continuación el principio de causalidad para demostrar la existencia de Dios. Al ser innata no puede haber tenido como causa a un ser finito, pues debe haber una proporción entre la causa y el efecto, sino que debe haber sido causada por un ser infinito, por lo tanto, afirmará que Dios existe. El Dios afirmado por Descartes, la sustancia infinita, es infinito, omnisciente, perfecto y bueno. Así, Dios existe sin duda alguna y es la garantía, el fundamento, de que a mis ideas sobre el mundo exterior les corresponde una realidad extramental, pues Dios es bueno y no me engaña. Para Descartes existen así tres sustancias: el cogito (la sustancia pensante), Dios (la sustancia infinita) y la realidad exterior (la sustancia extensa). Descartes definirá “sustancia” como todo aquello que existe independientemente de cualquier otro ser, por ello sólo Dios sería sustancia en sentido estricto pues es el único que no necesita una causa ajena a sí mismo para existir al ser necesario. Sin embargo, como la extensa (la realidad exterior) y la pensante (el cogito) son independientes entre ellas, ya que puede existir el alma sin el cuerpo y la realidad sin el yo, también son consideradas sustancias. El ser humano es propiamente la sustancia pensante (el cogito), independiente de la sustancia extensa (que en este caso es su cuerpo). El cuerpo, como toda la realidad física, actúa como una máquina (tal y como defiende el Mecanicismo) y no puede comportarse de forma libre. Sin embargo, el alma (el cogito), que es inmortal, actúa de forma libre y debe gobernar a esa misma máquina. Así, afirmará un dualismo según el cual alma y cuerpo mantienen una lucha permanente. La relación entre estas dos sustancias se da a través de la glándula pineal, haciendo posible al alma gobernar el cuerpo. |
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