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![]() Terrence se reclinó en el sillón al tiempo que sorbía lentamente el té, mientras observaba en silencio cómo su esposa contestaba con soltura las preguntas que le hacía el reportero. En todos los años que tenía de casado él nunca había permitido que periodista alguno se acercara a su mujer, pues temía que cualquiera de ellos acabara por aprovecharse de la franqueza de Candy para lanzar una nota sensacionalista distorsionando las declaraciones de la joven. Sin embargo las cosas habían cambiado, por un lado Ellis era de toda su confianza y por otro, había que reconocer que la joven Sra. Grandchester había aprendido a sobrellevar la carga de estar casada con una figura pública. Interiormente sintió que el corazón se le inchaba de orgullo al contemplar a su esposa. "¡Y pensar que estuve a punto de perderla!" - se dijo volviendo a retomar sus recuerdos. ![]() Dejando el hogar de Pony las horas del viaje se le habían hecho eternas. Al detenerse en un pequeño lugar de Ohio escuchó en la radio que se acercaba una tormenta de hielo que duraría seguramente varios días. Se esperaba que el tránsito de trenes y vehículos quedaría paralizado durante todo el tiempo que durara la ventisca. Si el pronóstico era cierto, podría significar que tendría que pasar las fiestas navideñas lejos de su familia. Eso era lo último que deseaba. Así que había resuelto hacer marcha forzada manejando a todo lo que daba el auto, con el fin de ganarle la carrera al frente frío. Había viajado sin parar cruzando los dedos para que la tormenta no reventara antes de que hubiese pasado la frontera del Estado de New Jersey. Recordaba claramente la alegría que había sentido al mirar finalmente los señalamientos que indicaban la proximidad de Fort Lee. Aunque, en el horizonte, también habia podido distinguir que las nubes se escurecían al tiempo que una ligera escarcha comenzaba a caer sobre aquella zona boscosa. Cuando finalmente había llegado a Fort Lee, era evidente que la tormenta sería ya un hecho en cuestión de minutos. Pisó el acelerador con fuerza al tomar la desviación hacia Columbus Drive. Grande fue su sorpresa cuando al vislumbrar el jardín principal de su residencia, distinguió dos figuras en abrigos oscuros que corrían de la casa hacia uno de los autos que estaban estacionados a la entrada. El corazón le dio un vuelco y pudo sentir claramente que algo andaba mal. Terrence distinguió luego que una de esas figuras era la de Edward, su mayordomo, y la otra de Candy misma. El joven se sintió aún más inquieto cuando al descender del auto su esposa se abalanzó a sus brazos sollozando. Terrence sabía que su mujer no era una criatura que se amedrentaba con facilidad, si ella estaba llorando de aquella forma era porque algo realmente grave pasaba. - ¡Candy! ¿Qué sucede?- había preguntado él sobresaltado. - Es Dylan - había contestado la joven entre sollozos - No podemos encontrarlo en la casa . . . yo creo que ha huído . . . justo ahora que la tormenta está por estallar ¡Dios mío Terry ,no quiero pasar lo que puede ocurrirle si no lo encontramos a tiempo! - ¿Pero estás segura? ¿Han buscado bien en la casa? ¿Qué razón podría tener un niño tan pequeño para querer huir?- contestó Terrence tratando de convencerse de que eso no podía estar pasándole a su hijo. - Estoy segura, Terry. No está . . .no sé lo que pasa con él . . . ha estado tan callado y extraño últimamente - dijo ella entre lágrimas y luego se detuvo- sobre todo desde que nos escuchó discutir - se animó ella a terminar. Terrence no lo supo en ese instante, pero después su esposa le había contado que nunca como entonces lo había visto palidecer hasta el punto de parecer un cadáver. Después de entonces los recuerdos se volvían difusos. A penas podía vislumbrar que le había ordenado a Candy permanecer con Alben en la casa mientras que él, junto con su chofer y mayordomo, habían salido a intentar buscar al pequeño. Las tres horas que