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LA CASA DE LOS ESPÍRITUS, DE ISABEL ALLENDE


  1. Introducción: Trayectoria de la novela hispanoamericana en el siglo XX.


La literatura hispanoamericana, tras los derroteros nacionalistas del siglo XIX (indigenismo, rechazo de todo lo proveniente de la colonialista España, búsqueda de lo autóctono…), en el siglo XX vuelve a mirar a Europa y, especialmente, a Norteamérica (influencia de Walt Whitman en poesía o a los autores de la lost generation, como Hemingway, Dos Passos, pero sobre todo, Faulkner en la novela).
La novela renueva su lenguaje bastante más tardíamente que la poesía (con la revolución estética que supuso el Modernismo) y durante las primeras décadas del siglo siguió los modelos heredados del XIX. Se pueden distinguir las tres etapas siguientes:
1ª La novela realista absolutamente dominante hasta, aproximadamente, 1940 ó 1945. Es un realismo peculiar que mezcla el naturalismo con un lenguaje romántico. Pero lo más importante de sus peculiaridades son los ingredientes temáticos. El denominador común de los contenidos argumentales sería la presentación de la peculiaridad americana en las siguientes áreas: La naturaleza (inmensa, inexplorada, digna de aventuras extraordinarias –la cordillera, la selva amazónica, la pampa…); los problemas políticos (revoluciones, contrarrevoluciones, golpes de estado, dictaduras…en fin, la convulsa vida política de aquellos países, por aquel entonces) y los problemas sociales, subyacentes a las tensiones políticas: desigualdad social absoluta que la novela realista denuncia y, especialmente, la desigualdad por raza (indios, mestizos) que se denuncia de forma especial en la llamada novela indigenista. Los títulos y autores más sobresalientes serían: Doña Bárbara (1929), de Rómulo Gallegos, Don Segundo Sombra (1926), de Ricardo Güiraldes y La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera.
2ª Los comienzos de la renovación narrativa, con frutos cada vez más logrados, entre 1945 y 1960. A partir de 1940 comienza a notarse un cansancio del realismo y aunque no se rechazan los viejos temas, pasan a ser tratados con procedimientos distintos y también aparecen temas nuevos (se cambia el mundo rural por el urbano y se da cabida a temas más existenciales y humanos, sin que por eso desaparezcan los temas sociales). Junto a las realidades inmediatas, irrumpe la imaginación, lo fantástico. Por eso, pronto se hablará de realismo mágico o de lo real maravilloso: realidad y fantasía se presentarán íntimamente enlazadas en la novela, unas veces, por la presencia de lo mítico, legendario o mágico, otras, por el tratamiento poético o alegórico de la acción, de los personajes o de los ambientes. En el terreno de la estética, se apreciará un mayor cuidado constructivo, atenderán a las innovaciones europeas (Kafka, Joyce…) y americanas (Faulkner). Por otra parte, se asimilan elementos irracionales y oníricos procedentes del surrealismo, que se adaptan perfectamente a la expresión de lo mágico o lo maravilloso. Los novelistas que destacan son cuatro:


  • Miguel Ángel Asturias (guatemalteco, 1899-1974). El señor presidente (1946) marca un cambio radical en el tratamiento del tema del dictador suramericano. Su estilo, abundante, barroco, se halla plagado de imágenes, de símbolos, de efectos musicales…El conjunto es un cuadro alucinante.

  • Alejo Carpentier (cubano, 1904-1980). Destacan Los pasos perdidos (1953) y El siglo de las luces (1962). Un creador lúcido y exigente que no dejó de avanzar por las vías de la renovación novelística.




  • Juan Rulfo (mejicano, 1918-1986) De obra breve, pero prodigiosa. Se da a conocer con los relatos de El llano en llamas (1953), una visión alucinada y alucinante del mundo rural mejicano, habitado por la miseria y recorrido por la violencia. Pero la novedad artística la alcanza Rulfo con Pedro Páramo (1955), donde nos lleva a un pueblo muerto, habitado por fantasmas que evocan un pasado doloroso, dominado por el implacable cacique que da título a la obra. La vida y la muerte, lo real y lo sobrenatural, lo existencial y lo social, se entretejen en un cuadro impresionante, inolvidable por su hondura poética. Es sin duda el autor más influyente entre los escritores posteriores.



