Repensando el cielo, la resurrección y la vida eterna






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2. La resurrección y la vida después de la muerte en el paganismo y en el judaísmo antiguos
Empecemos, pues, con esta pregunta: ¿qué creía el mundo antiguo sobre la vida más allá de la muerte? A continuación, voy a resumir el amplio cúmulo de evidencia que ya he establecido en otros párrafos.
Según lo veía el mundo pagano, el camino al mundo del más allá solo iba en un sentido. La muerte era todopoderosa. En primer lugar, nadie podía escapar de ella y tampoco nadie sería capaz de doblegar su poder una vez que había llegado. Todo el mundo sabía que, en realidad, no había respuesta alguna a la muerte. Entonces, el mundo pagano antiguo se dividía, en líneas generales, entre aquellos que, tal como las sombras de Homero, podrían haber querido un nuevo cuerpo, aunque sabían que no podrían tenerlo y aquellos que, como los filósofos de Platón, no querían un cuerpo nuevo porque era mucho mejor para ellos ser un alma incorpórea.
Dentro de este mundo, la palabra «resurrección», en sus equivalentes del griego, el latín y otras lenguas, nunca se usó para que denotara la «vida después de la muerte». El término «resurrección» era el que se utilizaba para referirse a la nueva vida corporal después de cualquier tipo de «vida después de la muerte» que pudiera existir. Cuando en la antigüedad se hablaba de la resurrección, bien sea para negarla (como lo hacían todos los paganos) o para afirmarla (como era el caso de algunos judíos), a lo que se estaban refiriendo era a una narrativa en dos partes en la cual la resurrección, que se refería a la nueva vida corporal, sería precedida por un período interino de muerte corporal. Por consiguiente, la «resurrección» no era una manera dramática o vívida de hablar sobre el estado al que pasaba la gente inmediatamente después de la muerte. Denotaba algo que podía suceder (aunque casi todo el mundo pensaba que no sucedería) algún tiempo después de ese momento. Ese significado es constante a todo lo largo de la historia del mundo antiguo hasta que surgen las acepciones postcristianas del gnosticismo del segundo siglo. En el mundo antiguo, la mayoría creía en la vida después de la muerte. Algunas de estas personas desarrollaron creencias complejas y fascinantes a este respecto, que nosotros simplemente acabamos de abordar en forma muy general. Sin embargo, aparte del judaísmo y del cristianismo (y quizás del zoroastrianismo, aunque la fecha de esta corriente es controversial), ellos no creían en la resurrección.
En cuanto a su contenido, la «resurrección» se refería específicamente a algo que le sucedía al cuerpo. Por lo tanto, esto condujo a los debates posteriores sobre la forma en la que Dios lo haría, sobre si él empezaría con los huesos existentes o haría huesos nuevos, o cualquiera que fuera la modalidad que eligiera. Uno solo pudiera tener debates como ése si tuviera la total claridad de que verdaderamente terminaría con algo físico y tangible, por así decirlo. Todo el mundo sabía de los fantasmas, los espíritus, las visiones, las alucinaciones y otras manifestaciones similares. En el mundo antiguo, casi todas las personas creían en alguna de estas cosas. Tenían bastante claridad con respecto al hecho de que eso no era lo que quería decir el término «resurrección». Cuando se relata que Herodes creía que Jesús podía ser el propio Juan el Bautista que se había levantado de entre los muertos, él no pensaba en lo absoluto que fuera un fantasma. La resurrección implicaba la dimensión de corporalidad, la presencia de un cuerpo. Esto es algo que debemos enfatizar una y otra vez y mucho más aún debido a que tantos escritos modernos continúan utilizando la palabra «resurrección» de forma por demás engañosa y que lleva a malas interpretaciones, como un sinónimo virtual de las palabras «vida después de la muerte», en el sentido popular.
