Repensando el cielo, la resurrección y la vida eterna






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3. Variedades de creencias
Yo diría que las principales creencias que surgen en el clima actual son de tres tipos, ninguno de los cuales se corresponde con la ortodoxia cristiana. Igualmente, se aprecian intentos por restablecer una visión más tradicional. Me viene a la mente, por ejemplo, la oscura, aunque brillante obra de William Golding, Pincher Martin. No obstante, en términos generales, lo que ha prevalecido como opinión es que las creencias tradicionales, tanto acerca del juicio, como del infierno, por un lado, y sobre la resurrección, por el otro, son ofensivas a las sensibilidades modernas.
En primer lugar, algunos creen en la total aniquilación. Cuando menos, esa posibilidad es metódica y transparente, por insatisfactoria que pueda ser en lo que al destino humano se refiere. Podría suponerse que esto es lo que subyace al estallido molesto de Dylan Thomas ante la muerte de su padre:
No caigas con suavidad en esa noche buena.

Manifiesta tu ira, exprésala contra la luz que se apaga.
Sin embargo, no muchos pueden mantener una negación completa de cualquier vida futura. Analicemos las secciones de «religión» de las librerías convencionales y nos percataremos de que cada día son más las personas que en estos tiempos parecen creer en alguna forma de reencarnación. Esto no se reduce a los hindúes practicantes o a los conversos a medias, como es el caso de Glenn Hoddle. En la truculenta, aunque fascinante novela de Will Self, How the Dead Live (Cómo viven los muertos), su personaje central, una mujer londinense gruñona que acaba de fallecer y que vive en una parodia fantasmal de Londres, descubre que estará condenada a una reencarnación convencional, a menos que ella logre comprender lo que su guía del más allá denomina «los broches de la gracia», a través de los cuales pareciera que ella podrá escapar de este ciclo continuo:
«Muchachita, todavía tienes una última oportunidad para que logres bajarte del carrusel... Todavía te queda tiempo para colgarte de los broches de la gracia. Si lo deseas. Si puedes—incluso por unos pocos instantes— lograr una concentración y unifocalidad de pensamiento».
Pero ella no lo logra y vuelve a nacer como una bebita infeliz, predestinada a una vida corta y brutal. Will Self parece concebir un tipo de hinduismo en el que el logro mental de un pensamiento breve y totalmente enfocado remplaza a la mente o al alma que divaga y que está distraída y es la clave para escapar del ciclo, de la rueda que nunca deja de girar, la rueda de la muerte y el nacimiento. Aquellos muchos para quienes, juzgando por la literatura disponible, la reencarnación se ha convertido en una manera de intentar el psicoanálisis por otros medios que les permiten descubrir aspectos de su personalidad que se derivan de quiénes fueron o qué les sucedió en una vida anterior, le dan un giro diferente a todo esto. De esta manera, todo fluye hacia la cultura más amplia de la New Age (Nueva Era), en la que las diferentes creencias esotéricas se mezclan con los sueños de la autoayuda, el autodesarrollo y la realización.
También alrededor de diferentes ideas de la Nueva Era encontramos un resurgimiento de las opiniones que descubrimos en Shelley, una forma de religión primitiva basada en la naturaleza y de amplio alcance popular, con elementos budistas. Al momento de la muerte, uno termina siendo absorbido hacia el mundo más amplio que nos rodea, hacia el viento y los árboles. El poema anónimo que dejó un soldado en caso de encontrar la muerte cuando se dirigía hacia Irlanda del Norte, lo expresa con mucha claridad:
No te pares ante mi tumba a llorar;

Yo no estoy allí. No estoy dormido.

Yo soy miles de vientos que soplan,

Soy el resplandor de diamantes sobre la nieve.

Soy la luz del sol que brilla sobre el grano madurado,

Soy la suave lluvia de otoño...

