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CAPÍTULO XI Continúa el gran mito de Aladino Historia de Yamlika, princesa subterránea.–Assib o Ajib, el eterno “Bija” iniciático.–La Isla de los siete mares y el Anillo de Salomón.–La planta y el circulo mágico.–Los errores fatales en la magia práctica.–Cosmogonía parsi.–Yamlika y Belukis, verdaderos prototipos de Calipso y Ulises.–La historia del hermoso joven triste.–La leyenda del dictamo.–Historia de Grano de Belleza.–El tesoro sin fondo.–Las cuatro cosas mágicas por excelencia según el mito.–Los árboles sagrados.–Juanillo el Oso.–Los viajes iniciáticos del héroe y su lucha con los entes de lo astral o “ladrones de la parábola eterna”.–La “media naranja” del héroe y “el Reino del padre”, de la leyenda.–Historia del pastel hilado con miel de abejas y la esposa calamitosa del zapatero remendón o “El anillo del pastor del Nilo”.–¡Siempre y por siempre la leyenda de la cripta iniciática llena de inauditos tesoros para el espíritu! El gran mito de Aladino, como tronco de lo que llamar podemos “El libro de los genios terrestres”, parangonándole con “El Libro del Pescador” o de “los genios marítimos”, presenta versiones no menos numerosas que este último, según vamos a ver. Una de las más completas y sugestivas es la que, en el texto de Mardrús, lleva por título Historia de Yamlika, princesa subterránea, con detalles filosóficos de inestimable valor. Démosla, pues, aquí, como VERSiÓN TERCeRA DEL MITO DE AlADINO (Yamlika, la princesa subterránea) Esta deliciosa “historia” dice, en esencia, así63: El sabio Danial, sintiéndose morir cuando le iba a nacer un hijo, extractó toda la ciencia de los cinco mil manuscritos de su prodigiosa biblioteca en meras cinco hojitas, y luego éstas en una sola, tirando todos aquellos al mar. Al nacer Assib, el hijo esperado, los astrólogos dedujeron de su horóscopo que viviría largos años si lograba escapar a un grandísimo peligro que le asaltaría en su juventud. Pero el joven resultó torpísimo, y torpísimo siguió hasta después que le casaron; tanto que sólo servía para acompañar a los toscos leñadores en sus prosaicas tareas. Cansados de sus necedades los leñadores, un día de tempestad en que se habían refugiado en una gran caverna, le dejaron allí. Internándose el pobre Assib en el subterráneo aquel, halló una gran estancia llena de vasijas de miel, pero un terrible escorpión le quiso cerrar el paso, viéndose precisado a matarle después de luchar rudamente con él. Por uno de los intersticios de las paredes de roca divisó al punto una luz que se filtraba desde muy adentro, y Assib, maniobrando aquí y allá, logró encontrar cierto resorte que hizo girar sobre sus goznes a una enorme piedra, por donde halló paso a gatas, hasta llegar, a lo largo de mil angosturas, a una encantada planicie con un lago incomparable, y en él un regio sillón rodeado de otros doce mil. En semejante trono aparecía sentada la hermosa princesa Yamlika, quien tenía allí dentro su residencia de invierno, siendo las montañas del Cáucaso su habitual retiro veraniego. La reina, encantada de Assib, le hace sentar a su lado y, tras opíparo banquete, le cuenta la siguiente historia: “El rey Bani-Israil, al morir dejó, entre sus muchos tesoros, una arquilla de oro, y dentro de ella un pergamino que decía: “Quien desee ser señor absoluto de hombres, genios, cuadrúpedos, aves y cuanto existe sobre la tierra, que vaya a la gran isla de los Siete Mares, donde se halla el anillo del rey Soleimán, que es el mismo anillo llevado por nuestro padre Adán antes de su pecado, y del que, al delinquir, le despojó el ángel Gobrail, pero sólo podrá encontrarle aquel que se frote previamente los pies con cierta planta que se cría en el mundo subterráneo de Yamlika, para poder caminar sin hundirse sobre las aguas del mar. Una vez en posesión de la preciada joya, con ella podrá penetrar también en el reino de las tinieblas y allí beber el Elixir de la Inmortalidad en la fuente misma de la Vida.” –Pero era lo peor del caso –continuó Yamlika– que nadie sabía cómo reconocer la tal planta, ni