De todo esto podemos derivar una conclusión muy importante antes de proceder a analizar el material judío. Cuando los primeros cristianos mencionaron que Jesús se había levantado de entre los muertos, ellos sabían que lo que estaban diciendo era que algo le había sucedido a Jesús y que no le había ocurrido a nadie más, que era algo que nadie esperaba que pasara. Ellos no se estaban refiriendo a que el alma de Jesús había partido hacia la gloria celestial. Tampoco estaban diciendo, con cierta confusión por cierto, que Jesús entonces se había convertido en un ser divino. Simplemente, esto no es lo que sus palabras querían decir. Ni en el caso de los judíos, ni en el de los paganos, había relación implícita alguna entre la resurrección y la divinización. Cuando los antiguos romanos declaraban que el emperador que acababa de dejarlos se había ido al cielo y se había convertido en un ser divino, nadie soñaba siquiera con decir que él se había levantado de entre los muertos. La excepción confirma la regla: aquellos que creían que Nerón había vuelto a la vida (un grupo, que podríamos suponer que era muy similar a aquél que piensa que Elvis ha vuelto a la vida, a pesar de que todos visitan con mucha frecuencia su tumba, un lugar de reposo que es de todos conocido), no pensaban precisamente que él estaba entonces en el cielo.
¿Y qué podemos decir, pues, del antiguo mundo judío? Algunos judíos estaban de acuerdo con aquellos paganos que negaban cualquier tipo de vida futura, especialmente una vida futura en la que volvíamos a encarnarnos en el cuerpo. Los saduceos son famosos por haber tomado esta posición. Otros estaban de acuerdo con aquellos paganos que pensaban en términos de un futuro glorioso, aunque incorpóreo, para el alma. Aquí podemos citar el ejemplo obvio del filósofo Filón. Sin embargo, la mayoría de los judíos de esos tiempos creía que, a la larga, habría una resurrección: es decir, la mayoría pensaba que Dios cuidaría su alma después de la muerte hasta que, al llegar el último día, daría a los hijos de su pueblo nuevos cuerpos en el momento en el que los juzgara y rehiciera todo el mundo. Esto es lo que Marta suponía que Jesús les estaba diciendo en su conversación junto a la tumba de Lázaro: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Eso era precisamente lo que para ellos significaba la «resurrección».
Las propias enseñanzas de Jesús durante su breve carrera pública simplemente reforzaron la imagen judía. El redefinió una serie de ideas que eran actuales en esa época, especialmente sobre el «reino de Dios» en sí mismo, explicando en muchas parábolas codificadas y acciones simbólicas que el reinado soberano y salvador de Dios estaba penetrando, incluso cuando no parecía que sus contemporáneos hubieran imaginado o querido que eso sucediese. Pero él apenas trató de redefinir la noción de la resurrección. Como veremos a continuación, cuando lo hizo, brevemente y en forma bastante críptica, ni siquiera sus seguidores más cercanos tenían idea alguna de lo que él estaba hablando.
En una discusión frontal sobre el tema que tuvo lugar cuando los saduceos le formularon una pregunta que, en realidad, tenía el propósito de hacerlo caer en una trampa y que había sido planteada de manera que la idea de la resurrección se viera como algo ridículo, él respondió de una forma bastante tradicional, logrando manejar la pregunta mucho mejor de lo que hubiera podido ser caso de los propios fariseos, aunque sin ir significativamente más allá de lo que era la visión judía convencional de la época. Les habló de “la resurrección” como de un evento completo que tendría lugar en el futuro, cuando todos los rectos y justos se levantarían. Más aún, parece que lo que indicó es que, en ese estado de resurrección, algunas cosas serían diferentes, de manera que no habría ningún problema con respecto a quién había estado casado con quién en la vida actual, que era precisamente el punto con el que los saduceos habían tratado de hacerlo caer en la trampa. Por cierto, contrariamente a lo que la gente sugiere a veces, él no mencionó que los hijos del pueblo de Dios se convertirían en ángeles mediante la resurrección, sino que serían como ángeles en algunos aspectos (Mateo y Marcos) o iguales a ángeles (Lucas). Aparte de esta discusión, podría decirse que casi la única otra referencia que se ha hecho de forma global a “la resurrección” en los evangelios se aprecia en Mt 13:43, cuando Jesús declara que en el último día, los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El eco de Dn 12:3 se encargaría de que esto se tomara como referencia a la resurrección. Cuando Jesús habla de la recompensa que espera al pueblo de Dios, simplemente se puede referir a “la resurrección de los justos” en la manera normal judía (Lc 14:14). En un escrito aislado de Juan (Jn 5:29), Jesús habla de una próxima resurrección, tanto de los que hayan hecho el bien, como de los que hayan hecho el mal. Hasta el momento, Jesús está precisamente a tono con lo que eran las creencias de los judíos del primer siglo. Además de su redefinición del reino del mesianismo, no parece tener nada nuevo que decir.
