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Desde hacía mucho tiempo las divisiones, escindían la gran Sede Patriarcal de Antioquía. La actual Antakya turca con 28.000 habitantes, de ellos 4.000 cristianos, no deja entrever lo que fue antaño: la capital de Siria, con quizás 800.000 habitantes, la tercera ciudad en importancia del Imperio Romano, después de Roma y Alejandría, la metrópoli y ojo del Oriente cristiano. Situada no muy lejos de la desembocadura del Oronte* en el Mediterráneo, edificada de manera majestuosa, por los ostentosos reyes sirios, famosa por sus lujosos templos, Iglesias, calles porticadas, el palacio Imperial, teatros, baños y el estadio, centro importante del poder militar, Antioquía desempeñó, desde el principio un gran papel en la historia de la nueva religión. Fue la ciudad en la que los cristianos, recibieron su nombre de los paganos, de los cuales tomaron todo aquello, que no era de los judíos, la ciudad en la que predicó Pablo, y entró ya en conflicto con Pedro, donde Ignacio* agitó los …ánimos, y donde la escuela de teología fundada por Luciano*, el Mártir, impartía sus enseñanzas, representando el ala izquierdista, en el conflicto cristológico, y marcó la historia de la Iglesia de ese siglo, aunque la mayoría de los miembros de la escuela, incluso Juan Crisóstomo perteneció a ella; estuvieran acusados de herejía durante toda su vida o parte de ella. Arrio sobre todo Antioquía, lugar de celebración de numerosos Sínodos, sobre todo *Arríanos, y de más de treinta Concilios de la antigua Iglesia, donde Juliano estuvo residiendo en los años 362-363 y escribe su diatriba* Contra los galileas, donde Juan Crisóstomo vio la luz del mundo (LUX DEI) y se eclipsó. Antioquía se convirtió en uno de los principales bastiones de la expansión del cristianismo, la cabeza de la Iglesia de Oriente, Basilio y Sede de un Patriarca, que en el siglo IV regía las diócesis políticas de Oriente, quince provincias eclesiásticas, con más de doscientos obispados. Por eso valía la pena pelear por Dios, aunque todo se hacía sin orden, ni planificación en los Templos cristianos y los pobladores, eran muy sensibles a las insinuaciones y volubles de opinión. De hecho, Antioquía estaba llena de intrigas y tumultos, sobre todo desde que en 330, los Arríanos* habían depuesto al Santo Patriarca Eustaquio*, uno de los Apóstoles más apasionados de la doctrina *Nicena, por herejía, debido a su Inmoralidad y a su rebeldía, contra el Emperador Constantino, que le desterró hasta su muerte. Sin embargo, en la época del cisma meleciano*, que duró 55 años, de 360 a 415, llegó a haber tres y cuatro pretendientes que luchaban entre sí; y que desgarraron en sus disputas, tanto a la Iglesia oriental, como a la occidental: paulinianos* integristas de Nícea, seguidores de la doctrina de Nicea*, semiarrianos* y arríanos*. Hasta el cuerpo sano de la Iglesia Teodoreto ya estaba dividido, y no solamente había dos partidos católicos, sino también dos obispos católicos. Lo que les separaba, opina Teodoreto*, era única y exclusivamente las ganas de disputar y el amor hacia sus obispos. Ni siquiera la muerte de uno de ellos, puso fin a la división. En el cisma meleciano*, Atanasio, junto con el Episcopado Egipcio, el Episcopado árabe. Roma y Occidente se decidió, antes o después por *Paulino de Antioquía, consagrado no sin ciertas irregularidades, al que había nombrado obispo Lucifer de Cagliari, aquel Lucifer* que más tarde creó su propio conciliábulo, en contra de la Iglesia católica. Frente a ello estaba la casi totalidad de Oriente, entre ellos los tres grandes capadocios, los Padres de la Iglesia Basilio*, Gregorio Nacianceno* y San Gregorio de Nisa*, así como el santo obispo Melecio* de Antioquía, al que varias veces desterró durante años, el Emperador Amano Valente y que tuvo como discípulo, apasionado al Padre de la Iglesia *Juan Crisóstomo*, que tras la muerte de Melecio* abandonó su partido, aunque sin unirse al de Paulino. También el Padre de la Iglesia Jerónimo*, se encontraba ante una disyuntiva: no conozco a Vital, rechazo a Melecio* y de Paulino no sé nada. Incluso Basilio, que llevaba las negociaciones con Roma, acabó arrepintiéndose de haber