La vocación propia del diacono permanente






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fecha de publicación15.07.2015
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BÚSQUEDA DE UNA PASTORAL VOCACIONAL.

LA VOCACIÓN PROPIA DEL DIACONO PERMANENTE.
Se habla con frecuencia de una pastoral vocacional, y la pastoral vocacional, a veces, se desgaja de lo que es una pastoral juvenil. La pastoral vocacional tiene que ir inmersa, integrada no sólo exclusivamente en una pastoral juvenil, si no en todas las ofertas pastorales presentes en el universo de nuestra Iglesia.

Jesús es el modelo ideal del hombre y una pastoral juvenil tiene que llevar una propuesta del seguimiento de Jesucristo. Parece que sería un fraude que no les dijéramos a los jóvenes que existen diferentes caminos del seguimiento de Jesucristo. Y ahí, en cualquier programa serio de acompañamiento pastoral, en cualquier temario, tiene que incluir las propuestas a la vida consagrada, al sacerdocio. Pero estas propuestas a seguir a Jesús son para todas las edades, para todos los estados. Cualquier opción debe ser, alimentada, cuidada, animada y protegida por una comunidad en la que se haga presente la comunión eclesial.

La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único misterio de alianza de Dios con su pueblo. También el cristiano que por motivos diversos vive como soltero, encuentra en este estado su vocación particular de santificación y servicio. 1

La opción por el matrimonio es uno de los grandes momentos en los que la persona humana hace una inversión de lo mejor de sí mismo, como es la inversión del amor, del mismo modo en la opción por la vida religiosa hay ahí un sacramental que también supone la inversión del amor.

Evidentemente, se puede decir que la Eucaristía es la fuente del amor, pero:

desde nuestra lectura humana de los sacramentos, es el sacerdocio como sacramento, el matrimonio como sacramento y la vida religiosa como sacramental, en las que aparecen como esas tres grandes oportunidades de hacer una inversión del amor en la causa de Jesús, o en el seguimiento de Jesús. 2

Todas las opciones hacia el seguimiento y proyección al amor en esa causa, son el fruto de los procesos serios de reflexión y de compromiso, de maduración y de llevar a la práctica una decisión libre en el que se sitúa, por delante de cualquier aspiración humana, una experiencia íntima, personal y exclusiva con Jesús.

La oportunidad que se brinda al hombre y a la mujer en la donación total de su vida, es un acto trascendente, en el cual es posible identificar el hecho de la profunda transformación de un ser viejo en una criatura nueva, renovada por la acción del Espíritu al dejarse invadir por Él. Sólo se es posible vivir con total despreocupación y plena confianza hacia lo inesperado, cuando la sorprendente realidad de quién encuentra a Dios en su vida, le permite despojarse de ataduras y prejuicios y vivir la docilidad de quien se siente seguro de todo y de todos.

En la donación hacia el amor, deben estar identificadas todas aquellas personas que ya no son jóvenes, y que tienen sus oídos prestos a escuchar en el silencio de su intimidad la voz que resuena y retumba, que desestabiliza y te invita a cuestionarte:

-¿ y por que yo no...?, a mis años..., con mi edad..., con mi situación...,

En el seguimiento de Jesús no hay edades, ni siquiera situación social o cultural que impidan al hombre escuchar su invitación. La dificultad de este seguimiento estriba en discernir con seriedad, si en el interior de la persona hay algún indicio que permita plantearse dicha posibilidad de respuesta a una llamada vocacional. Para ello es necesario habituarse a escuchar desde el silencio lo que pueda acontecer en el interior de la persona. Tratar de escuchar entre tantas voces que hablan y hablan, una que contraste sobre las otras; una voz que se distinga nítida, constante, única e inconfundible, esa es la invitación que todo cristiano recibe de forma personal y exclusiva tal como la recibió nuestro padre en la fe:

El Señor dijo a Abrán: -Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre,

y servirá de bendición. Bendeciré a quienes te bendigan, maldeciré a quienes te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo. Abrán marchó, como le había dicho el Señor, y con el marchó Lot. Abrán tenía setenta y cinco años cuando salió de Jarán.» (Gn 12,1-4)

El relato de la vocación de Abrahán es iluminador para aquellos que inician un acto empírico de fe, ya que tal experiencia parte siempre desde la desestabilización interior para poder, desde la libertad, caminar hacia una promesa de felicidad.