No te pares ante mi tumba a llorar,

Yo no estoy allí. Yo no muero.
Luego de la muerte de Diana, en un mensaje que dejaron en Londres, hablaban como si la princesa misma lo estuviera haciendo a viva voz: «Yo no los he dejado en lo absoluto. Sigo aún con ustedes. Estoy en el sol, como estoy en el viento. Incluso estoy presente en la lluvia. Yo no me he muerto, yo estoy con todos ustedes». En tantos servicios funerarios, entierros y aniversarios, incluso en el caso de muchas lápidas y dedicatorias, ahora se hace referencia a este tipo de creencias. Muchos supuestos cristianos tratan de convencerse a sí mismos y a los demás de que este tipo de vida en curso es verdaderamente a lo que se refieren las enseñanzas tradicionales que nos hablan, bien sea sobre la inmortalidad del alma o sobre la resurrección de los muertos. Sin embargo, otros, como Philip Pullman, el famoso escritor de libros infantiles que tanto éxito ha tenido, siguen sólo hasta cierto punto esta línea. Pullman ha establecido con bastante claridad que, de este modo, él está atacando y deconstruyendo la creencia cristiana tradicional y que, más bien, está ofreciendo algo a cambio.
Encontramos un ejemplo sorprendente y claramente delineado que no deja de asombrarnos en el libro Fever Pitch (Al rojo vivo) de Nick Hornby. Se trata de un recuento apasionado y gracioso de su amor por el fútbol y, especialmente, su pasión por el equipo Arsenal. Al encontrarse a un aficionado del futbol muerto y tirado en la calle, él se pone a pensar acerca de la muerte y el fútbol. Piensa, entonces, si no sería terrible morir en plena temporada sin saber cómo terminó.
A continuación, dejemos que él mismo nos lo relate:
Quizás moriremos la noche justo antes de que nuestro equipo haga su aparición en Wembley o el día después del primer juego de la primera ronda de la Copa de Europa, o pudiera ser en plena campaña de ascenso o en plena pelea para no descender en la liga y son muchas las probabilidades, según la mayoría de las teorías sobre la vida después de la muerte, de que no podremos descubrir el resultado final. El verdadero punto sobre la muerte, hablando en términos metafóricos, es que es casi seguro que ésta ocurra antes de que se hayan entregado los trofeos más importantes.
Ahora bien, esto es altamente insatisfactorio y lleva a Hornby a especular sobre las posibilidades que todos podemos tener de una vida después de la muerte en la que el fútbol (claro está) seguirá jugando un papel de vital importancia. La cremación ofrece una posibilidad:
Creo que yo sería uno de aquellos que estaría feliz de que dispersaran sus cenizas sobre la grama de Highbury (aunque entiendo que habría ciertas restricciones: demasiadas viudas entrarían en contacto con el club y se teme que el terreno no respondería muy bien al recibir una urna tras otra)... Sin duda, yo preferiría que dispersaran mis cenizas sobre la Tribuna de Occidente que sobre el Atlántico o que las dejaran en la cumbre de alguna montaña.
Y aunque esto pudiera dar lugar a un tipo diferente de «sobrevivencia», él se pregunta sobre lo siguiente:
Sería agradable pensar que yo me pudiera quedar dentro del estadio de alguna manera, y ver al primer titular jugar un sábado, y a los equipos de reserva los sábados siguientes; quisiera sentir que mis hijos y mis nietos serán también fanáticos del Arsenal y que yo podré ver los partidos con ellos. No me parece una mala idea pasarme así toda la eternidad... Quiero flotar por Highbury como un fantasma que ve los partidos de los equipos de reserva hasta el fin de los tiempos.