tenido relaciones con el entronado romano. Con ocasión del pomposo entierro de Melecio*, en mayo de 381, san Gregorio* afirmó provocativo, en presencia del Emperador: Un adúltero Paulino, ha subido al lecho nupcial* de la esposa de Cristo, se trata de la Iglesia Antioquena ya unida a Melecio*, pero la esposa ha quedado incólume. Para Paulino, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran una sola hipóstasis*, mientras que para Melecio* eran tres, igual que para los tres capadocios. Todavía en el Concilio de Constantinopla 381, se produjeron violentos altercados entre los Padres, debido a la sucesión de Melecio*. Paulino era entonces el único obispo en Antioquía, pero se eligió a Flaviano* y Ambrosio protestó. Además de los dos ortodoxos, Melecio* y Paulino, junto con la parte sana del pueblo, en Antioquía había también la parte enferma Teodoreto* bajo el obispo Amano radical Euzoio, que mandaba en casi todas las Iglesias de la ciudad, así como toda una serie de sectas, en competencia, masalianos*, novacianos*, apolinaristas*, paulianos, seguidores del obispo Pablo de Samosata, que no deben confundirse con los paulinianos* de Paulino, y muchas otras. El cisma de Antioquía, duró hasta el siglo V y convulsionó a la ciudad con las revueltas producidas, a causa de los conflictos sociales; en los años ochenta del siglo IV, se produjeron varios levantamientos de la población hambrienta y explotada: en 382-383, 384-385 y 387. Al final, gran parte del pueblo sirio se decidió a favor de los herejes, los jacobitas*: en el siglo VI en que Antioquía sufrió, en 526, un terremoto que al parecer, costó un cuarto de millón de vidas humanas, el monje y clérigo Jacobo Baradai* fundó la Iglesia Monofisita Siria. En vísperas de las cruzadas, pertenecían todavía al Patriarcado de Antioquía 152 Obispados. Sin embargo, tanto las construcciones como las Iglesias cristianas de la ciudad, han desaparecido sin dejar rastro, lo mismo que sucedió en Alejandría. En Constantinopla, a finales del año 338, vuelve a enviarse al exilio, encadenado, al furioso seguidor de Nicea*, el Arzobispo Pablo, el asesino de Arrio según los arríanos, al que Constantino ya había desterrado al Ponto. En realidad, las noticias sobre su vida y su destino, son muy contradictorias. Su sucesor, Eusebio de Nicomedia, el prominente protector de Arrio, muere unos tres años más tarde. Con autorización imperial. Pablo, que vive como exiliado con el Obispo de Roma, regresa en el año 341. El fanático Asclepio de Gaza, también con el permiso de *Constantino*, vuelve de su destierro y prepara la entrada del Patriarca, con toda una serie de muertes, incluso en el interior de las Iglesias. Impera una situación análoga, a la de una guerra civil. Cientos de personas son asesinadas, antes de que Pablo haga su entrada triunfal en la capital y excite los ánimos de las masas. Macedonio, el semiarriano* que fuera su viejo enemigo, es nombrado antiobispo. Sin embargo, según las fuentes, la culpa principal de los sangrientos desórdenes, en constante aumento es de Pablo. El general de caballería Hermógenes*, encargado por el Emperador en 342 de restablecer el orden, se trata de la primera intervención del ejército, en un conflicto interno de la Iglesia, es acorralado por los seguidores del Obispo católico, en la iglesia de Santa Irene, la iglesia de la paz, quienes, tras prender fuego al Templo, dan muerte a Hermógenes*, y arrastran su cadáver por las calles, atado por los pies. Partícipes directos: dos adscritos al Patriarca, el subdiácono Martirio* y el lector Marciano*, según los historiadores de la Iglesia Sócrates y Sozomenos*. El procónsul Alejandro consiguió huir. Tampoco en Constantinopla cesan las revueltas de religión; sólo en una de ellas, perdieron la vida 3´150 personas. No obstante, el Patriarca Pablo, alejado por el propio Emperador, es llevado de un lugar de destierro a otro hasta que muere en Kukusus, Armenia*, presuntamente estrangulado por arríanos, y Macedonio* queda durante mucho tiempo, como pastor supremo único de la capital. Después del triunfo de la Ortodoxia, en el año 381, se trasladó el cadáver de Pablo a Constantinopla* y se le enterró en una Iglesia arrebatada a los macedonianos*. Desde