Resumen: La crítica epistemológica de nuestro siglo ha consumido mucho papel en los debates del positivismo y el antipositivismo, de la naturaleza y la cultura, y del objeto y el sujeto, grandes debates en gran medida protagonizados por la dialéctica.






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títuloResumen: La crítica epistemológica de nuestro siglo ha consumido mucho papel en los debates del positivismo y el antipositivismo, de la naturaleza y la cultura, y del objeto y el sujeto, grandes debates en gran medida protagonizados por la dialéctica.
fecha de publicación16.06.2016
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tipoResumen
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La Crítica Epistemológica En La Psicología Social Del Traspaso De Siglo


Autores:

  • Munné, Frederic

Año: 1998
En: Los desarrollos de la psicología social en España



Fuente: En D. Páez y S. Ayestarán, eds.:  Los desarrollos de la psicología social en España. Madrid, Infancia y Aprendizaje, 1998, cap. 1, 19-24.

Frederic Munné
Universidad de Barcelona

RESUMEN: La crítica epistemológica de nuestro siglo   ha consumido mucho papel en los debates del positivismo y el antipositivismo,  de la naturaleza y la cultura,  y del objeto  y el sujeto, grandes debates en gran medida protagonizados por la dialéctica. Estas últimas décadas,  el pensamiento postmoderno   y la versión psicológica y social del mismo (construccionismos y constructivismos) diluyen estos debates, debilitando la crítica epistemológica, aunque por otra parte apunta algunos aspectos del paradigma de la complejidad, que se está formando en la ciencia más avanzada.

DE LA CRITICA "ANTI" A LA CRITICA "POST".

Como ya he dicho en otra ocasión (1996), una de las características que configuran el panorama epistemológico de la ciencia social en la actualidad es la crisis de la crítica, crisis que a mi modo de ver es mucho más transcendente que la crisis de la teoría, por la sencilla razón de  que ésta queda estancada sin aquélla. Es en este  contexto que voy  a examinar algunas dificultades de la crítica radical en psicología y psicología social. Esto exige, previamente, aclarar el escenario en que ésta se está moviendo, escenario que algunos llaman  postmodernidad.
Quizás un modo de estudiar la crítica sea a través del prefijo que a menudo la identifica, porque  los prefijos expresan el  significado, sentido o alcance del conocimiento y de su referente, es decir,  del sustantivo que sigue a dicho prefijo. Por ejemplo,  podemos hablar de la crítica "neo", indicadora de posiciones revisionistas como el neopositivismo, el neodarwinismo, el neoconservadurismo,  el neorromanticismo y últimamente el neomarxismo, crítica que supone una confirmación  malgré lui  por la vía de la renovación de aquello frente a lo que se reacciona. Así,  el neorromanticismo fué  una reacción contra el naturalismo literario en pro de un retorno del romanticismo.
Pues bien, a grandes rasgos puede resumirse   en dos prefijos  o si se quiere en tres, el desarrollo de la crítica epistemológica más representativa de las corrientes de vanguardia propias de nuestro tiempo: son los prefijos anti o contra, de una parte y  el prefijo post de otra. En efecto, a lo largo de esta segunda mitad del siglo  que está finalizando,  el conocimiento crítico, incluído el de la psicologìa social,  ha evolucionado en sus posiciones más radicales en  dos fases: la  primera es la fase de la crítica "anti o contra",  correspondiente a  movimientos tales como el  antipositivismo, contra el método (Feyerabend), la contracultura y la antipsiquiatría; la  segunda es la fase "post", en la que se desarrollan, entre otros,  el postestructuralismo, el postmarxismo y el postmodernismo. ! Incluso   se ha dicho de la propia filosofía postmoderna que es una postfilosofía (Más i Díaz, 1991) ! 
Esto da pie para que, desde una perspectiva temporal, hablemos  de una época anti (o contra) y de una época post. La estrategía o si se quiere el estilo de la crítica es diferente en una y otra. En ambas, el positivismo es el referente común. Pero mientras la crítica anti se ha enfrentado directamente a éste, la  crítica  post es más bien indirecta; y mientras en aquélla los ataques se libran en el mismo terreno de juego, en ésta   se intenta evitarlo.  En este  aspecto,   la crítica postmoderna queriendo ser radical al máximo, provoca un impasse.
A mi modo de ver, en esta evolución de la crítica  intervienen, al menos, tres hechos:  la crisis del marxismo,  los balbuceos del postmodernismo y  la aparición, relativamente súbita y prolífica, de las teorías de la complejidad.
La crisis del marxismo interesa aquí en su relación  con la dialéctica. Porque el  ocaso político de esta corriente del pensamiento no podía dejar incólume la base epistemológica en que la misma estaba asentada. De ahí que  tanto la dialéctica  como la ciencia producida a su amparo sufran un desprestigio.
Probablemente, pocos estarán en desacuerdo con la afirmación de que la línea de  Marx como ciencia social crítica, a pesar de haber sido marginada por la psicología occidental dominante (como he demostrado en relación con la psicología social: Munné, 1982), llegó a su punto  culminante con los trabajos interdisciplinares de la Escuela  de Frankfurt,  conocidos como Teoría Crítica de la Sociedad y la Cultura.
Ultimamente, como acabo de señalar,  la dialéctica está siendo arrinconada, en un proceso  precipitado por la ya apuntada crisis del marxismo como ideología política, a tal punto que  en los diversos  postmarxismos actuales (como el contextualismo o el  estructuracionismo) resulta difícil reconocer su huella. Dada esta situación, en la que  no parece que la dialéctica pueda   seguir protagonizando una epistemología crítica,  la crítica anti ha quedado muy debilitada. Pero esto ha sido sólo un primer paso hacía esta dirección.