  • Jorge Luis Borges (argentino, de Buenos Aires, 1899-1986). Con Ficciones (1944) y El Aleph (1949) crea y recrea el género del cuento fantástico. Sus cuentos se caracterizan ante todo porque nos ponen en contacto con lo excepcional, con lo insólito con la finalidad de proponernos sutiles juegos mentales, ejercicios de imaginación y ponernos ante abismales problemas metafísicos. Producen vértigo intelectual.


3ª La consolidación y el espléndido desarrollo de la nueva narrativa, a partir de 1960, sobre todo. En 1962 se publicaba en España La ciudad y los perros (Mario Vargas Llosa, peruano, 1936), en 1967 Cien años de soledad (Gabriel García Márquez, colombiano, 1928) y por esos años, Sobre héroes y tumbas (1961) (Ernesto Sábato, argentino, 1911), El astillero (1961) del uruguayo Juan Carlos Onetti, Rayuela (1963) del argentino Julio Cortázar o La muerte de Artemio Cruz, del mejicano Carlos Fuentes. Ante la avalancha y la calidad de la misma, en España y en toda Europa se empezó a hablar del “boom” de la novela hispanoamericana. En realidad estos nuevos narradores continuaban la labor de sus predecesores del apartado anterior, pero llevando las innovaciones técnicas a sus últimas consecuencias: se confirma la ampliación temática (más novela urbana y un tratamiento mágico al campo); se consolida la integración de lo fantástico y lo real; pero es en las formas donde se da una mayor renovación (ruptura de la línea argumental, cambios de puntos de vista, contrapunto, monólogo interior, estilo indirecto libre…) y, por último, en el lenguaje hay una constante experimentación. En definitiva, se trata de superar el realismo, pero sin desdeñar la realidad, sino simplemente abordándola de otros modos nuevos. Como un epígono de este “boom” situaríamos a Isabel Allende, tan deudora de Rulfo y su Pedro Páramo como de García Márquez y sus Cien años de soledad.

2. El post-boom.

Su obra ha sido clasificada en el movimiento literario conocido como Post-Boom, aunque algunos estudiosos prefieren el término "Novísima literatura". Este movimiento se caracteriza por la vuelta al realismo, una prosa más sencilla de leer pues se pierde la preocupación por crear nuevas formas de escribir (meta-literatura), el énfasis en la historia, la cultura local, entre otros.

Si bien sus éxitos en ventas son arrolladores, hay críticos y escritores que han sido implacables con ella, considerándola escritora de subliteratura o meramente literatura comercial o, en el mejor de los casos, como una copia menor de Gabriel García Márquez. El estadounidense Harold Bloom sentenció que "Isabel Allende es una muy mala escritora y sólo refleja un período determinado". La mexicana Elena Poniatowska la colocó en el mismo saco con Ángeles Mastretta y Laura Esquivel y dijo que las tres "entran en la literatura como fenómenos comerciales y hacen literatura femenina". Su compatriota Roberto Bolaño dijo: "Me parece una mala escritora, simple y llanamente, y llamarla escritora es darle cancha. Ni siquiera creo que Isabel Allende sea una escritora, es una escribidora". Finalmente, Angélica Gorodischer señaló que las novelas de Allende solo alimentan estereotipos femeninos caducos, pero no aportan nada a nivel de literatura ni de género.

El post-boom es un movimiento pendular en el que lo popular, la oralidad, el folletín, el revisionismo histórico más o menos deconstruccionista destronan la exagerada experimentación formal y el afán totalizador que encumbró a García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes o Cortázar. El tempo literario ha variado. Y su estrategia anticipatoria, calcada del García Márquez de Cien años de soledad, no podría ser más adecuada para agarrar a un lector que, de principio a fin, se ve enganchado en un folletín con mucho más que intríngulis. Por no hablar del estilo ágil, propio del periodista, la combinatoria de fantasía y realidad, y los toques de humor que contrastan con la denuncia explícita, en una novela de lectura fácil.