entonces esa Iglesia lleva su nombre. Es muy probable que la brutal entrada, en escena del salvador de almas católico, tuviera también un trasfondo de política exterior. Cuando se dividió el Imperio, la Diócesis de Tracia*, junto con Constantinopla, debió pertenecer al principio al territorio de Constante, aunque éste se la cedió en el invierno de 339-340 a Constancio en agradecimiento por su ayuda, contra Constantino II. Sin embargo, en esa época se hallaba separado de su cargo y no parece improbable, tesis recogida de nuevo por historiadores jóvenes, que el Patriarca Pablo estuviera ya preparando en Constantinopla la devolución de la ciudad al Imperio de Occidente. En cualquier caso, el Emperador Constante*, que apoya en Occidente a los partidarios de Nicea*, buscaba también la influencia política en Oriente. No es casual que hiciera intervenir al Obispo Julio I* de Roma, a comienzos de la década de 340. Tenía que interceder ante Constancio, en favor de Atanasio, Pablo y otros perseguidos y convocar un Sínodo general, que contó con el apoyo de otros católicos influyentes. Un año después de que se condenaran mutuamente dos Concilios, uno de Oriente y otro de Occidente, con Atanasio, en Serdica* Sofía aquí se inicia la escisión* de la Iglesia, producida en 1054 y que perdura hasta la actualidad, Constante* protesta en Antioquía, su Residencia en ese momento, a través de los obispos *Vicencio de Capua y Eufrates* de Colonia. En el dormitorio del anciano pastor de Colonia*, se produjo un penoso incidente que costó el puesto a su Iniciador, el obispo Amano* local Esteban; su sucesor, Leoncio*, fue también traidor como los escollos ocultos del mar. Sin embargo, es evidente que detrás de estas intrigas de Occidente, contra Oriente estaba Atanasio. Es el protegido y compañero de polémicas del obispo romano. Reaparece también varias veces en la corte Imperial. Soborna con espléndidos regalos a los funcionarios de Palacio, en especial a Eustasio, muy apreciado por Constante. Por último, acaba manteniendo una conversación en Tréveris, con el propio soberano, que quiere conseguir de Constancio* el regreso de los exiliados, incluso amenazando con la guerra. De manera escueta* e insolente escribe a su hermano: si me avisas de que les restituirás su Trono y que expulsarás, a aquellos que les importunan sin razón, te enviaré a los hombres; pero si te niegas a hacerlo has de saber, que iré yo mismo y aunque sea en contra de tu voluntad, devolveré los Tronos a quienes les pertenecen. O sus Sedes Episcopales o la guerra. No parecía pequeña la seducción de atacar por la espalda, al hermano en eterna lucha con los persas, sobre todo cuando el rey persa Sapur se disponía a un nuevo ataque en Nisibis*. Sin embargo, a comienzos del verano del año 345, Atanasio consiguió en Aquileja*, donde había pasado un año completo, que *Constancio le reclamara. Con todo fue primero a Tréveris*, a la Corte, allí formuló sus quejas, hizo reclamaciones y advertencias, en suma, despertó en el Emperador, el fervor de su padre Teodoreto*. Pero también Constancio* se quejó en otro escrito, al que siguió un tercero, del retraso del Obispo e invitó a Monseñor, a subir sin desconfianza y sin temor, al correo estatal y acudir con presteza a nosotros. Finalmente, Atanasio, con insistentes recomendaciones de Constancio*, para que se mostrara conciliador en la patria, partió en el verano de 346 de Tréveris* hacia Roma, donde estuvo otra vez con el obispo Julio*, y continuó después viaje a Oriente, reuniéndose en Antioquía con Constancio*, que le recibió con benevolencia e hizo destruir todos los antiguos expedientes, que había en contra suya. No obstante, esto no impidió que el Patriarca, lo mismo que en su regreso del año 337, volviera a dar todo tipo de rodeos, a intrigar para que se nombrara a obispos de su agrado, que se expulsara a otros, a hacer que el Obispo Máximo* de Jerusalén, convocara un pequeño Sínodo que por mayoría, acogiera de nuevo en la comunidad eclesiástica, a los desterrados por los orientales en Serdica, y que enviara una recomendación exaltada al clero egipcio, para que facilitara su regreso. Al cabo de siete años y medio de exilio, el 21 de octubre de 