POSTMODERNISMO Y CONSTRUCCION

El segundo paso lo está dando el postmodernismo. Con este movimiento cultural, asistimos a una nueva estrategia en el conocimiento crítico de la sociedad y del ser humano. Es el estilo post, basado en  denunciar lo que hasta hoy era vigente por entender que ha quedado agotado y que ya estamos en el "día después" (post).  Para el postmodernismo, la raíz de este malestar (Unbehangen) para emplear un término freudiano, en la sociedad actual y sus productos no hay que buscarlo, como hizo el marxismo,  en la sociedad burguesa y el capitalismo que la sostiene, sino en la sociedad moderna, que tiene su cuna en la Ilustración, es decir en las luces  de la razón y en el librepensamiento.  En esta dirección, los postmodernos elaboran un  discurso crítico cuyos puntos más significativos, en relación con la cuestión que nos ocupa, son dos: una triple negación  a nivel fundamental de la realidad social,   y  un análisis de esta realidad en términos de fragmentación.  
El primer  aspecto es el meollo de la cuestión y está  constituído por la negación de la historia,  la ciencia y  la tecnología, que encarnan los demonios del postmodernismo.   Desde una lectura  postmetafísica de Nietzsche, un importante sector postmoderno proclama el fin de la historia. No se trata del fin de las ideologías como ideales, sostenido  por Bell. Ni de la consolidación definitiva del modelo capitalista norteamericano defendido  de un modo eufemístico por Fukuyama,  precisamente bajo la misma expresión del fin de la historia. La negación postmodernista de ésta apunta directamente hacia  la idea de progreso. Esta era el símbolo bordado en  la bandera que  alzó la Ilustración y que se encargó de agitar fervorosamente el Industrialismo. Pues bien, el   final de la historia  significa que el progreso ha pasado a ser una idea obsoleta, que la tecnología y  quien la gestó, o sea la ciencia, se encuentran en un camino sin salida. En último término, quiero decir filosóficamente, la raíz de los ataques se encuentra explícita o implícitamente en el  rechazo nietzscheano de   la razón y en la hostilidad  heideggeriana   hacia   la técnica, de  tal modo que la ciencia y la tecnología son consideradas la fuente de buena parte de los males actuales de la sociedad actual. Está claro que esa triple   negación (del progreso, la ciencia  y la tecnología) va  dirigida y afecta    al motor y sentido mismos de la modernidad. Y en este contexto, el futuro ya no puede residir en la sociedad postindustrial. El mundo que nos espera es, justamente, la postmodernidad. 
Por si esta triple negación no fuera suficiente, el discurso postmoderno se complementa con un segundo aspecto. Su análisis está  orientado por una hipersensibilidad hacia lo fragmentado, que convierte en visible y significativo todo cuanto (arte, política,  problemas sociales, teorías, etc.) es cada vez más plural,  diverso,  provisional, etc. y también el conocimiento local. El resultado no puede ser otro que ver una sociedad en franca descomposición.
Creo que tal análisis puede considerarse una "desconstrucción" psicológica y psicológico social, y en consecuencia hace necesaria    una orientación centrada en los problemas de la re construcción de la realidad. Esto es, en cierto modo, un resultado de la triple negación mencionada, porque   el intento de liquidar los tres productos de la modernidad ya citados  comporta la necesidad de construir otra   historia, y por lo tanto también otra ciencia y otra técnica. Pero los postmodernos no van  o no pueden ir  tan lejos y se limitan a insistir en que la realidad es constantemente construída, lo cual convierte al ser humano en un nuevo Sísifo, muy distinto al del relato inolvidable de Camus.