En resumen, a comienzo de los ochenta se impone entre los escritores una estrategia discursiva que busca adecuar el lenguaje a una nueva realidad. Se trata de una narrativa nueva, de raíces populares caracterizada por el descentramiento o asalto de los márgenes y que muchos críticos coinciden en aglutinar en torno a tres ejes: testimonio, feminismo y cultura popular.

3. La casa de los espíritus.

Teniendo en cuenta que no había mujeres en el boom, Allende abrirá brecha en esta nueva época. Además hay un par de razones contextuales que explican el éxito de esta novela: la capacidad de vivir más allá de la muerte de algunos personajes como Clara no puede sino colmar las expectativas más profundas de ese ser humano contemporáneo, cada vez menos capaz de creer y, paradójicamente, más necesitado de trascendencia. Un ser humano muy sensibilizado con las dictaduras de Hispanoamérica que fuerzan a tantos al exilio y para el que Salvador Allende, el Che Guevara o Fidel Castro se convierten en mitos que la izquierda sacraliza. Todo encaja, puesto que la segunda parte de La casa de los espíritus es un alegato contra la dictadura militar de Pinochet, y es también una mitificación del presidente, Allende: sus últimas palabras se transcriben literalmente, testamento para luchadores contra cualquier tiranía.

Dentro de las influencias destacables de La casa de los espíritus estaría sin duda la de Juan Rulfo y sus conexiones comunicativas entre vivos y muertos y, por supuesto, la de García Márquez y sus Cien años de soledad, sobre todo por el uso del realismo mágico, las anticipaciones y el uso de la saga familiar distinguiendo a los personajes de distintas generaciones con Segundo, Tercero, etc. Pero también la literatura chilena anterior a ella tiene su importancia: de Jorge Edwards probablemente conoce sus ambientes de violencia urbana por los que transita una clase alta o medio alta venida a menos de novelas como El peso de la noche (1965) y otras. De José Donoso parece conocer El obsceno pájaro de la noche (1970), que cubre cincuenta años de historia chilena, y esa fábula política que lleva por título Casa de campo (1978) y, aunque Allende nunca descenderá a lo marginal y lo sórdido, sí le impactará un topos, el de los viejos caserones amenazados en el siglo XX por la especulación urbana y el asalto de las clases populares. Desde antiguo el topos está ahí, como una constante en la literatura patriarcal decimonónica: las haciendas con sus valores mítico-simbólicos, trasunto de la nación en busca de identidad.

Ahora, en las historias de la literatura, su novela abarca varios registros: feminismo, novela de exilio, novela del golpe…

3. 1. Espacio-Tiempo

La historia se desarrolla en un período que abarca casi un siglo, contando la vivencias de Esteban y Clara, de su hija Blanca y Pedro Tercero García, y de Alba y Miguel, cuyas vidas se vieron influidas por el golpe de estado dado por las fuerzas militares chilenas, ayudados por estafas y boicots por parte de las clases altas. La historia acabaría poco después del golpe de estado (1973). Las alusiones temporales son finas pinceladas a lo largo de la narración. Hay alusiones a la 1ª y 2ª guerras mundiales, período en el que Esteban Trueba afianza su fortuna y también poco antes de que el Candidato se convierta en el Presidente (1970) se habla de que el hombre ha pisado la luna (1969). Cronológicamente la acción se desarrolla de forma lineal pero hay constantes anticipaciones que veremos posteriormente cumplidas y, además la historia empieza y termina del mismo modo, pero en distintos tiempos.

A lo largo de la novela los personajes se mueven en medio del entorno social y político de la época, a lo que se suman los elementos mágicos introducidos por la autora. También se pueden observar ambos lados de la escala social: por un lado, Esteban Trueba que amasa una fortuna volviéndose un hombre importante y, por el otro, los trabajadores que comienzan a comprender que son el eje principal del sistema y no simples esclavos a cargo de patrones adinerados como el mismo Esteban Trueba.

