Biblioteca teosófica de las maravillas






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CAPÍTULO V

Culmina el libro de “El Pescador”, y sus múltiples versiones en los textos de “Las mil y una noches”
Mágica “historia de Nureddín y de Beddredín”.–La acción inexorable del Destino o Karma en la humana vida.–”La mujer-tortuga y sus cuñadas envidiosas”.–”El Marqués de Villena; su gorro mágico y su alquimia”.–Noticias históricas de este famoso prócer castellano.–Karín y su iniciático lago Karún.–Qué es lo que representan efectivamente los famosas peces de colores.–El Pez en astronomía, historia y filología.–Otros comentarios que establecen el nexo con la “Historia de la atlante Ciudad del Bronce”, del próximo capítulo.

La Versión décima del cuento del Pescador en el texto constantinopolitano de Galland, igual que en el sirio de Mardrús, es la que lleva el título de
Historia DE MUREDDIN ALÍ Y DE BEDREDDiN HASSÁN”31

“Cierta noche en que el califa Harún-al-Raschid recorría secretamente las calles de Balsora en unión del visir Giafar y de Mesnur, jefe de los eunucos, vió, a la luz de la Luna, a un pobre pescador que se retiraba a su hogar sin haber pescado nada. Compadecido el califa, le rogó que echase de nuevo las redes, pues le daría cien cequíes por lo que pescase. En efecto, el buen hombre sacó del Tigris un objeto muy pesado, que resultó un cofre con el cadáver de una mujer dentro. El califa se encolerizó entonces con el visir al ver que tales delitos quedaban impunes en su reino, y, bajo pena de muerte, le dió el término de tres días para que descubriese al malvado que tal había hecho. Pero todas las diligencias resultaron inútiles, e iba a ejecutarse la sentencia, cuando se abrió paso ante la multitud un sujeto que, declarándose autor del crimen, se explicó de esta manera:

–Comendador de los creyentes, sepa vuestra majestad que la dama asesinada era mi mujer, quien, cierto día, fingiendo que tenía gran deseo de comer manzanas, me hizo salir a buscarlas pagándolas a peso de oro. A mi regreso, se las mostré, pero las dejó a un lado diciendo que ya se le había pasado la gana. Días más tarde me tropecé con un esclavo que llevaba una manzana, y preguntándole que quién se la había dado me dijo ufano que su querida. Llegué a casa lleno de ira, porque sabía bien que no había en el país más manzanas que las que yo había llevado, y, en efecto, en casa sólo encontré dos de las tres manzanas, diciéndome que no sabía el paradero de la tercera. Los celos me cegaron entonces, y descuarticé a la infeliz, metiendo los restos en un cofre, que eché al río; pero mi desesperación luego fue espantosa, porque se averiguó que el negrazo había mentido, y le que había hecho era quitarle la manzana a uno de mis niños32.

–La acción tuya es excusable –respondió el califa–; hay, pues, que buscar al negro, verdadero causante de tal crimen.

Y le dió al visir otro plazo de tres días para que le encontrase.

Ya iba a expirar el término cuando, al despedirse el visir de su hija pequeña, antes de ser ahorcado, advirtió que la niña tenía oculta en su seno una manzana con el nombre del califa, y que un esclavo le había vendido. El visir hizo llevar al culpable a la presencia de Harún, y éste, al informarse del caso, decreto le fuese aplicado un castigo ejemplar. Pero el visir, inclinado a la misericordia, le prometió a su señor contarle la maravillosa historia de Nuredín Alí y de Bedreddin Hassán, con la condición de que si resultaba del agrado del califa éste perdonaría al reo. Otorgada la licencia, el visir se expresó de esta manera33:

–Un sultán de Egipto, gran protector de los sabios, tenía un visir que era consumado maestro en ciencias y letras. El visir contaba con dos hijos que seguían las huellas de su padre; el uno se llamaba Schemseddín Mohamed, y el segundo Nureddín Alí. A la muerte de éste, el sultán los nombró a entrambos visires suyos. Los hermanos, para no separarse nunca, acordaron casarse en el mismo día con dos hermanas, y luego casar entre sí al hijo e hija que cada matrimonio respectivamente tuviese. Pero, ¡oh triste condición la condición humana! Los dos acabaron regañando por si el hijo del uno dotaría o no a la hija del otro en su día. A tanto llegó la disputa, que aquella noche Nureddín se alejó secretamente de El Cairo en dirección a Balsora, donde el anciano visir le tomó bajo su protección una vez que pudo apreciar su calidad y sus méritos y le casó con su hija, nombrándole su sucesor en el cargo de visir, con el beneplácito del califa.