Excepto que entonces empieza a decirles a sus seguidores que a él mismo lo van a matar y que, luego, se levantará de entre los muertos tres días después. Claro está que muchos eruditos y académicos han pensado que éstas son seudo “profecías” que se han puesto en los labios de Jesús. Incluso manifiestan que de esto se encargó la Iglesia en épocas posteriores. Yo he discutido ampliamente este argumento y he defendido el punto de vista opuesto: soy de la opinión de que es muy probable que alguien que estaba haciendo lo que Jesús estaba haciendo y que estaba pensando como él debe haber estado pensando, pudiera anticipar su propia muerte o hacer referencia a ella como una imagen apocalíptica y una metáfora. Es más, también es muy probable que le haya conferido, tal como se piensa que hicieron los mártires macabeos al referirse a sus propias muertes, algún tipo de importancia salvadora. En ese mundo, alguien que pensara de esa manera, estaría casi obligado a decir además lo siguiente: “Y Dios me reivindicará después de mi muerte”. Y el tipo de reivindicación que hubieran esperado todos en esa época, tal como se afirma en 2 Mac es, sin lugar a dudas, la resurrección.
Sin embargo, tal como se insiste una y otra vez en los evangelios, simplemente los discípulos no lograban entender lo que Jesús les estaba diciendo. En cualquier caso, su sombrío anuncio calzó en la metáfora apocalíptica sobre el hijo del hombre y ellos claramente pensaron que estaban llamados a decodificarla, aunque no sabían cómo hacerlo. Lo último que se hubieran imaginado es que este portador del reino, este Jesús en el que ellos estaban empezando a creer que podía ser el Mesías de Dios, moriría a manos de las fuerzas de ocupación paganas. En ningún momento tenemos siquiera una leve sugerencia de que alguien haya dicho lo siguiente: “Bueno, está bien, tiene que hacerlo, tiene que morir para salvarnos y, además, después de hacerlo, se levantará de entre los muertos”. Por lo tanto, aquella vez en la que Jesús realmente parece estar tratando de redefinir la creencia judía en la resurrección, al sugerir que le iba a pasar a él primero solo, ellos no tenían idea alguna de lo que él les estaba hablando. Cuando les pidió que no dijeran ni una sola palabra sobre la transfiguración “hasta que el hijo del hombre se haya levantado de entre los muertos”, ellos se pusieron a hablar entre sí y con bastante asombro se preguntaban qué es lo que querría decir ese “resucitar de entre los muertos”. No es que ellos no estuvieran informados sobre la resurrección. Más bien, de lo que se trataba era que ellos nunca habían pensado, incluso a pesar del supuesto comentario de Herodes sobre Juan el Bautista que, tal como lo estaba implicando Jesús, era algo que le sucedería a una persona antes de sucederle a todos los demás. Este escenario es totalmente factible de creer, tanto para Jesús, como para los discípulos. Encaja con todo lo demás que sabemos sobre su contexto, de su forma de ver y comprender la vida, así como de sus motivaciones.
De igual manera, también demuestra que la crucifixión de Jesús era el final de todas sus esperanzas. Nadie había soñado siquiera con decir: “Bueno, no hay ningún problema si, después de todo, volverá en unos cuantos días”. Ni tampoco nadie comentó: “Bueno, cuando menos, ahora está en el cielo, con Dios”. Ellos no estaban buscando ese tipo de “reino”. Después de todo, el mismo Jesús les había enseñado a rezar que el reino de Dios vendría “en la tierra como en el cielo”. Lo que ellos deben haber dicho y, una vez más, tiene todo el sello de la verdad del primer siglo, eran cosas como ésta: “¡Nosotros esperábamos que él sería el liberador de Israel!” (Lc 24:21), con la siguiente implicación: “pero lo crucificaron, por lo que él no puede haber sido el que esperábamos”. Cabe destacar que la cruz ya tenía un significado simbólico en todo el mundo romano, incluso mucho antes de que tuviera un significado nuevo para los cristianos. Lo que significaba era lo siguiente: somos nosotros los romanos los que gobernamos este lugar y si ustedes se interponen en nuestro camino, los borraremos de la faz de la tierra y, por cierto, lo haremos de una manera bastante dura para ustedes. La crucifixión implicaba que el reino no había venido y no que había llegado ya. La crucifixión de un judío que podría ser el Mesías significaba que él no era el Mesías; no significaba que él lo fuera. Cuando Jesús fue crucificado todos y cada uno de los discípulos cayó en la cuenta de lo que esto quería decir: apoyamos al hombre equivocado. El juego llegó a su fin. Cualesquiera que hubieran sido sus expectativas y, sin importar el grado en el que Jesús había estado tratando de definir tales expectativas, según ellos veían las cosas, las esperanzas se habían hecho cenizas. Sabían que habían tenido la suerte de escapar sin pagar con sus propias vidas.