La historia se desarrolla en Chile, aunque lo más importante del espacio es algo de lo que ya hemos hablado: el topos, la casa que aparece en el título y que tiene un importante valor simbólico: se utiliza la casa como símbolo de la nación, lo que no es original (ya hemos citado Casa de campo, de Donoso, microcosmos de la realidad chilena con una connotación de clase, la casa de los Buendía en Cien años de soledad…). La casa que Esteban Trueba edifica para su amada Clara en el capítulo III de la novela y que remodelarán ella y su hija Blanca en el VII, necesitará de una última reconstrucción por parte del patriarca en el epílogo. La casa tiene su doble en la hacienda familiar de Las Tres Marías, de la que el protagonista se hace cargo en el capítulo II, levantándola de la ruina de siglos y reconstruyéndola tras un terremoto (capítulo V) y la devastación de los campesinos en el período socialista (XIII). La construcción, destrucción y reconstrucción de espacios es un elemento ficcional que coadyuva a reforzar la estructura circular.

Hombres y mujeres dejan su sello en la casa: mientras Esteban, que ocupa la parte delantera, la concibe como símbolo del poder, riqueza y gusto de su clase, Clara la desarticula añadiéndole piezas en la parte de atrás según sus necesidades: el equilibrio racional masculino frente a la creatividad y el instinto femeninos que, desde dentro, corroen las bases de la sociedad patriarcal.

3.2. Personajes


Algunos de los nombres de los personajes tienen significados que reflejan aspectos del mismo. Tal es el caso de Clara que significa clarividente. Los significados de los nombres femeninos tienen por propósito indicar algo acerca del personaje; pero en el caso de los masculinos sólo sirve para enumerarlos en el orden del linaje, lo que sirve al lector para recordar de qué Pedro se está hablando: Pedro García (el primero, no numerado), Pedro Segundo García y Pedro Tercero García. Igualmente la sucesión de mujeres con nombres que aluden a su luminosidad: Nívea, Clara, Blanca y Alba…Y qué decir de Amanda (digna de ser amada), Férula (férreo sostén), Tránsito (la que evoluciona). Hablaremos de los personajes separándolos por su sexo.

Las mujeres:

¿Estamos ante una novela feminocéntrica, como sostiene la crítica feminista? Los críticos son unánimes al dictaminar el papel primordial de las mujeres en la novela. Las cuatro generaciones son luminosas, cada una a su modo y manera, como hemos señalado. Esa luminosidad es símbolo de su aura interior: la mujer romántica desciende de las alturas para vivir la vida, pero no se contamina. Es un privilegio que mantiene la saga, su sello de identidad. Así su desbordante imaginación convive con una clara conciencia de justicia social.

Nívea reivindica el voto femenino y es una sufragista pionera, a la vez que da a luz a quince hijos.

Clara es el eje escondido del relato: su imaginación clarividente rige la vida de cuantos la rodean. Ama a su marido, pero puede abroncarle e incluso estar años sin hablarle y además tiene corazón para los humildes. La atmósfera mágica que imprime a la casona se resquebraja con su muerte, no obstante su presencia entre los seres amados.

Blanca, aparentemente la más gris, destaca por su férrea voluntad, muy centrada en su profundo amor por Pedro Tercero, revolucionario y de una clase social inferior, que no se doblega ante la autoridad paterna.

Alba, la más joven, sale de la casa y en la universidad se relaciona con grupos políticos. Su militancia y el apoyo a los perseguidos le costará caro: la cárcel y el campo de concentración. Pero estará dispuesta a luchar por la vida y olvidar el odio.

Hay más mujeres. Amanda juega el rol de la típica hippy revolucionaria de los sesenta, mientras que Tránsito, la prostituta, en su origen la típica femme fatale decimonónica, es inteligente y representa uno de los canales –tal vez el único- que la sociedad ofrece a la mujer de clase social baja para subir. Férula es la solterona y la crítica ha especulado con un lesbianismo larvado.

