Referencias filosóficas en la obra de borges






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REFERENCIAS FILOSÓFICAS EN LA OBRA DE BORGES

La pintura del hombre que realiza Borges nada tiene que ver con el sujeto cognoscente de los filósofos idealistas, cuyos tanteos sensoriales no supieron darnos cuenta cabal de la realidad exterior. El estar en el mundo no es un punto de llegada sino de partida, no un dato a obtener, sino, el dato habitual que ya poseemos porque es la estructura que nos constituye. Implantado en el mundo que él mismo alumbra, el sujeto borgiano se revela al análisis como un ser cuya estructura más profunda es la preocupación, la perplejidad, las conjeturas. Preocupación a lo largo del tiempo, por sus propias posibilidades, la suprema de las cuales, la muerte debe ser encarada por él con resolución. Es innegable que la escritura de Borges contiene temas de gran valor metafísico. La manera de contenerlos, quizás sea encerrarlos, transformarlos en envoltura maravillosa de sus escritos. El propio Borges ha comentado varias veces “Yo he usado la filosofía, la metafísica, como instrumento literario. No soy un pensador. Creo que soy incapaz de pensamientos propios”1. ¿Pero qué es ser un pensador? Hay que considerar que las preguntas filosóficas no son meros problemas, como los que la ciencia se plantea, sino que se trata de cuestiones vitales en las que estamos implicados, como personas y como sujetos de conocimiento. Las preguntas filosóficas no se cancelan con las respuestas a las que se refieren. Al contrario sirven para profundizar en ellas y mantenerlas abiertas. No cierran los interrogantes, sino que los enriquecen incorporándolos a su devenir, agravándolos. Tal vez no se pueda hablar de progresos de la filosofía, ellos son siempre relativos, consisten más en refinamientos de lenguaje que en afirmaciones resolutoria. Los filósofos operan para entrar en dudas, no para salir de ellas como hacen los científicos.

La filosofía tiene por preguntas filosóficas aquellas que parten del “somos”, de lo que nos constituye como humanos y de las que no es posible librarse, como tampoco lo es de la condición humana misma2.

Los escritos de Borges son extraordinariamente sensibles, muy perspicaces, y pertenecen claramente a esa doble condición urgente e irresoluble de la indagación filosófica. El contraste entre lo irrenunciable de la cuestión y lo imposible de librarse de ella por medio de una respuesta, que solo traslada el nivel más sutil y por supuesto más rico en paradojas, capaz de producir un efecto de humorismo reflexivo del que hemos disfrutado. Humor que suele escaparse a los profesionales de la filosofía, que nunca renuncian a considerar la disciplina como una acumulación y progresión al estilo de la ciencia3. Con respecto a las religiones, la opinión de Borges sobre el catolicismo siempre es crítica. Incluso cuando diseña un personaje que arrastra cierta formación católica por el lado materno, como Baltasar Espinosa en El Evangelio según Marcos, compensa esta doble fe con la influencia spenceriana transmitida por el padre. Sin embargo siente fascinación por algunos autores de militancia católica, especialmente Chesterton. En un artículo que le dedica define la fe católica “como un conjunto de imaginaciones hebreas supeditadas a Platón y Aristóteles”4. La consideración filosófica considerada en esta frase continúa en cierta devoción spinoziana que expone reiteradamente. En El primer Wells 5supone que “desconfiaríamos de la inteligencia de un Dios que mantuviera cielos e infiernos. Dios ha escrito Spinoza no aborrece a nadie y no quiere a nadie”. En términos comparativos la religión protestante supera a la católica en el aspecto ético: “Una de las virtudes por las cuales prefiero la naciones protestantes a las de tradición católica es su cuidado de la ética”. El calvinismo le parece un fanatismo, pero más auténtico que el catolicismo, “preocupado por la liturgia”. En La muerte y la brújula, un personaje define al catolicismo como una superstición judía. “Los católicos creen en un mundo ultraterreno, pero he notado que no se interesan en él. Conmigo ocurre lo contrario, me interesa y no creo”6.