siguieron habían sido las más angustiosas de toda su vida. Ni siquiera sus experiencias de guerra se podían comparar a la angustia de pensar que una tormenta como la que estaba anunciada bien podía matar a un hombre adulto en muy corto tiempo, cuánto más a un niño de cuatro años. Habían buscado en vano en el vecindario, tratando de recorrer los lugares de juego que Dylan solía frecuentar con su madre. Mientras tanto la ventisaca había ya debutado y hacía cada vez más difícil la búsqueda. Por si fuera poco estaba ya por ponerse el sol. Si no lograban encontrar al niño antes de que cayera la noche las probabilidades de volver a verlo serían ya muy pocas. En un último intento desesperado los tres hombres se habían dividido, a pesar de que no era muy recomendable hacerlo dadas las condiciones climáticas. Fort Lee era en aquel entonces un área residencial semi-rural y las casas se encontraban alejadas unas de otras por más de cien metros en algunos casos. Una sola cosa tenía el aún claro en sus recuerdos: la insoportable culpabilidad que le gritaba interiormente hasta reventarle los tímpanos que su hijo estaba en peligro por culpa suya. A ojos del joven padre había sólo un responsable del extraño comportamiento del pequeño y si no podía encontrarlo a tiempo sin duda jamás se lo perdonaría. Sin embargo, otra parte de sí mismo le decía con firmeza que no había tiempo para auto-recriminaciones. Necesitaba de todos sus sentidos para concentrarse en lo que estaba haciendo. Tratando de utlizar a un viejo truco que le habia servido de maravilla tanto sobre el escenario como en el campo de batalla, Terrence habia tratado de recurrir al recuerdo de los últimos momentos felices que había pasado con su hijo. Penosamente no había recuerdos ni del recién pasado Día de Acción de Gracias, ni de Halloween, ni siquiera del cumpleaños de Dylan. Tuvo que regresar mentalmente hasta el verano anterior, cuando durante un receso entre sus giras había llevado al niño a pescar a una de las lagunas artificiales que rodeaban el vecindario. En esa ocasión habían encontrado un lugar excelente debajo de un puente de madera y ahí habían pasado prácticamente toda la mañana. Aunque aún muy pequeño Dylan tenía ya una conversación vivaz y hacía constantes preguntas acerca de todo. -¿Cuándo volverá a haber nieve, papá? - le había preguntado el pequeño al mirar las aguas del lago. - Falta aún mucho. Primero las hojas se pondrán amarillas y luego caerán de los árboles. Después de entonces habrá nieve - había sido la respuesta del padre. - Tommy dice que su papá le comprará unos patines para Navidad - había comentado Dylan sugestivamente refiriéndose al hijo mayor de los Stevenson a quien había visto durante los días en que su madre Patricia había estado enferma. - Y a ti te gustaría tener los tuyos también ¿No? - repuso el joven padre con una sonrisa a la que el niño contestó con un asentimiento de cabeza - Supongo entonces que tendremos que enseñarte a patinar para entonces - había concluído Terrence con el consiguiente estallido de alegría del chiquillo. ¡El puente!¿Cómo no se le había ocurrido antes? La idea le vino de golpe junto con aquel recuerdo. Sin perder más tiempo Terrence se había dirigido hacia aquel mismo lugar en que había pescado con su hijo, con la esperanza de encontrarlo debajo del puento que ofrecía un buen escondite para cualquier niño pequeño. Un solo miedo le ponía la piel de gallina. El hielo de la laguna podía estar aún delgado. Si el niño resbalaba podía caer al agua helada y morir congelado en escasos minutos. Terrence dejó el auto aparcado a la entrada del parque y corriendo bajo la cada vez más violenta ventisca se adentró en dirección del lago. Le tomó varios minutos caminando entre la nieve fresca para lograr vislumbrar el puente que apenas podía distinguirse entre las ráfagas blancas de la tormenta. Fue entonces que distinguió una pequeña figura que avanzaba con lentitud en direccìón de la laguna helada. -¡Dylan!