En los dos primeros volúmenes de mis cuentos completos (éste es el segundo) reúno más de cincuenta relatos, y todavía quedan muchos más para volúmenes futuros






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Brand se encogió de hombros.

 No existe eso. Al menos, no en el sentido matemático riguroso. La propaganda y la publicidad constituyen una forma tosca de ingenie­ría psicológica, y a veces bastante efectiva. ¿A eso te refieres?

 En absoluto. Me refiero a experimentos reales, con muchedum­bres de personas, en condiciones controladas y durante un período de años.

 Se ha hablado de esas cosas, pero no es factible en la práctica. Nuestra estructura social no podría resistirlo y no sabemos lo suficien­te para establecer controles efectivos.

Theor contuvo su excitación.

 Pero los antiguos sí sabían lo suficiente. Y establecieron controles.

Brand reflexionó, escéptico.

 Asombroso e interesante; pero ¿cómo lo sabes?

 Porque encontré los documentos.  Hizo una pausa . Todo un planeta, Brand. Un mundo entero escogido, poblado con seres bajo es­tricto control desde todos los ángulos. Estudiados, clasificados y some­tidos a experimentos. ¿Entiendes?

Brand no notaba ninguno de los síntomas del desequilibrio mental. Quizás una investigación más atenta...

 Tal vez lo hayas interpretado mal. Eso es totalmente imposible. No se puede controlar a humanos de ese modo. Demasiadas variables.

 De eso se trata, Brand. No eran humanos.

 ¿Qué?

 Eran robots, robots positrónicos. Un mundo entero de ellos, Brand, con nada que hacer salvo vivir y reaccionar y ser observados por un equipo de psicólogos que sí eran reales.

 ¡Es descabellado!

 Tengo pruebas..., porque ese mundo robótico aún existe. La Pri­mera Confederación se hizo trizas, pero ese mundo robótico continuó. Aún existe.

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 ¿Y cómo lo sabes?

Theor Realo se levantó.

 ¡Porque he pasado allí los últimos veinticinco años!

El presidente del Consejo se apartó la toga formal de borde rojo y metió la mano en el bolsillo buscando un puro largo, torcido e indu­dablemente extraoficial.

 Ridículo  gruñó  y totalmente descabellado.

 Exacto  dijo Brand , y no puedo exponerlo ante el Consejo sin más. No escucharían. Primero tengo que explicárselo a usted y, luego, si me puede apoyar con su autoridad...

 ¡Demonios! Nunca oí nada tan... ¿Quién ese ese tipo?

Brand suspiró.

 Un chiflado, lo admito. Estudió conmigo en la Universidad de Arcturus y entonces era ya un albino excéntrico. Totalmente inadapta­do, un fanático de la historia antigua, uno de esos especímenes que no se cansa de insistir cuando una idea se le mete en la mollera. Alega que pasó veinticinco años en Dorlis. Tiene la documentación completa sobre toda una civilización.

El presidente del Consejo lanzó una furiosa bocanada de humo.

 Sí, lo sé. En los seriales telestáticos el aficionado brillante es siem­pre quien hace los grandes descubrimientos. El independiente. ¡Demo­nios! ¿Ha consultado usted al Departamento de Arqueología?

 Por supuesto. Y con un resultado interesante. Nadie se preocupa de Dorlis. No es sólo historia antigua, sino un asunto de quince mil años, prácticamente un mito. Los arqueólogos prestigiosos no pierden el tiempo con eso. Se trata precisamente de lo que descubriría un ratón de biblioteca con una mente empecinada. Claro que si resulta que es correcto Dorlís se convertirá en el paraíso de los arqueólogos,

El presidente frunció el rostro en una mueca de asombro.

 Es muy poco halagüeño para el ego. Si hay alguna verdad en todo esto, la Primera Confederación debía de tener una comprensión de la psicología tan superior a la nuestra que apareceríamos como unos imbéciles apáticos. Además, hubieran tenido que construir robots posi­trónicos que estarían setenta y cinco órdenes de magnitud por encima de cualquier cosa que nosotros hayamos concebido. ¡Santa Galaxia! Pien­se usted en la matemática requerida.

