En los dos primeros volúmenes de mis cuentos completos (éste es el segundo) reúno más de cincuenta relatos, y todavía quedan muchos más para volúmenes futuros






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 ¡Olvidaos de eso!  bramó Tubal . Nos enfrentaremos a ello cuando llegue el momento.

La nave descendió lentamente y se posó en el claro rocoso donde ocho días antes habían dejado a los diez terrícolas.

 ¿Cómo nos las arreglaremos con estos nativos?  Tubal se volvió hacia Forase, enarcando las cejas (que eran lampiñas, por supuesto) . Vamos, hijo, enséñame algo de psicología subhumanoide. Sólo somos tres y no quiero problemas.

Forase se encogió de hombros y arrugó su rostro velludo en un ges­to de perplejidad.

 Estaba pensando en eso, Tubal. No sé nada.

 ¿Qué?  exclamaron Sefan y Tubal.

 35 

 Nadie lo sabe  añadió en seguida el denebiano . Así están las cosas. A fin de cuentas, no permitimos que los subhumanoides ingre­sen en la Federación hasta que no están plenamente civilizados, y mien­tras los mantenemos en cuarentena. ¿Creéis que existen muchas opor­tunidades de estudiar su psicología?

El arcturiano se desplomó en el asiento.

 Esto va cada vez mejor. Piensa, cara velluda. ¡Sugiere algo!

Forase se rascó la cabeza.

 Bien..., esto..., lo mejor que podemos hacer es tratarlos como humanoides normales. Si nos acercamos despacio, con las palmas ex­tendidas, sin hacer movimientos bruscos y conservando la calma, todo debería salir bien. Debería. No puedo tener ninguna certeza.

 En marcha, y al cuerno con la certeza  se impacientó Sefan . Ya no importa mucho, de todos modos. Si me liquidan aquí, no tendré que regresar a casa.  Su rostro adquirió una expresión compungida . Cuando pienso en lo que dirá mi familia...

Salieron de la nave y olieron la atmósfera del cuarto planeta de Spica. El sol estaba en el meridiano y se erguía en el cielo como una gran pelota anaranjada. En los bosques graznó un pájaro. Los rodeó un absoluto silencio.

 ¡Vaya!  dijo Tubal, los brazos en jarras.

 Es para dormir a cualquiera. No hay señales de vida. ¿Hacia dónde queda la aldea?

Hubo tres opiniones distintas, pero la discusión no duró mucho. El arcturiano, seguido con desgana por los otros dos, bajó por la cuesta y se dirigió hacia el bosque.

Se habían internado unos metros cuando los árboles cobraron vida y una oleada de nativos se descolgó silenciosamente de las ramas. Wri Forase cayó el primero bajo la avalancha. Bill Sefan tropczó, reSistló unos instantes y se derrumbó con un gruñido.

Sólo el corpulento Myron Tubal quedaba en pie. Con las piernas separadas y gritando roncamente daba puñetazos a diestro y siniestro. Los asaltantes nativos rebotaban en él como gotas de agua en un remo­lino. Organizando su defensa según el principio del molino de viento, Tubal retrocedió hasta un árbol.

Y ése fue su error. En la rama más baja de aquel árbol se encontraba acuclillado un nativo más cauto y más inteligente que sus compañeros. Tubal ya había notado que los nativos poseían colas robustas y muscu­losas. De todas las razas de la galaxia, sólo había otra que tuviera cola, el homo gamma cepheus. Pero lo que no notó fue que las colas eran prensiles.

Lo descubrió muy pronto, pues el nativo de la rama bajó la suya, rodeó el cuello de Tubal y la contrajo.

 36 

El arcturiano forcejeó ferozmente y el atacante cayó del árbol. Col­gado cabeza abajo y meciéndose bruscamente, el nativo mantuvo su posición y apretó la cola con fuerza.

Tubal perdió el conocimiento. Estaba ya inconsciente antes de to­car el suelo.

Recobró el sentido lentamente, sintiendo una irritante rigidez en el cuello. Trató en vano de darse unas friegas y tardó unos segundos en comprender que se encontraba fuertemente maniatado. Eso lo des­pabiló. Primero notó que se hallaba de bruces, después oyó la espanto­sa algarabía que lo rodeaba, luego vio que Sefan y Forase estaban ma­niatados cerca de él y por último se dio cuenta de que no podía romper las ligaduras.