346, Atanasio entró de nuevo en Alejandría, donde el año anterior había muerto el obispo *Amano Gregorio*, después de haber sido perseguido durante seis años, con más crueldad que contra un animal salvaje Teodoreto. Y tanto más bienhechor parecía el Santo, incluso incuestionable hasta el asesinato de Constante* 350. Sin embargo, ya que por Dios todo está permitido, incluso es obligación, tras la muerte de su benefactor occidental, Atanasio escribió en secreto a su asesino. Magnencio*. Sus tropas se encontraban ya en Libia, en el territorio del Patriarca egipcio. Por lo tanto, el Patriarca intentó atraer a su causa al usurpador, y más tarde afirmaría que sus cartas a Magnencio* habían sido falsificadas. De falsificaciones no entendía únicamente este santo. Después de que en 351 los eusebianos* intentaran sustituir el credo de Nicea* por la primera fórmula de fe sírmica* otras tres se añadieron en los años 357, 358 y 359, los Concilios de Arles y Milán, de los que vamos a hablar en seguida, volvieron a derribarle, pues ya no había ahora ningún Gobernante occidental, que protegiera a Atanasio. No obstante, Constancio* no logró expulsar a los alejandrinos. No fueron éstos sino el enviado del Emperador, el notario Diógenes*, el que al cabo de cuatro meses, el 23 de diciembre de 355, abandonó la ciudad. Hasta que no aparecieron en la noche del 8 al 9 de febrero de 356, el notario Hilario* y el caudillo *Amano Sirianos, con más de 5,000 soldados, que llevaban consigo armas, espadas desenvainadas, arcos, flechas y mazas, Atanasio, y cercaron la catedral del Patriarca, produciéndose en el curso de la acción algunos heridos y muerto, no por su culpa, como recalcó Sirianos, no buscó Atanasio poner tierra de por medio. Mientras que en la lucha, cuerpo a cuerpo con las tropas caían varios de sus seguidores, huyó con los monjes del desierto. Pero hay una versión más sabrosa, incluso por parte Eclesiástica. Después de las ciudades mundanas de Tréveris y Roma, inició ahora Atanasio algo más íntimo, la relación con una doncella de unos veinte años y de belleza tan extraordinaria, como atestiguaba todo el clero, que por ella y su belleza se evita cualquier encuentro, para no dar motivo a las sospechas y los reproches de nadie. La historia no nos la relata un malévolo Pagano sino el Monje, y obispo de Helenópolis, en Bitinia*, Paladio*, un buen amigo también de San Juan Crisóstomo. En su famosa Historia Lausiaca*, una fuente importante sobre el Monacato antiguo, que en su conjunto, se aproxima mucho a la verdadera historia. ++++++++El obispo Paladio* habla de la muchacha a la que rehuía todo el clero, para no provocar las malas lenguas. Pero fue distinto con Atanasio. Importunado súbitamente, por los esbirros* en su palacio, tomó vestidos y manto; huyó en mitad de la noche hasta esta doncella. Ella le acogió amablemente, aunque también temerosa, a la vista de las circunstancias. Pero el Santo la tranquilizó. Había huido sólo a causa de un supuesto crimen, para no ser considerado un insensato; y para no hundir en el pecado a aquellos que me quieren condenar. ++++++++++++ Qué considerado. Y puesto que la toma por asalto de su Catedral, había costado heridos y muertos, que la nueva huida la habían censurado incluso los amigos; y la habían ridiculizado sus enemigos, se defendió mediante referencias a celebridades Bíblicas inspiradas por Dios que, lo mismo que él, habían escapado: Jacob de Esaú, Moisés del Faraón, David de Saúl. Pues es lo mismo matarse uno mismo, que entregarse a sus enemigos para que le maten. Atanasio siempre se las arreglaba, para justificar sus actos. Sabía que huir, era lo adecuado en ese momento, preocuparse de los perseguidores, para que su furia no desencadene la sangre y se vuelvan culpables. El hombre no pensaba en su propia vida, cuando dejó a los suyos abandonados al destino, lo mismo que muchos valientes generales en la batalla. Censurarlo sería ingratitud, frente a Dios, desobediencia a sus mandamientos. También podía aprovecharse la fuga, para anunciar el Evangelio mientras se huye. Incluso el Señor, escribe Atanasio, se escondió y huyó. ¿A quién hay que obedecer? ¿A las palabras del Señor o a las habladurías? Desde luego, no todo el