Biblioteca teosófica de las maravillas






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veRSIóN OCTAVA DEL CUENTO DE “EL PESCADOR”, EN EL TEXTO SIRIO


Finalmente, la completísima obra de Mardrús-Blasco Ibáñez, da una versión más del célebre cuento, en el tomo XI, bajo el título de e “Historia de Juder el Pescador, o el saco encantado”, historia cuya segunda parte ya fue dada por nosotros en la nota de la página 44, tocándole ahora el turno a la primera parte, donde se nos cuenta que Omár, el pobre mercader de El Cairo, tenía tres hijos: Salem, Salim y Juder. Temiendo el odio que mostraban a este último sus otros dos hermanos, antes de morir; hizo cuatro partes de su hacienda, dando tres a los tres hijos, y la cuarta, a su mujer. Salem y Salim, que eran muy perversos, pronto se gastaron su herencia y pusieron pleito a Juder su hermano, hasta despojarle injustamente de todo su haber. No contentos con la hazaña, maltrataron y despojaron también a la madre, quedando así todos igualados en la miseria.

Juder, para alimentarse y alimentar a la anciana, se hizo pescador, y esta última, como madre al fin, todavía continuó alimentando a los dos malvados aquellos, con gran gusto por parte del compasivo Juder.

Cierto día en el que Juder no había podido pescar nada, tropezó con un panadero compasivo que le prestó pan para que comiesen él y los suyos, e igual le aconteció en los siete días siguientes. Al octavo día se dijo para sí:

–¡Hoy iré a pescar al lago Karún, donde acaso esté mi Destino!

En efecto; ya en la orilla del misterioso lago, se le acerco en su mula moghrebín con su regio traje, quien le dijo:

–Si quieres alcanzar ventajas inmensas, obedéceme, y, atándome atrás los brazos, échame de cabeza al lago. Si ves luego aparecer una mano mía fuera del agua, sácame; pero si ves aparecer mi pie, déjame por muerto, y, sin inquietarte lo más mínimo, coge mi mula y alforjas y vete al judío Sha-mayâ, quien te dará cien dinares por ellas, si sabes guardar el secreto.

Juder obedeció; el moghrebín fue echado por él de cabeza al lago, sin que volviese a aparecer. Cogió, pues, la mula y la vendió al judío, regresando a su casa feliz por poder llevar aquella riqueza a los suyos, sin reservarse lo más mínimo.

Torna Juder al otro día al lago y se le reproduce, punto por punto, la escena anterior con un segundo moghrebín, hermano del primero. Al regresar Juder a su casa con sus otros cien dinares, la madre, alarmada ante tanta riqueza, le obligó a revelarla todo, por lo que ella le prohibió que volviese al lago Karún; pero él volvió al otro día, aconteciéndole idéntica aventura con un tercer moghrebín, y con enorme sorpresa vió esta vez que, en lugar de asomar los pies del ahogado, como los de sus dos hermanos anteriores, asomaron entrambas manos, y Juder, con sus redes, le sacó a la orilla. En las manos del hombre vió dos peces rojos como el coral, que se apresuró a meter en los dos botes de cristal que aquél trajera antes, y con muestras de grandísima alegría empezó a besar y a abrazar a su salvador, con inmensa sorpresa de Juder, que no sabía cómo explicarse todo aquello. El moghrebín le sacó pronto de dudas, diciéndole:

–¡Oh, salvador Juder! Sabe que los dos hermanos micos que se ahogaron se llamaban Abd Al-Salam y Abd Al-Ahad, y yo me llamo Abd Al-Samad28. EI judío, no es tal judío tampoco, sino otro hermano nuestro. Sabe, además, que nuestro padre Abd Al-Wadud era un inmenso mago que enseñó a sus cuatro hijos la Gran Ciencia y el arte de descubrir los tesoros ocultos, con lo cual logramos someter a nuestras órdenes a los genni, a los mareds, y a los efrites. Al morir nuestro padre, dejándonos tesoros infinitos, reñimos por la posesión de sus preciados manuscritos, especialmente por el inapreciable de los Anales de los Antiguos, que resuelve todos los enigmas de la tierra, mar y cielo y donde nuestro padre hubo de agotar su ciencia prodigiosa. Evitando el que llegásemos a las manos, se nos presentó de repente el jeique Cohén “el Cainita”, el cual, incautándose del libro, nos dijo:
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