 ¡Sefan, Forase! ¿Podéis oírme?

Sefan respondió con alegría.

 ¡Vieja cabra draconiana! Pensamos que te habían liquidado.

 No es fan fácil acabar conmigo  gruñó . ¿Dónde estamos?

Hubo una breve pausa.

 En la aldea nativa, supongo  contestó Wri Forase . ¿Alguna vez habéis oído tanto estrépito? Ese tambor no ha callado un instante desde que nos arrojaron aquí.

 ¿Habéis sabido algo de...?

Unas manos le hicieron dar la vuelta. Se encontró sentado, y el cuello le dolía más que nunca. Improvisadas chozas de bálago y troncos verdes relucían bajo el sol de la tarde. Los rodeaba un círculo de nati­vos de tez oscura y cola larga, que los observaban en silencio. Debían de ser centenares y todos usaban tocados de plumas y empuñaban lan­zas cortas y de punta pérfidamente curva.

Los nativos miraban hacia las figuras que estaban misteriosamente acuclilladas en primera fila y Tubal volvió hacia ellas sus ojos airados. Era obvio que se trataba de los jefes de la tribu. Vestían prendas de piel mal curtida, llamativas y con flecos, y realzaban su aspecto bárba­ro con altas máscaras de madera pintadas con caricaturas del rostro humano.

A pasos lentos, el horror enmascarado que estaba más cerca de los humanoides se aproximó.

 Hola  dijo, y se quitó la máscara . ¿Ya habéis vuelto?

Tubal y Sefan se quedaron callados un buen rato, mientras Wri Forase sufría un ataque de tos. Finalmente, Tubal inspiró profunda­mente y pudo hablar:

 Eres uno de los terrícolas, ¿verdad?

 Así es. Me llamo Al Williams, pero podéis llamarme Al.

 37 

 ¿Aún no te han matado?

Williams sonrió.

 No han matado a ninguno de nosotros. Por el contrario.  Y añadió, haciendo una reverencia exagerada : Caballeros, os presento a los nuevos dioses de la tribu.

 ¿Los nuevos qué?  se asombró Forase, que seguía tosiendo.

 Pues... dioses. Lo lamento, pero no sé cómo se dice dios en ga­láctico.

 ¿Qué representáis los... dioses?

 Somos entidades sobrenaturales..., objetos de adoración. ¿Enten­déis?  Los humanoides lo miraron de mal humor . Sí, en efecto, somos personas con un gran poder.

 ¿De qué estás hablando?  exclamó Tubal indignado . ¿Por qué iban a atribuiros grandes poderes? Los terrícolas no tenéis un físico privilegiado.

 Se trata de una cuestión psicológica  explicó Williams . Si nos ven descender en un gran vehículo reluciente, que viaja misteriosamen­te por el aire y luego desaparece escupiendo llamas, es lógico que nos consideren sobrenaturales. Psicología salvaje y de lo más elemental.  Fo­rase miraba a Williams con ojos desorbitados . A propósito, ¿qué os ha hecho tardar tanto? Nosotros supisimos que se trataba de una nova­tada. Y eso era, ¿o no?

 Oye  intervino Sefan , creo que pretendes engañarnos. Si a vosotros os consideran dioses, ¿qué piensan de nosotros? También he­mos llegado en la nave y...

 Ahí es donde empezamos a meter cizaña. Les explicamos, mediante dibujos y gestos, que vosotros erais demonios. Cuando al fin regresas­teis, y vaya si nos alegró ver que volvíais, ellos sabían ya qué hacer.

 ¿Qué significa demonios?  preguntó Forase, con un cierto temor.

Williams suspiró.

 ¿Es que no sabéis nada?

Tubal movió lentamente el cuello dolorido.

 ¿Qué te parece si nos soltáis?  rezongó . Tengo el cuello entu­mecido.

 ¿Qué prisa tienes? A fin de cuentas, os trajeron aquí para sacrifi­caros en nuestro honor.

 ¡Sacrificarnos!

 Claro. Os cortarán con cuchillos.

Se hizo un horrorizado silencio.

 ¡No nos vengas con pamplinas!  vociferó Tubal . No somos terrícolas que se dejan vencer por el pánico.

 38 

 Oh, eso ya lo sabemos. Jamás intentaría engañaros. Pero la psi­cología simple y vulgar del salvaje siempre busca un pequeño sacrificio humano y...