menos el hacer de ella el debido uso, por lo que los más sabios ancianos del reino le aconsejaron a Belukis, el hijo del rey Bani Israil, que buscase al venerable Offan para que este último le condujera al reino subterráneo, como, después de hacer el circulo mágico, lo realizaron ambos presentándose ante mi. Yo les agasajé durante tres días y les ofrecí la planta de la juventud, que era mejor que la que deseaban previniéndoles contra la temeraria aventura ique intentaban realizar, más propia de héroes que de simples mortales. También les enseñé todo mi imperio de “El Sakhrat del Cáucaso”, en el que se halla el valle de los Diamantes, morada del Ave Rokh y de inmortales campeones con célebre ciudad del Gennistán, capital del rey Jan-ben-Jan el poderoso. –Parten juntos Belukis y su maestro Offan –prosiguió narrando Yamlika– hasta llegar a la orilla del primer mar, frente a la primera isla, cuyo paso estaba defendido por toda clase de monstruos terrestres y marinos, a quienes vencen, y luego, pisando con igual facilidad en el suelo que en las aguas, recorren sucesivamente una montaña, allende el segundo mar, que era toda de imán y estaba defendida por el más sanguinario de los tigres; una región absolutamente tenebrosa por la que tienen que caminar a tientas todo un día; una isla de arena, infestada de reptiles venenosos que se les enroscaban para no dejarles caminar; una escurridiza montaña de cristal y de oro en la que el polen de las flores se cambiaba en oro así que caía de estas últimas; otra isla cuyos árboles por todo fruto estaban cuajados de cabezas humanas que del modo más siniestro gritaban, lloraban o reían, tardando luego dos largos meses hasta arribar a la isla séptima, sin hacer caso de las irresistibles seducciones de las doce hermosas hijas del mar que pretendían retenerles con sus encantos, y teniendo que comer peces crudos como único alimento, no obstante los millares de manzanos que parecían invitarles a pecar con sus ramas llenas de fruta, fruta en la que se leía: “Si me comieseis, al punto os veríais partido cada uno en dos”64. En la séptima y última isla encontraron, en efecto, la sublime gruta de Soleimán, pero al recitar el “mantran” o “fórmula mágica” necesaria para poder penetrar sin riesgo, Offan le recita del revés y una gota de diamante líquido le abrasó, por lo que aterrado emprendió el camino de regreso. No por eso se acobardó el heroico Belukis, sino que siguió con más denuedo que nunca en su empresa, encontrándose con Sakhr, el omnipotente rey de la Tierra Blanca, sucesor de Scheddad, hijo de Aad, a la cabeza de un prodigioso ejército de genios y de héroes. Conviene saber que la Tierra Blanca es una celeste región en los confines del mundo hiperbóreo mucho más allá del Monte Cáucaso y adonde se tardan setenta y cinco meses en llegar. Con supremo dominio del asunto el rey Sakhr, después de relatarle a Assib el excelso Origen de todos sus antecesores y su propia historia, le describió minuciosamente las siete Regiones Cósmicas, a saber: el Gehannam, o zona del Fuego; el Lazy, o Abismo sin fondo; el hirviente Jalim, entre el Gog y el Magog bíblicos; el Sair, vivienda de Eblis; el Saghar, donde van a parar después de su muerte todos los impíos; el Hitmat, para los judíos y cristianos, y el Hawya, para los malos creyentes en general. Luego le informa acerca de cómo, en el origen de los tiempos, el Señor creó del fuego a los dos genios macho y hembra llamados Khallit (el león) y Mallit (la loba), de los que nació una inmensa progenie de mil diferentes monstruos. Más tarde formó asimismo siete parejas de genni obedientes, entre ellos el rebelde Eblis, cada uno de los cuales se come al día diez camellos y veinte carneros, bebiéndose cuarenta calderos de caldo. En cuanto a nuestra Tierra, está refrescada contra el fuego por las nieves del Cáucaso y consta de siete pisos gravitando sobre las espaldas de un genni maravilloso sentado sobre una roca, ésta apoyada sobre un toro, y el toro, a su vez, sobre un pez que nada en las aguas del Mar de la Eternidad sobré el piso superior del infierno, infierno