que huye encuentra cobijo, con una bella mujer de veinte años. Atanasio tuvo la suerte o la gracia. Dios me manifestó en esta noche: sólo con ella podrás salvarte. Llena de gozo, dejó todos sus escrúpulos y se entregó por completo al Señor, bien dicho. Por lo visto ocultó, al Santísimo hombre, durante seis años, mientras vivió Constancio*. Lavó sus pies, se deshizo de sus desechos, se cuidó de todo lo que necesitaba. Llama la atención, que pone de manifiesto la gran santidad de Atanasio, al mismo tiempo que su largo cobijo junto a la joven, espacio de tiempo que se confirma además en otras fuentes. Sin embargo, se supone hoy, a favor del Santo, que se alojó con aquel encanto, sólo de manera transitoria, un concepto elástico. Aparte de que la convivencia de un Clérigo, con una doncella consagrada a Dios, una gyná syneísaktos, una esposa espiritual, estaba muy extendida en los siglos III y IV, e incluía aun la comunidad más estrecha, la del lecho. Sin embargo, naturalmente, Atanasio estaba por encima de toda sospecha. Me refugié en ella, se defiende, porque es muy hermosa y joven. Así he ganado por partida doble: su salvación, pues la he ayudado a ello, y la salvaguarda de mi reputación. Algunos se mantienen siempre Inmaculados. En nuestro siglo, el que sería más tarde el Papa Pío XII* tomó a los 41 años como …compañera una monja de veintitrés, hasta que él murió. La caída de Atanasio, en los dos grandes Sínodos de la Residencia Imperial de Arles 353 y de Milán 355, se produjo bajo una fuerte presión del Emperador. En vano intentaron sus escasos partidarios trasladar al terreno teológico, el descalabro político e iniciar un debate de religión, fieles a la práctica del Maestro de ocultar un simple afán de poder, la causa Athanasii, detrás de una cuestión de Fe. Él varias veces destronado Padre de la Ortodoxia, fue destituido por casi todos los participantes en los Sínodos, con los obispos Ursacio y Valente* a la cabeza, y formalmente anatematizado. Atanasio ha atentado contra todo, decía el Emperador, pero a nadie ha ofendido tanto como a mí. Únicamente el obispo Paulino de Tréveris, desde hacía años el confidente más íntimo de Atanasio en Occidente, se negó a estampar su firma, en Arles*, donde también firmaron los legados Papales, el obispo Vicencio de Capua*, amigo de Atanasio desde hacía casi tres décadas, y Marcelo e inmediatamente pasó al destierro en Frigia, donde permaneció hasta su muerte. Sin embargo, en Milán, por deseo del obispo romano Liberio, después de la deslealtad de sus legados en Arles*, se celebró un nuevo Sínodo; ahora bien cuando el pueblo manifestó su protesta, evidentemente espoleado* por su obispo Dionisio*, el Emperador trasladó la Sede de las Santas deliberaciones, desde la Iglesia a su palacio y siguió las sesiones detrás de una cortina: mi voluntad es CANON*. De los 300 Padres conciliares se le opusieron en total cinco, tres obispos y dos sacerdotes, que fueron desterrados inmediatamente, siendo honrados los altos dignatarios con una carta de felicitación del obispo Liberio, en la que llamaba al Emperador enemigo de la humanidad. También el clérigo Eutropio*, uno de los legados romanos, fue desterrado, mientras que el otro, el Diácono Hilario, fue azotado, si Atanasio no miente, como hace tantas veces. Uno de los cinco perseverantes, una curiosidad tragicómica de la historia sacra, fue el obispo Lucifer de Cagliari, Calaris, un Antiarriano fanático de escasa formación, que por el Dogma de Nicea* sufrió un largo exilio casi solo en Siria y Palestina. Puesto que un clérigo no debía homenaje a un Emperador hereje, redactó en su contra un sinfín de escritos, en los que entre numerosas citas bíblicas, intercalaba toda suerte de primitivos improperios, llamándole Anticristo en persona y digno del fuego del Infierno. Sin …embargo. Lucifer también se enemistó con Liberio* de Roma y con Hilario de Poitiers*; y no reconoció las medidas oportunistas de Atanasio, en el Sínodo de la paz. Más bien dio la espalda a los católicos, espantado por su riqueza, relajamiento y acomodación, y desde Cerdeña* organizó su propio círculo, que perduró hasta el siglo V; conciliábulo pequeño pero muy activo, ramificado desde Tréveris* a