Sefan se retorció dentro de sus ligaduras e intentó arrojarse contra Forase.

 ¡Dijiste que nadie sabía nada de psicología subhumana! ¡Trata­bas de justificar tu ignorancia, arrugado y velludo hijo de un mestizo lagarto vegano! ¡En buena nos has metido!

Forase se echó para atrás.

 ¡Eh, un momento! Yo sólo...

Williams decidió que la broma había ido demasiado lejos.

 Calmaos. Vuestra ingeniosa novatada os ha estallado, y de qué modo, en toda la cara, pero no iremos tan lejos. Creo que ya nos hemos divertido bastante a costa vuestra. Sweeney está hablando con el jefe de los nativos para explicarle que nos marchamos y os llevamos con nosotros. Francamente, me alegrará salir de aquí. Esperad, Sweeney me llama.

Cuando Williams regresó dos segundos después, tenía una ex­presión rara y estaba un poco pálido. De hecho, se ponía cada vez más lívido.

 Parece ser  dijo, tragando saliva  que nuestra contranovatada nos ha estallado en el rostro a nosotros. El jefe nativo insiste en el sacrificio.

Se impuso un silencio mientras los tres humanoides reflexionaban sobre la situación. Por unos segundos nadie pudo articular palabra.

 Le he pedido a Sweeney  añadió Willíams, abatido  que ad­vierta al jefe que si no hace lo que decimos le ocurrirá algo terrible a su tribu. Pero es una bravuconada y quizá no se la crea. Bien, lo lamento, amigos. Supongo que hemos ido demasiado lejos. Si las cosas se ponen feas, os liberaremos y lucharemos a vuestro lado.

 Libéranos ahora  gruñó Tubal, sintiendo un frío en la sangre . ¡Terminemos con esto!

 ¡Aguarda!  exclamó Forase . Que el terrícola use su psicolo­gía. Vamos, terrícola. ¡Piensa en algo!

Williams pensó hasta dolerle el cerebro.

 Mirad  murmuró , perdimos parte de nuestro prestigio divino cuando no pudimos curar a la esposa del jefe. Falleció ayer.  Movió la cabeza con aire abstraído . Lo que necesitamos es un milagro que impresione. Esto... ¿No tenéis nada en los bolsillos?

Se arrodilló y los registró. Wri Forase tenía una pluma, una libreta, un peine de púas finas, unos polvos contra los picores, un fajo de bille­tes y algunos otros objetos diversos. Sefan llevaba una similar variedad de artículos.

 39 

Del bolsillo de Tubal, Williams logró extraer un objeto pequeño, muy parecido a un arma y con una enorme empuñadura y un cañón corto.

 ¿Qué es esto?

Tubal frunció el ceño.

 ¿En eso he estado sentado todo el tiempo? Es un soldador que usé para reparar un impacto de meteorito en la nave. No sirve de mu­cho; casi no tiene energía.

Los ojos de Williams se iluminaron. El cuerpo se le electrizó de entusiasmo.

 ¡Eso crees tú! Los hombres de la galaxia no veis más allá de vues­tras narices. ¿Por qué no visitáis la Tierra un tiempo para obtener una nueva perspectiva?

Echó a correr hacia sus cómplices en la conspiración.

 ¡Sweeney  aulló , dile a ese jefe con cola de mono que dentro de un segundo me enfadaré y el cielo le caerá en la cabeza! ¡Muéstrate severo!

Pero el jefe no esperó al mensaje. Hizo un gesto desafiante y todos los nativos atacaron al unísono. Tubal rugió, y sus músculos crujieron con­tra las ligaduras. Williams encendió el soldador y la débil llama des­telló.

La choza nativa más cercana estalló en llamas. Siguió otra, y otra, y una cuarta; y el soldador se apagó.

Pero era suficiente. No quedaba ningún nativo en pie. Todos esta­ban tendidos de bruces, gimiendo e implorando perdón. El jefe gemía e imploraba más que nadie.

 Dile al jefe  le indicó Williams a Sweeney  que ha sido apenas una insignificante muestra de lo que pensamos hacerle.  A los huma­noides, mientras cortaba las ligaduras de cuero no curtido, les explicó con paternalísmo : Conocimiento elemental de la psicología de los sal­vajes.

Forase recobró su aplomo sólo cuando estuvieron de vuelta en la nave y en el espacio.