Los antecesores de Borges que más notablemente han hablado y representado, el laberinto y el espacio infinito, son el gran grabador y arquitecto italiano Gian Battista Piranesi, el dibujante Maurits Cornelis Escher y Franz Kafka. Las cárceles de Piranesi prefiguran ya los laberintos kafkianos: vemos en ellas espacios y el tiempo, inmensos que se fugan sugiriendo el infinito, poblados de pasarelas, arcos, muros dudosos, puertas, escalinatas que se multiplican. El tiempo infinito contenido en un espacio cerrado, sin salida. Dos siglos después Kafka “creará un mundo tan opresivo y carente de centro como el de las “Cárceles imaginarias” de Piranesi. Ya es un lugar común hablar de lo kafkiano para referirse a los espacios sórdidos y laberínticos7. También en Borges, la pregunta sobre el lugar del hombre en el mundo se expresa a menudo a través de lo espacial, reconociendo que el laberinto más terrible lo construye la inmensidad. Para ayudar a su comprensión en la reunión espacio-tiempo que supone el laberinto, presentamos este grabado. En él el tiempo infinito queda atrapado en el espacio cerrado de una cárcel imaginaria. Con ello remedamos el tiempo infinito encerrado en los límites del hombre, su cuerpo, y su consciencia.

Para Borges, encontrar la inmortalidad, vencer la muerte y el olvido, no es superar al tiempo ni la vejez.


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¿Qué es Metafísica?
Analicemos ahora la evolución del concepto metafísica, que desde disciplina del ser, pasó a considerarse su muerte. Y retomando la vuelta de sus preguntas en los más importantes filósofos del siglo veinte, trataremos de ir explicitando la posición de los más importantes sistemas filosóficos, con respecto al concepto y a la disciplina. Lo haremos desde una comprensión del ser de las cosas, entendido como suma, como identidad de esencia y existencia.

Una de las intuiciones más geniales de Borges y que pone de manifiesto su profunda comprensión de la tradición filosófica, es que contempla las grandes construcciones especulativas no como productos refinados del uso lógico de la razón, sino por el contrario como obras maestras de la imaginación. “De los diversos géneros literarios, el catálogo y la enciclopedia, no más que la metafísica, son los que prefiero”8.

De la metafísica borgeana podríamos destacar los siguientes elementos: La eternidad, el instante, el infinito, el conocimiento, la realidad, la verdad, la identidad, el sueño y las pesadillas de la vida actual. El tiempo aparece precediendo todas estas cosas, en un más allá de las cosas. El tiempo es lo que precede, a la misma eternidad que es hija de los hombres. Es lo que precede, es lo que pasó. Precede incluso a la misma repetitividad eterna. El tiempo es un recurso literario basado en una ilusión; es una delusión, que no puede ser dicha ni pensada, sino sólo experimentada. El arquetipo del presente, es el modelo de una serie de copias caídas en el tiempo. El tiempo es una pieza que mueve la literatura, como eterno presente de la idea. Su metafísica trata de un tiempo real, que es un tiempo no representado, no numérico; sino, contemplado, como se contemplan las Ideas, es un tiempo-eternidad, que no comparece ante el sujeto o frente al sujeto. La memoria y el miedo, que es otra forma de memoria son notas constitutivas, procesos de un tiempo que es un Jano bifronte, que mira tanto el ocaso como la aurora. Tiempo que se hace espacio en la insufrible memoria de lugares, en infinitas metáforas del laberinto. Porque la realidad es inasible y el lenguaje es un orden rígido de signos rígidos, sólo nos queda la metáfora, los simulacros, los arquetipos y sus copias. Representación, espacio, tiempo y azar enmarcado en un diálogo profético, en una trama profética; que transcurre en dos tiempos a la vez y en dos espacios. Esto es, en el Uno de la conjunción yo-otro: somos dos memorias incomunicables en la que el yo desaparece para ser el otro (Shakespeare). Y en la eternidad iterativa de la que habla su literatura. La metafísica del tiempo en Borges es la poesía del tiempo. La poesía es ya una metafísica instantánea y del instante; es poesía cosmogónica, teológica y filosófica, es la melancolía irremediable del tiempo. En ella aparece la carnadura del tiempo como melancolía irremediable, hecha de duelos, dudas, pérdidas, paraísos perdidos y ausencias absolutas. Carnadura del tiempo que además es carnadura de lo sublime.