 Mire, he consultado con todo e1 mundo. No le plantearía este pro­blema si no estuviera seguro de haber verificado todos sus aspectos. Acu­dí a Blak primero, y él es asesor matemático de Robots Unidos. Dice que no hay límite para estas cosas. Dado el tiempo, el dinero y el avance en psicología, y subrayo esto, esos robots se podrían construir ahora mismo.

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 ¿Qué pruebas tiene él?

 ¿Quién? ¿Blak?

 No, no. Ese amigo suyo. El albino. Usted dijo que tenía docu­mentos.

 En efecto. Los traigo conmigo. Tiene documentos, y su anti­güedad es innegable. Los he hecho revisar una y otra vez. Yo no sé leerlos, desde luego. Y no sé si alguien sabe, excepto el propio Theor Realo.

 Eso nos deja sin alternativas. Tenemos que creer en su palabra.

 Sí, en cierto modo. Pero según él sólo puede descifrar fragmen­tos. Dice que tienen relación con la antigua lengua de Centauro, así que he puesto lingüistas a trabajar en ello. Se puede descifrar. Sí la traducción de Theor no es correcta lo sabremos.

 De acuerdo. Déjemelos ver.

Brand Gorla sacó los documentos forrados en plástico. El presiden­te del Consejo los puso a un lado y buscó la traducción. Soplaba volu­tas de humo mientras leía.

 ¡Uf!  fue su comentario . Y los demás detalles están en Dor­lis, supongo.

 Theor sostiene que hay dos centenares de toneladas de proyectos en total sobre la configuración del cerebro de los robots positrónicos. Aún están en el sótano original. Pero eso no es lo más importante. Él estuvo en el mundo robótico y tiene fotos, grabaciones y toda clase de detalles. No están unificados, y evidentemente es obra de un lego que no sabe casi nada sobre psicología. Aun así, se las ha apañado para conseguir datos suficientes que demuestran que el mundo donde estu­vo no era..., bueno..., natural.

 Y usted tiene ese material.

 Todo. La mayor parte está microfilmado, pero he traído el pro­yector. Aquí tiene sus lentes.

Una hora después, el presidente del Consejo dijo:

 Mañana convocaré a una reunión y presentaré esto.

Brand Gorla sonrió.

 ¿Enviaremos una comisión a Dorlis?

 Siempre y cuando la universidad nos otorgue fondos para seme­jante asunto  respondió en tono seco el presidente . Déjeme este material, por favor. Deseo estudiarlo un poco más.

Teóricamente, el Departamento Gubernamental de Ciencia y Tec­nología ejerce el control administrativo de toda la investigación cien­tífica. Sin embargo, los grupos de investigación pura de las grandes universidades son entidades plenamente autónomas y, como norma ge 

 4G 

neral, el Gobierno no cuestiona esa autonomía. Pero una norma gene­ral no es necesariamente una norma universal.

En consecuencia, aunque el presidente del Consejo gruñó, se enfu­reció y protestó, no hubo modo de negarle una entrevista a Wynne Murry. El título completo de Murry era el de subsecretario responsa­ble de psicología, psicopatía y tecnología mental. Y era un psicólogo de reconocida trayectoria.

Así que el presidente del Consejo todo lo que podía hacer era lan­zarle una mirada furibunda, pero nada más.

El subsecretario Murry ignoró con buen humor esa mirada, se fro­tó su larga barbilla y dijo:

 Se trata de un caso de información insuficiente. ¿Podemos ex­presarlo así?

 No entiendo qué información desea usted  respondió en un tono frío el presidente . Lo que opina el Gobierno sobre las asignaciones universitarias tiene un carácter únicamente asesor, y debo decir que en este caso el consejo no es bien recibido.

Murry se encogió de hombros.

 No hay ningún problema con la asignación. Pero no se puede salir del planeta sin permiso del Gobierno. Ahí es donde entra en juego la información insuficiente.

 No hay más información que la que le he dado.

 Pero se han filtrado ciertos rumores. Y tanto secreteo me parece pueril e innecesario.

El viejo psicólogo se sonrojó.