El pueblo de Israel es el pueblo de la «Escucha».

-Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las inculcarás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atrás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales. (Dt 6, 4-9)

Si despertamos en nosotros la actitud de escucha podremos capacitarnos para tener la actitud de acogida a su Palabra. Este proceso es imprevisible ya que la acción de libertad que Dios ejerce en la elección de cada uno, se tamiza con la acción de libertad que uno hace y ante lo imprevisible del misterio de la llamada y de la respuesta, de la precariedad humana ante lo trascendente, se sitúa la interpelación de Dios en el corazón del hombre.

Samuel 3 es la figura bíblica que hace presente la actitud ante la llamada de lo desconocido. En ese pasaje de la Escritura se define la llamada personal, el diálogo y la respuesta desde la espontaneidad. Una respuesta rápida, una llamada reiterada, desconocida, una respuesta ante el misterio que le hace experimentar sosiego y paz, y al mismo tiempo incertidumbre... Samuel precisa de un intérprete: el experimentado Elí, que ante los signos evidentes que detecta en Samuel, orienta la actitud y la decisión del muchacho, porque Samuel aún no conocía al Señor...

En este hecho concreto de la Escritura podemos ver el origen de lo que es un director espiritual y aunque sea a distancia prudencial, sí podemos referir que ese guía con capacidad de discernimiento de espíritus está muy bien significado con Elí.

Tenemos la historia del pueblo de Israel, que debería ser el patrón de nuestra historia bien comprendida y asumida. Dios actúa desde la libertad y en libertad, elige a quien quiere y como quiere.

En el caso del anciano Abrahán, es la tierra que le mostrará y en la que se asentará para desarrollar su nueva vida, donde crecerá y hará famoso su nombre que será la bendición, será la aprobación de su gesto, donde la protección del Señor se hace tangible para todo un pueblo que nacerá de él.

En el caso de Samuel, es la predilección personal por un niño que todavía no tenía la edad para conocer al Señor, para conocer la Ley, para ser independiente y optar por sí mismo. Opción que por él hace Ana la estéril, su madre, que gritó al Señor desde su sufrimiento y el Señor le escuchó y de su esterilidad extrajo vida haciéndola capaz de ser madre.

Nos ha de animar saber que Dios cuando llama es más fuerte que todos y que todo, y en ese todo se incluyen los miedos. En ese todo se agrupan las dificultades e impedimentos de todo tipo.

Recuperado del olvido de siglos, para algunas personas cuyas vidas están dedicadas a servir a sus hermanos, surgen hoy de las múltiples formas y circunstancias que permiten dedicarse al servicio en la Iglesia, un modo novedoso en el seguimiento a la llamada del Señor. Para estas personas, varones, casados o solteros, que manifiestan en el vivir de cada día el vivir de Jesús, muriendo día a día a su yo, a sus apetencias, a su comodidad, para que se manifieste en nuestro cuerpo la vida de Jesús; (2 Co 4, 10) pueden hoy escuchar en su interior la voz que les invita al seguimiento sacramental del Diaconado Permanente.

No hay llamada idéntica ni las respuestas son iguales. Cada una de las respuestas es original como el Señor lo es para cada uno. La llamada a la santidad es el centro de la vida cristiana como hemos visto anteriormente. Y la consagración bautismal orientada a la celebración permanente de la Pascua de Jesús es la noticia que alimenta la llamada. La respuesta no tiene más modelos y sentidos que la auténtica vocación original del seguimiento radical de Jesús. La creatividad de las respuestas estriba en hacer coincidir mis deseos con los deseos de Jesús, hacer converger mi proyecto de vida con el proyecto de Dios, unir y buscar la sintonía de ambos proyectos.

El Diaconado Permanente encarna muy bien el rostro de servicio, el ministerial y el misionero con que la Iglesia se presenta al mundo después del Concilio Vaticano II. Una pastoral que no contenga ese rostro está muy alejada del encuentro generacional. El diaconado que irrumpe en este milenio tiene vocación permanente de adaptación a los cambios que vayan surgiendo en la sociedad. Está encarnado en el mundo para servir al mundo. Allá donde esté, hará presente con su ministerio a la Iglesia servidora y en la evangelización ambiental, aporta con su presencia familiar, la cercanía a un mundo en el que es posible vivir con esperanza el amor. Esta acción pastoral conllevará implícita una invitación al seguimiento de Jesús

Quien desee ser Diácono Permanente se puede ver reflejado, en cierta medida, en estas figuras de la Sagrada Escritura. Precisa entablar un diálogo con el Señor pero puede no estar capacitado para entender las claves, para iniciar un discernimiento, porque aún no se conoce...