Es conveniente destacar hoy el interés creciente en atender la presencia de Borges en la filosofía contemporánea. Nos referimos al contacto entre la literatura de Borges y pensadores como Ludwig Wittgenstein, Martin Heidegger, Maurice Merleau-Ponty, Michel Foucault, Sartre o Derrida. Su manera de pensar, de tratar temas literarios y problemas filosóficos, históricos y teológicos bien puede llevar el nombre de pensamiento conjetural. La literatura de Borges permite identificar una manera propia y especial para la presentación, el estudio y la crítica de asuntos filosóficos. Esta labor hoy la llevan a cabo Serge Champeau en Borges et la métaphysique y Edna Aizenberg en Borgesian Impacto n Literature and the Arts.

La Metafísica, salvo en algunas acepciones notoriamente debilitadas y hasta cierto punto desnaturalizadas, en la actualidad es percibida como una modalidad de pensamiento, un género literario-filosófico o una performance discursiva que ha dejado de ser posible9.

 Y decimos que la Metafísica consiste en que el hombre busca una orientación radical en su lugar de tal. Pero esto supone que la situación del hombre, esto es su vida, consiste en una radical desorientación en estar inmerso en perplejidades. Presupone una desorientación total, radical. Vale decir entonces, no que al hombre le acontezca desorientarse, perderse en su vida, sino que, la situación del hombre en la vida es perplejidad, desorientación, es estar perdido, y por eso existe la Metafísica. Borges en el poema La Recoleta, dirá: “Sólo la vida existe. / El espacio y el tiempo son formas suyas,/ son instrumentos mágicos del alma, / y cuando esta se apague,/ se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte/ como al cesar la luz/caduca el simulacro de los espejos/ que ya tarde fue apagando.”10

La metafísica no es una disciplina especial de la filosofía, ni una "parte" o un capítulo del saber entre otros, ni siquiera un estilo de practicar el conocimiento característico de cierto momento histórico; la metafísica es, para decirlo con palabras de Martin Heidegger, "el pensamiento occidental en la totalidad de su esencia"11. La metafísica es materialmente idéntica a lo que entendemos por filosofía. Puede decirse que es una parte de la filosofía, como la lógica, la ética o la filosofía de la naturaleza, pero todo esto es en definitiva metafísica: la lógica es metafísica del conocimiento, la ética es metafísica de la vida, la filosofía de la naturaleza es metafísica de la naturaleza. En este sentido la metafísica no es una parte de la filosofía, sino que es materialmente idéntica a la filosofía misma. En el pensamiento conjetural de Borges, el escritor se toma el trabajo de estudiar y enfrentar algunos de los más importantes aspectos de la filosofía moderna. Borges no solamente critica ideas y argumento filosóficos modernos. Asimismo, hay que tomar consciencia de que Borges aprovecha estéticamente el extraño contraste entre la vida ordinaria de los hombres y ciertas tesis centrales defendidas por aquellos pensadores12. O de próceres locales con escritores europeos o norteamericanos.Por ejemplo en Luna de enfrente, manuscrito de 1925, dice: “No quiero ser injusto con él. Una que otra composición, El general Quiroga va en coche al muere, posee acaso toda la vistosa belleza de una calcomanía; otras, Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad, no deshonran, me permito afirmar, a quien las compuso”13

El mundo narrativo que acuña Jorge Luis Borges parte de una concepción metafísica de la existencia, según la cual el hombre existe cuando percibe o sueña a otro o cuando es percibido o es soñado por otro:"Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad... Con minucioso amor lo soñó... Cada noche lo percibía con mayor evidencia... En el sueño del hombre que soñaba, el soñador se despertó..Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo... Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño ..Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad ... Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer ... Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje ...Al cabo de un tiempo ... lo despertaron dos remeros a medianoche: ... le hablaron de un hombre mágico ... capaz de hollar el fuego y de no quemarse ... El mago recordó ... que su hijo era un fantasma ... Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación,... qué vértigo! ...En un alba sin pájaros el mago vio cernirse... el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo."14.
Cada uno de nosotros, en cuanto estructurada y formal apariencia de algo o de alguien, intenta comprender una realidad impenetrable, cuyos límites no están definidos.