Nureddín Alí tuvo luego un hijo, a quien puso por nombre Bedreddín Hassán, quien bien pronto mostró las más brillantes cualidades. Cuando ya llegó a hombre, le entregó su padre un extenso manuscrito donde constaba toda la famosa historia que ya conocemos; pero, a la muerte de éste, Bedreddín cayó en desgracia con el sultán, quien le hizo confiscar todos los bienes y le mandó prender. Escapó el joven, refugiándose en el cementerio, donde, al llegar, hubo de encontrarle un rico judío llamado lsaac. Éste, ignorante del caso, le propuso comprarle todo el cargamento de los navíos de su padre que estaban para arribar, y con cuya compra, cerrada al punto, vióse Nureddín poseedor otra vez de una gran fortuna; pero no por eso dejó de ir al sepulcro de su padre, como proyectaba, para darle un postrer adiós. Allí hubo de verle un genio que solía pasar el día entre las tumbas, quien quedó prendado de su hermosura y le dijo a un hada que jamás un joven semejante había nacido entre los mortales34.

–Te engañas –replicóle el hada­–, que hay en Egipto una joven de la misma edad, hija del visir Schemseddín Mohamed, muy superior a tu príncipe, y que hasta ha rechazado la mano del propio hijo del sultán, fundándose en que su padre, antes de nacer ella, se había comprometido con su hermano, Nureddín Alí, a casarla con el hijo que éste tuviese. –Y aquí agregó el hada toda la historia que ya conocemos relativa al matrimonio de aquellos dos hermanos, Schemseddín y Nureddín, con otras dos hermanas, y a la disputa estúpida que entrambos habían tenido por la futura dote del hijo y de la hija, sin olvidar el consignar que, lleno de ira el sultán de Egipto, había decretado por fuerza su casamiento con la hija del visir con el más horrible y perverso de sus esclavos.

–Haríamos, pues, bien, amigo mío –terminó el hada–, si entrambos, con nuestros irresistibles poderes, nos opusiésemos a la injusticia del sultán de Egipto y sustituyésemos, en lugar del contrahecho esclavo, desposado en estos momentos mismos con la joven, a este hermosísimo Bedreddín. Así haremos fracasar la venganza infame del sultán de Egipto, consolaremos a un padre afligido, tan merecedor de ello como lo es Schemseddín Mohamed, y haremos tan feliz a su hija como desgraciada la ha querido hacer aquél. Yo me encargo de llevar por los aires a Bedreddín al Cairo, sin que se despierte, y le pondré si es preciso en el lecho mismo de la desposada.

En efecto, el hada arrebató por los aires a Bedreddín, depositándole blandamente en la puerta de una posada de El Cairo, próxima al baño de donde iba a salir el esclavo jorobado con su comitiva, camino del tálamo nupcial. Le puso también un hachón encendido en la mano, tranquilizándole de la sorpresa y recomendándole silencio, diciéndole:

–Mézclate con la comitiva que va a salir, y penetra en la sala donde va a celebrarse la boda. El novio es un repugnante jorobado, fácil de reconocer. Saca cuantos cequíes necesites de esta bolsa, y muéstrate rumboso con todos, que la bolsa se volverá a llenar las veces que preciséis, o sea, pues que un poder superior velará siempre por ti.