Es fundamental que una vocación sea probada y confirmada por la comunidad, ya que en definitiva es ella quién juzga digno al candidato y lo presenta al Obispo, quién discierne sobre la conveniencia del momento, la aptitud del candidato, los valores humanos que posee, la necesidad de esa comunidad, el bien común, el de la Iglesia..., son tantos los factores que pueden intervenir en la decisión del Obispo que no pueden ser sometidos a la presión o a la conveniencia de una ordenación sin más.

Una vocación en la Iglesia no puede estar al criterio de la evaluación cuantitativa de otras vocaciones y ministerios, ni estar bajo sospecha, por el recelo lógico, al pensar, que es una vía de promoción para algunos laicos más o menos comprometidos. Esto sería desvirtuar la propia vocación, pero otra cosa es, que se cierre esa posibilidad en la que muchos laicos sienten y viven la llamada del Señor a un servicio ministerial ordenado y permanente. No hay ninguna razón para agostar esas vocaciones.

Descubrir que Jesús es el Señor de tu vida, es el inicio, el principio de una larga y fecunda historia de amor y entrega. La gracia sacramental que imprime la ordenación ayudará en la misión ministerial a que las Iglesias locales sean más santas, y que sus hijos estén más dispuestos a identificarse con Cristo, Señor y dador de vida, que con su amor de oblación al Padre surge y derrama el Espíritu Santo que es en verdad, el animador de toda liturgia que nos envuelve.

Esta adhesión para siempre del candidato al ministerio es una decisión solemne de generosa

entrega al servicio de los demás, al Pueblo de Dios, en comunión con el obispo y su presbiterio. 4

Conviene tener siempre presente que el proceso vocacional que se inaugura en uno mismo, es similar al relato vocacional de Abraham y la llamada íntima y personal, es similar a la del relato de Samuel, que desde la libertad se manifiesta en un diálogo permanente, en un tira y afloja, porque siempre es Yahvé Dios quien hace la Alianza y en la vida de uno mismo, se manifiestan muy a las claras algunos signos de pertenencia a su propiedad personal.

En las Sagradas Escrituras, los ejemplos más significativo de la pertenencia a la propiedad del Señor se encuentran en el profetismo, donde la acción correctora de Dios a las actitudes que su pueblo elegido muestra, y la sabiduría que va adquiriendo el pueblo, tienen como patrón los libros sapienciales, el salterio, donde se convierte en oración y alabanza el reconocimiento de la acción de Dios en su historia y que se vierte en el cumplimiento de las promesas en Jesús, el Señor.

En el Sínodo de Obispos de 1.971, monseñor Ramón Echarren, obispo auxiliar de Madrid, afirmaba en una intervención:

los caminos de la fidelidad son siempre y necesariamente caminos de creatividad. 5

Y es verdad, porque la fidelidad del cristiano surge cuando se tiene una experiencia viva de Jesucristo, un encuentro personal con El y del cual brotan las más bellas expresiones de amor, cuyo patrón sólo es posible encontrarlo en el noviazgo, donde se hace creativa la entrega, donde encuentra sentido la generosidad y el amor. Fecundado por la esperanza, hace audaz al enamorado que no calcula ni le interesan recompensas. Es la experiencia mística del espíritu que se anonada ante lo inmanente, ante la sublimidad del ser tocado por el Espíritu que desborda en gracias la humildad del amante.

Es audaz hablar de vocación al ministerio diaconal, pero es la expresión más justa que se puede emplear, porque quien siente la llamada interior del Señor, no le aterran las dificultades. Su llamada es más fuerte que todos y que todo, por lo que es capaz de escalar lo escabroso que se presenta el camino del seguimiento diaconal de Jesús.

Es desalentador ver que las dificultades las ponemos los hombres tal como también se ponen sordina a los gritos de angustia de la incomprensión, a estos convocados por el Espíritu a iniciar un camino de servicio a todas las gentes, a perder la vida por los hombres, nuestros hermanos tal como Jesucristo lo hizo en la cruz, por lo que hay que abrazarla y cargar con ella ya que es una Cruz gloriosa, lecho de amor donde te desposa el Señor cada vez que la abrazas.