La filosofía, su vocablo y su concepto nacieron en el círculo socrático y quizá un poco antes en el mundo pitagórico, para designar aquella actitud de los hombres que buscaban la sabiduría suprema, esto es: la sabiduría última y radical de la vida y de las cosas. Esto define justamente lo que es la filosofía15. Este apartado pretende ser como un "inventario de claves" capaz de facilitar el acceso al campo de problemas en el que los más lúcidos pensadores de occidente se han enfrentado durante más de veinte siglos a la cuestión de si es posible otorgar un concepto al ser de "lo que hay"; pues la relectura de esos esfuerzos es, hoy más que nunca, el único horizonte en el cual es posible seguir pensando16.

El vocablo metafísica se refiere: al conocimiento de un orden determinado de realidad; al modo especial de conocimiento o de pensamiento. En el primero caso, este orden de realidad no puede ser captado por los sentidos; se opone a las apariencias; es un ideal superior a los hechos y les da su contenido. En el segundo caso, se refiere a conocimiento intuitivo, por oposición al discursivo; el fondo invariable de la inteligencia se proyecta hacia las cosas; se determinan de antemano las condiciones de existencia de los fenómenos; la experiencia se torna sistemática gracias a la unidad del intelecto.

Metafísica es dar un carácter preciso a aquello en que consiste la ultimidad radical que busca la filosofía. Por eso aunque hay intimidad radical entre metafísica y la filosofía, sin embargo no hay identidad formal. La metafísica es la definición real de lo que es la filosofía tomada en términos generales. Metafísica es la definición formal de la filosofía. La metafísica apunta a algo que está “allende”, busca una ultimidad radical en el sentido de estar más allá, es ir a otras cosas que no le son obvias. Es ir allende las cosas que le salen al paso, a su encuentro con el hombre. Pero también es un pensar en aquello que está en toda percepción y en toda cosa. Aquello que carece de una mínima opacidad, como para que el hombre tope con ello. No lo percibimos porque no topamos con ello. Esa carencia de opacidad es lo que expresa la palabra diáfano, precisamente lo diáfano no es obvio, no porque no esté en las cosas, sino porque es demasiado obvio, tan obvio que en su diafanidad misma no lo percibimos. Estar allende para la metafísica es ir a lo diáfano, a aquello que por su diafanidad está inscrito en todo lo obvio que el hombre encuentra en sus actos elementales. En este sentido se dice en filosofía que lo diáfano es trascendental17. En el sentido de que trasciende a las cosas que son obvias, sin estar fuera de las cosas obvias. La metafísica es la argumentación filosófica de lo diáfano, ejercita esa difícil operación que es la visión violenta de lo diáfano. Las dificultades del conocimiento están en nosotros y en las cosas18. Violencia que consiste en tratar de ver la claridad sin salirnos de la claridad misma, es una especie de retorsión sobre sí misma.

Nuestra época no manifiesta una especial originalidad, pues el tema de la problematización de la mera posibilidad de la metafísica es quizá tan antiguo como la misma metafísica. Ante la filosofía de nuestra época, la Metafísica aparece como un edificio de enormes proporciones en cuya obra quedan reflejados los talentos más brillantes del pensamiento occidental. Un edificio, que por sus dimensiones, solo resulta posible observarlo, estudiarlo o admirarlo como el monumento de una cultura, de una civilización, de una época pasada19. Hablar de metafísica es hablar de las razones que hicieron un día posible y necesario para la humanidad occidental un discurso que, con el poder desnudo de la razón, se enfrentó a lo real con la pretensión insólita de agotar con su decir la verdad toda del ser; y, propio devenir de la filosofía y del pensamiento en esta parte del planeta durante más de veinte siglos, La metafísica es considerada también como una forma imposible, innecesaria e incluso indeseable de ejercer el pensamiento. Ciencia del ser, de las que sus grandes líneas han ido pasando desde la antigüedad, por el Medioevo, hasta la metafísica moderna.

La manera griega de hablar sobre el ser es muy notoria. Junto a la afirmación de que el principio de todas las cosas eran los cuatro elementos o su combinación, los discursos sobre el ser se hallan en todos los filósofos de la antigüedad. Son los presocráticos los primeros en consumar ese vuelco que constituyó el paso del mito al lógos y con ello fundaron la razón; si bien no era una razón crítica como más tarde funda la modernidad con Descartes y Kant. Los presocráticos identificaron el lógos con el ser. Pero tal vez lo más importante en destacar es que identificaron con ello ser, pensamiento y lenguaje. Ellos hablaban del ser casi sin mencionarlo, hasta que con Parménides se toma consciencia de esa identidad que hoy es señalado como un vuelco decisivo para la causa de la humanidad. Queda señalada la intrínseca parentela de ser, pensar y decir, que son en esencia uno y lo mismo20.

