En los dos primeros volúmenes de mis cuentos completos (éste es el segundo) reúno más de cincuenta relatos, y todavía quedan muchos más para volúmenes futuros






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En los últimos meses, desde que había regresado a Dorlis en com­pañía de un centenar de psicólogos con diversos grados de renombre, se sentía cada vez más excluido. Ya no había espacio para él. No cum­plía ninguna función, salvo la de responder a preguntas sobre el mundo robótico que sólo él había visitado. Y hasta parecía molestarles que hubiera ido él en vez de un científico competente.

Era para estar resentido; aunque, de una forma u otra, así había sido siempre.

 ¿Cómo dice?

No había prestado atención al siguiente comentario de Murry.

 Digo que es sorprendente que no le asignen una tarea  repitió el subsecretario . Usted realizó el descubrimiento, ¿verdad?

 Sí, pero se me fue de las manos. Me superó.

 Sin embargo, estuvo usted en el mundo robótico.

 Dicen que fue un error. Que pude haberlo estropeado todo.

Murry hizo una mueca.

 Creo que están molestos porque consiguió mucha información de primera mano que ellos no tienen. No se deje amilanar por sus pom­posos títulos. Un lego con sentido común es mejor que un especialista ciego. Usted y yo (y yo también soy un lego) tenemos que defender nuestros derechos. Tenga, tome un cigarrillo.

 No fum... Gracias, aceptaré uno.  El albino empezaba a cobrar simpatía por ese hombre esbelto. Puso los papeles boca arriba y encen­dió el cigarrillo, aunque con dificultades. Trató de contener la tos . Veintincinco años  comentó lentamente.

 ¿Me contestaría a unas preguntas sobre ese mundo?

 Supongo. Siempre me preguntan sobre eso. ¿Y no sería mejor que se lo preguntara a ellos? Ya deben de tener todo resuelto.

Sopló el humo a la mayor distancia posible.

 Francamente, ni siquiera han empezado, y yo quiero la informa­ción sin el añadido de una engorrosa traducción psicológica. Ante todo, ¿qué clase de gente, o qué clase de cosas, son estos robots? No tendrá una foto de alguno, ¿verdad?

 Pues no. No me agrada tomar fotos. Pero no son cosas. Son gente.

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 ¿De veras? ¿Tienen aspecto de personas?

 Sí..., en general. Externamente al menos. Conseguí algunos estu­dios microscópicos de la estructura celular. Los tiene el presidente del Consejo. Por dentro son distintos, muy simplificados. Pero uno jamás se enteraría. Son interesantes... y agradables.

 ¿Son más simples que las otras formas de vida del planeta?

 Oh, no. Es un planeta muy primitivo. Y...  Se vio interrumpi­do por una tos espasmódica y apagó el cigarrillo tan disimuladamente como pudo . Tienen una base protoplasmática. No creo que sepan que son robots.

 No, ya supongo que no. ¿Qué me dice de su nivel científico?

 No sé. Nunca tuve oportunidad de verlo. Y todo era tan diferen­te... Supongo que se necesitaría un experto para entenderlo.

 ¿Tenían máquinas?

El albino se sorprendió.

 Pues claro. Muchas, de todo tipo.

 ¿Ciudades grandes?

 ¡Sí!

El subsecretario entornó los párpados.

 Y usted les tomó simpatía. ¿Por qué?

Theor Realo reaccionó bruscamente.

 Yo qué sé. Simplemente eran simpáticos. Nos entendíamos. No me fastidiaban. No sé la razón exacta. Quizá sea porque he tenido mu­chos problemas para relacionarme en mi mundo, y ellos no eran tan complicados como la gente de verdad.

 ¿Eran más cordiales?

 No. No lo creo. Nunca me aceptaron del todo. Yo era un foras­tero, al principio no conocía el idioma..., esas cosas. Pero...  De pronto se le iluminó el rostro . Pera los entendía mejor. Entendía cómo pen­saban. Aunque no sé por qué.

 Ya. Bien... ¿Otro cigarrillo? ¿No? Ahora tengo que dormir. Se está haciendo tarde. ¿Quiere jugar al golf mañana? He preparado un campo pequeño. Servirá. Anímese, el ejercicio le renovará el aire de los pulmones.