Seguir la invitación del Espíritu es vivir una kénosis interior para poder desde la más cruda realidad del conocimiento de uno mismo, sentir ese soplo del viento que te invita a caminar lejos... y por consiguiente desestabilizarse e iniciar la marcha.

El proceso personal del discernimiento vocacional, se inicia con un acompañante experimentado que le facilite claves y ayudas para iniciar el diálogo consigo mismo y con el Señor. – Habla, Señor, que tu siervo escucha. Comenzar a escuchar, comenzar a responder, tomar una pausa, comenzar de nuevo, iniciar un camino, una aventura preciosa al experimentar un volver a nacer de nuevo desde nuestros orígenes, desde lo que somos como personas, como bautizados, como creyentes...

Este proceso continuo comienza en los sótanos de cada uno, desde el rincón mas recóndito de nuestra conciencia, allí donde no podemos mentirnos ni engañarnos, donde retumba el silencio de la meditación de la Palabra de Dios, donde la propia vida personal sale al encuentro desnuda y sin mentiras ni justificaciones que auto engañan, la buena fe que te acusa e interpreta tu historia, los complejos que agrietan tu coraza, tu mujer que te llama a la verdad desde la donación total y absoluta del matrimonio sacramento, tus hijos que denuncian la fragilidad de los afectos, los actos heroicos de la prueba y fidelidad ante el respeto humano y la santidad de la fe. El miedo o el temor a equivocarse y responder desde la incertidumbre o la duda. El cálculo de tus fuerzas, tu tiempo o tus planes..., desde esa tremenda debilidad, Dios se hace el encontradizo en la oscuridad de tu noche, tu no ves nada y luchas ante el fantasma de tu mente, se hace fuerte y te sientes humillado porque tú estás hecho para triunfar, te has forjado en la escuela del mundo, en la universidad de la vida y por ello te crees que todo lo sabes y dominas, pero no te sientes capaz de controlar esta situación que se presenta ante ti con alevosía, premeditación y nocturnidad por «El desconocido».

Eres invadido ante los ataques que vienen del exterior y tu mismo te cuestionas:

-¿quién como yo?

No obtienes respuesta pero sigue la lucha y al fin preguntas:

-¿cuál es tu nombre?

Te obstinas en no soltarte de alguien que te puede, de alguien que es capaz de vencerte como a Jacob en el vado de Yaboq (Gn 32, 25-32), y le arrancas su bendición porque intuyes que ese alguien ya no es un fantasma, que le has visto cara a cara desde la negritud de tu inseguridad y es ahí donde descubres que ya alborea el día de tu madurez, que ya eres mayor para seguir al Señor, porque tienes achaques y eres un hombre capaz de ser sincero y responder, pero le has arrancado la bendición y te ha elegido y te ha cambiado el nombre y te ha llamado Israel, ya no serás el tramposo, el embustero, el comediante. Tu vida después de esa experiencia con Dios no puede ser la misma, ni pese a tu edad o tu circunstancias, te ha elegido y te hace suyo para siempre a pesar del cansancio que arrastras... Te quiere como eres. Ahora tu vida comienza a tener un sentido más real porque has conocido tu debilidad, te has hecho fuerte con Dios y Él ha hecho una alianza contigo.

Una vocación parte desde la contemplación de este misterio salvífico, asimilando que Él es el Señor de la Historia y que ésta dará la respuesta al permanente diálogo que entabla con cada uno de nosotros. Es cierto que Dios habla no solo con sonidos o ruidos, lo hace con acontecimientos que penetran en el corazón del hombre, el cual interpreta fielmente su voluntad.

Estas mediaciones con las que Dios se vale para poder descubrir y entender su lenguaje, son causas segundas que sensibilizan a la persona agudizando su percepción, capacitándole para entender su historia y percibir con actitud receptiva aquellos acontecimientos de encuentro: la relación con determinada persona, algún amigo, una enfermedad, una palabra oportuna, una lectura...

A través de ellos se va clarificando y haciendo presente lo que Dios quiere de uno. A esto se le llama la sacramentalidad de la vida, puesto que los acontecimientos subliman a la persona y en cierta manera le da lo que significa. Nuestra vida es una firme propuesta de Dios que jamás queda sin respuesta ya que el hombre siempre tiene el poder libre de réplica afirmando o negando, aceptando o rechazando… La respuesta humana a la oferta de Dios es signo sacramental.