Más tarde con la sofística se consuma una división fundante en estos tres órdenes. Esa escisión entre ser, pensar y hablar deja señalado el ser como fysis, naturaleza, la palabra es nómos, convención o ley. La palabra ha sido instituida por los hombres mientras que el ser es anterior a ninguna institución o promulgación humana. En consecuencia la palabra debe abandonar toda búsqueda de la verdad o esencia de las cosas ya que el hombre habla sobre las cosas mismas de la naturaleza pero su palabra rebota en ellas, no alcanza su esencia. Los sofistas se burlaron de quienes como Sócrates se afanaron en esa búsqueda21.

La palabra por ser humana sólo sirve para referirse a los asuntos humanos, a los fines de la comunidad. Ella no alumbra la verdad del ser. Sólo sirve para alcanzar determinados fines dentro de una polis, dentro de la comunidad humana. Sirve en definitiva para conseguir poder. Esta función de la palabra es desarrollada por una ontología que avala esa situación, la sofística es la deudora de dicha posición ontológica en la que la palabra une su esencia al poder. Esta función de la palabra encuentra en esta ontología su enraizamiento en el ser. En definitiva, la fysis sería voluntad de poder. Idea que se articula en la fórmula de compenetración entre el pensar sofístico y ontología o ciencia del ser22.

La palabra no desvela esta verdad, pero permite vivir conforme a ella, en tanto se la utiliza para la consecución de fuerza. Es verdadera o falsa según si está avalada por el poderoso o por el débil, por el amo o por el esclavo, por el vencedor o por el vencido. En este sentido, hay que decir que la sofística constituye la primera irrupción de filosofía crítica en el seno mismo de la filosofía. Platón y Aristóteles restauraron la vecindad de pensamiento y ser; de lenguaje y ser.

Los escritos metafísicos de Aristóteles se refieren explícitamente a una ciencia del ser en cuanto ser, que nosotros llamamos hoy ontología, término este que no se acuñó hasta el siglo XVII, pero también una ciencia del ser en sentido propio y superior, que con todo el derecho ha de llamarse teología.

Aristóteles lo llamará también Philosophia prima (filosofía primera), término empleado también por Descartes para denominar sus Meditaciones metafísicas, posteriormente este término también se ha utilizado para designar a la ontología tanto a la teología. La forzosa polisemia de la expresión meta physiká que designa ciertos escritos de Aristóteles, se ha convertido históricamente en confusionismo semántico acerca del significado de metafísica en el orden de las disciplinas filosóficas. Es la escolástica quién más claramente convierte la metafísica en teología, apoyada en un equívoco contenido en el mismo texto de Aristóteles. La escolástica, en consonancia con los esfuerzos nacidos de los propios seguidores del Estagirita anteriores a la Edad Media, procurará, por su parte, establecer cierto orden en esa confusión, distinguiendo entre una metafísica general, que se ocupará del ente en cuanto ente y sus principios más universales, y una serie de metafísicas especiales que tratan de regiones particulares del ente, una de las cuales es la teología. Organización del saber especulativo, que llega hasta el XVIII de la mano de Christian Wolff y su división tripartita: una metafísica especial del mundo (cosmología racional), una metafísica especial del alma (psicología racional) y una metafísica especial de Dios (teología racional). Hobbes critica duramente a la metafísica por considerar sus argumentos carentes de sentido y su contenido muy vago, indefinido y oscuro, formando parte del reino de las tinieblas. Kant se hará cargo de este confusionismo y emprenderá la tarea de una refundación y definitivo asentamiento de la metafísica, contra el despotismo del racionalismo dogmático y contra la anarquía del escepticismo empirista.

En los umbrales del siglo XIX, Condorcet consideraba la metafísica antigua como un cúmulo de sinsentidos, una doctrina vaga, fundada sobre el abuso de las palabras como sobre simples hipótesis. Después de los grandes sistemas del idealismo alemán y de su herencia, Carnap podía expresarse de una forma parecida, criticándola de vaga, confusa y enunciados inverificables23.