Esta tesis pasa a orientar tanto el conocimiento teórico como el aplicado,  incluída la intervención profesional, de al menos dos sectores psicológicos:  el constructivismo y el construccionismo. Es posible  que los partidarios de uno y otro  no estén de acuerdo en reunir  ambos en un mismo saco, pero epistemológicamente considerados tienen en común una misma base, dada por la tesis de que tanto  el conocimiento como el comportamiento humanos están mediatizados  por  un proceso en el que se construye  la realidad,  proceso que es considerado el hecho  psicológico fundamental. A falta de una palabra que comprenda ambos sectores, emplearé el término construccional para designar tanto la psicología constructivista como la construccionista.
Claro es que cada una de estas orientaciones concede a este proceso una naturaleza más o menos cognitiva y más o menos social,   así como  un alcance y efectos diferentes en la teoría y la aplicación, en la investigación y en la intervención. Estas diferencias arrancan de las tradiciones que nutren cada sector. El constructivismo conecta con la Gestalt y el sociocognitivismo, porque ambos se basan en la percepción como elaboración del material bruto sensitivo. En cambio, el construccionismo tiene sus raíces en la teoría del acto social y del Otro Generalizado de Georges  Mead y el interaccionismo simbólico (por ejemplo, Cohen, 1985). En el primer caso, la construcción lo es   de estructuras perceptivas (Gestalten) o cognitivas (esquemas), mientras que en el segundo se desarrolla  cierta teorización de carácter fenomenológico y hermenéutico  que tiende a centrarse en la elaboración social de los significados (Berger y Luckmann), y desde la cual trata de emprender una crítica de la psicología dominante.
Dentro del constructivismo encontramos aportaciones heterogéneas como la teoría de los constructos personales (Kelly), la teoría de la comunicación en terapia familiar  sistémica (Bateson, Watzlawick) o la teoría de la construcción social de la inteligencia de la Escuela de Ginebra (Doise, Mugny); recientemente, se ha propugnado incluso un constructivismo dialéctico (Pascual Leone, 1997). En una visión de conjunto, Guidano (1991) ha diferenciado una tendencia radical y otra que califica de crítica, según se entienda que el proceso de conocimiento puede explicarse con  independencia o no de la realidad. Una posición radical adopta, por ejemplo, von   Glasersfeld (1994) al escribir taxativamente que uno no puede conocer una realidad independiente, para puntualizar acto seguido  el peligroso matiz de que el constructivismo no nos dice cómo es el  mundo sino sólo una manera de pensarlo. No advierte que está desgajando la mente del resto del mundo, el cual queda ipso facto reducido a una cartesiana entidad pensante.
Por su parte, el construccionismo también cuenta con una variedad de orientaciones, que van  desde el enfoque teórico de Gergen  hasta el enfoque aplicado de Kitsuse y Spector. Dejando para después la postura de Gergen, a estos dos últimos autores se debe la influyente teoría subjetiva de los problemas sociales,  de inspiración etnometodológica y que cuenta con el clásico  antecedente de la label theory de Howard Becker. Fué expuesta por ellos en un trabajo seminal (1973), donde  atacaban a Merton y el funcionalismo estructural, y sostenían que los social problems son construídos, o en otras palabras,  que  no son las condiciones objetivas sino los procesos interpretativos lo que crea dichos problemas, los cuales pasan de este modo a ser reales. Otra dirección la constituye el construccionismo práctico de Shotter (1988), interesado no por la teoría sino por la práctica social en tanto que constructora de la teoría. Finalmente, para no extenderme más,   está el construccionismo orientado hacia la  investigación, concretamente  hacia la investigación cualitativa porque  lo  que importa es el significado de los fenómenos y el contexto que les da especificidad, investigación que es entendida como una  construcción resultante de la  propia interacción social en la que interviene el propio  investigador  (Denzin y Lincoln, 1994).
