Sea sólo una invectiva en contra de las novelas de caballerías; o mejor, no sólo podemos decir eso. No es que le falte razón al supuesto, pero, aunque no






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fecha de publicación09.07.2015
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LIBROS DE CABALLERÍA

Introducción

No podemos decir que el Quijote sea sólo una invectiva en contra de las novelas de caballerías; o mejor, no sólo podemos decir eso. No es que le falte razón al supuesto, pero, aunque no podemos pasar por alto que la novela de Miguel de Cervantes es mucho más, tampoco podemos negar que nace del ataque en contra del éxito del que gozan estas historias incluso en la segunda mitad del siglo XVI.

Mucho menos podemos afirmar que sólo sea el ataque satírico a los libros de caballerías cuando, casi cuatrocientos años después de su publicación y lejos de la lectura ávida de estos folletines que germinan en la Baja Edad Media, hoy nos falta, como bien dice Juan Manuel Lucía Megías, el segundo término de la comparación: las novelas de caballerías. Aún así, La vida del ingenioso hidalgo disfruta de la vigencia de la que gozó durante estas cuatro centurias de idas y venidas.

Pero que la obra de Cervantes, la novela plurifacial, se haya dicotomizado desde múltiples puntos de vista, las más de las veces concediendo visiones sesgadas o interpretaciones oníricas, no exime de intentar acercar al lector del siglo XXI los best seller de aquella segunda mitad del XVI, y rebuscar en la Historia de la literatura la génesis, el desarrollo y la extinción (que no la ejecución) de Amadises, Palmerines y Belianises para ver la relación paródico-dependiente que El Quijote tiene con ellos.

Panorama de la novela en la segunda mitad del siglo XVI

Múltiples y diversas tendencias narrativas se acrisolan en esta segunda mitad del XVI, y todas con notable éxito de público lector. Por una parte se da el florecimiento de la novela pastoril en obras como La Diana (1559?), de Jorge de Montemayor; La Diana Enamorada (1564), de Gil Polo; La Galatea (1585), de Cervantes o La Arcadia (1598), de Lope de Vega.

Por otra parte nos encontramos con el cultivo de la novela morisca, propagado por las Guerras Civiles de Granada (la primera parte de 1595), de G. Pérez de Hita, y causado, en parte, por la aparición de la anónima Historia del Abencerraje y de la Hermosa Jarifa, incluida en 1562 en La Diana, de Montemayor. También asistimos al resurgimiento de la novela bizantina, aquella de amor y de aventuras que se alimentaba de las traducciones de sus homónimas helénicas de Heliodoro, entre otros, y cuyos blasones son repintados por Núñez de Reinoso o J. de Contreras.

En este medio siglo presenciamos el nacimiento de la novela picaresca, con el anónimo Lazarillo de Tormes (1554) y el Guzmán de Alfarache (1599-1604), de Mateo Alemán, y continuado en el XVII por Quevedo y su Buscón, publicado en 1626 pero escrito veinte años antes; La pícara Justina, de López de Úbeda en 1605; el Marcos de Obregón, en 1618, de Vicente Espinel y el anónimo Estebanillo González, de 1646.

Pero, sin duda, la veta más exitosa se debe a la continuación del género de los libros de caballerías, iniciado mucho antes por el Amadís de Gaula, en obras como Don Belianís de Grecia (1547-1579); El Caballero del Febo (1555), de Ortúñez de Calahorra; Felixmarte de Hircania (1556), de M. de Ortega, o Don Olivante de Laura (1564), de A. de Torquemada.

Los libros de caballerías.

Covarrubias los define como: "los que tratan de hazañas de caballeros andantes, ficciones, gustosas y artificiosas, de mucho entretenimiento y poco provecho, como los libros del Amadís, El caballero del Febo y de los demás". Definición interesante del Tesoro de la lengua castellana (recordemos que fue impreso en 1611) y ejecutada por un coetáneo de Cervantes, que alguna pista nos puede dar sobre la acepción de estas obras en el siglo XVII, en clara contraposición con lo que ocurría unos años antes.

Para determinar el campo de estudio vamos a acotar la vigencia de las novelas de caballerías. Por un lado, las encontramos, junto con las traducciones de los romand franceses, desde fines del siglo XIII, con los primitivos Zifar y Amadís. Al otro extremo podemos hablar del siglo XVII, en donde se publican las últimas creaciones caballerescas hispánicas, esto es, el Policisne de Boecia y el Clarisol de Bretanha portugués.