África, Egipto y Palestina. Lucifer tuvo partidarios incluso entre el Clero romano. Tras su muerte 370-371, ocupó la cabeza del movimiento Gregorio*, obispo de Elvira, en sus orígenes también un defensor radical de la Ortodoxia. Los luciferianos, los que profesan la verdadera Fe, rechazaban a los católicos como cismáticos, censuraban su pertenencia al Estado y la avidez de sus prelados, por los honores, la riqueza y el poder, las lujosas basílicas, las basílicas rebosantes de oro, revestidas de suntuosos y costosos mármoles, con ostentosas columnas, los extensísimos bienes raíces de los gobernantes. Y el estricto católico Teodosio I los reconoció como ortodoxos. Incluso tenían un obispo en Roma, Efesio, que en vano intentó entregar a la justicia de allí al Papa Dámaso. El prefecto de la ciudad, Bassus*, se negó categóricamente a perseguir a hombres católicos de carácter irreprochable. Pero de ello se encargaron los propios señores. En Oxyrhynchos, Egipto, los sacerdotes católicos destrozaron con hachas el altar del obispo luciferiano Heráclides. En Tréveris* se persiguió al presbítero Bonosus*. En Roma, la policía y los clérigos papales maltrataron de tal modo al luciferiano *Macario, que murió a consecuencia de las heridas en Ostia, adonde había sido desterrado. Sin embargo, el obispo local, *Florentino, no quería tener nada que ver con el crimen de Dámaso y trasladó sus restos mortales a un panteón. En España los católicos forzaron las puertas de la iglesia del presbítero *Vicencio, arrastraron el altar hasta un templo debajo de un ídolo, dieron muerte a golpes a los acólitos del eclesiástico, ataron a éste con cadenas y le dejaron morir de hambre. El obispo Epícteto* de Civitavecchia llevó a cabo un proceso mucho más corto. Ató a su carruaje al luciferiano *Rufiniano y le atormentó hasta la muerte. Sin embargo, el obispo Lucifer de Cagliari fue venerado como un santo en Cerdeña, que de momento estaba cerrada a la Iglesia central, y como tal le reconoció en 1803 el papa Pío VII*. El hecho de que la historia de los papas, no sea parca* en curiosidades lo demuestra el obispo Liberio*. En vano intentó el emisario del Emperador, el praepositus sacrí-biculi,* Eusebio, un eunuco de mala fama, que fue ejecutado bajo *Juliano, convencer a *Liberio para que condenara a Atanasio. De nada sirvieron los regalos ni las amenazas, así que Constancio hizo secuestrar por la noche al romano y le llevó a Milán*. Allí le explicó el daño que había hecho Atanasio a todos, pero sobre todo a él. No se ha dado por satisfecho con la muerte de mi hermano mayor, y no ha cesado de instigar al ya fallecido *Constante, para que se enemistara contra nosotros. Añadió el soberano que incluso sus éxitos contra los usurpadores *Magnencio y Silvano, no significaban para él tanto, como la desaparición de este impío de la escena eclesiástica. Al parecer Constancio puso un alto precio a la captura del alejandrino fugitivo y solicitó la ayuda de los reyes de Etiopía. Sin embargo, a diferencia de sus legados, el obispo romano quería oponerse al máximo al emperador hereje, incluso morir por Dios. Por lo tanto, *Constancio interrumpió la conversación: ¿Qué parte de la tierra habitada eres tú, que tú solo te pones al lado de un hombre impío y perturbas la paz del orbe y de todo el mundo?. Tú eres quien por ti mismo sigues aferrado a la amistad de esa persona sin conciencia. Liberio* recibió un plazo de tres días para reflexionar, pero se mantuvo imperturbable. Para mí, las leyes de la Iglesia están por encima de todo, dijo. Envíame donde quieras. Y esto a pesar de que, según *Amiano, estaba convencido de la culpa de Atanasio. Pero al cabo de dos años de exilio en *Beroa Tracia, con el lavado de cerebro que le dieron el obispo local *Demófilo y el obispo *Fortunatiano de Aquileja*, *Liberio capituló. El romano tan admirado en Milán*, el victorioso luchador por la verdad *Teodoreto, expulsó ahora de la Iglesia, en un espectáculo muy especial, al padre de la ortodoxia, al doctor de la iglesia Atanasio, y firmó un credo semiarriano, la llamada tercera fórmula sírmica, según la cual el Hijo sólo es parecido al Padre, poniendo de manifiesto de manera expresa su libre albedrío. En realidad, lo