Así lo realizó el joven, llegando a la puerta del visir Schemseddín Hassán, quien estaba harto ajeno a pensar que su sobrino se hallase tan cerca. Penetró en la sala, y todos al ver su distinción le juzgaron un extranjero ilustre que venía a las bodas, y le sentaron a la derecha del jorobado, junto a la novia, hija del visir. El contraste levantó murmullos en toda la concurrencia, en protesta contra la locura del sultán. Luego de la fiesta entró la novia en la cámara nupcial seguida de las doncellas que habían de desnudarla. El jorobado quedó con unos cuantos concurrentes, presa de un irresistible odio hacia Bedreddín. Éste se dispuso a salir, pero el hada y el genio le detuvieron, diciéndole que, aprovechando la salida del jorobado para cierta necesidad, penetrase resueltamente en la alcoba de la novia y, una vez allí, la dijese que todo lo ocurrido no había sido sino una broma del sultán para divertirse con el jorobado, pues que él era el verdadero esposo, como le sería fácil convencer a la novia. Para completar su obra, el genio tomó la forma de un gatazo espantoso, que comenzó a maullar junto al jorobado de una manera horrible. Luego se transformó en fiero búfalo y amenazó al jorobado, diciéndole que le iba a matar porque se había casado con su querida. Acobardado así el jorobado, se rindió a partido y el genio le impuso la condición de que se estuviese quietecito y cabeza abajo en la sala durante toda la noche.

Excusado es pintar la sorpresa de la novia al verse frente a frente no de un monstruoso jorobado, sino de un joven hermosísimo que se apresuró a darla las muestras mayores de cariño después de haberla informado que él era su verdadero esposo y no el otro de la broma del sultán. En resumen, que al amanecer, tras aquella noche, el hada arrebató de nuevo en camisa y calzoncillos a Bedreddín, transportándole hasta las puertas de una desconocida ciudad, que resultó la de Damasco, donde las gentes, al verle así, le tomaron por loco, y lo habría pasado mal a no acogerle bajo su protección un piadoso pastelero, a quien informó con toda lealtad de las increíbles aventuras que le habían acaecido. El pastelero, al cabo de los años, murió, dejándole su tienda por herencia.

Mientras aquello le aconteciera a Bedreddín, el visir Schemseddín Mohamed había ido a la cámara de su hija al siguiente día, encontrándose con la sorpresa de verla feliz, libre de la amenaza de unirse con el feo jorobado. El buen padre no daba crédito a lo que oía; pero, al fin, hubo de convencerse al ver aliado del lecho los vestidos y el turbante de Bedreddín y cosido dentro del turbante el pergamino que a éste le diese su padre Nureddín Alí al morir y también el papel relativo a la compra de los géneros por el judío lsaac. Al ver así el dedo de la Providencia, el pobre viejo visir besó la letra de su hermano y se desmayó.

Al volver Schemseddín de su desmayo y ver tan puntualmente consignadas en el pergamino las fechas del arribo de su hermano a Balsora, de su matrimonio y del nacimiento de Bedreddín, se llenó de júbilo y se propuso buscar a su yerno, no sólo por el país, sino por otros reinos. Pero sus pesquisas durante siete años fueron inútiles.

Al cabo de estos siete años, el joven Agib, hijo nacido de la unión de Beldad y de Bedreddín, se agregó a las gentes de su abuelo que con él habían ido a Damasco a continuar en demanda del desaparecido, para dar un mentís a los jóvenes de su edad, quienes le echaban en cara que era hijo, no de padre humano, sino de un traidor genio que había usurpado a éste sus derechos conyugales. Ya en dicha ciudad, Agib, acompañando a su abuelo Schemseddín, acertó a pasar por delante de la pastelería de su padre, sin que ni uno ni otro se reconociesen. Pero, sintiendo recíprocamente la atracción de la sangre, el chico penetró en la tienda y Bedreddín le obsequió con sus más ricos pasteles, por cuyos pasteles, que nadie fabricaba mejor que Bedreddín y su anciana madre la viuda de Nureddín Alí, Schemseddín Mohamed vino a encontrar a su yerno y sobrino, al tenor de la predicción del Destino, tras mil peripecias que, en honor a la brevedad, se omiten, tales como la de que Schemseddín, antes de darse a conocer a este último, le hizo prender y traer en una caja o jaula hasta Egipto, amenazándole con la horca… ¡por no haber echado pimienta en la célebre torta o pastel que había sido la causa de su reconocimiento! ¿Cuál no sería, pues, la sorpresa del acongojado Bedreddin al verse inopinadamente trasladado, cuando no esperaba sino la muerte, aliado de su esposa Beldad, y en la misma cámara nupcial de la que antaño fuera arrebatado por el hada, como si todas las cosas acaecidas desde entonces y en los muchos años transcurridos no hubiesen sido sino un ensueño de pesadilla?