- había gritado el joven con toda la fuerza de sus bien entrenados pulmones y sin duda el pequeño lo había escuchado porque le pareció que volvía el rostro. Pero luego, por asombroso que fuese, el niño había acelerado el paso en la dirección opuesta, como huyendo de la voz que le llamaba. A Terrence le tomó unos segundos comprender que su hijo le daba la espalda y corría como si tratara de escapar de su alcance. No obstante, poco tiempo le quedó para asimilar el hecho cuando escuchó un ruido que provenía de la laguna. Terrence, que conocía bien el ruido del hielo cuando se rompía no pensó en otra cosa más que correr hacia donde el niño había caído, entendiendo que sus pesadillas se habían hecho realidad. Lo que siguió fue todo como una cadena de actos desesperados. Correr en dirección de las aguas congeladas, gritar el nombre del niño, rasgarse el saco para fabricar una cuerda improvisada, arriesgarse a caer él mismo en las aguas heladas, sacar el cuerpo aterido del pequeño, correr de regreso al auto y luego manejar frenéticamente hacia la casa. En todo ese tiempo no había espacio en su mente para otra cosa que no fuese acelerar para llegar a tiempo para hacer reaccionar al niño. Finalmente las luces de su casa se distinguieron entre la ventisca. Todavía no se estacionaba cuando ya la figura fina de su esposa salía corriendo de la casa con una frazada. No hubo necesidad de explicaciones, parecía que Candy podía adivinar lo que había pasado con sólo mirar al padre y al hijo. Curiosamente, la mujer llorosa que lo había recibido con la mala noticia de que el niño había huído, se había esfumado completamente para dar lugar a una joven serena y segura de cada uno de sus movimientos. Con el mismo aplomo con el que Candy había limpiado las heridas de Terrence al llegar mal herido al hospital Saint Jacques, la joven tomó entonces el cuerpo incosciente de su hijito y lo llevó rápidamente al interior de la casa en donde ya esperaba un médico y dos bien organizadas domésticas. Terrence, terminó por desplomarse en un sillón sintiéndose totalmente inútil mientras observaba la rapidez con que su mujer dirigía la orquesta de las criadas para calentar al pequeño y devolverle la consciencia. Fue entonces cuando empezó a sentir muy ligeramente el efecto del resfrío que él mismo había pescado en aquella aventura. La cabeza le dolía hasta darle la sensación de que las sienes le iban a reventar y los ojos le ardían en irritación. Cerró los párpados y se reclinó en el respaldo del sillón por unos instantes que no pudo calcular, hasta que sintió que alguien le tomaba por los pies. Desconcertado abrió los ojos para descubrir a su esposa que sentada en el suelo le quitaba los zapatos. -¿Pero qué haces Candy? ¿No estabas con Dylan?- preguntó él confundido. - Se ha hecho todo cuanto es posible. El doctor dice que tendremos que esperar esta noche para ver cómo reacciona. Ahora me preocupas más tú - replicó ella con calma mientras continuaba desvistiendo a su marido - ¿No te has dado cuenta de que estás todo mojado?¿Así es como cuidas tu voz, señor actor?- lo regañó ella con suavidad y él se admiró de que ella fuera la misma mujer con quien había reñido tan violentamente hacía tan sólo unos cuantos días. -¡Por Dios, Candy puedo hacer esto por mi mismo! - repuso él con una tímida sonrisa, pero luego recordó a su hijo y quizo asegurarse de nuevo de su estado - ¿Estás segura que Dylan estará bien? La joven bajó los ojos y él entendió que aún había peligro para el pequeño. - Por favor, Terri,- se animó ella al fin a contestarle - ponte esta ropa seca y tómate esto para que entres en calor. Lo menos que necesitó ahora es otro enfermo en la casa - concluyó ella señalando una taza de té que ella había dejado sobre una mesita. - Está bien, pero luego quiero estar al lado de Dylan - dijo él y ella no se opuso. Las horas que siguieron fueron de dolorosa vigilia para los Grandchester. Ambos se mantuvieron al lado de la cama de Dylan sin decir palabra