formado por las terribles fauces de una serpiente que hasta el Día del Juicio yace amarrada allí sin poder escapar. Conviene advertir también que ninguno de estos seres envejece ni muere, gracias a que beben todas las aguas de la Fuente de la Vida en, la región de las Tinieblas, que está guardada por el poderoso genio Khizr, que es el encargado de normalizar las estaciones, y con ello el curso entero de la Naturaleza… Una vez recibida por el joven esta completa lección acerca de lo que hay más allá del mundo que conocen les mortales, el anciano Sakhr le dejó, poniéndole en el camino de regreso hacia el mundo, regreso en el que también hubieron de acaecerle no pocas aventuras dignas de particular mención65. Desde entonces –terminó Yamlika–, y esto hace cinco años, nada he vuelto a saber de mi amado Belukis, por lo cual he decidido, si quieres, amarte a ti y conservarte eternamente a mi lado, o bien ponerte en el camino adecuado para que puedas realizar las mismas o mayores proezas que el joven hijo de Bani Israel.” –¡Oh, hermosísima reina Yamlika –replicó lleno de ingenua sinceridad el joven Assib–, tú me ofreces mantenerme eternamente aquí, en tu encantado reino, en medio de una vida llena de delicias, y aun prepararme aventuras mayores, mientras que en mi pobre casa me esperan llorosas, temiendo por mi vida, una madre y una esposa amantes, a las que honradamente yo no puedo ni debo abandonar! ¡Déjame, pues, gran reina, que vuelva al mundo del que vine, y no labres mi perdición…! Conmovida ante aquella nobleza de Assib, la gentil Yamlika accedió a la solicitud de éste, ordenando inmediatamente a una de las mujeres-serpientes de su corte que le acompañase como guía hasta el mundo de los mortales, pero no sin antes exigirle juramento de que no habría de volver a visitar el hammam, o casa de baños, durante el resto de sus días. La salida del encantado reino de Yamlika la hubo de realizar Assib por una abertura escondida entre los arbustos que brotaban junto a las paredes de un arruinado edificio muy distante de la ciudad, y así tuvo la dicha de encontrar a sus seres queridos, que ya le lloraban muerto. Días más tarde sus convecinos, extrañados de que no visitase ni una sola vez el hammam, le cogieron por la fuerza y le obligaron a que se bañase. Al desnudarle, advirtieron que tenía todo el vientre negro, señal evidente de sus tratos con la princesa subterránea, y entonces, con gran júbilo y algazara, le prendieron, llevándole ante el califa gritando: “¡Oh, tú, el hijo del sapientísimo Dania!, tú eres sólo quien puedes curar de su inveterada lepra al rey Karazdán, pues que indudablemente, aunque lo niegues, has conocido a la princesa Yamlika, cuya leche virginal, tomada en ayunas como díctamo, puede curar las más rebeldes enfermedades!”. Aterrado Assib, pretendió seguir en sus negativas; pero todos le decían: “¡Vano es que lo niegues, pues que cuantos fueron a la caverna de Yamlika en los tiempos antiguos, todos volvieron con la piel del vientre negra, según reza el libro que tengo a la vista, fenómeno, añade el texto, que sólo se hace visible cuando ellos entran en el hammam!” Resuelto el joven a no traicionar su juramento, es sometido a tormento tal, que al fin tiene que revelar su secreto y el camino de la casa ruinosa, por donde regresara, como ya vimos, hasta llegar de nuevo ante Yamlika, suplicándola humildemente perdón por su involuntaria falta, al par que solicitando de ella para su rey la prodigiosa medicina. Yamlika, en efecto, llena de compasión, le da dos frascos: uno para el rey, y otro para su visir, autor de la encerrona. El rey curó en el acto, pero el visir reventó en medio de los más atroces dolores, y el joven Assib, como premio a su servicio, fue nombrado visir en su lugar. Una vez que hubo aprendido a leer para bien desempeñar su cargo, fuése derecho al pergamino supremo que había dejado escrito su padre, y en él leyó esta sola sentencia que decía: “¡Toda ciencia es vana, porque han llegado los tiempos del Elegido…! VERSIÓN CUARTA DEL MITO DE ALADINO (El tesoro sin fondo) A propósito de la notabilísima