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FACULTAD DE CIENCIAS HNAS., SOCIALES Y DE LA EDUCACIÓN LICENCIATURA EN EDUCACIÓN RELIGIOSA DIPLOMADO EN TEOLOGÍA (Nivel II) MÓDULO # 1: «EL DIOS DE JESUCRISTO»CONTENIDOS DEL MÓDULO: “EL DIOS DE JESUCRISTO” INTRODUCCIÓN: I EL DIOS EN QUIEN CREO
II ¿QUIÉN ES EL DIOS DE JESUCRISTO?
III CREER HOY EN EL DIOS DE JESUCRISTO
IV EL MENSAJE SOBRE EL DIOS DE JESUCRISTO (Walter Kasper)
V CONCLUSIÓN: JESUCRISTO ES DIOS
INTRODUCCIÓNTener una imagen real de Dios es descubrir que es un Dios vivo, que nos libera, nos saca de la esclavitud del pecado, nos purifica y nos hace verdaderamente libres. Pero es Jesús quien nos ha revelado definitivamente el auténtico rostro de Dios; ¿cómo es ese rostro? San Pablo lo resume diciéndonos: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo» (2 Cor 1,3). Amor paternal, ternura entrañable siempre dispuesta al perdón y a la misericordia, alegría que disipa y supera todas las tristezas: este es el Dios que nos presenta Jesús con su vida, su predicación, su oración y, sobre todo, con su muerte y resurrección. En «Dios rico en Misericordia» [Ef. 2, 4] es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre; cabalmente su Hijo, en sí mismo, nos lo ha manifestado y nos lo ha dado a conocer. [Cfr. Jn 1, 18; Heb 1, 1 s.] A este respecto, es digno de recordar aquel momento en que Felipe, uno de los doce apóstoles, dirigiéndose a Cristo, le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta»; Jesús le respondió: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre». [Jn 14, 8 s.]. Estas palabras fueron pronunciadas en el discurso de despedida, al final de la cena pascual, a la que siguieron los acontecimientos de aquellos días santos, en que debía quedar corroborado de una vez para siempre el hecho de que «Dios, que es rico en Misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo». [Ef. 2, 4 s] Nos decía el venerado Juan Pablo II: “Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y en correspondencia con las necesidades particulares de los tiempos en que vivimos, he dedicado la Encíclica Redemptor Hominis a la verdad sobre el hombre, verdad que nos es revelada en Cristo, en toda su plenitud y profundidad. Una exigencia de no menor importancia, en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a descubrir una vez más en el mismo Cristo el rostro del Padre, que es «Misericordioso y Dios de todo consuelo». [2 Cor 1, 3]. Efectivamente, en la Constitución Gaudium et Spes leemos: «Cristo, el nuevo Adán..., manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»: y esto lo hace «en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor». [GS. 22]”. Las palabras citadas son un claro testimonio de que la manifestación del hombre en la plena dignidad de su naturaleza no puede tener lugar sin la referencia —no sólo conceptual, sino también íntegramente existencial— a Dios. El hombre y su vocación suprema se desvelan en Cristo mediante la revelación del misterio del Padre y de su amor. Por esto mismo, es conveniente que en nuestro Módulo: “El Dios de Jesucristo”, volvamos la mirada a este misterio: lo están sugiriendo múltiples experiencias de la Iglesia y del hombre contemporáneo; lo exigen también las invocaciones de tantos corazones humanos, con sus sufrimientos y esperanzas, sus angustias y expectación. Si es verdad que todo hombre es en cierto sentido la vía de la Iglesia —como dijo Juan Pablo II en la Encíclica Redemptor Hominis—, al mismo tiempo el Evangelio y toda la Tradición nos están indicando constantemente que hemos de recorrer esta vía con todo hombre, tal como Cristo la ha trazado, revelando en sí mismo al Padre junto con su amor. [GS. 22]. En Cristo Jesús, toda vía hacia el hombre, cual le ha sido confiado de una vez para siempre a la Iglesia en el mutable contexto de los tiempos, es simultáneamente un caminar al encuentro con el Padre y su amor. El Concilio Vaticano II ha confirmado esta verdad según las exigencias de nuestros tiempos. Cuanto más se centre en el hombre la misión desarrollada por la Iglesia; cuanto más sea, por decirlo así, antropocéntrica, tanto más debe corroborarse y realizarse teocéntricamente, esto es, orientarse al Padre en Cristo Jesús. Mientras las diversas corrientes del pasado y presente del pensamiento humano han sido y siguen siendo propensas a dividir e incluso contraponer el teocentrismo y el antropocentrismo, la Iglesia en cambio, siguiendo a Cristo, trata de unirlas en la historia del hombre de manera orgánica y profunda. Este es también uno de los principios fundamentales, y quizás el más importante, del Magisterio del último Concilio. Si pues, en la actual fase de la historia de la Iglesia nos proponemos como cometido preeminente actuar la doctrina del gran Concilio, debemos en consecuencia volver sobre este principio con fe, con mente abierta y con el corazón, sabiendo que la apertura a Cristo, que en cuanto Redentor del mundo «revela plenamente el hombre al mismo hombre», no puede llevarse a efecto más que a través de una referencia cada vez más madura al Padre y a su amor. I EL DIOS EN QUIEN CREO |
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