Sonrió y se marchó.

 Parece una sentencia de muerte  murmuró para sus adentros, y silbó pensativamente mientras se dirigía a sus aposentos.

Se repitió esa frase cuando se enfrentó al presidente del Consejo al día siguiente, con su faja de funcionario en la cintura. No se sentó.

 ¿Otra vez?  dijo el presidente con tono de fastidio.

 ¡Otra vez!  asintió el subsecretario . Pero esta vez se trata de algo urgente. Tal vez deba hacerme cargo de la expedición.

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 ¿Qué? ¡Imposible! ¡No escucharé semejante proposición!

 Tengo la autorización.  Wynne Murry le mostró un cilindro de metaloide, que se abrió con una presión del pulgar . Tengo plenos poderes y plena discreción para usarlos. Como puede observar, está firmada por el presidente del Congreso de la Federación...

 De acuerdo... Pero ¿por qué?  Hizo un esfuerzo para respi­rar normalmente . Al margen del despotismo arbitrario, ¿hay una razón?

 Y muy buena. Desde el principio hemos considerado esta expe­dición desde perspectivas distintas. El Departamento dé Ciencia y Tec­nología no se interesa en el mundo robótico por mera curiosidad cientí­fica, sino porque podría interferir en la paz de la Federación. No creo que usted se haya detenido a pensar en el peligro inherente a ese mun­do robótico.

 No veo ninguno. Está totalmente aislado y es absolutamente ino­fensivo.

 ¿Cómo puede saberlo?

 ¡Por la naturaleza misma del experimento!  exclamó irritado el presidente del Consejo . Los planificadores originales buscaron un sis­tema cerrado. Allí siguen, alejados de las rutas comerciales y en una zona del espacio escasamente poblada. La idea era que los robots se desarrollaran libres de toda interferencia.

Murry sonrió.

 En eso disiento con usted. Mire, el problema es que usted es un teórico. Ve las cosas tal como deberían ser y yo, al ser un hombre práctico, las veo tal como son. No se puede organizar un experimento para que continúe indefinidamente por sí mismo. Se da por sentado que en alguna parte hay por lo menos un observador que introduce modificaciones según lo requieren las circunstancias.

 ¿Y bien?

 Pues que los observadores de este experimento, los psicólogos originales de Dorlis, pasaron a la historia con la Primera Confedera­ción y, durante quince mil años, el experimento ha continuado por sí mismo. Pequeños errores se fueron sumando, se acrecentaron e intro­dujeron factores extraños que indujeron a nuevos errores. Es una pro­gresión geométrica. Y no hubo nadie para detenerla.

 Pura hipótesis.

 Tal vez. Pero usted se interesa sólo por el mundo robótico, y yo tengo que pensar en toda la Federación.

 ¿Y qué peligro puede representar el mundo robótico para la Fe­deración? No sé a qué demonios se refiere.

Murry suspiró.

 Lo diré con sencillez, pero no me culpe sí parezco melodramáti 

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co. Hace siglos que la Federación no tiene guerras internas. ¿Qué ocu­rrirá si entramos en contacto con estos robots?

 ¿Tiene usted miedo de un solo mundo?

 Tal vez. ¿Qué me dice de su ciencia? Los robots pueden hacer cosas extrañas.

 ¿Qué ciencia pueden tener? No son superhombres metálicos y eléctricos. Son débiles criaturas de protoplasma, una pobre imitación de los humanos, construidos en torno a un cerebro positrónico regula­do por un conjunto de leyes psicológicas humanas simplificadas. Si la palabra < robot» le asusta...

 No, no me asusta, pero he hablado con Theor Realo. Es el único que los ha visto.

El presidente del Consejo lanzó una retahíla de insultos para sus adentros. Ésa era la consecuencia de permitir la intromisión de un anor­mal, un imbécil, un lego que sólo podía causar daño. Replicó:

 Tenemos la versión de Realo y la hemos evaluado íntegramente con pericia. Le aseguro que no pueden causarnos daño. El experimento es tan teórico que yo no le dedicaría dos días si no fuera por su magni­tud. Por lo que vemos, la idea era construir un cerebro positrónico que contuviera modificaciones de uno o dos axiomas fundamentales. No hemos deducido los detalles, pero deben de ser menores, lo mismo que cuando se intentó el primer experimento de esta naturaleza, e in­cluso los grandes y míticos psicólogos de aquella época tenían que avan­zar paso a paso. Esos robots, se lo aseguro, no son superhombres ni bestias. Se lo garantizo como psicólogo.

