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Ambrosio quiere incitar al Emperador, en contra de estos influyentes cristianos, máxime cuando los arríanos* ilíricos, hacían propaganda también en Milán* y otras ciudades del norte de Italia y la entrada de godos*, daba nuevos impulsos a la herejía. Así pues, el católico no dejó de invocar la situación religiosa y la actuación de los amanos*, como un peligro para el Imperio y para la seguridad militar, que brindaría a los súbditos heréticos, una protección ante los godos*, sus compañeros de Fe, mucho menor que los ortodoxos. No obstante, es evidente que el aspecto militar era ahora para Ambrosio, más importante que el religioso, que él pone de relieve, puesto que su diócesis, no estaba muy alejada de los godos* y en la cristiandad romana, según una antigua tradición, se hacía entre romanos y bárbaros, la misma distinción que entre los seres humanos y los animales. El peligro surgía de los enemigos del país. Así, al celo religioso del obispo se le anticipa ahora el nacional. Como si no hubiéramos visto esto incontables veces, en las dos guerras mundiales. Lo mismo que entonces los curas castrenses*, alemanes insultaban a los franceses llamándoles libinidosos* y hablaban de la Babilonia de Occidente, de los jardines venenosos de la Babel del Sena, de la moderna Sodoma y Gomorra, Ambrosio destacaba en especial, la propensión al vicio de los bárbaros, su depravación peor que la muerte. Para él, el incuestionable patriota, el enemigo es también cualquier extraño; el extranjero alienígena, casi equivalente a Infiel. A los godos* y similares Gothi et diversarum nationum viri, les llama gentes que antes habitaban en carretas, seres más temibles que los gentiles gentes. Así, no combate a los romanos infieles; lo que hace más bien es colocar al ejército de los paganos de su lado, e incitarlo contra los bárbaros, y para ganarse al Emperador pretexta motivos religiosos, mientras que busca el predominio de la cultura romana, que a él mismo le proporciona protección. Y una vida muy prestigiosa. El Santo obispo incita constantemente contra los godos*, conjura al mundo a no bajar la guardia, y para él prácticamente cualquier medio no sólo está justificado, sino que además es necesario, la postura de todos los curas en la guerra, incluso en el siglo XX; se alabará al general por su astucia, si hace que bárbaros, luchen contra bárbaros y de esta manera preserva las armas romanas, aunque este mismo general, no sea cristiano. Difícilmente podía probar Ambrosio que su aversión contra los bárbaros, estaba motivada sobre todo por razones religiosas. Ni en sueños se le habría ocurrido la idea del obispo Basilio*, Santo y padre de la Iglesia como él: estamos tan lejos de poder subyugar a los bárbaros, con la fuerza del espíritu y de la eficacia de sus dones, que más bien volveremos a hacer salvajes, a los ya subyugados con el exceso de nuestros pecados. Ambrosio había enviado al Santo Emperador, su obra pastoral Defide, aparecida durante el conflicto con los godos*, al campo de batalla de Iliria*, aunque sabía que una victoria se debería más a la Fe del Emperador, que a la valentía de los soldados fide magís imperatoris, quam virtute militum, con lo cual incita de nuevo en contra de los arríanos*, que en realidad no sólo son seres humanos en su apariencia exterior, pues en su interior son animales feroces. Aunque profetiza el triunfo, está seguro de la victoria, como testimonio de la verdadera Fe. Graciano, que ya había movilizado a las tropas de Panonia y de las Gallas, aunque llegando sólo hasta la región de Castra Mariis, en la Mesia superior, retrocedió para dirigirse contra los alamanes. Éstos, aprovechando la ocasión, habían cruzado el Rin y devastaban el territorio romano. Graciano* les derrotó en la batalla de Argentaría, en la que cayó su rey Priario*, cruzó por su parte el río y les sometió. Sin embargo, ésta fue la última vez que un Emperador romano cruzó el Rin. Y esta victoria en Occidente, con la ausencia de las fuerzas de Graciano* en Oriente, provocó allí una catástrofe. Cuando en 377 los godos* marcharon contra Constantinopla*, pasando a sangre y fuego, saqueando, batiendo a las tropas romanas y siendo ellos mismos batidos, Valente, que aunque había