que hizo fue comprar su regreso, y lo único que pretendía era salir de esta aflicción profunda y volver a Roma. Consentidlo si queréis verme desmoralizar en el exilio, se quejaba en 357 a *Vicencio de Capua, y aparece por dos veces en el martirologio, una en el de *Nicomedio y otra en el de Jeronimiano*. Sin embargo, frente a los orientales el Papa mártir llamaba a sus peores enemigos, los obispos Valente* y Ursacio*, a los que san Atanasio dedicaba los peores insultos, en cuanto se presentaba la más mínima ocasión, hijos de la paz, y les auguró la recompensa en el reino de los cielos; asimismo afirmaba solemnemente, no haber defendido a Atanasio, que Atanasio había sido separado de nuestra comunidad, incluso de la relación epistolar, que había sido juzgado con razón. Y de su profesión de fe amana escribía: la he aceptado en sentido amplio, no me he opuesto a ningún punto, estoy de acuerdo con ella. La he cumplido, esto lo aseguro. Se comportó de tal manera que la autenticidad, por completo asegurada, de sus cartas del exilio que le comprometían gravemente, ha sido objeto de encendidas polémicas, aun cuando hoy se admita de manera general, incluso en el campo católico. Hasta el padre …de la Iglesia Jerónimo* explicó en su tiempo que Liberio*, quebrado en el exilio, había dado una firma herética. Por otra parte, la postura del obispo romano como expresión de debilidad humana, se valora con Richard Klein de manera más indulgente, que las posturas de san Atanasio, que explica detalladamente el caso de *Liberio para hacer que parezca todavía más heroica, su propia perseverancia, y de san *Hilario, pues ambos, cuando era menester, adulaban de forma repugnante, al soberano o bien le denigraban de manera descarada, aunque también *Liberio que no debería haber sido Papa tuvo el arrojo suficiente, para al menos anatematizar a *Constancio cuando murió. Sin embargo, en nuestros días PerikIes-Petros Joannou califica las cartas de *Liberio de falsificaciones amanas. Lo que los *arríanos no pudieron conseguir por medio de la violencia, afirma, lo dieron por hecho en las cuatro falsificaciones, que pusieron en circulación bajo el nombre de *Liberio. Sin embargo: la iniciativa para la presente obra partió del cardenal de la curia Amieto Giovanni Cicognani, Roma. El prelado comprobó primero, en una conversación personal, las intenciones que animaban a Joannou y a continuación le rogó investigar más detalladamente, en las fuentes eclesiásticas bizantinas, la idea del prelado y presentarle después los resultados. Sólo entonces tuvo lugar la autorización del cardenal Cicognani*, a quien entretanto el Papa había nombrado secretario de Estado. El autor falleció en 1972 en un accidente de tráfico cuando volvía a Munich desde Mantua*. Su libro se publicó con el apoyo económico de la Deutschen Forschungsgemeinschaft. La DFG no tenía dinero para apoyar mi Historia criminal del cristianismo, yo mismo carecía también de un cardenal y secretario de estado detrás de mí, a pesar de que un teólogo no precisamente desconocido para la DFG, apoyaba mi obra; entre otras cosas manifestaba: sin duda, el doctor Karlheinz Deschner, se cuenta entre los investigadores de más amplio conocimiento, más diligentes, críticos y perspicaces en el campo de toda la historia del cristianismo. Su historia de la Iglesia, que ha editado en una gran tirada bajo el título de Abermals kráhte der Hahn y que ha despertado, un enorme interés, ha demostrado que el autor, no sólo dispone de un dominio soberano de fuentes, como son la literatura, sino que está también en condiciones de ver interrelaciones y no simplemente alinear el material. Obras como la citada son raras y la investigación debe mostrarse agradecida, porque tan amplias ediciones no sólo se distribuyen entre los equipos de trabajo, sino que pueden adquirirlas también los particulares. Por su importancia, este libro sólo puede equipararse con la historia de la Iglesia clásica, la Unparteiische Kirchenund Ketzerhistorie de Gottfried Arnolds*, que como es bien sabido constituye la única fuente acerca de lo tratado, por Goethe sobre el cristianismo y cuya influencia en todo el mundo resulta, inapreciable hasta la fecha. Cari Schneider. |