No es necesario, a los efectos aquí propuestos, entrar en estas tradiciones ni en las posiciones  mencionadas. Por ello, voy a limitarme a especificar algunos aspectos de la aportación que en este momento parece ser más fértil y levantar más discusión. Me refiero  al  construccionismo social de Gergen (1985). Inicialmente llamado sociorracionalismo, con la denominación actual su autor  parece haber encontrado una etiqueta con suficiente márqueting, aunque su significado genérico sobrepasa, como hemos visto, el de una teoría específica.
Respondiendo al espíritu postmoderno, en cuyo contexto se mueve explícitamente,  Gergen trata de diluir la historia y la ciencia (modernas). Pero al menos con respecto a la historia, a mi modo de ver, tiene sentimientos encontrados.  En efecto, en 1973, logró   provocar u n sonada polémica al reducir la psicología social a pura historia, con la consecuencia de rechazar el carácter acumulativo del  conocimiento psicosocial.  Sin embargo, posteriormente (1991),  influído por el postestructuralismo y      los teóricos de la desconstrucción, sostiene que las palabras cobran significado por su referencia a otras palabras, que las obras literarias lo cobran por su relación con otros escritos, con lo que el lenguaje no recoge su carácter de la realidad sino de otro lenguaje. Si esto es así, estamos ante  un proceso acumulativo. Por si hubiera dudas al respecto, basta con recordar la explicación que da del sentimiento amoroso: En resumen, dice que contamos  con siglos de relatos y poemas, y miles de películas sobre el amor, cada uno de los cuales se alimentó de los anteriores y añadió su propia comprensión al fenómeno, constituyendo lo que Baudrillard diría una hiperrealidad,  una realidad socialmente construída. No parece que todo esto sea congruente con el carácter no acumulativo del conocimiento humano.
Por lo que se refiere al  conocimiento científico, Gergen  no es menos radical y ambigüo, Según  él (1978 y 1982) las teorías  no deben predecir ni controlar sino generar dudas y formar  nuevas  alternativas para la acción social. Una teoría   no refleja la realidad, en el sentido de ser algo externo a la misma, sino que forma  parte de ella. Y añade que cualquier representación teórica sirve simultaneamente para sensibilizar y constreñir: uno ve de forma más aguda, pero permanece ciego para todo aquello a que no alcanza el campo focal (Gergen, 1994). Acertadamente,  González Rey (1997) comenta que  Gergen se plantea como una función esencial de la teoría generativa, la interrogación permanente de la realidad, no concibiéndola nunca como un instrumento final de validación. Está claro que esto impide cualquier posibilidad de  falsar la teoría,  situándose de este modo en  la antípoda epistemológica del racionalismo crítico de  Popper.
Buena parte de los postulados  construccionistas (gergerianos y en general) ya habían sido formulados esencialmente por las corrientes antecesoras, especialmente por  el interaccionismo simbólico y la etnometodología. Por ejemplo, las teorías generativas     de Gergen recuerdan los sensitizing concepts, que Blumer propuso ya hace bastantes años (1954: en 1969).