La poderosa acción de Dios en la vida de uno desestabiliza ya que para poder escuchar y entender la clave de los acontecimientos con que se escribe la historia personal, hay que capacitar el oído del espíritu ya que estamos habituados a oír con los órganos del cuerpo que son vulnerables, caducos, débiles, sujetos al temor de equivocarse, a la precariedad… Quiero decir con esto que, desde la perspectiva humana, desde el modo normal de ver y razonar las cosas, olvidamos la dimensión espiritual que el hombre tiene. Es en esa dimensión donde el hombre encuentra la trascendencia que le hace libre y le hace capaz de dominar su instinto humano y armonizarlo con un impulso interior que le hace escuchar lo inaudible y distinguir el panorama de sus vivencias, con una luz que le hace reconocer la verdad oculta en su conciencia.

Los signos y acontecimientos en la vida de la persona, dan la pista para descubrir en sí mismo una llamada sin voz, la intuición y animosidad que le empujan hacia un camino indefinido, un deseo permanente de disponibilidad, una manera de ser que te facilita la relación con los otros, unas aptitudes de servicio, cualidades humanas elocuentes y que denotan el interior de la persona, «porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. » (Mt 12, 34. Lc 6, 45. Ver paralelo Rm 3, 14)

Conociendo esos signos, ya puede uno penetrar en ese lugar donde convergen la libertad, la verdad y el yo individual. Es la cámara donde resuena potente la voz de Dios. Una voz que se deja oír nítida y brillante, íntima y con la oferta desafiante del bien por el bien como camino que conduce a la perfección del alma humana. Un camino de formación, donde los valores que se presentan como modelo y patrón a imitar, garantizan y respetan la responsabilidad suprema y la elección iluminada y decisiva de la conciencia.

La vida cristiana llega a su madurez cuando se está en disposición de discernir frente a planteamientos existenciales y optar bien en una determinada elección.

Cuando se plantea: ¿qué es la vocación?, ¿qué es lo que se entiende? o ¿qué es lo que se considera?, puede uno distinguir lo que quiere ser sin ningún tipo de duda, incluso puede suspender el juicio y cuestionarse seriamente la procedencia de la vocación, porque puede que brote de uno mismo o venga directamente de Dios. Si se tiene la capacidad para distinguir en la naturaleza de los planteamientos, podrá definir si lo que se quiere hacer responde a una dedicación profesional o por lo contrario son signos que revelan una llamada a la que se está dispuesto a atender.

Ante un planteamiento espiritualista se corre el riesgo de convertir en absoluto lo que se siente. Se puede confundir en la apreciación ya que el sentimiento, hay veces que no es razonable y otras, surge del estado de ánimo, por lo que no es real, no es objetivo.

El ejercicio de la libertad en el discernimiento de una vocación puede estar condicionado por una apreciación psicológica que deje aparcada la realidad del yo, e irrumpa en una proyección imaginativa no real. También puede resaltar aspectos diversos de la llamada que polaricen o atribuyan una acepción de otra, reduciendo la llamada en sí.

Desde la intimidad personal de la conciencia se es capaz de zambullirse en el océano de la Gracia y surcar contra la corriente sin peligro de zozobra o hundimiento. Al estar confiado y seguro de la relación que permite integrar nuestra libertad en responder a la llamada, se manifiesta la acción del Espíritu dándose una relación existencial entre Dios y la persona, repleta de cuestionamientos y preguntas del hombre ante el misterio de la vocación.

-¿Dios me llama para algo...?

-¿Cómo percibo esa llamada...?

-¿Por qué a mí y no a otro...?

Mirándose a uno mismo, despojado de la indumentaria que disfraza y al mismo tiempo nos protege de los demás, nuestras defensas pierden su sentido y comienza a aflorar lo que en verdad es uno: indefenso ante el poder de Dios, tratándose de ocultar por la desnudez que uno percibe en sí mismo.

Al sentirse desnudo ante la presencia del Creador revive la escena del Paraíso...

Pero el Señor Dios llamó al hombre: -¿Dónde estás?

-El contestó: - Te oí en el jardín, me entró miedo porque estaba desnudo, y me escondí.

