Resumen El corpus teórico de este trabajo puede ubicarse en la hermenéutica fenomenológica de un imaginario social en el sentido de Castoriadis.






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Imaginarios del amor y el desamor a propósito del bolero.

Gladys Madriz

Universidad Central de Venezuela y Universidad Simón Rodríguez

gladysmadriz@yahoo.com


Resumen
El corpus teórico de este trabajo puede ubicarse en la hermenéutica fenomenológica de un imaginario social en el sentido de Castoriadis. Es de algún modo una apuesta a la comprensión del imaginario social del amor y el desamor erótico desde el bolero, valga decir entre el amor, el despecho y la sensibilidad erótica. Metodológicamente, puede decirse que se trata de realizar un ejercicio de fenomenología hermenéutica para aproximarse a la interpretación de un imaginario colectivo de carácter primario. Tal imaginario se presenta en nuestra manera de concebir las relaciones eróticas y en nuestra sensibilidad erótica y se manifiesta en las letras y música del bolero ranchero de América Latina. Dicho imaginario se ubica en una perspectiva que combina la vivencia del sujeto-objeto-sujeto de amor (varón o mujer) en el sentimiento y la pasión por el otro, el/la amante. O la pérdida de este último y su conversión en desamor/despecho. Finalmente, el propósito principal es el de que a partir del ejercicio de una lectura-escucha sensible del bolero se da inicio a un involucramiento (re)descubrimiento que contribuirá con la conformación de una identidad narrativa y con una formación sentimental.

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Palabras clave: amor, bolero, imaginario social, hermenéutica.

Yo siempre he tenido esa confianza que te

hace sentir que todos los seres humanos

se parecen, que los demás tienen heridas

parecidas y que por eso te comprenderán.

Orhan Pamuk. La maleta de mi padre.
A manera de presentación.
El corpus teórico de este trabajo puede ubicarse en la hermenéutica fenomenológica de un imaginario social en el sentido de Castoriadis. Es de algún modo una apuesta a la comprensión del imaginario social del amor y el desamor erótico desde el bolero, valga decir entre el amor, el despecho y la sensibilidad erótica. Metodológicamente, puede decirse que se trata de realizar un ejercicio de fenomenología hermenéutica para aproximarse a la interpretación de un imaginario colectivo de carácter primario. Tal imaginario se presenta en nuestra manera de concebir las relaciones eróticas y en nuestra sensibilidad erótica y se manifiesta en las letras y música del bolero ranchero de América Latina. Dicho imaginario se ubica en una perspectiva que combina la vivencia del sujeto-objeto-sujeto de amor (varón o mujer) en el sentimiento y la pasión por el otro, el/la amante. O la pérdida de este último y su conversión en desamor/despecho. Finalmente, el propósito principal es el de que a partir del ejercicio de una lectura-escucha sensible del bolero se da inicio a un involucramiento (re)descubrimiento que contribuirá con la conformación de una identidad narrativa y con una formación sentimental.

En las páginas que siguen vamos a intentar acercarnos al bolero, no tanto como género musical latinoamericano, sino como expresión poética de una sensibilidad y de un imaginario del amor. Así, la letra y la música son mirados como pretextos para activar/generar/recrear los imaginarios eróticos de la persona, en especial de la mujer y el varón latinoamericano. Este acercamiento tiene por supuesto una razón de ser. Responde a nuestro interés particular por investigar nuevas vías, opciones, rutas para lo que llamaríamos educar la sensibilidad, o lo que pudiéramos también llamar la formación sentimental, haciéndonos eco de Julián Marías.

Nos gusta pensarnos como habitante del trópico, será porque aquello de “animales de sangre caliente” se torna más verosímil en nosotros que en el cuerpo del flemático inglés, aun cuando sepamos que las generalizaciones son malas. Todos los lenguajes y géneros (literario, fílmico, musical, plástico, etc.) que nos reflejan, han aprovechado esta realidad para resaltar ya sea lo positivo o lo negativo de nuestra naturaleza psicológica que nos hace más impresionables, impulsivos, emotivos, imaginativos, que el ciudadano europeo que conocemos. Será porque estamos acostumbrados a pensarnos desde lo improbable, como herederos que somos del realismo mágico. Pero detrás de esta creencia, debemos confesar que está funcionando todo un cúmulo de complejas representaciones y estructuras refigurativas que actúan de forma consciente o inconsciente, coloreando las distintas intensidades de nuestros sentimientos y ayudándonos a responder socialmente atendiendo a las circunstancias, este conjunto diverso de estructuras o esquemas configurativos de nuestra realidad, reciben el nombre de imaginario social, y en el caso de Castoriadis, el de imaginario radical.

Entonces, nos proponemos vincular, alrededor de unas ideas inacabadas, y a partir de unas palabras indecisas, las relaciones entre los imaginarios que podrían despertar en nosotros algunos boleros que canten sobre el amor erótico, y nuestras propias reservas emocionales. Las nuestras y las de aquellos que formamos, porque cuando nos relacionamos en serio, algo más que las máscaras mostramos. En fin, se trata de educar las emociones, sin imposturas ni falsedades, en un intento de partir de lo que es propio y socialmente natural en nosotros mismos, atendiendo por supuesto, a nuestra naturaleza histórica.