permitido el asentamiento de los extranjeros, no había cumplido los tratados, dirigió personalmente la contraofensiva. Procedente de los escenarios bélicos persas, se apresuró a llegar a Constantinopla. El 9 de agosto de 378 estaba en Adrianópolis*, con unos treinta mil soldados, frente a los visigodos* y ostrogodos* unidos. Mientras rechazaba varias ofertas de paz de Fritigemo*, que sólo buscaba ganar tiempo, apareció la esperada caballería ostrogoda* y alana*, excelentes jinetes avezados por sus largas campañas en Rusia y Europa central, que ya usaban estribos y espuelas*. Conducidos por los reyes alanos* Alateo y zafras*, cayeron de pronto sobre el flanco y la espalda de las legiones romanas, que habían iniciado el ataque, y las destruyeron formalmente. Dos tercios del ejército quedaron en el campo de batalla, y …entre ellos, para satisfacción de muchos católicos, el Emperador, el hereje odiado por Dios, seguramente un juicio de Dios, Jordanes. El propio Valente* acabó lanzándose al tumulto, con cuatro de sus máximos jefes militares, mientras que la mayoría de sus generales, según una vieja costumbre, huyeron. Fue el primer desaire sangriento del Imperio, a manos de un pueblo nómada y la primera gran victoria de los pesados jinetes germánicos, que desde entonces dominaron los campos de batalla cristianos, durante los siguientes mil años, hasta el siglo XIV, sobre la infantería romana; según Amiano*, desde **Cannae** la mayor derrota de la historia de Roma y, según Stein, el principio del fin del Imperio Romano. Tras esta debacle, que inició el ocaso del Imperium romanum, los Emperadores bizantinos, disolvieron sus legiones de infantería. Amiano Marcelino, un griego procedente de Antioquia*, soldado y el último historiador importante de la antigüedad, al que ya se ha citado aquí con frecuencia; participó personalmente en la batalla, que durante un milenio revolucionó, la guerra a favor de la caballería. En el epílogo de su obra, formada por 31 Tomos, que va desde Tácito, hasta la catástrofe de Adrianópolis*, describe como los godos*, retrasaron ex profeso el ataque, dejando que los romanos, se cocieran literalmente en su jugo, bajo el sol abrasador y rodeados de incendios provocados, hasta que la caballería goda*, como un rayo que cae desde el pico de una montaña, se lanzó sobre nuestra gente, provocando una enorme carnicería. El fracaso impresionó grandemente a los contemporáneos. Y el aguerrido san Ambrosio se horroriza: estamos viviendo el ocaso del mundo. Las consecuencias de la catástrofe, fueron inconmensurables. Durante un milenio, el Imperio romano de Oriente, lucha contra el problema de los germanos, el Imperio romano de Occidente se hunde, y la derrota de Valente* conduce al definitivo ocaso del arrianismo. Tras esta batalla, con la que se perdió la totalidad de Mesia y Tracia, el magister militum per Orientem, Julio*, estacionado en Asia, hizo pasar un día a cuchillo, a traición, a todos los soldados godos* que estaban bajo sus órdenes. Para ellos se hundió el mundo; lo mismo que para los caídos en Adrianópolis*, y para todos los godos* que al año siguiente, en 379, sufrieron una asoladora epidemia, resultado de las oraciones del Santo obispo Acolio* de Tesalónica*, como sabe Ambrosio, para quien el mundo, predestinado evidentemente al exterminio de todos, los que no fueran católicos, en especial todo lo …amano*, no se hundía. Puesto que los arríanos*, que se arrogaban el nombre de cristianos, y sin embargo intentaban herir con armas mortales, a los católicos, se parecían, según Ambrosio, a los judíos, si bien eran peores, y también a los paganos, aunque en realidad eran todavía peores, más que el anticristo y el propio diablo. Habían reunido el veneno de todas las herejías, eran seres humanos sólo en su aspecto exterior, pero en su interior estaban llenos de la rabia de los animales. Por esa razón a Ambrosio también le irritó el amano* Juliano Valente, hasta su destierro obispo de Poetovio* Pettau, hoy Ptuj, en Yugoslavia*, porque apareció delante del ejército romano, manchado de impiedad goda* y vestido como un pagano. Los herejes, el desvarío del mal amano*, la enfermedad del pueblo, como también excita a sus colegas el Padre de la Iglesia Basilio*, limitados en Occidente a Milán* y