Resta, pues, el decir que todos aquellos prodigios causaron la admiración del reino, y el sultán de Egipto los mandó escribir a sus cronistas para asombro y enseñanza de las edades futuras, decretando con tal motivo las fiestas más espléndidas en todo el reino… y siendo todos de allí en adelante muy felices.”

Tal fué la historia de Nureddín Alí y de su hijo Bedreddin Hassán, con cuyo relato consiguió el visir Giafar que el califa Harún-al-Raschid perdonase la vida al pobre esclavo que iba a morir. En cuanto a los naturales comentarios ocultistas que esta interesante historia sugiere, se harán después, al ocuparnos de Kamaral-shamán y Badura.
VERSIÓN UNDÉCIMA DEL CUENTO DE “EL PESCADOR”, EN EL TEXTO SIRIO

De intento hemos dejado para el último lugar entre las variantes del mito de “El pescador” la lindísima de Mardrús que lleva por título (tomo XX de Blasco Ibáñez) “Historia del hijo del rey que se desposa con la mujer tortuga”, y que, en extracto, dice:

“Un sultán de los tiempos pretéritos tenía tres hijos: Scha-ter-Alí, Scha-ter-Hossein y Scha-ter-Mohamed, a quienes desea casar, dejando la elección de esposas al arbitrio del Destino. Al efecto, suben los tres jóvenes a la terraza más alta del palacio y desde allí arroja cada uno, con los ojos vendados, una flecha, bajo promesa de casarse con las hijas de los vecinos sobre cuyo tejado caigan las tres flechas. La del hijo primero cae cerca, o sea sobre el techo de uno de los mayores dignatarios de palacio; la del segundo desciende sobre el hogar del Oficial Mayor, al que lleva la consiguiente dicha; pero la del hijo más pequeño se aleja tanto, que va a caer junto a la última y ruinosa casa del pueblo más inmediata al río, habitada sólo por una gigantesca tortuga. El rey, espantado de aquello, hace intentar dos veces más la suerte, pero las dos con idéntico resultado, por lo cual, teniendo el hecho como evidente signo celeste, el hijo pequeño celebra sus desposorios con la tortuga, en medio del escándalo y las burlas, no ya de la corte, sino de sus hermanos y sus cuñadas, quienes no se hartaban de hacer desprecios a los dos consortes. No hay que añadir que lo de la tortuga era un mero artificio mágico de la hermosísima esposa que le había así cabido en suerte al hijo tercero.

Pero aconteció, de allí a poco, que el buen sultán quedó completamente ciego y al cuidado de sus tres nueras. “¡Que me preparen el mejor plato que sepan mis tres hijas para que lo saboree antes de morir!”, dijo, y al punto se pusieron en faena las tres esposas. Sin embargo, como las de los dos mayores habían pensado siempre, más en vanidades cortesanas de lujo y desprecios a su cuñada, la mujer-tortuga, que en estos tan indispensables menesteres de la felicidad del hogar, resultó que no sabían guisar, por lo que, ante el apuro, no vacilaron en ir a avistarse con aquélla, que ya tenía conquistada fama de experta cocinera, preguntándola taimadas qué era lo que ella iba a guisar. La mujer-tortuga, percatándose de la intención, les dijo que un arroz con grajeas de excrementos de ratones, cosa que las dos envidiosas35 se apresuraron a hacer, incurriendo, como era de esperar, en las iras del anciano, quien halló, en cambio, deliciosísimo el plato preparado por las habilísimas manos de la tercera, hasta el punto que ya no quiso le cocinase nadie sino ella.

De allí a pocos días se decreta una gran fiesta de Corte. Las hermanas, desmañadas, preguntan a la otra que cómo se va a presentar en el salón, y ella les dice a la una que montada sobre un ganso, y a la otra que sobre un macho cabrío para llamar más la atención de todos, cosa que ejecutan al pie de la letra, siendo la irrisión de la concurrencia, mientras que, llena de asombro, se prosterna ante la mujer-tortuga, quien, renunciando a sus ilusorias apariencias de tal que, para más sorprender, tomase antaño, se presenta con todos los esplendores mágicos de una reina entre las reinas y una hermosa entre las hermosas, transformando por su arte los granos de arroz del banquete en perlas, y en esmeraldas y otras piedras preciosas las salsas y rellenos más diversos.
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