DESCONSTRUYENDO LA PSICOLOGIA CONSTRUCCIONAL

Epistemológicamente considerado, el conocimiento crítico es un metaconocimiento,    un conocimiento que valora  otro conocimiento, con el metalenguaje correspondiente dado por los conceptos y términos reconstruídos o en su caso construídos. Esto significa que el discurso postmoderno, como crítica, es un hipertexto sobre  la sociedad moderna. Vamos a intentar desconstruirlo y penetrar en su significación.
La crítica post es una crítica  al núcleo mismo del pensamiento moderno. Es, pues, una crítica radical, pero es también una crítica indirecta, no frontal, basada en negar aspectos fundamentales de la realidad. Y en este sentido es ingenua: a mi me recuerda al niño   pequeño, que cierra los ojos para no ver creyendo que así ya no es  visto. Pero sobre todo, la crítica post es  una crítica de diseño,  quiero decir fabricada y  montada,  que genera una visión ad hoc.
Todo esto se advierte en la posición que adopta ante los tres debates  epistemológicos más representativos de la problemática científica de nuestro siglo. Especificaré este punto en relación con la psicología construccional.
1) El debate entre el positivismo y el antipositivismo: Este debate ha estado en el centro mismo de la crítica anti, que lo trataba frontalmente. Su desplazamiento por la crítica  post puede entenderse como  un reconocimiento de la ineficacia del antipositivismo, es decir, del ataque directo. Por esto, las  críticas postmodernas, a  pesar de su radicalismo, hacen sonreir cuando se  evocan las grandes  disputas epistemológicas y metodológicas provocadas  por el positivismo en el seno de la ciencia social desde el siglo pasado.
En cambio,  en la crítica post, todo parece indicar que ya ha pasado el tiempo de un enfrentamiento duro. Basta con advertir la indiferencia o impasibilidad de los interlocutores (positivistas).    Y desde  el marxismo, sólo alguna  voz  aislada se digna ocupar del pensamiento postmoderno, viendo en él  un signo decadente del  capitalismo dominante (así: Jameson, 1984). Y es que los postmodernos,  con una filosofía precaria y el desdén que sienten hacia la realidad natural evitan los ataques directos.
2) El debate entre la cultura y la naturaleza: Lo  lo primero que se constata es que salvo excepciones (Ibañez), hay un alejamiento de los postmodernistas de la ciencia natural, alejamiento que en el fondo  no hace sino consolidar la división cartesiana y diltheyana.
El recelo, por no decir desprecio, que los postmodernistas tienen hacia el conocimiento científico tanto en lo teórico como en lo metodológico  y hacia la realidad tecnológica no es sino una manifestación "puesta al día" de la vieja oposición entre los mundos cultural y natural. Los postmodernistas la radicalizan, intentando  no ya someter la naturaleza a  la cultura, sino prescindir olímpicamente  de aquélla, como ocurre en el análisis del discurso. Por de pronto, hay cierto cinismo  en la "maldición" postmoderna de la ciencia y la técnica.  ¿ Acaso los postmodernos desperdician la experiencia adquirida, ignoran la ciencia médica cuando enferman, renuncian a ir en automóvil y en avión, a usar el télefono y el fax, o a navegar por Internet ? En último término, sus acusaciones contra la tecnología  ¡ seguramente las han escrito en un ordenador ! La visión postmoderna de la realidad tiene más de juego intelectualizante que de experiencia vivida.