 ¡Secreteo! Si usted no conoce el modo de vida académica, no puedo ayudarle. Las investigaciones, sobre todo las de cierta importan­cia, no se hacen ni se pueden hacer públicas hasta que se hayan efec­tuado progresos irrebatibles. Cuando regresemos, le enviaré copias de los documentos que usted desee publicar.

Murry meneó la cabeza.

 No es suficiente. Usted va a ir a Dorlis, ¿verdad?

 De eso hemos informado al Departamento de Ciencias.

 ¿Por qué?

 ¿Por qué quiere saberlo?

 Porque se trata de algo importante o de lo contrario no iría el presidente del Consejo. ¿Qué es toda esa historia acerca de una civili­zación más antigua y un mundo de robots?

 Bueno, eso ya lo sabe usted.

 Sólo ciertas vaguedades que hemos podido reunir. Quiero los de­talles.

 Ahora no conocemos ninguno. No los sabremos hasta que este­mos en Dorlis.

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 Entonces, iré con usted.

 ¿Qué?

 Ya me entiende. Quiero saber los detalles.

 ¿Por qué?

 Ah  dijo Murry, levantándose , ahora es usted quien hace pre­guntas. En este momento no viene al caso. Sé que las universidades no simpatizan con la intervención gubernamental y sé que no puedo esperar colaboración voluntaria por parte del mundo académico; pero, por Arcturus, esta vez conseguiré apoyo, por mucho que usted se oponga. Su expedición no irá a ninguna parte a menos que yo vaya en ella re­presentando al Gobierno.

Dorlis no es, desde luego, un mundo impresionante. Su importan­cia para la economía galáctica es nula, se encuentra lejos de las grandes rutas comerciales, sus nativos están atrasados y son incultos y posee una historia oscura. Sin embargo, entre las pilas de escombros que se amontonan en este mundo antiguo, hay vagos testimonios de una llu­via de fuego y destrucción que arrasó al Dorlis de otros tiempos, la gran capital de una gran federación.

Y en medio de esos escombros había hombres de un mundo más reciente que curioseaban e investigaban y trataban de entender.

El presidente del Consejo meneó la cabeza y se echó hacia atrás su cabello grisáceo. Hacía una semana que no se afeitaba.

 El problema es que no tenemos un punto de referencia  dijo . Supongo que podemos descifrar el idioma, pero no se puede hacer nada con las anotaciones.

 A mí me parece que se ha avanzado mucho.

 ¡Palos de ciego! Conjeturas basadas en las traducciones de su ami­go albino. Me niego a basar mis esperanzas en eso.

 ¡Pamplinas! Usted consagró dos años a la Anomalía Nimiana y hasta ahora le ha dedicado sólo dos meses a esto, que es mucho más importante. Lo que le preocupa es otra cosa.  Brand Gorla son­rió desagradablemente . No hace falta ningún psicólogo para darse cuenta de que está hasta la coronilla de ese tipo del Gobienro.

El presidente del Consejo cortó la punta de un puro de una dente­llada y la escupió a un metro de distancia.

 Tres cosas me molestan en ese idiota sin cerebro. Primero, no me gusta que interfiera el Gobierno. Segundo, no me gusta que un extraño ande olisqueando cuando estamos al borde del mayor descubri­miento de la historia de la psicología. Tercero, ¿qué cuernos quiere?, ¿qué está buscando?

 No lo sé.

 48 

 ¿Qué podría andar buscando? ¿Ha pensado usted en ello?

 Francamente, no me importa. Yo que usted lo ignoraría.

 ¿Eso haría usted? ¿Usted cree que esta intromisión del Gobierno es algo que simplemente se debe ignorar? Supongo que ya sabrá que ese Murry se hace llamar psicólogo.

 Lo sé.

 Y supongo que sabe que ha mostrado un gran interés por todo lo que hacemos.

 Yo diría que eso es lógico.

 ¡Ohi ¿Y sabe además...?  Bajó la voz de repente : Murry está en la puerta. Ojo con lo que dice.

Wynne Murry saludó con una sonrisa, pero el presidente del Con­sejo se limitó a hacer un movimiento seco con la cabeza.

 Bien  dijo Murry con arrogancia , ¿saben que he permanecido en vela cuarenta y ocho horas? Tienen ustedes aquí algo importante. Algo grande.