alguna, pendientes de cada movimiento en la respiración del pequeño y de la fiebre que no quería ceder fácilmente. Terry pensó entonces que su esposa seguramente había pasado una noche similar cuando lo había cuidado aquella ocasiòn en Francia y se preguntó cómo era que las mujeres podían sacar tanta entereza en ocasiones como aquella a pesar, de ser criaturas de apariencia tan frágil. El alba despuntó y Dylan aún no volvía en sí. Candy había solicitado el desayuno pero a pesar de su insistencia Terrence no había querido probar bocado. Así pues, las tostadas, el té y los huevos se enfriaron en la bandeja mientras el joven fingía leer un libro de poesías ojeando constantemente al pequeño durmiente. Afuera, la tormenta parecía arreciar su furia y solamente se percibía la diferencia entre el día y la noche por la presencia de una luz mortecina. Todos sabían que aquella mañana los nubarrones no se retirarían para dejar ver el sol. Finalmente hacia la una de la tarde, mientras Candy apretaba las cuentas de su rosario con dedos nerviosos y Terrence repasaba por enésima vez la misma línea sin poner atención, Dylan se movió ligeramente y luego abrió los ojos. - ¡Papá! - dijo con voz débil al mirar a su padre a su lado - ¿Ya no estás enojado conmigo? Sobra decir que ambos padres vieron salir al sol con aquella frase y después del regocijo del primer momento se encargaron de hacerle saber al pequeño que nadie en la casa estaba molesto con él, como Dylan creía a causa de las continuas ausencias de su padre. Candy sabía que en otras circunstacias la conducta del niño hubiese ameritado un buen castigo, pero después de las cosas vividas más valía que las malas memorias quedaran sepultadas en afecto. A la mañana siguiente el peligro había ya pasado para el niño y llegó entonces el turno al padre de caer enfermo. Sacando fuerzas de flaqueza, Candy se sobrepuso al cansancio y se dedicó a cuidar simultáneamente de sus dos hijos y de su marido, que como todos los hombres que gozan siempre de una salud envidiable, solía tener unos resfriados memorables las raras veces que enfermaba. Así que los baldes de agua hirviendo con sales, las hojas de eucalipto y los jarabes se transportaron de la habitación de Dylan a la de sus padres. - ¡Vaya que sí la he hecho buena! - exclamó él cuando vio llegar a su esposa cargando una bandeja con comida caliente aquella tarde - ¡Y pensar que te tomas todas estas molestias por mi y yo ni siquiera te he pedido disculpas por . . . por lo que sucedió - se atrevió finalmente a decir. Candy, que había estado posponiendo aquella conversación inevitable dadas las circunstancias de emergencia dejó la bandeja del desayuno en una mesa cercana y se dispuso a hacer lo propio ya que su esposo parecía estar de humor para aclarar las cosas. -Yo tampoco me he disculpado - repuso ella con los ojos fijos en su delantal mientras se sentaba a un lado de la cama - Creo que yo también tengo mi parte de culpabilidad en esta historia. - Sshh- musitó él poniendo un dedo sobre los labios de la joven que le parecía la mujer más hermosa sobre la tierra con aquel delantal de percal sobre un sencillo vestido de punto - Déjame decirte primero que he sido un verdadero idiota al dejarlos tanto tiempo solos, a ti y a los niños. Luego déjame decirte que actué irracionalmente cuando me enteré de tu amistad con Bower. No desconfío de ti, amor, es sólo que los celos me hierven de pensar que él podría estar buscándote con otras intenciones. . . ¿Qué quieres? Cuando se trata de ti pierdo la cabeza . . . sin embargo . . . - añadió él con dificultad - no me opondré a que tú elijas a tus amistades. - ¡Terri! Perdóname tú a mi por haber reaccionado de manera tan violenta . . . Te aseguro que no hay nada entre Nathan y yo. Te agradezco este voto de confianza por parte tuya, pero ya he decidido que mi amistad con él no es del todo conveniente. - ¿Estás segura? - preguntó él sorprendido al escuchar las últimas palabras de su esposa. - He tenido tiempo