Por añadidura, en la posición postmodernista hay   un antropocentrismo epistemológico, que quiere ignorar o al menos niega (otra negación) valor, significación o relevancia a la dimensión  psicofisiológica del conocimiento humano. La falta de tiempo me pìmpide entrar en este punto, que nos llevaría a reivindicar una psicología del cuerpo (entiéndase: no de una psicofisiología sino del cuerpo como entidad del sujeto)  y no sólo de la mente.
3) El debate entre el objeto y el sujeto: El debate entre naturaleza cultura contiene la enojosa, por enredada, cuestión de la relación entre el objeto y el sujeto. Quien mejor ha aclarado los presupuestos en que se sostiene la postura construccionista es Ibañez (1994). Según nos explica, para los construccionistas sociales como él,   la realidad no existe con independencia de nosotros (si tuvieramos el tamaño de un átomo  no existirían los árboles, escribe), y la verdad es un criterio que depende de nosotros y que decidimos según el valor de uso y adecuación a las finalidades que asignamos. Esto supone una relatividad, que vale incluso para el propio construccionismo.  De ahí que, termina diciendo el autor citado, la psicología instituída se encuentre apresada en dos ingenuidades básicas: la creencia de que la realidad es independiente de nuestro acceso a la misma y la creencia de que hay un modo privilegiado de acceso a esta realidad, dado por la objetividad.  
Aunque Ibañez avisa que habla en plan provocativo, uno no puede dejar de concluir que, expresadas  las cosas en términos de ingenuidad como él hace, todos  los que no ven las cosas de este modo, esto es los que no son postmodernos o construccionistas, son ingenuos, que es una forma digamos educada de decir tontos. Pero esta cuestión no parece ser tan fácilmente liquidable.
Se dice que la realidad no está dicotomizada en objeto sujeto, por lo que ni uno ni otro tienen sentido, pero esto se dice desde el sujeto como decisor del objeto. Y así las cosas, está claro que no cabe hablar de objeto si se entiende éste sólo como construído por el sujeto. Por lo visto, no se cae en la cuenta de que hablamos a y de otros sujetos, en tanto compartimos elaboraciones y significados con ellos, lo que abre una espita a una realidad que al menos en parte transciende a cada uno de nosotros.
En mi opinión, preguntar si el sujeto forma parte del objeto o éste forma parte de aquél no tiene sentido, porque desde una visión fractal de la realidad ambas afirmaciones no sólo no se excluyen entre sí sino que se requieren recíprocamente. Tan cierto es que sin sujeto la realidad no es pensable, como que sin objeto el sujeto no puede pensar, so pena de quedar reducido a "una mente con patas" (o, para el análisis del discurso, a "signos andantes"). Pero además, me parece  importante, por significativa, la consideración de que el sujeto puede pensar en una "realidad sin sujeto"; sin ir más lejos, podemos pensar y pensamos sin cuestionarlo  en el mundo antes de la hominización.
En el fondo, se viene a decir  que lo único que cuenta es el otro (en tanto que) significativo. (Es lo mismo que había dicho Georges Mead, aunque expresado dogmáticamente.) Esto es,  que, como creía el primer Wittgenstein aunque ya no el segundo, "de lo que no se puede hablar, mejor es callarse" (Prólogo al Tractatus) o lo que es lo mismo en el caso que nos ocupa, que de la realidad no significativa nada se puede decir.