 Gracias.

 No, no. Hablo en serio. El mundo robótico existe.

 ¿Usted creía que no?

El subsecretario se encogió de hombros afablemente.

 Uno profesa cierto escepticismo natural. ¿Cuáles son sus planes para el futuro?

El presidente del Consejo masticó las palabras una por una:

 ¿Por qué lo pregunta?

 Para ver sí concuerdan con los míos.

 ¿Y cuáles son los suyos?

El subsecretario sonrió.

 No, no. Tiene usted prioridad. ¿Cuánto tiempo se propone per­manecer aquí?

 Lo necesario para contar con un buen enfoque de los documen­tos involucrados.

 Eso no es una respuesta. ¿Qué significa «contar con un buen en­foque»?

 No tengo la menor idea. Podría llevar años.

 Oh, maldición.

El presidente del Consejo enarcó las cejas en silencio. El subsecre­tario se miró las uñas.

 Entiendo que sabe dónde está el mundo robótico.

 Naturalmente. Theor Realo estuvo allí. Hasta ahora su informa­ción ha resultado ser muy precisa.

 Correcto. El albino. Bien, ¿por qué no ir allí?

 ¿Allí? ¡Imposible!

 ¿Por qué?

 49 

 Mire  contestó el presidente del Consejo, conteniendo su impa­ciencia , usted no está aquí invitado por nosotros ni le estamos pi­diendo que nos diga qué debemos hacer, pero para demostrarle que no busco pelea le haré una exposición metafórica de nuestro caso. Su­ponga que nos dieran una enorme y compleja máquina, basada en prin­cipios y en materiales sobre los cuales no supiéramos nada. Es tan enorme que ni siquiera distinguimos la relación entre las partes, y mucho me­nos el propósito del todo. Ahora bien, ¿usted me aconsejaría que co­menzara a atacar las delicadas y misteriosas piezas móviles de la máqui­na con un rayo detonador antes de saber de qué se trata?

 Entiendo a qué se refiere, pero actúa usted como un místico. La metáfora es rebuscada.

 En absoluto. Estos robots positrónicos se construyeron según unas pautas que aún desconocemos y para seguir unas pautas que ignoramos por completo. Sólo sabemos que los robots estaban en total aislamien­to, con el fin de que forjaran su destino por sí mismos. Destruir ese aislamiento sería destruir el experimento. Si vamos allá en tropel e in­troducimos factores nuevos y no previstos, provocando así reacciones inesperadas, todo se echará a perder. La menor perturbación...

 ¡Pamplinas! Theor Realo ya estuvo allí.

El presidente del Consejo perdió los estribos:

 ¿Cree que no lo sé? ¿Cree que eso habría ocurrido si ese mal­dito albino no hubiera sido un fanático ignorante sin el menor co­nocimiento de psicología? ¡La galaxia sabrá qué daños ha causado ese idiota!

Hubo un silencio. El subsecretario se dio unos golpecitos en los dientes con la uña.

 No sé..., no sé. Pero, realmente, debo averiguarlo. Y no puedo esperar años.

Se marchó, y el presidente del Consejo se volvió enfurecido hacia Brand.

 ¿Y cómo le impediremos que vaya al mundo robótico si desea hacerlo?

 No sé cómo podrá ir si no se lo permitimos. Él no encabeza la expedición.

 ¿Ah, no? Pues de eso iba a hablarle cuando él entró. Diez naves de la flota han descendido en Dorlis desde que llegamos.

 ¿Qué?

 Lo que oye.

 ¿Pero para qué?

 Eso, hijo, es lo que yo tampoco entiendo.

 50 

 ¿Le molesta si entro?  preguntó amablemente Wynne Murry, y Theor Realo levantó alarmado la vista del fárrago de papeles que tenía sobre el escritorio.

 Entre. Le despejaré una silla.

Hecho un manojo de nervios, quitó los papeles de un asiento. Murry se sentó y cruzó sus largas piernas.

 ¿También usted cumple una tarea aquí?

Señaló el escritorio. Theor sacudió la cabeza y sonrió. Casi automá­ticamente juntó los papeles y los puso boca abajo.
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