algunos obispados ilíricos*, tuvieron que desaparecer. Adelante, hombre de Dios, lucha del lado bueno. Ahora Ambrosio, que simplemente se encarga del clero de su antecesor, pudo gritar lleno de júbilo, que en todo Occidente no se encontraban más de dos arríanos*. Aquí, lo mismo que en Oriente, los pastores tenían menos interés en la Fe, que en su cargo. Sin embargo, católicos fanáticos escribieron entonces al Emperador Teodosio*: estos excelentísimos obispos, que con Constantino* defendían la Fe inmaculada, después anatematizados* con la firma herética, han vuelto al reconocimiento de la Fe católica, en cuanto han visto que también el Emperador, vuelve a estar del lado de los obispos católicos. En Teodosio I 379-395, encontró el padre de la Iglesia Ambrosio, un enérgico compañero de viaje. Apenas hay año de su reinado, afirma el teólogo protestante Von Campenhausen en que no se proclame una nueva ley, u otro tipo de medida para luchar contra el paganismo, para reprimir la herejía y para favorecer a la Iglesia católica. La total aniquilación de quienes pensaban de modo distinto, fue desde el principio la meta de su gobierno, y la tradición eclesiástica, que describe a *Teodosio como un protector infatigable del catolicismo y enemigo de todas las herejías y del paganismo, le ha retratado con toda fidelidad. Teodosio, cuyo padre homónimo, un cristiano ortodoxo, había ostentado ya el cargo de magister equitum praesentalis antes de perderlo, junto con su cabeza, bajo el hacha, por orden del católico Valentiniano*, creció en los campamentos militares. Desde 367 había luchado en Bretaña y también contra los alamanes. En la década de 370 destaca como dux, jefe militar, de la provincia de *Mesia hoy en territorio servio contra los sármatas*. Este católico ascendido a altos cargos, notablemente hermoso y, cuando quería, amable en extremo, pudo verter sangre como agua. Por desgracia, dice en su honor el benedictino Baur*, fue el último talento militar que hizo brillar de nuevo el prestigio guerrero del antiguo Imperio romano. El 19 de enero de 379, tras la heroica muerte de Valente*, Graciano* proclamó a Teodosio, de treinta y un años de edad, regente, Emperador, un Emperador que consideró urgente diferenciar los estamentos capitalinos, mediante una estricta ordenación de los ropajes, lo mismo que fijar de manera más detallada, las leyes de Valentiniano*, sobre rango, preferencias y títulos, como por ejemplo conceder títulos senatoriales, a las esposas de los senadores. Teodosio tendía al derroche, a la ostentación palaciega*, al nepotismo* y, no en último lugar, a una enorme explotación económica, sobre todo de los campesinos y los colonos. Incluso tras la confiscación de todos los bienes obligaba a los deudores, por medio de la tortura, a seguir pagando, con la esperanza de que los parientes, ayudaran al desafortunado. Sin embargo, era estricto con la honestidad. Aun en contra de uno de los muchos fieles cónyuges imperiales, excluyó el adulterio de sus amnistías* y castigaba con dureza, el segundo matrimonio de una viuda celebrado antes de finalizado, el año de luto. Incluso se ajusticiaba a los acusados de adulterio que, aunque absueltos, se casaban entre ellos. A los pederastas* se les quemaba en público, delante del pueblo, una pena de muerte agravante frente al Antiguo Testamento y a un edicto de Constantino. En suma, un Emperador que pensaba más en la salvación de su alma, que en la prosperidad del Estado, Cartellieri*. Motivo suficiente para que la Iglesia, poco después de su muerte, le concediera el sobrenombre del Grande, que en este caso constituye como suele ocurrir, una especie de señas de filiación abreviadas. Teodosio desarrolló como emperador todo su amor hacia Cristo y hacia la carrera militar. Lo mismo que Constantino*, el amano Constancio II* y el católico Valentiniano I*, Teodosio fue también un héroe de guerra, cada vez más violento. Volvió a fortalecer al ejército, gravemente dañado en Adrianópolis*. Sus fuerzas combatientes comprendían 240 unidades de infantería y 88 regimientos de caballería, sus tropas defensoras de la frontera, 317 unidades de infantería y 258 de caballería, además de 10 flotillas fluviales, que sumando daban en total medio millón de soldados. Mediante una fórmula, creada