CRITICA Y COMPLEJIDAD

Los tres debates mencionados pueden hoy formularse desde otras coordenadas, que abren la posibilidad de una psicología  no limitada por las dicotomizaciones del conocimiento que la psicología construccional pretende desdebujar pero que en el fondo  radicaliza. Estas coordenadas vienen dadas por la exigencia de un conocimiento que no simplifique la realidad (esto es, tanto el sujeto como el objeto). En otras palabras, por la exigencia de una crítica desde la complejidad. Esta crítica   va mucho más lejos que la crítica postmoderna, porque la raíz de la misma     no está en la ciencia moderna sino en la concepción griega de la ciencia, la cual, a mi modo de ver implícitamente   cuestiona sin negarla. En efecto, los griegos (Pitágoras, Platón, Euclides,  Aristóteles) entronizaron el conocimiento puro, basado en lo formal y lo cuantitativo, poniéndolo como punto de partida del saber científico. Considerado desde la complejidad, el mundo "construído" (nunca mejor empleado este concepto) por los griegos  es   un caso límite dado por la simplificación  de la realidad. (Como en un próximo trabajo en prensa desarrollo esta cuestión, no me extiendo ahora en ella.) El resultado es una realidad simple, obtenida mágicamente reduciendo variables,  suponiendo constantes, hipotetizando un orden unilineal  (aunque la  cibernética no es unilineal, continua siendo lineal al menos la de primer orden), imponiendo la objetividad y la previsión predictiva, etc.
Las  investigaciones actuales, desde un  amplio abanico de disciplinas,  están poniendo de manifiesto algunos de los procesos básicos que intervienen en la complejidad de la realidad. Por ejemplo, los procesos caóticos, entendiéndose en este contexto por caos, no lo  indiferenciado ni el desorden (aunque muchos autores confunden ambas cosas) sino aquello que genera el orden. Estas investigaciones y las teorías que se derivan de ellas, suponen en el aspecto    epistemológico integrar enfoques como los circuitos  realimentados,  los objetos fractales o los procesos de percolación, con la  posibilidad de un  tratamiento operativo de base cualitativa  a través de lo que llamo un análisis de aspectos (de la complejidad) aplicado a cada caso. 
Pasar de la simplicidad a la complejidad es pasar a otro  escenario  crítico. Este nuevo escenario cambia las coordenadas epistemológicas.  La dialéctica ya no tiene el protagonismo que,  por ejemplo, tuvo en el debate entre la génesis y la estructura a lo largo de los años cincuenta y sesenta, debate cuyo trasfondo era y continua siendo el problema del cambio social. Pero esto no significa que la dialéctica deje de tener sentido (ni que el problema del cambio esté resuelto), porque queda subsumida y enriquecida junto con otras vías epistemológicas como la sistémica, dado que el enfoque epistemológico de la complejidad es más abarcante.
Volvamos al postmodernismo y a la psicología construccional,  que ciertamente no han permanecido del todo insensibles a la complejidad.  En efecto,  algunos constructivistas se han aproximado a la complejidad, en particular a un aspecto de la misma (la autopoiesis  en Mahoney y Guidano) y lo mismo hay que decir de los  construccionistas (la autoorganización del self en Gergen).
Llegados a este punto,  hay que hacer dos advertencias a la psicología construccional. La primera es que si se recurre, como en algunas de sus formulaciones, a la autoorganización, esto  impide olvidar que las teorías de la complejidad muestran que las bases de ésta son naturales (físicas y químicas, como ha demostrado por ejemplo Prigogine) y biológicas (autopoiesis de Maturana y Varela). Y la segunda advertencia es que la complejidad no se reduce a la autoorganización. 
Ya he apuntado que las teorías de la complejidad comportan una reformulación de los debates antes aludidos. En efecto, en primer lugar, el positivismo es llevado a un terreno menos metodológico y más epistemológico, en el que  la dimensión ideológica adquiere otro sentido,  centrado  en el orden, la libertad y la creación, lo  que invita a revisar la propia metodología. En este sentido, las teorías de la complejidad implican la prioridad de lo cualitativo (lo posible antes que lo probable) y el carácter  general y no excepcional de la no linealidad. Esto afecta incluso a la teoría, que requiere otra problemática; por ejemplo, consideradas las teorías generativas gergerianas desde una concepción no lineal (que conllevan asumir  otros supuestos, como la sensibilidad a las condiciones iniciales de los fenómenos) puede entenderse en qué sentido una teoría puede no  predecir, por ejemplo, referida a una situación con un atractor extraño y no a otra con un atractor fijo.
En segundo lugar, por lo que se refiere a  la oposición naturaleza cultura se establece una nueva relación, porque  los nuevos  enfoques epistemológicos sobre la complejidad representan  un reblandecimiento de las ciencias duras, puesto que estas se aproximan  epistemológicamente a las llamadas ciencias blandas. Este proceso implica que las teorías de la complejidad afectan a la epistemología de la ciencia en general, y por lo tanto también a la psicología.
Y en tercer lugar, con respecto a la relación objeto sujeto, considerada desde la complejidad, como ya he explicado, está claro que uno y otro aspectos epistemológicos carecen de realidad tomados como mutuamente excluyentes, pero también carecen de ella si se les confunde en un sólo fenómeno.