Ese es el mundo dentro del cual irrumpió en la escena el cristianismo primitivo como una novedad y aun así no tan nueva. ¿Qué sucede cuando ubicamos este movimiento súbito en el mapa del antiguo judaísmo, dentro de su contexto pagano más amplio?
3. El carácter sorprendente de la esperanza de los primeros cristianos
Para decirlo en pocas palabras, la respuesta a la pregunta anterior es que las creencias de los primeros cristianos en cuanto a la esperanza más allá de la muerte son aquellas que claramente se demuestran en el caso de los judíos, y no en el mapa pagano. Sin embargo, de siete maneras significativas, esta esperanza judía ha sido sometida a modificaciones dignas de mención, que se pueden graficar con una consistencia muy destacada en escritores que incluyen desde Pablo, a fines del primer siglo, hasta Tertuliano y Orígenes, a fines del segundo siglo y años después.
Entonces, empecemos por decir que la fe futura de los primeros cristianos se centraba firmemente en la resurrección. Los primeros cristianos no creían simplemente en la “vida después de la muerte”. Casi nunca hablaban sencillamente de “ir al cielo cuando se murieran” (como he mencionado con frecuencia con anterioridad haciendo alusión al título de un buen libro popular sobre este tema: el cielo es importante pero no es el fin del mundo). Y, cuando hablan del cielo como destino posterior a la muerte, parecen considerar esta vida “celestial” como una etapa temporal en su camino hacia la resurrección final del cuerpo. Cuando Jesús le dice al ladrón que ese mismo día estará con él en el paraíso, “el paraíso” claramente no puede ser su último destino, tal como lo manifiesta de modo diáfano Lucas en el siguiente capítulo. Más bien, el “paraíso” es un jardín de dicha y felicidad en el que la gente descansa antes de la resurrección. Cuando Jesús declara que hay muchas moradas en la casa de su Padre, la palabra que utiliza para “moradas” es mone que denota un alojamiento temporal. Cuando Pablo dice que su deseo es el de “partir para estar con Cristo, lo que es mucho mejor”, sin lugar a dudas él está pensando en una vida de felicidad con su Señor inmediatamente después de la muerte, aunque éste es tan solo el preludio a la resurrección en sí misma. En términos del análisis que se intentó en el capítulo anterior, los primeros cristianos se reglan firmemente por una creencia sobre el futuro que está dividida en dos etapas: en primer lugar, la muerte y aquello, lo que sea, que se encuentre inmediatamente después; y en segundo lugar, una nueva existencia corporal en un nuevo mundo que ha sido totalmente rehecho.
En el paganismo no se aprecia nada ni remotamente parecido a esto. Esta creencia no podría ser más judía. Sin embargo, dentro de esta creencia judía, hay siete modificaciones de los primeros cristianos, cada una de las cuales surge de escritores tan diferentes como Pablo y Juan El Vidente, Lucas, Justino El Mártir, así como Mateo e Ireneo. Esto es altamente significativo en vista de que lo que la gente cree sobre la vida después de la muerte tiende a ser muy conservador. Al enfrentarse con el dolor que produce la muerte de un ser querido, la gente vuelve atrás en busca de la seguridad de lo que había escuchado o aprendido con anterioridad. Sin embargo, todos los primeros cristianos articulan una creencia que es bastante nueva en estas siete maneras y el historiador tiene que preguntarse entonces: ¿por qué?