-El Señor Dios le replicó: -Y quien te ha dicho que estabas desnudo? A que has comido del Árbol prohibido?» (Gn 3, 4 ss)

En la historia personal de cada uno se nos muestra que estamos desnudos y esa interpretación que se nos ofrece, es la misma que nos presenta el Génesis con Adán y Eva. Oímos un razonar, personaje íntimo y oculto, invisible pero presente siempre, encarnado en la realidad del hombre como acusado. En nuestro acontecer cotidiano pasa desapercibido y nos ha invadido tanto, que lo habitual es no tomar conciencia de su existencia y de su acción en nuestras vidas, asumiendo plenamente como nuestra, la interpretación de la razón, asintiendo de corazón ante la credibilidad de esa verdad.

El Señor sí se ha percibido de nuestra desnudez y se hace presente en el acontecimiento de la historia para decirnos cual es el vestido que nos conviene:

... y revestíos del hombre nuevo, que se ha renovado hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador. Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia.

«Revestíos del amor que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 10.12.14)

«Revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes» (1 Pedro 5, 5)

Todas estas recomendaciones que los apóstoles hacen en el Nuevo Testamento, son para los creyentes Palabra de Dios. Es inicio de un camino de santidad, vocación a la que todo cristiano está convocado desde el Bautismo. Quien desea consagrar su vida a Dios asume la llamada a la santidad y al mismo tiempo inicia el otear de los signos que he dicho antes. Viendo cómo la acción de Dios en la historia personal se hace presente en los acontecimientos, en las actitudes personales, en las gracias recibidas, en los carismas que despuntan en uno mismo ante su comunidad cristiana, en los valores humanos que denotan estar abierto de corazón ante la vida. Esta actitud facilita el conocimiento de sí mismo, le descubre a uno la intensidad de la dedicación generosa hacia los demás en el servicio que presta y le sitúa en la encrucijada de plantearse a qué Señor servir...

Es audaz hablar de vocación al ministerio diaconal, pero es la expresión más justa que se puede emplear, porque quien siente la llamada interior del Señor, no le aterran las dificultades... 6

La diócesis de Sevilla ha publicado un tríptico vocacional magnífico 7, en el que se recoge toda la información necesaria para entender cual es la misión del Diácono Permanente, qué se requiere para ser diácono y cómo ha de ser el diácono. Por su interés transcribo en el anexo el contenido del tríptico.

Urge hoy tener respuestas a los planteamientos vocacionales que se hagan presentes en nuestras respectivas comunidades parroquiales. Es bien cierto de que ya existen planteamientos de vida muy serios y hay muchos varones que en su interior se vienen cuestionando la necesidad de que alguien discierna, de que alguien escuche la angustia de la fidelidad a una llamada constante, sentida con temblor, con humildad, con la sencillez, con la amargura de la incomprensión y de los juicios a modo de sospecha que forman la cruz a soportar por estos posibles convocados por el Espíritu.

Es urgente que en el ámbito de su Iglesia diocesana se reflexione sobre algunos planteamientos y actuaciones de quienes temen de la eficacia y la conveniencia de admitir a un estado de vida que compromete para siempre y ligue a la Iglesia, a los que reciban constitución de un oficio sacro o una ordenación ministerial.

Entre todos los miembros de este pueblo de Dios que camina hacia el Padre en la Iglesia particular, hemos de confiar en la Providencia abandonando los miedos, la falsa prudencia que aconseja silenciar respuestas. Todos hemos de apostar por el Espíritu y actuar siempre con claridad, con el amor que nos complementa a todos: Jesucristo, único Señor a quien servimos. Señor de nuestras vidas.


Extracto del capítulo 14 del libro «El diaconado permanente en los albores del tercer milenio» de José Rodilla Martínez

1Constituciones Sinodales 716 b

2 ISUNZA, SANTIAGO. Reflexión sobre los Carismas y Ministerios. IDCR 04-05-1.993

3 Conviene meditar todo el relato 1 Sm 1, 2 y 3

4ARNAU-GARCIA, RAMÓN. «Reflexión sistemática» en Orden y Ministerios. BAC. Sapiencie Fidei. Madrid. 1.995

5 SCHILLEBEECKX, EDWARD. El ministerio Eclesial. Responsables en la comunidad cristiana. Pág.185. Cristiandad. Madrid 1.983

6 Cf 102

7 Ver Anexo II, 151

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