LA APORTACION DE LA PSICOLOGIA CONSTRUCCIONAL

La aproximación a la complejidad obliga también a revisar el sentido de la crítica. Esta requiere un conocimiento complejo, no alcanzable si prescindimos de la historia, la ciencia y la tecnología,  y  del doble sentido que tienen  procesos como la globalización localización o los efectos del avance en la técnica y la ciencia. En relación con esta última, yo mismo he planteado el hecho del pluralismo teórico (que, por supuesto, conlleva el pluralismo crítico), mostrando que el mismo no impide la unidad teórica (Munné, 1993).
¿ Cuál es el valor que ha de darse a la psicología construccional en este pluralismo teórico ? Después de lo expuesto, creo que   el enfoque construccional bien poco aporta a los grandes debates epistemológicos. Es más, en sus formulaciones más exclusivistas, incluso ha debilitado el conocimiento crítico.
En efecto, para mí, el estatus epistemológico de las psicologías más radicales, como el construccionismo que se basa en el análisis del discurso, es el mismo que el del conductismo radical. Porque, en el fondo, es la misma postura que adoptó Skinner: también hay en aquél  una black box, pues la realidad únicamente cuenta como signo (no, pues, por ejemplo, como vivencia). Así las cosas, construccionistas y conductistas recurren a un mismo "truco" epistemológico.
Pero no quiero terminar sin referirme al aspecto valioso de la psicología construccional, considerada desde la complejidad. No como epistemología, que repite argumentos mucho más sólidamente expresados ya hace años, por ejemplo por Berger y Luckmann (1966) en un contexto de sociología del conocimiento que ya presupone una sociología del lenguaje y que entiende "la realidad humana como realidad construída socialmente". Como teoría psicosocial, la psicología construccional  hace una importante aportación al poner su énfasis en  el concepto de construcción, concepto que no descubre pero sí dota de más entidad y elaboración que otras corrientes que lo han empleado o lo emplean,  como la etogenia.
Construcción, lo hemos visto, es el modo de llamar a la autoorganización en el contexto que nos estamos moviendo, lo cual significa que el sentido de la construcción es de hecho el de una autoconstrucción. Pues bien, como sea que  tomada la autoconstrucción como un proceso psicológico y social no requiere la triple negación  epistemológica postmoderna, es posible asumir la psicología  construccional sin tomar en consideración la sobre carga crítica provinente de ésta.
En otros términos, me atrevo a afirmar que lo que puede quedar de la moda construccional está en ser una teoría de la construcción social susceptible de aplicaciones.  Y en este sentido, muestra que la (auto)construcción constituye un proceso psicosocial básico para entender el comportamiento humano, aunque esta orientación lo presenta como el proceso fundamental del ser humano, el pluralismo teórico  permite  advertir que  tal proceso no desbanca el resto de procesos   conocidos desde otros marcos teóricos, como los procesos de  comunicación, comparación, categorización, atracción, etc.
Estamos, pues, ante una aportación limitada, que en el sector   construccionista, consiste en situar este proceso en el núcleo de la vida personal (self) y social, mucho más decisivamente que habían hecho otras teorías antecesoras. En cuanto al sector constructivista, ofrece interesantes innovaciones, sobre todo  en el ámbito aplicado de las técnicas e instrumentos  de intervención.
Aunque sería de desear que la psicología construccional se concentrara en estos aspectos, de momento el radicalismo impulsa hacia otra dirección. Por ello, si hasta hace bien poco, la moda ha sido inundar el panorama psicológico y social de estudios sobre   las representaciones sociales más variopintas, ahora la moda ya es construir construcciones sociales. De momento, la construcción social que más revuelo está armando y que más tinta ha gastado ha sido justamente este producto, débilmente crítico por su simplificación, que es la postmodernidad.

Referencias

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