En este sentido, el estudio de los imaginarios sociales, como fuerzas instituyentes, que de manera invisible van permeando nuestras creencias y disposiciones, se ajusta perfectamente a estos propósitos. Como maestros somos responsables de la formación sentimental de nuestros ciudadanos, función que ha sido desatendida por la escuela en general, y que además, gracias a los demás agentes sociales como los mass media, está severamente comprometiendo la constitución sana, en el sentido de natural o auténtica de las personas.

De este asunto ya nos hemos ocupado anteriormente,1 pero nos gustaría de nuevo advertir acerca del daño que buena parte de los programas televisivos podrían estar causando en la constitución de la personalidad de quienes observan con cierta regularidad los reality shows o programas por el estilo. El target de los mismos, es decir, el tipo de público al cual van dirigidos en su mayoría este tipo de programas, es a un grupo humano joven, o en todo caso con mucho tiempo de ocio, que se encuentra particularmente vulnerable a las imágenes fashion, y que prometen satisfacción inmediata a los deseos aparentemente íntimos, que por supuesto, han sido producto de la influencia manipuladora, y por lo tanto perversa.

No somos nosotros, sino la misma Julia Kristeva, psicoanalista seria y prolífica, quien ha venido advirtiendo a sus pares, principalmente, la necesidad de concebir y estudiar nuevos trastornos de la personalidad a los cuales nos enfrentamos en este tiempo postmoderno, y que en términos generales tienen que ver con la inautenticidad, la alienación y el profundo sentimiento de inadecuación de muchos de nuestros congéneres, a los cuales ya no les basta con las pastillas, sino que ahora también acuden a la infinidad de imágenes que alimentan sin medida, su necesidad de “ingerir” como un intento por calmar su insaciable angustia del “ no ser”, o el vacío interior que les consume.

Los trastornos metabólicos se han expandido al alma, y amenazan con hacer mayores estragos que los primeros. La respuesta a esta nueva amenaza no puede ser sólo aquella de favorecer los tímidos programas de educación en valores que se asoman como panaceas en algunas de nuestras escuelas, porque finalmente ¿a cuáles valores nos referimos? Y ¿quiénes habrán de elegirlos?.

Pretendemos pues, con este trabajo, llamar la atención hacia nuevas maneras de reconocernos en la abundancia de nuestros imaginarios sociales, que son muchos y se hallan tan cercanos, como los representados en las letras de nuestros boleros, los mismos que cantaban nuestras madres, o nuestros intérpretes de toda la vida. En este sentido, nos proponemos hacer una lectura hermenéutica más bien libre del bolero lo cual siguiendo a Nagore2 es una de las posibles lecturas de la obra musical, a saber:
La obra musical puede ser también contemplada como algo que existe a través de la percepción, cuyo significado por lo tanto reside, más que en la obra misma (que no existe si no “suena”), en el modo como es percibida: a través, por tanto, de los mecanismos psicológicos de la percepción o escucha, que son el objeto del análisis. En esta línea estarían los análisis encuadrados en los estudios cognitivos o el análisis fenomenológico.
Pero la manera en que percibimos lo musical viene también influenciada por su historicidad, por los cambios que asume en su dimensión temporal, en su permanente construcción como objeto cultural histórico que es, con los distintos significados que en su devenir va adquiriendo. Sin embargo, este acercamiento implica el estudio de una relación, entre un texto y un oyente que se presta a escuchar, y que en el juego de la escucha es transformado en otro.

1.- ¿A qué llamamos imaginario?
El problema de la identidad, o de la subjetividad como se quiera, o el de las identidades en plural, ha sido abordado con creciente interés en el pensamiento contemporáneo, tanto en el plano conceptual como en el de los casos particulares. Las identidades resultan de la reafirmación ontológica de la diferencia, antes que como un fenómeno cuantitativo, y además, del vínculo entre identidad personal y coherencia o identidad narrativa. De manera que:

La concepción contemporánea de las identidades, a la luz del psicoanálisis, la lingüística y las teorías del discurso, se aleja de todo esencialismo – en tanto conjunto de atributos dados, preexistentes- para pensar más bien su cualidad relacional, contingente, su posicionalidad en una trama social de determinaciones e indeterminaciones, su desajuste – en exceso o en falta- respecto de cualquier intento totalizador. La identidad – en singular- será vista entonces como un “momento” identificatorio en un trayecto nunca concluído, donde está en juego tanto la mutación de la temporalidad como la “otredad del sí mismo”, según advertía ya el famoso adagio de Rimbaud (Je est un autre).3
Alrededor de la subjetividad, y a partir de las primeras décadas del Siglo XX, se ha venido tratando una serie de fenómenos que poca atención habían recibido anteriormente. Pudiéramos insertar entre ellos los vínculos entre el mundo afectivo y los ordenamientos sociales. Es decir, el interés por comprender como han venido cambiando las expresiones contemporáneas de la subjetividad, antes las fracturas de las estrictas normas de conducta que sancionaban las expresiones excesivas o de mal gusto de los sentimientos. El cambio en la concepción de este individuo “sintiente” expresa que empieza a aflorar un sujeto emocional en quien se modifica el equilibrio de conciencia y experiencia corporal. Esta transformación se muestra en la activación de una conciencia subjetiva a través de la cual el individuo se interpela a sí mismo. En palabras de Pedraza4:
En la segunda mitad del siglo XX tal progresión en la vivencia afectiva desembocará en la “sociedad de la experiencia”, en la que los sujetos se orientan principalmente por expectativas emocionales de la vida interior e intentan que las condiciones externas sean funcionales para experimentar esa vida interior. Los primeros pasos en esa dirección se muestran en la introducción de una forma de “tecnología del yo”, es decir, una actividad subjetiva que el individuo emprende con el propósito de modificar su configuración afectiva: su manera de sentir y expresar sus emociones y los modelos de interpretación de su mundo afectivo. Esta actividad subjetiva incide a la postre en la noción misma de identidad y en la manera como el sujeto encarna y experimenta la suya.”
Por subjetividad, se entiende “el conjunto de pensamientos y emociones conscientes e inconscientes de los individuos, su percepción de sí mismos y su manera de comprender su relación con el mundo”5. Sin embargo, es bueno aclarar que no se trata de una esencia única ni estable, sino que la subjetividad está siempre activa y en proceso de cambio. De manera que la identidad personal se nos presenta como una tarea posibilitada y mantenida por las relaciones sociales del sujeto, y puesta en peligro también por éstas, aunque se siga conceptuando a la persona como agente responsable. La contemporaneidad se manifiesta en el cambio de la pregunta sobre cómo somos o de dónde venimos por la de cómo usamos los recursos del lenguaje, la historia y la cultura en el proceso de devenir más que ser, cómo nos representamos, o podríamos representarnos. No hay entonces identidad por fuera de la representación, es decir, de la narrativización del sí mismo, individual o colectivo.

Una de las formas posibles de dar cuenta de esta construcción de la persona como un fenómeno social reside en la configuración de lo imaginario. En 1964, Castoriadis introduce el concepto del imaginario radical, cuya principal beneficio estaría en permitir una comprensión de lo histórico y del ser humano mismo sin estar aferrados a esquemas reductores del determinismo causal. Lo no causal,
aparece como un comportamiento que no sólo es imprevisible sino creador(de individuos, grupos, clases o sociedades enteras); no se presenta como mera desviación de un tipo existente sino como planteamiento de un nuevo tipo de comportamiento, como institución de una nueva regla social, como invención de un objeto nuevo o de una forma nueva, en síntesis, como algo que surge o se produce y no se puede deducir de la situación precedente, como conclusión que supera las premisas o como postulación de premisas nuevas.6
El imaginario radical se despliega en las dimensiones de lo instituyente y lo instituido. El imaginario instituyente puede ser entendido como la obra de un colectivo humano que crea significaciones nuevas que subvierten las formas históricas existentes, y por imaginario instituido se comprende el producto de la obra instituyente, la institución, como las normas, valores, lenguaje, útiles, procedimientos, etc. Los imaginarios sociales funcionan como “aquellos esquemas (mecanismos o dispositivos), construidos socialmente, que nos permiten percibir/aceptar algo como real, explicarlo e intervenir operativamente en lo que en cada sistema social se considere como realidad”.7

De manera que podría decirse que los imaginarios no equivalen a lo que se ha denominado representaciones sociales, pero sí que dan origen a éstas, ya que la percepción del mundo como interpretación pasa por organizar un cierto patrón de categorías a partir de esquemas básicos de interpretación intersubjetivamente construidos, esto es, los imaginarios sociales. Se trata de matrices de sentido con función organizadora, que permiten la posibilidad de interpretar lo social, o lo que es lo mismo, una función imaginaria de la relación entre los sujetos –agentes sociales y sus experiencias. Esto es lo que lleva a decir a Castoriadis8 que “todas las preguntas que la sociedad puede formular hallan respuesta en las significaciones imaginarias, y las que no encuentran respuesta allí no quedan meramente prohibidas sino que son imposibles de concebir dadas las características mentales y psíquicas de los miembros de la sociedad”.

El imaginario social que se manifiesta en lo simbólico (lenguaje) así como en la actuación de las personas como agentes que son, se organiza como una compleja red de relaciones sobre la que se sostienen los discursos y las prácticas sociales, pero, es bueno acotar, no se trata de un producto acabado y pasivo. Su dinámica, más o menos sería la siguiente: un sujeto x, dispone de una serie de patrones espacio-temporales definidos para elaborar sus juicios y acciones, a partir de la valoración imaginaria colectiva. Sin embargo, estas acciones inciden a su vez en los imaginarios que funcionan como principio regulativo de sus conductas, todo lo cual lleva a la larga a desarrollar los efectos de realidad del que hablara Díaz9, “la materialidad del dispositivo imaginario reside en los efectos que logra sobre la realidad.”
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