en su reinado, tenían que jurar, por la Santísima Trinidad y por el Emperador, amar y honrar a éste inmediatamente por detrás de Dios. Puesto que: si el Emperador ha recibido el nombre de Augusto, se le debe fidelidad y obediencia, así como un servicio sin descanso, como a un Dios actual y en persona. Así se expresa el cristiano Vegetio*, en aquellos tiempos escritor militar y autor de un tratado sobre la guerra. Sin embargo, el mérito especial del soberano católico, consistió en una nueva política hacia los germanos. En su reorganización del ejército, gravemente cercenado*, incorporó bárbaros (seguían una tendencia que existía ya desde Constantino*, hasta en la cúpula de mando: francos, alamanes*, sajones* y sobre todo godos*, y con este ejército godificado, limpió los Balcanes de godos*, que aunque oficialmente pertenecían al Imperio, no eran ciudadanos sino siervos. En su primer año de reinado, consiguió así victorias sobre los godos*, los alanos* y los hunos*. ¿Pertenece a las muchas víctimas del gran Teodosio, también el príncipe godo Atanarico*? Expulsado por los godos* caucasianos, quizás sus parientes, buscó refugio en Constantinopla; fue recibido el 11 de enero de 381, con todos los honores por Teodosio, y dos semanas después, el 25 de enero, de manera sorprendente y a una edad no avanzada, falleció de muerte natural. No puede decirse lo contrario. Sin embargo, ¿cabe excluir esa posibilidad tratándose de un hombre como Teodosio? ¿Se opone sin ninguna sombra de duda, la recepción real que se deparó a Atanarico* al enterramiento asimismo real? Teodosio, según dicen siempre lleno de magnanimidad hacia los vencidos, el último gran protector de los germanos, en el trono imperial romano, no planteó nunca ninguna batalla en toda regla. Siguiendo la caza de cabezas godas* de Valente*, llevó a cabo más bien una especie de guerra de guerrillas, para lo cual sacrificó, sin escrúpulos o intencionadamente, también las propias tropas… …godas. Lo mismo que Graciano*, buscaba aniquilar uno tras otro los distintos grupos de bárbaros. Así, atacaba a contingentes godos* aislados, allí donde creía conveniente, como por ejemplo en el año 386 a una tropa de ostrogodos* dirigidos por el príncipe Odoteo. En otoño habían solicitado en la desembocadura del Danubio, permiso para cruzar el río, aunque en un principio Promotus*, el magister militum que mandaba en Tracia, lo denegó. Sin embargo, una noche oscura, los atrajo hasta el río para que cayeran en manos del ejército romano. Se dispusieron a cruzarlo unos tres mil botes, el río quedó lleno de cadáveres, y fueron inmediatamente derrotados, mientras que las mujeres y los niños, quedaron en cautiverio. Con todo, seguramente la política goda* del Emperador habría sido distinta, si hubiera dispuesto de suficiente fuerza. Teodosio se apresuró a pasar revista al lugar de la hazaña y el 12 de octubre, con su carroza tirada por elefantes, regalo del rey persa, entró triunfante en Constantinopla*, donde hizo levantar una columna conmemorativa de 40 metros de altura en recuerdo de esta y otras masacres de bárbaros. Algunos años después, su general Estilicen* causó un grave descalabro a otro grupo de godos*. El obispo Teodoreto* informa con júbilo sobre matanzas con muchos miles de bárbaros masacrados. Por otra parte, los prisioneros de tales operaciones, inundaron los mercados de esclavos de todo Oriente. Y a partir de entonces, gracias a los méritos de Teodosio, en todas las batallas de la invasión de los bárbaros, hay germanos luchando en ambos bandos. Aunque, qué era esto en comparación con sus obras religiosas. Puedes estar contento en las batallas y ser digno de alabanza, le glorificaba Ambrosio, la cumbre de tus actos fue siempre tu piedad. La primera medida de gobierno importante del Emperador, fue el edicto de religión Cunctos populus, dictado el 28 de febrero de 380 en Tesalónica*, un año después de su subida al trono, tras haber pacificado de nuevo a los godos*, mediante hábiles negociaciones y haber superado una enfermedad que puso en peligro su vida. Al parecer sin ayuda episcopal, el entonces todavía sin bautizar promulgó la obligatoriedad de fe, declarando, de manera breve y rotunda, con un lenguaje de un fanatismo religioso casi demencial en el trono. |