Aquí podemos apreciar la confusión total actual sobre la vida después de la muerte que se expresa, por así decirlo, sobre el terreno de una obsesión monomaniaca (siendo ésta la propia descripción de Hornby) con un área específica de la vida.
Las prácticas funerarias que han ido surgiendo o que han reaparecido en nuestra época actual exhiben el mismo grado de confusión.
Hasta hace muy poco, el hecho de colocar objetos en el ataúd para que acompañen al muerto y le den consuelo o lo ayuden en la vida que le espera, era algo que describían los estudiantes de cultura y civilización como una práctica interesante que había sido plenamente abandonada por el mundo occidental moderno. Sin embargo, con el pasar de los días vuelven a hacerse más comunes los regalos que se le dejan a los muertos. Pudiera tratarse de fotografías, joyas, osos de peluche y otros objetos similares que quedan con ellos en el ataúd. Nigel Barley nos relata las historias contadas por un empleado de un crematorio acerca de algunas viudas que colocan en el ataúd un paquete de galletas o los anteojos de repuesto del difunto, así como su dentadura postiza. Nos cuenta que, en una ocasión, una viuda colocó en el ataúd de su esposo dos latas del adhesivo en espray que el difunto solía utilizar para colocarse el peluquín sin que se le moviera y esto ocasionó una explosión de tal magnitud que casi dobló la puerta del horno crematorio. ¿Qué tipo de creencia refleja todo esto, si acaso releja alguna?
Finalmente, a nivel popular, la creencia en los fantasmas y en la posibilidad de un contacto espiritualista con los muertos se ha resistido a todos los avances de un siglo de secularismo. Cuando este libro no era más que una serie de charlas que dicté en la Abadía de Westminster, en el boletín semanal en el que se hacía la publicidad de la primera charla, también se anunciaba que uno de los fantasmas del siglo diecisiete que habitaba la Abadía bien podría estar haciendo su aparición anual alrededor de esa fecha. Y, claro está, hay evidencia de numerosos fenómenos populares a ambos lados del Atlántico, tal como el culto continuo a Elvis Presley en Estados Unidos, el cual requeriría de sus propias categorías para describirlo.
Supongo que estoy describiendo un mundo que reconocerán mis lectores. Mi propósito no es el de catalogarlo de forma muy exhaustiva sino, más bien, el de atraer la atención hacia algunas de sus características y hacia el hecho sorprendente de que no solo es bastante improbable que algo así pueda llamarse una creencia cristiana ortodoxa sino que, según tengo entendido, la mayoría de la gente simplemente no sabe lo que pudiera ser una creencia cristiana ortodoxa. Se da por sentado que los cristianos creen en la vida después de la muerte, en contraposición a una negativa clara y directa de cualquier forma de «sobrevivencia» y de todos y cada uno de los tipos de «vida después de la muerte». Por lo tanto, debe ser más o menos lo mismo desde el punto de vista cristiano. La posibilidad de que dentro de la idea general de la «vida después de la muerte» pueda haber variaciones que personifican diferentes creencias significativamente distintas acerca de Dios y el mundo y diferentes maneras en las que la gente puede vivir en la actualidad, es algo que simplemente no se le ha ocurrido a la mayoría de las personas modernas que viven en el mundo occidental. Cabe mencionar, en particular, que muchas personas tienen una idea muy limitada o no tienen ni idea de lo que verdaderamente quiere decir la palabra «resurrección» o la razón por la que los cristianos dicen que creen en ella.
Lo que es más preocupante aún es que esta ignorancia múltiple parece a menudo también verse en las iglesias. Éste es precisamente el tema del siguiente capítulo.
Capítulo 2