 ¡Lo lamento! Yo también soy psicólogo. Un poco más práctico, me temo. Eso es todo. Pero aun las pequeñas modificaciones... Hable­mos del espíritu combativo, por ejemplo. No es el término científico, pero no tengo paciencia para eso. Ya sabe a qué me refiero. Los huma­nos eran combativos, y ese rasgo se está eliminando de la raza. Un sistema político y económico estable no alienta el derroche de energías propio del combate. No es un factor de supervivencia. Pero suponga­mos que los robots sí son combativos. Supongamos que, como resulta­do de un giro erróneo durante los milenios que permanecieron sin ser observados, se hayan vuelto más combativos de lo que se proponían sus creadores. Serían bastante intratables.

 Y supongamos que todas las estrellas de la galaxia entraran en nova al mismo tiempo. Eso sí me preocuparía.

Murry ignoró el sarcasmo del otro.

 Y hay otra cosa. A Theor Realo le gustaban esos robots. Le gus­taban más que la gente de verdad. Se sentía cómodo allí, y todos sabe­mos que ha sido un inadaptado en su propio mundo.

 ¿Y adónde nos lleva eso?

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 ¿No lo comprende?  Wynne Murry enarcó las cejas . Theor Realo simpatiza con los robots porque es como ellos, evidentemente. Le garantizo que un análisis psíquico completo de Theor Realo mostra­rá una modificación de varios axiomas fundamentales, los mismos que en los robots. Y Theor Realo trabajó durante un cuarto de siglo para demostrar algo, cuando todos los científicos se habrían desternillado de risa si lo hubieran sabido. Ahí tenemos fanatismo: una perseveran­cia tenaz, franca, inhumana. ¡Es muy probable que esos robots tam­bién sean así!

 No me está presentando ninguna argumentación lógica. Se limita a disparar frases como un maníaco, como un idiota delirante.

 No necesito pruebas matemáticas rigurosas. La duda razonable es suficiente. Tengo que proteger la Federación. Mire, es razonable. Los psicólogos de Dorlis no eran tan excepcionales. Tenían que avan­zar paso a paso, como usted mismo señaló. Sus humanoides (no los llamemos robots) eran sólo imitaciones de seres humanos y no podían ser muy buenas. Los humanos poseen sistemas de reacción muy com­plejos y que no se pueden imitar; cosas como la conciencia social y la tendencia a crear sistemas éticos, u otras más vulgares, como la caba­llerosidad, la generosidad, el juego limpio y demás. No se pueden imi­tar. No creo que esos humanoides las tengan. Pero deben de tener per­severancia, lo cual implica en la práctica terquedad y agresividad, si mí opinión sobre Theor Realo es acertada. En resumen, si poseen al­gún conocimiento científico, no quiero que anden sueltos por la galaxia, aunque seamos miles o millones más que ellos. No pienso permitirlo.

El rostro del presidente del Consejo estaba rígido.

 ¿Cuáles son sus intenciones inmediatas?

 Aún no lo he decidido. Pero creo que organizaré un aterrizaje a pequeña escala en ese planeta.

 Aguarde.  El viejo psicólogo se levantó y rodeó el escritorio. Tomó del codo al subscretario . ¿Está seguro de lo que hace? Las posibilidades de este monumental experimento sobrepasan cualquier cálculo que podamos hacer usted o yo. No tiene ni idea de lo que va a destruir.

 Lo sé. ¿Acaso cree que me agrada lo que estoy haciendo? No es tarea para héroes. Soy psicólogo y sé lo que sucede, pero me han enviado aquí para proteger la Federación y haré lo posible para lograr­lo, aunque sea un trabajo sucio. No puedo hacer otra cosa.

 Recapacite. ¡Qué sabe de los conocimientos que obtendremos so­bre las ideas básicas de la psicología? Equivaldrá a la fusión de dos siste­mas galácticos, lo que nos elevará a alturas que compensarán millones de veces, en conocimiento y en poder, el daño que pudiesen causar esos robots, en el supuesto de que fueran superhombres metálicos y eléctricos.