La relación madres-hijas es profunda y desde el útero, se espiritualiza en el caso de Clara y Alba que mantienen una conexión sutil pero sólida. Blanca y Alba ejercen una sexualidad fuera de toda convención, el amor entra por los ojos y justifica la entrega de los cuerpos. Son mujeres que se guían por la intuición y desafían el despotismo patriarcal. Su mundo interior se plasmará en actividades que se cargan de connotaciones de resistencia: el mantel de Rosa, los nacimientos en barro de Blanca o el gran mural en las paredes del cuarto de Alba.

Es una novela feminocéntrica, pero no feminista, en el contexto de una sociedad patriarcal y con un delicado equilibrio de sexos, auténtico acierto del texto: la descendencia, la mirada optimista de la realidad y el hilo narrativo proceden de la línea femenina, pero la historia en gran medida está centrada en la figura de Esteban Trueba. En esta línea de equilibrio, comprobamos que si bien la rama femenina Nívea-Clara-Blanca-Alba viene marcada por la bondad, la generosidad y el ánimo de justicia, semejante trato recibe la rama masculina de Pedro el Viejo- Pedro Segundo- Pedro Tercero- Miguel. El diálogo entre ambos sexos es una clave fundamental en la novela.

Los hombres:

Son los hombres de una sociedad patriarcal.

Esteban Trueba encarna el discurso del poder. Su palabra es sinónimo de abolengo, latifundio, cargo político, conservadurismo y machismo. Aunque el amor de Clara es el sentimiento más poderoso de su vida, es incapaz de darle el afecto que Férula, de modo explícito, y Pedro Segundo García, desde su timidez y contención, le prodigan. Su castigo será la toma de conciencia de sus errores. El patriarcado en la novela también está representado por Severo del Valle.

Jaime y Nicolás son opuestos. Jaime es una especie de santo laico anticlerical. Nicolás es como su tío Marcos, estrafalario, viajero, su vida es la aventura.

Tal vez los hombres sean más vulnerables, estén más perdidos que las mujeres. Pero esto no vale para los de clase baja. Pedro García es tan fiel y generoso con el patrón que pasa por encima de la afrenta –la violación de su hija Pancha- y le recompone los huesos tras el terremoto, salvándole la vida. Su hijo Pedro Segundo le servirá con fidelidad y en silencio, debatiéndose entre sus deberes y el amor de padre, porque su hijo Pedro Tercero García, trasunto del cantautor Víctor Jara, le saldrá socialista y reivindicativo.

3.3. Acción.

Omitiremos el argumento puesto que “todos” hemos leído la novela y pasaremos a hablar de la estructura circular de la novela basada en la reescritura de los cuadernos de anotar la vida.

La casa de los espíritus consta de catorce capítulos y un epílogo que la mayoría de los críticos suele estructurar en dos partes, no perfectamente delimitadas pero reconocibles por su ritmo: una más lenta, morosamente desarrollada, y otra en que se precipitan los hechos y donde los sucesos políticos pasan a ocupar atención preferencial. La casa y la familia Trueba centran la primera parte, que se abre a la turbulenta historia del país en la segunda, con un registro más testimonial.

Pero es más significativa la estructura circular que engloba todo el relato: la última línea del texto repite la primera: “Barrabás llegó a la familia por vía marítima…”. El círculo no es gratuito: la frase abre Los cuadernos de anotar la vida en que la niña Clara se convierte en testigo de los acontecimientos. De modo que el lector se entera al final del epílogo que la historia no es sino una reescritura por parte de su nieta Alba, impulsada y ayudada por su abuelo. La estructura circular es inseparable de las voces narrativas, el punto de vista (modalización) y las anticipaciones (tiempo figurado).

La casa de los espíritus es una novela que plantea la intriga desde la memoria. Entreteje dos hilos narrativos que se complementan y se autoconvocan en una configuración dialéctica: memoria individual y familiar con su ambivalencia de realidad-misterio, y memoria colectiva.

Alba empezó a escribir en la cárcel impulsada por Clara que “trajo la idea salvadora de escribir con el pensamiento, sin lápiz ni papel, para mantener la mente ocupada (…)un testimonio que algún día podría servir para sacar a la luz (…)para que el mundo se enterara del horror que ocurría”. Alba obedece y su testimonio será personal y colectivo porque asume la misión de “dar voz a los que no tienen voz”. La memoria enlaza con el testimonio: las etapas de la vida de Trueba son un reflejo de la realidad chilena volcada sobre el texto como una novela total. En la primera parte, el testimonio está supeditado a la ficción familiar, en la que planea lo imaginario que nunca desaparece. En la segunda, la Historia se impone a la historia, tal vez porque el proceso social determina el proceso de configuración del relato.