El hito funcional de la materia literaria es la Historia regum Britaniae, escrito del clérigo galés del siglo XII Godofredo de Monmouth (1130-1136), a la que más tarde se le añadió el texto de Las profecías de Merlín. Esta obra fue traducida al francés en verso hacia el 1155 por Wace. A la huella de Monmouth aparecen, además del ya citado Wace, Marie de France y el gran fabulador Chrétien de Troyes. A España llegan noticias de esto a fines del siglo XII, aunque las traducciones no se producen hasta finales del XIII y principios del XIV, procedentes de una versión que se ha llamado Post-vulgata, que a su vez procede de una compilación del material que pululaba a principios del XIII, la Vulgata. La Post-vulgata (1230-1240) estaba constituida por: Estoire du Saint Graal, Merlin, Suite du Merlin, La quête du Saint Graal y La mort du roi Arthur.

En cuanto al origen y naturaleza de la literatura caballeresca hispánica, podemos hablar de dos  líneas bien diferenciadas. Por una parte nos encontramos con las viejas narraciones francesas -los romand-, escritas en verso al fines del siglo XII (Wace) y prosificadas a lo largo del siglo siguiente. Estas narraciones se subdividen, a su vez, en tres ramas: las de temática "clásica", que entroncan con fábulas de la Antigüedad, más concretamente con la fundación y destrucción de Troya; las de ambiente artúrico, en donde van apareciendo, en torno a la figura de Artús, las parejas de Tristán e Iseo y los amores adúlteros de Lanzarote  y Ginebra; y en tercer lugar, las historias de ambiente carlovingio, como Carlomagno y los doce Pares, a las que hay que añadir breves novelitas de amor y aventuras.

Este material, que muchos consideraron histórico, pasa a la península a mediados del siglo XIII, para formar parte de las Crónicas, en especial a la Grande e general estoria de Alfonso el Sabio,  y difundiéndose por todo el territorio a través de adaptaciones a las lenguas que convivían en esta parte del Pirineo. Estas historias, retocadas y modernizadas, se dan a la imprenta a fines del siglo XV y en los primeros decenios del XVI. Como bien nos informa Sylvia Roubaud, en 1490 sale a luz la Crónica Troyana, y algo después, los libros artúricos de la Tragedia de Lançalot catalana en 1496, el Baladro del sabio Merlín en 1498, el Tristán de Leonís en 1501, el Tablante de Ricamonte en 1513, y la Demanda del Santo Grial en 1515. Con todo, hay constancia y documentación para afirmar que había un gran conocimiento de estas historias fantásticas que rememoran aquella edad dorada de la caballería, y eso origina una demanda que hace que el género se consolide en pleno Renacimiento.

En la otra línea de la que hablábamos más arriba están las obras auténticamente hispánicas ("indígenas" las llamaba Menéndez Pelayo en contraposición a las extranjeras a las que llamaba "exóticas"). Esto es, las de autores peninsulares que a partir de fines del XIII se lanzan a componer libros de caballerías y que siguieron elaborando nuevas ficciones hasta comienzos del siglo XVII. De éstos provienen El Caballero Zifar, escrito, con toda probabilidad antes de 1300, aunque editado en 1512; el Tirant lo Blanc, redactado hacia 1460 e impreso treinta años más tarde; el Amadís de Gaula, refundido sucesivamente a lo largo del XIV y del XV, que ve finalmente la luz cuando el XVI dobla la esquina en la versión que ha llegado hasta nosotros, de Garci Rodríguez de Montalvo; y, por qué no, el resto de los "Amadises" hasta la mitad del siglo, el Palmerín de Oliva, de 1511, también con descendencia cerrada en 1602 por el Don Duardos de Bretaña  y el Clarisol. A estos hay que sumar una cantidad notable de obras menos conocidas, como el Floriseo, el Polindo, el Félix Magno, el Florando de Inglaterra, Leando el Bel, Rosián de Castilla, y El caballero del Febo.

La técnica narrativa más utilizada es la digressio ornamental, que recomendaban los tratados de Retórica medieval. Este procedimiento se basa en ir abriendo aventuras dentro de otras aventuras, formar así una marasma caballeresca sustancial, para después ir cerrando cada una con una sucesión de hazañas de toda índole. Todo bien amarrado para formalizar una gradatio en la que la forma esta jerárquicamente dominada por el fondo, para crear esa atmósfera de incertidumbre, establecer un entorno catártico y, finalmente, subir a los altares de la caballería al héroe, al miles.