para pensar . . . y . . . analizando la situación con más frialdad me he percatado de ciertos detalles que antes quise ignorar - dijo la muchacha y Terrence advirtió que le costaba trabajo encontrar las palabras adecuadas para proseguir. - ¿Qué quieres decir? - indagó el joven volviendo a sentir que algo por dentro ardía más que la fiebre. Candy observó la expresión en el rostro de su marido y entendió lo que cruzaba por su mente ¿Debía continuar? Por un instante dudó entre guardarse para sí aquella última confesión y decir la verdad. El rostro de la Hermana María en su memoria la miró de una manera que le hizo comprender finalmente lo que debía de hacer, aunque no aquella fuese la alternativa más peligrosa. - Quiero decir que, si vuelvo sobre mis pasos y pienso bien en mi amistad con Nathan - comenzó ella con los ojos clavados en los bordados de la almohada - tengo que admitir que tal vez. . . sólo en ciertas ocasiones, advertí en él algo que por un instante me pareció un interés, quizá un tanto desusual, algo distinto que nunca percibí con otros amigos míos. Pero no quise darle importancia. La joven entonces cayó, esperando que su marido diera señas de disgusto. Estaba resuelta a enfrentar las consecuencias de su confesión. De cierta forma había decidido que era mejor afrontar los escollos de la sinceridad que guardar secretos para quien más amaba. Asombrosamente, el joven artista no dijo ni una sola palabra, sino que simplemente tomó la mano de su esposa y le dio una ligera palmadita como animándola a continuar. La muchacha alzó entonces la mirada y en silencio agradeció a su esposo por aquél tácito voto de confianza. No obstante, se pudo dar cuenta al mirarle a los ojos, que el joven estaba intentando con todas sus fuerzas controlar sus impulsos por preguntar más sobre el asunto. - Terri, te aseguro que él jamás se propasó conmigo - se apresuró ella a aclarar - es sólo que existen ciertas cosas que una mujer sabe sentir, y de las que yo hice caso omiso, porque me agradaba su compañía y no quería prescidir de su amistad . . . sobre todo cuando me sentía tan sola - concluyó ella en un murmullo. - Te entiendo - dijo finalmente él con la voz enronquecida y ella comprendió los grandes esfuerzos que él estaba haciendo por controlarse y lo admiró más por ello. - Es por eso que he decidido que no volveré a ver a Nathan. A ti te incomoda mi amistad con él y en cierta forma, tal vez él esté esperando algo más de mi que jamás podré darle. Creo que eso será lo mejor para los tres. - ¿Estás segura? - preguntó él aún dudando de la resolución de su mujer. - ¡Completamente! Si tengo que elegir entre tú y cualquier otra cosa en este mundo, la decisión es demasiado fácil para mi. Tú siempre ganas, aún sobre mi orgullo - admitió la joven y una lágrima solitaria corrió por su mejilla hasta la comisura de sus labios que se arqueaban en una leve sonrisa. Terrence levantó la mano lentamente hasta enjugar la mejilla de su esposa con una caricia leve. Parecía que había pasado tanto tiempo desde la primera vez que hiciera lo mismo en la enfermería del colegio mientras Candy llamaba a Anthony entre sueños. El mundo había girado muchas veces desde entonces, pero aquella niña, ahora convertida en mujer, seguía haciéndolo perder todo el balance con una sóla lágrima. - No, pequeña, no llores por esto. Simplemente olvidémoslo ¿Quieres? - le dijo en un susurro y ella asintió en silencio. La joven no hizo esperar su marido con los brazos abiertos. Tan pronto como su rostro se hundió en el pecho del hombre un suave aroma a lavanda embalsamó sus sentidos trayéndole un tumulto de memorias íntimas. De repente Candy sintió que era de nuevo una adolescente petrificada de miedo mientras el caballo corría a galope entre los árboles. Aquella había sido la primera vez que se había aferrado al pecho de Terrence con todas sus fuerzas y a medida que las tinieblas de su alma se iban disipando, una única sensación dominaba su mente: el decisivo y