Junto a la sospecha de que la metafísica no ha llegado nunca a nacer, late la de que hace mucho tiempo que ya está muerta. Tras los grandes sistemas metafísicos de la antigüedad (Platón y Aristóteles), es frecuente definir como anti metafísicas a las filosofías que les sucedieron en la época helenística, especialmente el materialismo epicúreo. A partir de ese momento, puede establecerse un catálogo de las muertes de la metafísica.

Las grandes síntesis medievales como el tomismo, poseen, al igual que la filosofía moderna, una dimensión crítica que no puede pasarse por alto. Sólo que ese criticismo viene después. Esa crítica presupone una previa afirmación del ser. Es la ontología la que posibilita una epistemología y no a la inversa como sucederá en Kant al pensar que su filosofía crítica constituiría un prolegómeno para cualquier metafísica futura. Tanto para Platón, Aristóteles y Santo Tomás, el conocimiento del conocimiento supone el previo conocimiento del ser24. Será Hegel quien intente alcanzar dicho punto de vista una vez trascendido el criticismo kantiano.

En Aristóteles y en santo Tomás no llegó a producirse esa identificación de crítica y ontología, esa hipóstasis de la epistemología en un pensamiento ontológico. El ser era concebido como un trascendental que rebasa todo nivel categórico, no era entendido como género o como concepto.

Después de la muerte post-aristotélica y de su renacimiento como teología cristiana, la muerte de la metafísica como teología especulativa ( Duns Scoto) declara a la teología ciencia práctica. El ascenso del empirismo y del nominalismo desde Guillermo de Ockham hasta David Hume; tras su renacimiento como metafísica racionalista, señala la muerte propiciada por el materialismo y el sensualismo que culminaran en la Ilustración francesa. Tras su renacimiento en la filosofía post-kantiana del XIX, la muerte de la metafísica a manos del positivismo cientificista y por otra parte por el marxismo que la desenmascara como ideología25.

Hegel es un moderno y queda enredado, mal que le pese, en el criticismo. Hegel resuelve la cuestión afirmando que, conocimiento del conocimiento y conocimiento del ser son una y la misma cosa, por cuanto ser y conocer es lo mismo. Para Hegel, saber y verdad no son términos contrapuestos, uno enfrentado al otro. Sólo aparecen de esta suerte ante la consciencia, es decir en el saber inmediato propio de nosotros los hombres. “En sí” y “Para sí”, saber del ser y verdad del ser, son lo mismo: no a nivel de fenómeno sino de lógos, no a nivel de consciencia sino de saber filosófico.

La metafísica de la representación, es decir, la manera de pensar inaugurada por Descartes y de algún modo, por pensadores místicos y nominalistas como Guillermo de Ockham y Meister Eckhart, es presentada, extendida y por último ridiculizada en la obra de Borges. Quien entra en discusión tanto con la rama idealista de esta metafísica (René Descartes, George Berkeley, Arthur Schopenhauer), como con la rama empirista de David Hume.

Borges recuerda haber sido iniciado en el idealismo berkelyano por su padre. El poema Amanecer de Fervor de Buenos Aires (1923) pone a la par Berkeley con Schopenhauer: si para el primero el mundo no existe sino al ser percibido, para el último el mundo es voluntad y representación26. En el mismo año Borges escribe el ensayo La encrucijada de Berkeley, luego incluido en Inquisiciones, en el que intenta mostrar donde se esconde la falacia raigal de la doctrina de Berkeley, conformando al espíritu la idéntica argumentación que él endereza a la materia, y casi un cuarto de siglo después retomará su filosofía en Nueva refutación del tiempo, un texto por el cual circulan varias doctrinas filosóficas, entre ellas el idealismo berkeleyano, al que inmediatamente vuelve a poner en contacto con la teoría schopenhaueriana. En las lecciones de literatura norteamericana establece que “en el frontispicio grabaremos, a título de justo homenaje, el nombre del famoso filósofo irlandés George Berkeley, razonador del idealismo”27 por su formulación de una teoría cíclica de la historia, según la cual los imperativos van de Oriente a Occidente, como el sol, para culminar en América.