Sin duda la novela tiene un carácter testimonial y esto se manifiesta de un modo directo en la última parte del libro; allí lo literario sucumbe al mensaje y es, por lo mismo, la parte más débil de la obra, desde el punto de vista artístico.

3.4. Modalización.

Las anticipaciones suponen la presencia del narrador acotando, estructurando el texto, tejiendo sus redes, cerrándolo sobre sí mismo y, a la vez, picando la curiosidad del lector, al que se atrapa desvelándole parte del futuro.

La novela es un texto polifónico, en primera y tercera persona. Para dar cuenta de ellas conviene partir del epílogo, en primera persona, donde Alba aclara definitivamente su identidad de narradora, asumiendo el designio de transcriptora y editora de una historia que ella ha reconstruido a partir de escrituras ajenas y heterogéneas, integradas a la suya.

En consecuencia, serán Trueba (capítulos I, II, VI y XIV) y su nieta Alba (capítulos III, V y el epílogo) los dos narradores en primera persona que se alternan para contar la historia: dos miradas distintas de una misma realidad. Hay un par de capítulos estratégicamente situados (IV y X) en que se alternan las dos voces en un contrapunto enriquecedor para la historia. Por fin en los capítulos VII, VIII, IX, XI, XII y XIII predomina la tercera persona, tal vez mucho más adecuada al ritmo más rápido de los acontecimientos históricos, incluso al prurito de objetividad, aunque no se cumple porque hay una toma de postura sin paliativos a favor del Frente de Unidad Popular.

En definitiva, los dos puntos de vista y la concepción del texto como palimpsesto incitan al lector a una búsqueda personal y eso es lo propio de la novela contemporánea.

3.5Tiempo figurado.

Ya hemos señalado algunas cosas. La morosidad narrativa y descriptiva de la primera parte, frente a la precipitación de los acontecimientos en la segunda.

El recurso garciamarquesco de las anticipaciones tiene un sentido: buscar una explicación del presente en el futuro que, en el instante de la escritura, ya es pasado. La mayoría de estas anticipaciones -que no auténticas prolepsis puesto que se cumplen en el texto- tienen que ver con los sueños: no sólo Clara, también Nívea, la Nana o Alba tienen sueños y presagios funestos en algún momento de su existencia.

3.6. ¿Modos del discurso?

Aquí toca hablar del lenguaje, del estilo, de cómo se expresan el/los narrador/es y los personajes, pero aparte de lo ya dicho más arriba, vamos a hablar de otras cosas.

El realismo mágico es un modo de ver y contar la realidad que Allende utiliza en la primera parte de su novela. De cara a los lectores europeos alerta contra el peligro de identificar realismo mágico y exotismo americano. Muchos críticos han señalado las coincidencias de La casa de los espíritus con las obras de García Márquez porque hay muchos elementos en común: la casa, la saga familiar, el tiempo y el espacio sin orden cronológico, el sincretismo de magia y religión, la intromisión de lo maravilloso o inexplicable en un contexto cotidiano, las precisas descripciones realistas para aludir a lo mágico, el mundo de los sueños y premoniciones, el hecho de que vivos y muertos se encuentren en el mismo nivel…Aunque hay diferencias: el tratamiento de la mujer es distinto: las de García Márquez son machistas, viven una fatalidad sin rebeldía, mientras las de Allende saben lo que es el amor, único recurso contra la violencia, y lo utilizan en su denuncia implícita o explícita del machismo, en su incipiente lucha por la igualdad de derechos. Es decir, Isabel Allende tiene una empatía con sus mujeres que en Cien años de soledad no aparece.

4. Concluyendo…

Apuesta por la vida: no hay venganza, sino deseos de fomentar un mundo mejor para generaciones posteriores.





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