austero perfume que él siempre usaba y que poco a poco calaba hasta los huesos, con un estremecimiento hasta entonces desconocido. Terrence se reclinó sobre la almohada y ella se acurrucó a su lado sin decir nada, aún extraviada en sus recuerdos. Enterró su nariz entre los músculos fírmes del pecho del joven y pudo percibir con claridad ese cosquilleo en el vientre que él solamente le hacía sentir. Entonces se percató que había sido durante aquella cabalgata forzada cuando por primera vez sintiera esa misma calidez que subía desde sus entrañas erizándole la piel. Los años le habían enseñado a la joven a poner el nombre correcto a esas sensaciones y a entender que eran el preludio de otras, superiores y más profundas. Candy sonrió y tuvo la gracia de sonrojarse al comprender que su primer encuentro con el deseo había tenido lugar justo en aquella ocasión, mientras se aferraba al cuerpo de aquel Terrence adolescente. Pero quien la tenía ahora en sus brazos hacía mucho tiempo que había dejado de ser un chiquillo y ella, a su vez, ya no era más una niña asustada y confundida ante aquellos alarmantes pasmos internos. Todo lo contrario, ahora comprendía bien las señales que el cuerpo le mandaba y en ese mismo momento también entendió que había estado equivocada al creer que podía posponer aquellas necesidades indefinidamente, mientras su esposo viajaba sin parar. - Candy – le llamó él quedamente – creo que es mi turno de aclarar ciertas cosas. Aunque te anticipo que no será sencillo ni agradable – completó él mientras volvía incorporarse. La joven lanzó a su marido una mirada interrogadora y la respuesta que leyó en sus pupilas le hicieron temer que aquello que vendría sería sin duda doloroso. - Adelante – contestó ella simplemente sentándose a su lado. - Yo . . . yo debí haberte dicho acerca de esto desde hace mucho, pero no quería . . . no sabía lo que pasaría si te lo contaba – comenzó él y ella pudo darse cuenta que le era difícil articular cada una de sus palabras. - Es acerca de Marjorie Dillow ¿No es así?- preguntó ella sintiendo que el corazón se le detenía. - Y sobre todos esos rumores de la prensa – admitió él asintiendo – Debí haber hecho algo al respecto de eso desde el principio, pero. . . - ¿Pero qué? – preguntó ella cada vez más asustada de lo que podría venir. - No lo consideré leal – dijo el al fin con un suspiro de fastidio. - ¿Leal? Terri, por favor explícate, que no te comprendo – exigió ella cada vez más tensa. - Bueno, es una larga historia, pero intentaré contártela – dijo él sin perder esa expresión de preocupación – Antes que nada quiero que sepas que lo único cierto de esos rumores es que hace algún tiempo, meses antes de que siquiera supiéramos que Karen estaba esperando un bebé, Marjorie. . . intentó llamar mi atención en varias ocasiones. Yo me limité a ignorarla pero como sus insinuaciones se hicieron cada vez más explícitas me llegué a molestar mucho con ella y acabé por hacerle pasar una humillación. Me temo que tal vez me extralimité con ella. . . o quizá solamente le di su merecido – añadió después de un momento y no pudo evitar aún en medio de aquella confesión embarazosa un dejo de malicia al recordar el mal rato que le había hecho pasar a la insistente Marjorie - Lo cierto es que ella se indignó mucho y me prometió que me arrepentiría de haberla rechazado. Por supuesto que no puse atención a sus amenazas. Candy estaba muda. Por una parte lo que Terrence acababa de contarle le volvía el alma al cuerpo, pero a su vez le intrigaba saber qué consecuencias había tenido para su marido aquel desplante de fidelidad hacia ella. - Los meses pasaron y Marjorie parecía haberse olvidado del asunto – continuó el joven – Imaginé que había aprendido su lección, pero estaba equivocado. Cierta noche, estando en Nueva York, después de la función recordé que Robert me había pedido que recogiera la copia de unos libretos que él quería que revisara, así que decidí pasar a su oficina para poder empezar a