¿Desconcertado sobre el paraíso?
1. La confusión cristiana con respecto a la esperanza
Uno de los sermones anglicanos que se ha citado con mayor frecuencia en el XX es también, por coincidencia, uno de los que más se presta a malentendidos. En una guía ampliamente utilizada para la organización y celebración de funerales laicos, las palabras que pronuncia el canónigo Henry Scott Holland de la catedral de San Pablo se citan como el prefacio y son innumerables las personas que solicitan que se lea este prefacio en los servicios funerarios de entierros y aniversarios de defunción:
La muerte no es nada en lo absoluto. No cuenta para nada. Simplemente me he escabullido hacia la otra habitación. Nada ha sucedido. Todo permanece exactamente tal y como era. Yo soy yo y tú eres tú y la vida anterior que compartíamos con tanto cariño y afecto ha quedado igual, sigue inalterada, sin que nada haya cambiado. Todo lo que fuimos el uno para el otro, lo seguimos siendo. Al llamarme, sigue usando el nombre familiar con el que solías hacerlo. Habla de mí con la misma facilidad y naturalidad con la que siempre solías referirte a mí. No cambies en lo absoluto tu tono de voz al referirte a mí. No te veas obligado tampoco a asumir un aire de solemnidad o de tristeza... La vida significa todo lo que siempre ha significado. Es exactamente igual a como siempre fue. Sigue existiendo una continuidad absoluta e inquebrantable. ¿Qué es la muerte si no un accidente insignificante? ¿Por qué deberías dejar de tenerme en tu mente simplemente porque ya no aparezco ante tus ojos? Estoy esperando por ti en este intervalo. Espero por ti en algún lugar muy cercano que no está más que al dar la vuelta a la esquina. Todo está bien. Nada ha sufrido daño alguno; nada se ha perdido. En un breve momento todo será tal como era antes. ¡Cómo nos reiremos de todos los inconvenientes de la separación cuando volvamos a reunirnos!
En términos generales, lo que nadie se toma el trabajo de resaltar es que ésta no era la visión que Scott Holland pretendía propugnar. Tal como él mismo lo señala, esto era simplemente lo que le venía a la mente cuando «contemplaba a alguien que yacía en la paz del sepulcro», cuando se trataba de «alguien que había sido muy cercano y que era muy querido». En otro pasaje del mismo sermón que fuera predicado en el año de 1910 con motivo de la muerte del rey Eduardo VII, también se refirió a otros sentimientos que se relacionan igualmente con la muerte, que parece
…tan inexplicable, tan despiadada, tan cegadora... la cruel emboscada que nos hace caer en la trampa... se abre paso interrumpiendo implacablemente nuestra felicidad sin tomarnos para nada en cuenta en su inhumano desprecio por nosotros... más allá de la oscuridad se esconde su impenetrable secreto... ¡Mudo como la noche, ese aterrador silencio!
Scott Holland prosigue en un intento por lograr un punto medio que reconcilie estas dos visiones de la muerte. Según lo que nos dice el Nuevo Testamento, el cristiano «ya ha pasado de la muerte a la vida», de manera que la transición ulterior de la muerte real no debería ser tan aterradora como parece serlo. Además (según nos sugiere Scott Holland), deberíamos pensar en la vida más allá de la muerte en términos de una continuación de aquel crecimiento en el conocimiento de Dios y en la santidad personal que ya ha empezado en esta vida. Esto aborda aspectos que no podemos tomar en cuenta en esta etapa del libro. Sin embargo, no nos debe quedar duda alguna de que el hecho de mencionar este párrafo, que se ha citado con tanta frecuencia, fuera del contexto del sermón al que perteneció originalmente, distorsiona seriamente las intenciones del autor. En realidad, apenas podríamos especular sobre la extraordinaria negación en la que se incurre cuando se le cita fuera de su contexto. No sería más que una total y completa negativa a decir la verdad sobre esta ruptura real y salvaje, la terrible negación de la bondad de la vida humana que toda muerte implica. Me encantaría pensar que uno de los efectos que pueda tener este libro que les estoy presentando sea el de cuestionar el uso de este fragmento de Scott Holland en los entierros y aniversarios de defunción cristianos. En realidad, nos ofrece un consuelo vano. En sí mismo y sin venir acompañado de algún otro comentario, simplemente nos dice mentiras. No es tan siquiera una parodia de la fe cristiana. Más bien, simplemente empieza por negar que exista algún problema, incluso alguna necesidad de esperanza.
En contraste con ese fragmento tan ampliamente conocido, podemos hacer mención de la actitud sólida de una teología cristiana clásica, aquella que manifestó John Donne, quien en algún momento fuera Deán de la Catedral de San Pablo:
Muerte, no te sientas orgullosa, pues aunque te hayan llamado Poderosa y digna de temer, no lo eres;