Con Kant el filósofo profesa agnosticismo respecto al ser al postular “la cosa en sí” como necesidad imperiosa o supuesto que sustenta el dato en virtud del cual el pensamiento se pone en marcha. El entendimiento sólo se limita a darle “forma”, a ordenarlo. Lo mismo la sensibilidad, que prepara la formalización categórica mediante una esquematización del material sensible. La filosofía deja de referir su discurso al ser y pasa a referirlo a nuestro modo de intuirlo y pensarlo, de conocerlo. La filosofía deja de ser metafísica para pasar a ser crítica de la razón. Kant efectúa una crítica de la conversión de una categoría mental como la causalidad o la finalidad en categoría ontológica. Abre de este modo la brecha criticista que prolongará Schopenhauer y Nietzsche. Con Kant la filosofía comienza a dejar su carácter ingenuo o “ideológico” y se encamina por la vía de la crítica. Junto a ello el hiato entre saber y ser, entre discurso y mundo, entre palabra y cosa, parece abrirse definitivamente28.

Kant entendió que la razón era algo dado de una vez por todas, no susceptible de modificación y por lo mismo no afectado por los cambios históricos y sociales. Creyó que su tabla de categorías era la única posible por la cual podía discurrir el pensamiento. El carácter absoluto del tiempo defendido por Newton es el dominante en la filosofía moderna, incluido Kant quien, no obstante, introduce una novedad, que marcará una nueva inflexión en el modo de considerar la cuestión. En efecto, para Kant al tiempo le sigue resultando esencial, un carácter de absoluta independencia, con respecto a las cosas que en él se localizan. Pero precisamente esto es lo que determina que su naturaleza haya de ser distinta de la de esas cosas. Considerará que del tiempo no se tiene constancia a partir de la percepción, sino precisamente a partir del hecho de que no puede pensarse la posibilidad de ninguna percepción si no es suponiendo que ésta se dé ya en el tiempo. Kant niega que sea un concepto empírico, ya que toda experiencia presupone el tiempo. Por otro lado tampoco es una cosa. Es el fundamento de la objetividad. Así el tiempo se configura como una representación necesaria, que está en la base de todas nuestras intuiciones. Si le niega el carácter de cosas, con lo que se opone a cierta interpretación del pensamiento de Newton, también le niega el carácter de relación y que en este caso sería un concepto intelectual, con lo que resulta opuesto a Leibniz. En analogía con Newton, aparece como un marco vacío y con Leibniz, la analogía es que el tiempo no posee realidad extramental, como cosa en sí. Intenta una superación de la escisión entre sujeto y objeto, entre yo y naturaleza, llegando así a un Yo que sería aconceptual. Para Kant el tiempo es una intuición pura o una forma a priori, trascendental de la sensibilidad, así como la base intuitiva de las categorías. Es trascendentalmente ideal y empíricamente real, como condición de objetividad. Más importante aun es la concepción que desarrolla en la Analítica de los principios, ya que en la Estética trascendental se refería al orden de las percepciones, mientras que en este, se refiere al orden de los juicios. El tiempo actúa bajo su función sintética para que los juicios sean posibles. Todo juicio presupone una síntesis, y toda síntesis se fundamenta en las categorías, las que solo se aplican a la experiencia mediante los esquemas, que dependen de la mediación del tiempo. Será el principio de la serie temporal, según la causalidad, la analogía fundamental, la segunda analogía. Es marco formal dado previamente a los acontecimientos o como devenir mismo, quedando eliminada la cuestión en la pura aconceptualidad del Yo.

Fue Hegel quien sostuvo la historicidad inherente al pensar e intentó mostrar el hilo que une las categorías entre sí, su conexión interna, su mutua inferencia y condicionamiento. El tiempo es el devenir intuido. A través de esa dinámica demostrada, quedaba expuesta la realidad, el ser mismo, la historia. Para este filósofo, las categorías o el concepto es lo mismo que la realidad o la cosa. Esta categoría es dinámica, encierra en su interior el elemento negativo de oposición que la resuelve en otra categoría. Esa realidad es devenir, es proceso, es historia. El tiempo es el principio mismo del Yo= Yo. Logró una síntesis unitaria de pensamiento y ser en su concepto de Absoluto29. Un Absoluto que engloba en su interior su propia diferencia, su ser otro, de manera que se cumple en su proceso de cancelación de esa misma alteridad que le es consustancial. El tiempo es la absoluta autoconsciencia En él se produce la última síntesis de gran estilo en la que pensamiento y ser, lenguaje y mundo, palabra y cosa, concepto y objeto, saber y verdad, sujeto y sustancia, ego y alter ego hallan su unidad sintética: una identidad liminar que cobra como fin, como resultado, como principio póstumo; una síntesis unitaria que identifica yo y el otro, ser y no ser, identidad inmediata y diferencia, inmediatez y mediación, sujeto y objeto. Propone la inseparabilidad del espacio y el tiempo, siguiendo al propio Aristóteles30. Aunque en el conjunto de su concepción el tiempo aparece solamente como despliegue de la Idea., que en sí misma es intemporal, de forma que la intemporalidad es solamente epifanía de la Idea o del Espíritu.