leerlos. Pensando que todos ya se habían marchado a casa entré a la oficina de Robert sin llamar, sólo para la enterarme por accidente que lo que Marjorie no había logrado conmigo, lo había conseguido con Robert. Fue realmente muy embarozoso para mi, como tú comprenderás – masculló aún molesto con el recuerdo – y creo que fue aún peor para Robert. Candy se quedó atónita. Inmediatamente sus pensamientos volaron hacia Nancy Hathaway, que a pesar de poder ser su madre, se había convertido en una buena amiga suya. La joven suspiró tristemente, pero se guardó de hacer cualquier comentario. - En esa ocasión simplemente no supe qué hacer o decir – continuó él aún serio – así que simplemente salí de la oficina sin decir palabra. Al día siguiente como es de esperarse Robert habló conmigo, y para mi gran decepción, no fue para decirme que aquello era un error que estaba dispuesto a enmendar. Todo lo contrario, pude darme cuenta de que Marjorie se había convertido en algo importante para él y era obvio que estaba dispuesto a hacer lo que fuese por ella, aunque tampoco tenía intenciones de romper su matrimonio con Nancy. Por mucho que me disgustara su actitud, me di cuenta de que hubiese sido imposible hacerle entrar en razón, así que sólo me limité a asegurarle que no interferiría en el asunto. Obviamente él temía que siendo tú y Nancy buenas amigas el amorío acabaría por llegar a su conocimiento si yo no guardaba discreción al respecto, así que le tuve que prometer que no te diría nada sobre el asunto. - Te entiendo, aún si yo me hubiese enterado, no creo que hubiera tenido el corazón de decirle a Nancy lo que estaba pasando – comentó la joven aún alterada con la noticia. - Pero ahí no quedó todo. De hecho ese fue el inicio de una serie de diferencias entre Robert y yo con respecto a Marjorie. Él empezó a concederle papeles más importantes con lo que yo no estaba de acuerdo porque la muchacha simplemente es pésima actriz, pero el colmo fue cuando le dio el lugar de Karen en las últimas giras. Tuvimos un serio disgusto por su causa. Fue entonces cuando me di cuenta de que Marjorie estaba cumpliendo su amenaza de la peor manera, estaba distanciándome de uno de los pocos amigos que tengo. - Y todo este tiempo te reservaste esas contrariedades sólo par ti ¿Verdad? – inquirió la joven admirando el sentido de lealtad de su marido. - No tenía otra opción – arguyó él con un encogimiento de hombros– Pero aún hay más. Aún no me explico del todo la razón por la cual, precisamente cuando el romance entre Robert y Marjorie se hallaba ya avanzado, la prensa se dedicó a especular sobre mi relación con ella. A veces he llegado a pensar que se trataba de un rumor comenzado por la propia Marjorie para buscarme un problema contigo. - ¿Tú crees? – preguntó la joven algo incrédula, pero luego el recuerdo de las muchas jugadas que le había hecho su prima Eliza le hizo tragarse sus palabras. - No estoy seguro – contestó él dudoso – lo cierto es que cuando el segundo de esos artículos maliciosos llegó a mis manos fue durante la gira que hicimos en California. Esa ocasión Robert y yo estábamos desayunando juntos en el tren. Recuerdo que me molesté mucho al leer la nota y le manifesté mi disgusto pensando que, por razones obvias, el también se sentiría contrariado con la noticia, pero para mi sorpresa lo había tomado con bastante beneplácito. - ¿Pero, por qué? – preguntó la joven intrigada. - Bueno, yo también me sentí confundido con su reacción, pero luego él se encargó de explicarme que esos rumores le favorecían ya que su esposa empezaba a sospechar y las notas periodísticas seguramente aminorarían sus suspicacias. Inclusive llegó a suplicarme que no hiciera declaraciones al respecto. “Simplemente ignora esas habladurías. A ti no te afectarán porque tu esposa no tiene nada que temer contigo, y en cambio a mi me ayudarán a aliviar tensiones con Nancy” – me dijo – y como ya habíamos tenido demasiados enfrentamientos decidí acceder a guardar