1) La primera de estas modificaciones es que dentro del ámbito de los primeros tiempos del cristianismo, prácticamente no hay ningún espectro de creencia sobre la vida más allá de la muerte. Lo que la gente cree acerca de la vida después de la muerte y las manifestaciones sociales y culturales a través de las cuales logran su expresión estas creencias se cuentan notoriamente entre las características más conservadoras de una cultura. Sin embargo, mientras que los primeros cristianos surgieron de muchas corrientes del judaísmo y de antecedentes ampliamente diversos dentro del paganismo y, por consiguiente, de círculos que deben haber tenido creencias muy diferentes sobre la vida más allá de la muerte, todos han modificado dichas creencias para que se enfoquen en un punto del espectro. En este grado, el cristianismo aparece como una variedad del judaísmo farisaico. No hay vestigio alguno de la visión saducea o de la Filo.
Los corintios, como antiguos paganos confundidos que eran, tenían entre ellos algunas personas que aparentemente negaban la resurrección. Bueno, es verdad que pueden haberlo hecho, aunque esa situación no se mantuvo así durante mucho tiempo. Dos maestros que se mencionan en las Pastorales argumentan que la resurrección ya es algo del pasado. Ese era un malentendido que tenía grandes probabilidades de ocurrir, anticipando quizás la reformulación del pensamiento gnóstico tardío de todo este problema, aunque no altera la impresión abrumadora de unanimidad. De igual manera, para anticiparnos a un argumento posterior, sería preferible no imaginar, tal como lo hacen algunos hoy en día, que la razón de esta aparente unanimidad es que el ortodoxo torpe obliteró todo vestigio de un primer período más polimorfo. Tenemos amplia evidencia de debates sobre todo tipo de elementos y problemas y la virtual unanimidad sobre la resurrección resalta en ellos. Apenas a fines del segundo siglo, transcurridos ya 150 años desde los tiempos de Jesús, la gente empezó a utilizar a palabra «resurrección» para referirse a algo bastante diferente de aquello que significaba en el judaísmo y en el cristianismo primitivo; en otras palabras, una “experiencia espiritual” en el presente que lleva a una esperanza incorpórea en el futuro. Durante casi todos los dos primeros siglos, la resurrección, en el sentido tradicional, no solo ocupa el lugar central del escenario, sino la totalidad del mismo.
2) Esto nos lleva a la segunda mutación. En el judaísmo del Segundo Templo, la resurrección es importante aunque no tanto así. Hay abundantes obras muy extensas que nunca mencionan la pregunta y menos aún esta respuesta. Sigue siendo difícil lograr verdadera certeza acerca de lo que los autores de los rollos del Mar Muerto pensaban sobre este tema. Aparte de algunos puntos resaltantes ocasionales, tal como se aprecia en 2 Mac 7, la resurrección es apenas un tema secundario, tangencial al debate central. Sin embargo, en el cristiano inicial la resurrección se ha desplazado de la circunferencia para llegar al centro. Sería verdaderamente imposible imaginar el pensamiento de Pablo sin esta consideración. Uno no debe intentar siquiera imaginar el pensamiento de Juan sin se haga alusión a la resurrección, aunque algunos han tratado de hacerlo. Igualmente, es de vital importancia tanto en Clemente y en Ignacio, como en Justino y en Ireneo. Es una de las creencias clave que enfureció a los paganos en Lyon el año 177 d.C. y que los llevó a masacrar a varios cristianos, entre los que se contaba el obispo que precedió al gran Ireneo. La creencia en la resurrección corporal era uno de los dos aspectos centrales que el pagano doctor Galeno resal sobre los cristianos (el otro era su compostura sexual, digna de mención). Si dejamos de lado las historias del nacimiento de Cristo, todo lo que perdemos son dos capítulos de Mateo y dos de Lucas. Ahora bien, si no incluimos la resurrección, se pierde la totalidad del Nuevo Testamento, del mismo modo que gran parte de las escrituras de los Padres del siglo II.
3) Estas dos primeras mutaciones tienen que ver con el nuevo lugar que asumió la resurrección dentro de las primeras etapas del cristianismo, en contraposición al lugar que tuvo dentro de su judaísmo nativo. La siguiente mutación tiene que ver con algo considerablemente más orgánico acerca de lo que
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