Feuerbach, Marx, Kierkegaard, Stirner, Nietzsche, pondrán esta síntesis en entredicho. Entre el logos y el ser, se abrirá de nuevo una brecha: entre la filosofía y la “no filosofía”, entre teoría y praxis, entre razón y mundo objetivo, entre ideología e historia real, entre individuo y Dios, entre el sujeto de la fe y su propia máscara, entre el viajero y su sombra, entre el yo y el “otro yo”31.

En torno a ese hiato, o mejor dicho, a través de él, prosperará un estilo de filosofar en el que el discurso crítico restringe su actividad al análisis o a la catarsis del discurso sobre el ser; prohibiéndose toda promulgación discursiva de carácter ontológico. Terminará por ser la filosofía análisis y crítica del lenguaje. Cosa que ya se advierte en Marx, Nietzsche y Freud, este giro. En la filosofía contemporánea este será un lugar común casi incuestionable. Con estos tres pensadores la filosofía toma consciencia de su carácter ideológico y se dispone a trascenderlo mediante la instancia crítica32.

El pensamiento contemporáneo ha tendido a instalarse en ese hiato que separa al ser del pensamiento o lenguaje, más que a clausurar esa fisura mediante un deu ex machina. El mundo se convierte en fantasma, el propio sujeto empírico que soporta el ego hipercrítico se trueca en una sombra de sí mismo. Vivir es una prueba contra la asfixia del pensar. Una prueba contra el tedio33.

Cuando Heidegger define su camino de pensamiento como un intento de escapar a la metafísica, se suele interpretar que el aristotelismo o el cartesianismo son aún hoy doctrinas vivas con partidarios diversos. Por eso vuelve el Heidegger maduro a un pensar arcaico, previo al inicio de la metafísica, en el que es posible atender a una asonancia. Un pensar en el que ya se enuncia la posibilidad de otro inicio, post-metafísico, a través de la interpretación de la necesidad, como usanza en el primer fragmento legado por la filosofía: el dictum de Anaximandro.

La huella del olvido, de la lethé en el corazón de la verdad. Dicho así, con rotundidez, bien redonda, parmenidea; frente a la mentada distorsión humanista y pedagógica de Platón. Y el logos como fondo y abismo de la psiché en Heráclito, antes de la degradación del lenguaje, usado como vehículo y medio de comunicación empleado por los hombres al parecer ad libitum, convencionalmente.

Si se define la Metafísica por la distinción de dos mundos, por la oposición de la esencia y la apariencia, de lo verdadero y lo falso, de lo inteligible y de lo sensible, hay que decir que Sócrates inventa la Metafísica: él hace de la vida cualquier cosa que deba ser juzgada, medida, limitada y del pensamiento una medida, un límite, que se ejerce en nombre de valores superiores. Lo divino, lo verdadero, lo bello, el bien; según Nietzsche con Sócrates aparece un tipo de filósofo voluntaria y sutilmente sumiso34. Con el paso de los siglos Kant denuncia las falsas pretensiones del conocer, pero no pone en cuestión el ideal del conocimiento; él subraya la falsa moral, pero no pone en cuestión la pretensión de moralidad, ni la naturaleza y el origen de los valores. Nos reprocha el haber mezclado los dominios de intereses, si bien los dominios quedan intactos y los intereses de la razón sagrados: el verdadero conocimiento, la verdadera moral la verdadera religión.

Estamos lejos del primer Dionisos, aquel que Nietzsche concebía bajo la influencia de
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