 Yo creía que los terrícolas no habíais desarrollado la psicología matemática. ¿Cómo sabías tanto sobre los subhumanoides? Nadie en la galaxia ha llegado tan lejos.

 Bien  sonrió Williams ,tenemos cierto conocimiento práctico sobre el funcionamiento de la mente incivilizada. Venimos de un mun­do donde la mayoría de la gente, por así decirlo, sigue estando incivili­zada. ¡No nos queda otro remedio que saber!

Forase asintió con la cabeza.

 40 

 ¡Terrícolas, estáis locos de atar! Al menos, este episodio nos ha enseñado algo a todos.

 ¿Qué?

 Nunca te líes con un grupo de chalados  dijo Forase, recurríen­do nuevamente a la lengua terrícola . ¡Pueden estar más chalados de lo que piensas!"

* Al revisar mis cuentos para preparar este libro, me encontré con que «La novata­da» era el único cuento publicado del cual yo no recordaba nada sólo por el título. Ni siquiera lograba acordarme al releerlo. Si me hubieran dado el cuento sin mi nom­bre y me hubieran pedido que lo leyera para adivinar el autor, creo que habría fracasa­do. Tal vez eso quiera decir algo.

Me parece, sin embargo, que la historia va dirigida contra la serie del Homo Sol.

Tuve mejor suerte con Frederíck Pohl en el caso de otro cuento, < Superneutrón», que escribí a finales del mismo mes de febrero en que escribí < Máscaras» y «La novata­da». Se lo presenté el 3 de marzo de 1941 y él lo aceptó el 5 de marzo.

En aquella época, menos de tres años después de presentar mí primer texto, me estaba impacientando con tanto rechazo. Al menos, la noticia de la aceptación de « Su­perneutrón» la consigno en mi diario con un «era hora de que vendiera un cuento, cinco semanas y medía después del último».

 41 

SENTENCIA DE MUERTE

Brand Gorla sonrió incomodado.

 Es una exageración.

 ¡No, no, no!  exclamó el hombrecillo albino y de ojos rosados y saltones . Dorlís era grande cuando ningún humano había entrado en el sistema vegano. Era la capital de una confederación galáctica más vasta que la nuestra.

 Pues bien, digamos que era una antigua capital. Admitiré eso y dejaré el resto a un arqueólogo.

 Los arqueólogos no sirven. Lo que he descubierto necesita un especialista en su propio campo. Y tú estás en el Consejo.

Brand Gorla tenía dudas. Recordaba a Theor Realo de 1a universi­dad: una criaturilla blanca e inadaptada de expresión huraña. Había pasado mucho tiempo, pero recordaba que el albino era raro. Eso re­sultaba fácil de recordar. Y seguía siendo raro.

 Trataré de ayudar  dijo Brand  si me explicas qué quieres.

Theor lo miró fijamente.

 Quiero que presentes ciertos datos ante el Consejo. ¿Lo prometes?

 Aunque decida ayudarte, Theor, te recuerdo que sólo soy un miem­bro menor del Consejo de Psicólogos. No tengo mucha influencia.

 Debes intentarlo. Los datos hablarán por sí mismos  replicó el albino. Le temblaban las manos.

 Adelante.

Brand se resignó. El hombrecillo era un viejo compañero de uni­versidad. Uno no podía ser tan arbitrario.

Se reclinó en el asiento y se relajó. La luz de Arcturus brillaba a través de las altas ventanas, diluida por el vidrio polarizador. Aun esa versión desleída de la luz solar resultaba excesiva para los ojos rosados del albino, que se hizo sombra en ellos mientras hablaba.

  43  

 He vivido en Dorlis durante veinticinco años, Brand. Me he in­ternado en sitios cuya existencia nadie conocía y he descubierto cosas. Dorlis fue la capital científica y cultural de una civilización mayor que la nuestra. Sí, lo fue, y sobre todo en psicología.

 Las cosas pretéritas siempre parecen más grandes  sentenció Brand, con una sonrisa condescendiente . Hay un teorema que en­contrarás en cualquier texto elemental. Los estudiantes lo llaman el Teorema de DIOS. Ya sabes, se refiere a «Días Idos óptimos Son». Pero continúa.

Theor se molestó con aquella digresión. Ocultó una sonrisa irónica.

 Siempre se puede desechar un dato inquietante con una designa­ción peyorativa. Pero dime, ¿qué sabes de ingeniería psicológica?
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