Los libros de caballerías en el Renacimiento, trasunto de aquellos otros medievales que narraban una vida nobiliaria arcaica que sentaba los reales en las hazañas guerreras y las intrigas sentimentales, plagados de valentía, ferocidad y sentimentalismo, alumbrados por militia et amor y siguiendo los códigos caballerescos y del amor cortés, se adueñaron pronto de las conciencias lectoras del XVI, tal vez por la reminiscencia a ese mundo fabuloso, aquel de las edades heroicas y galantes de los caballeros medievales andantes. Todo se vertebra en el mundo artístico presentado como una galería de hechos y personajes que se articulan desde el amor cortés y el esfuerzo heroico y toman vida desde la búsqueda de aventuras.

Es la historia de Amadís, arrojado a un río al nacer y recogido por Gandales de Escocia. Se educó con él y, tras crearse fama en el arte de la lucha y la caballería, se enamoró de Oriana, con quién casó en secreto y a cuyo amor se mantiene siempre fiel. Amadís, caballero, comienza a correr las aventuras propias de su condición. Las luchas con Galaor, su hermano desconocido, y contra el pérfido Endriago, así como sus tribulaciones en la Ínsula Firme. En el libro cuarto, elaborado por Garci Rodríguez de Montalvo, se narran las luchas entre el rey Lisuarte (padre de Oriana) y sus aliados contra Amadís, los caballeros de la Ínsula Firme y sus amigos.

Maxime Chevalier ha estudiado el gran fenómeno social que constituye en el siglo XVI el éxito de las novelas de caballerías, y hay constancia de que éstas interesaban incluso a personajes de la alta alcurnia y elevado nivel cultural, empezando por el emperador Carlos V y siguiendo por personajes como Juan de Valdés, Diego Hurtado de Mendoza, San Ignacio de Loyola y Santa Teresa de Jesús. Estos son libros que ofrecen un puro pasatiempo y son modelos de valor y cortesía alimentados por el ideal caballeresco y el espíritu de cruzada que aún reinaba durante el siglo XVI español. Se idealiza la acción por la acción misma y se toma del cristianismo el aspecto ambiental, ritual y hasta cierto punto ético, aderezado todo por el amor espiritual y la devoción hacia la mujer.

Cervantes y la caballería.

Desde la novela artúrica, desde Monmouth, patrón y fuente de la ficción caballeresca, hay una evolución clara hasta que se convierte en un objeto merecedor de la parodia cervantina. Durante siglos la novela del alcalaíno se ha enriquecido con los  múltiples puntos de vista desde los que ha sido analizada, pero como muy bien dice Juan Manuel Lucía Megías en su artículo "Don Quijote de la Mancha y el caballero medieval", a costa de sacrificar su primera  naturaleza.

Así, la relación del Quijote con los libros de caballerías no sólo es de parodia, sino también de dependencia. Esta claro que el hidalgo no es un verdadero caballero andante. Desde que es armado con escarnio en la venta por un hospedero y, sin cumplir los requisitos externos y físicos de la Orden de Caballería, don Quijote es un loco trasnochado que vive en un  mundo paralelo. Pero, desde su singular visión, sí que es un caballero andante y en él se mantienen todos los preceptos del espíritu caballeresco. Él mismo dice en el capítulo XIX de la segunda parte:

Oficio de caballero es mantener viudas, huérfanos, hombres desvalidos, pues así como es costumbre y razón que los mayores ayuden y defiendan a los menores, así es costumbre de la Orden de Caballerías que, por ser grande y honrado y poderoso, acuda en socorro y en ayuda de aquellos que le son inferiores en honra y fuerza.

Es el mundo al cual se lanza en busca de aventuras el que no cumple los preceptos caballerescos, el mundo de los molinos y el de los campesinos, el de los galeotes y el del problema morisco, que no es el mundo por que el discurría Amadís ni Tirante. Es ahí, en la superposición obligada, donde se desarrolla la parodia cervantina. Una parodia que toma tintes épicos y filosóficos  y que explican la inusitada vigencia de El ingenioso hidalgo, lejos ya de la comparación primigenia con los libros de caballería, de los que no olvidemos, se sirve para enriquecerse.

Manuel Francisco Sánchez-Carnerero

castillalamancha.es

 

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