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El subsecretario se encogió de hombros.

 Ahora es usted quien baraja posibilidades vagas.

 Escuche, hagamos un trato. Bloquéelos. Aíslelos con sus naves. Monte guardia. Pero no los toque. Denos más tiempo. Dénos una opor­tunidad. ¡Es preciso!

 He pensado en ello. Pero tendría que obtener la aprobación del Congreso y saldría muy caro, como sabe.

El presidente del Consejo se sentó bruscamente, presa de la impa­ciencia.

 ¿De qué gastos está hablando? ¿Es que no se da cuenta de cuál sería la recompensa si tenemos éxito?

Murry reflexionó.

 ¿Y si desarrollan el viaje interestelar?  preguntó, con una media sonrisa.

 Entonces, retiraré mis objeciones.

E1 subsecretario se levantó.

 Hablaré con el Congreso.

Brand Gorla observaba con rostro impasible la espalda encorvada del presidente del Consejo. Los joviales discursos ante los miembros de la expedición carecían de sustancia, y él ya estaba harto de escucharlos.

 ¿Qué haremos ahora?  preguntó.

El presidente tensó los hombros y no se giró.

 Envié a buscar a Theor Realo. Ese hombrecillo tonto se fue al continente oriental la semana pasada...

 ¿Por qué?

El hombre mayor se enfadó ante la interrupción.

 ¿Cómo puedo entender lo que hace ese fanático? ¿No ve usted que Murry tiene razón? Es una anomalía psíquica. Fue un error no vigilarlo. Si yo lo hubiera mirado dos veces, no lo habría permitido. Pero ahora regresará y no volverá a irse.  Y añadió en un murmu­llo : Debía haber regresado hace un par de horas.

 Es una situación imposible  dijo Brand, en un tono neutro.

 ¿Eso cree usted?

 Vamos a ver, ¿piensa usted que el Congreso aprobará que se es­tablezca una patrulla por tiempo indefinido ante el mundo robótico? Eso cuesta dinero, y los ciudadanos galácticos no lo considerarán digno de sus impuestos. Más aún, no entiendo por qué Murry aceptó consul­társelo al Congreso.

 ¿No?  El presidente del Consejo se giró hacia su discípulo . Mire, ese tonto se considera un psicólogo, la Galaxia nos guarde, y ahí está su punto débil. Se empeña en creer que no quiere destruir

 56 

el mundo robótico, pero que es necesario por el bien de la Federación. Y acepta de buen grado toda solución intermedia. El Congreso no lo acep­tará indefinidamente, no tiene usted que recordármelo.  Hablaba en un tono tranquilo y paciente . Pero pediré diez años, dos años, seis meses..., lo que pueda obtener. Algo conseguiré. Mientras tanto, apren­deremos nuevos datos sobre ese mundo. De algún modo fortalecere­mos nuestros argumentos y renovaremos el acuerdo cuando expire. Pon­dremos salvar el proyecto.  Hubo un breve silencio y añadió con amargura : Y ahí es donde Theor Realo cumple una función crucial.

Brand aguardó en silencio.

 En ese aspecto  continuó el presidente del Consejo , Murry fue más perspicaz que nosotros. Realo es un tullido psicológico, y tam­bién nuestra clave de todo el asunto. Si lo estudiamos a él, tendremos una imagen general de cómo son los robots. Una imagen distorsionada, por supuesto, pues él ha vivido en un entorno hostil. Pero eso podemos tenerlo en cuenta y evaluar su temperamento en un... ¡Bah! Estoy har­to de este asunto.

La señal de llamada parpadeó y el presidente del Consejo suspiró.  Bien, aquí está ya. Gorla, siéntese, que me pone nervioso. Eché­mosle un vistazo.

Theor Realo atravesó la puerta como una exhalación y se detuvo jadeando en el centro de la habitación. Los miró a ambos con sus ojos tímidos.

 ¿Cómo sucedió todo esto?

 ¿Todo qué?  replicó fríamente el presidente . Siéntese. Quíe­ro hacerle algunas preguntas.

 No. Respóndame primero.
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