escena del subterráneo de Aladino66 entre las mil variantes del consabido mito, hay, en la colección de Mardrús, una que lleva el título que encabeza este capítulo y que, no obstante la pobreza de su trama, revela claramente que “el tesoro del subterráneo aladinesco” no consiste tanto en oro y plata, cuanto en el descubrimiento por el candidato, lo bastante heroico para sufrir la prueba, del verdadero tesoro de la iniciación, iniciación a la que es llevado, cual suele acaecer en todas, con los ojos vendados y bajo amenaza de muerte si comete la más pequeña de las indiscreciones. La variante en cuestión, y de sabor mucho más moderno, dice en esencia así: –¡Oh, Comendador de los Creyentes! –le dijo cierto día el visir a su califa–, ¡tu generosidad es grande, pero en tu mismo reino hay alguien que te supera, y éste es Abulcassen de Basra! El califa, resistiéndose a creerlo, se irrita de manera que le dice al visir: –Vamos inmediatamente a ver a ese hombre, y tu cabeza rodará bien pronto por los suelos si veo que me has mentido. Parten, en efecto, disfrazados de viajeros del lrak y son recibidos con verdadera magnificencia en el suntuoso palacio de Abulcassen, quien le da el más exquisito banquete, al final del cual le presenta dos obras que posee hechas por un mágico artífice, a saber: una copa tallada en un rubí de una sola pieza; un arbolito de plata con ramas de esmeraldas y frutos de rubíes, y en la copa, un pavo real de extraña calidad; luego le muestra a una tañedora sin igual de laúd, la esclava más hermosa del mundo, de la que el califa queda al instante prendado; sin que, ni por cortesía siquiera, le ofrezca aquél a su huésped ninguna de las tres cosas, como es uso entre hombres generosos. El califa entonces se retiró disgustadísimo y dispuesto a castigar al visir que le había pintado como generoso a hombre tan ruin. Sin embargo, su sorpresa fue grande al encontrarse al regreso lleno el patio de su palacio por un gran cortejo de esclavos negros y blancos portadores de las tres cosas como preciado regalo. Asombrado ante la discreta manera empleada por Abulcassen para hacer tales obsequios sin herir la delicadeza del califa, éste torna a visitar al generoso donante, quien le dice que todos los días puede hacer, no importa a quién, regalos semejantes, porque tiene a su disposición un tesoro sin fondo, cuya historia cuenta al califa de esta manera: –Hijo de un joyero del Cairo, vine a Basra a la sombra de los Bani-Abbas para no despertar envidias del sultán. Allí casé can la hija del mercader más rico; pero en menos de diez años quedé sin nada, partiendo para Mossul y Damasco, luego para la Meca y El Cairo, donde me enamoré perdidamente de Sett Labiba, una de das esclavas del sultán. Con ella vime sorprendido un día por éste, quien nos hizo echar al Nilo a los dos. Salvéme yo solo, y huí a Bagdad con un solo dinar, con el que compré una canastilla de fruta para revenderla. Un jeique coge una de mis manzanas, por la que me da diez dinares y después me adopta, llevándome con él a Basra. Al año muere mi protector, dejándome indicaciones acerca de un tesoro antiguo que yo me apresto a encontrar. Los celosos entes guardadores del tesoro, para encontrarle me obligan a entregarme a ellos sin armas, con los ojos vendados y prestos a decapitarme a la menor indiscreción o vacilación. Así, removiendo una gran piedra, me hicieron penetrar en un subterráneo que conducía a una maravillosa sala con un estanque de alabastro de cien pies de circunferencia, lleno de joyas y monedas de oro y en derredor doce columnas de oro con estatuas de gemas de diferentes colores. Más adentro, una segunda sala con árboles como el que os he regalado y otras varias más por este tenor. Para colmo de la sorpresa, cuando ya estaba convencido de que no podría amar en lo sucesivo a ninguna mujer, he aquí que me encuentro a mi amada Labiba en la sala del trono, amada que había sido salvada también por un pescador y vendida luego a un mercader, quien se la cedió más tarde a la esposa del emir. |
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