Ya que aquellos que tú crees que logras vencer

No mueren, pobre Muerte, como tampoco tú puedes matarme.

Del descanso y del sueño que solo tus imágenes transmiten,

Mucho placer de ti, entonces debe fluir;

Y muy pronto nuestros mejores hombres contigo se irán,

Descanso de sus huesos y entrega de su alma.

Tú eres esclava del destino, de la suerte, de los reyes y de los hombres desesperados,

Y reinas con tu veneno, tu guerra y tu enfermedad,

También las amapolas o los hechizos nos pueden hacer dormir,

Y mejor aún que tu golpe. ¿Por qué entonces te enorgulleces?

Tras un corto sueño, nos despertaremos por toda la eternidad,

Y la muerte ya no será más. Muerte, tú morirás.
A primera vista, esto pudiera parecer bastante similar a lo que nos dice Scott Holland. ¿La muerte no es nada en lo absoluto? ¿Después de todo, la muerte no es ni poderosa ni digna de temer? No, no es así. Las dos últimas líneas son las que nos dicen todo. La muerte es una gran enemiga, pero ha sido conquistada y al fin de los tiempos será conquistada plenamente. «Tras un corto sueño, nos despertaremos por toda la eternidad, / Y la muerte no será más. Muerte, tú morirás». En el pasaje de Scott Holland, no hay nada que deba ser conquistado. A su vez, para John Donne la muerte si es importante, es un enemigo, pero para el cristiano, es un enemigo vencido. Muy a tono con gran parte del pensamiento cristiano clásico…, Donne ve la vida después de la muerte en dos etapas: en primer lugar, es un sueño corto y, luego, es un despertar por toda la eternidad. Y la muerte ya no será más. Donne ha captado lo que descubriremos que es la creencia medular del Nuevo Testamento: que, al final de los tiempos, la muerte no será simplemente redefinida, sino que será vencida. La intención de Dios es no permitir que la muerte se salga con la suya con respecto a nosotros. Si el futuro final que se nos ha prometido es simplemente que las almas inmortales les habrán dejado atrás sus cuerpos mortales, ¿por qué entonces sigue imperando la muerte? Ésta es una descripción no de la derrota de la muerte, sino de la muerte en sí misma, aunque vista desde otro ángulo.
Ahora bien, creo que me estoy adelantando demasiado en estas líneas. La posición cristiana clásica ha quedado establecida en los primeros credos, los cuales dependen, a su vez, del Nuevo Testamento en maneras que exploraremos más adelante en este libro. En mi iglesia, nosotros declaramos todos los días y todas las semanas que creemos en «la resurrección del cuerpo». ¿Pero esto es verdaderamente cierto? Muchos profesores y teólogos cristianos de las décadas más recientes han cuestionado si esta manera de hablar es apropiada. Un libro ilustrado de gran formato y de mucho lujo que fuera publicado recientemente sobre el tema de la muerte y de la vida después de la muerte, simplemente le dedica unas cuatro páginas a la idea aparentemente extraña de la resurrección y declara de forma bastante anodina que el «cristianismo ortodoxo actual ya no se rige por la creencia de la resurrección física y prefiere el concepto de la existencia eterna del alma, aunque algunos credos siguen aferrándose a las viejas ideas». Una vez más, es necesario que seamos muy claros. Si esto es cierto, entonces no se conquista a la muerte, sino se le redescribe: ya no como un enemigo, sino simplemente como el medio a través del cual, al igual que en Hamlet, el alma inmortal se desprende de su envoltura mortal.
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