silencio nuevamente, aunque me repugnaba el hacerlo. - Entiendo que la situación era delicada, pero . . . – interrumpió ella sintiendo que no podría evitar el reclamo. - Lo sé – contestó él antes de que ella pudiera terminar la frase – en ese momento debí habértelo contado todo para evitar los malos ratos que te he hecho pasar, pero erróneamente pensé que esas habladurías no podrían hacerte daño. - Siento mucho haber dudado de ti – aceptó ella con tristeza – No sé qué fue lo que me sucedió. - Yo sí lo sé – repuso él acariciando la mejilla de la joven – La distancia debilita la confianza. Fue muy injusto de mi parte pensar que podrías con la presión de la prensa estando yo lejos por tanto tiempo. Creo que aquí yo soy quien debe cargar con la responsabilidad ¿Podrías perdonarme? – le pidió él levantando el mentón de su esposa para ver sus ojos directamente. - Eso es inevitable – respondió ella y Terrence entendió que por cuenta de ella el asunto estaba olvidado. Sin embargo él no quería que las lecciones aprendidas quedaran del todo en el pasado. - Te prometo una cosa, pecas – añadió él después de un rato que ambos se mantuvieron abrazados sin decir nada – Este ha sido el fin de mis giras frenéticas. No volveré a permitir que mi trabajo afecte a nuestra familia. Además, si he de serte sincero, odio estar tanto tiempo lejos de ustedes. Me la he pasado realmente mal sin ti, las noches son eternas y más oscuras, los días no tienen luz, y ni siquiera la poesía me calma esta inquietud. - Yo siento lo mismo - ¿Entonces, por qué no me lo dijiste? – preguntó él sorprendido. - Porque no quería interferir en tus sueños. Tu carrera es muy importante para ti y no deseaba rivalizar con ella. - Y no rivalizas con ella, amor- repuso él de inmediato – tú y los niños siempre serán más importantes - - Yo pensé que tú . . . - titubeó ella confundida - que tú necesitabas estas giras, que te hacían sentir más feliz. No deseaba restarte esa alegría. - Disfruto mucho mi trabajo, eso no te loo voy a negar - se apresuró a explicar el joven - pero a decir verdad, he odiado todo este tiempo que he estado separado de ustedes. Lo hice más que nada porque deseo darles lo mejor a todos ustedes. - ¡¿Por dinero?! ¡¿Has estado haciendoo ttodo esto por dinero?!- preguntó Candy sorprendida ante la inusitada preocupaciòn económica de su esposo - ¡Pero si tenemos más que suficiente! Jamás en los sueños más locos de mi infancia imaginé vivir de esta manera. Terri, tú nunca antes te habías preocupado por las cosas materiales ¿Por qué de repente te parecen tan importantes como para sacrificar a tu familia? Al escuchar la reacción de su esposa Terrence comenzó a comprender las palabras de la señorita Pony con mucha más claridad que antes. - No me lo preguntes - respondióó éél avergonzado- Tal vez he dado un curso equivocado a mi amor por ustedes. La verdad es que no sé qué fue lo que me ocurrió. Ví que las oportunidades se abrían, y no deseaba desperdiciarlas. Esperaba que me permitiesen acumular un capital para el futuro de Alben, ya que el de Dylan está asegurado. El joven bien se hubiese autocasticagado de buena gana en esos momentos, pero el suave toque de la mano de su mujer sobre la suya le hizo entender que no sería necesario. Él levanto el rostro y se econtró de nuevo con la mirada sonriente de la joven. - Hemos sido un par de tontos ¿No te pparrece? - le dijo ella con el rostro iluminado - Ambos estábamos arriesgando las cosas más valiosas por otras no tan importantes. - Te prometo que no volverá a suceder - aaseguró él estrujando con fuerza la mano de la joven - He aprendido mi lección de la peor manera. . . y pensar que pude perderte a ti. . . y a Dylan. Candy respondió con un abrazo y así se cerró aquel desagradable capítulo de su vida. |
![]() | «eskulan», por ejemplo con sus gamas de matices grisáceos y verdosos, es otra característica notable que Chillida incorpora a sus... | ![]() | |
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