MAÑANA
Lectura del Salmo 96 (95) ADVENIMIENTO Y ALABANZA DEL DIVINO REY La proclamación de la realeza del Señor es asociada en este himno a dos acontecimientos decisivos de su obra salvífica: la creación y el juicio (v. 10). La primera establece en la naturaleza el orden querido por Dios (Gn. 1. 31); el segundo restablece en la historia el orden quebrantado por la injusticia. Por eso, no sólo los hombres (vs. 1-10), sino todos los seres creados (vs. 11-12) son invitados a celebrar jubilosamente la llegada del Señor, que viene a instaurar definitivamente su justicia (v. 13).
Este poema litúrgico pertenece al grupo de los “Himnos a la realeza del Señor” (Sal. 47; 93; 97 - 99) y presenta numerosas analogías con Is. 40 - 66. Un poco más abreviado, se vuelve a encontrar en 1 Crón. 16. 23-33. TARDE ¿Dónde te buscaré? Señor, si no estás aquí,
¿dónde te buscaré estando ausente?
Si estás por doquier,
¿cómo no descubro tu presencia?
Cierto es que habitas en una claridad inaccesible.
Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?
¿Quién me conducirá hasta allí para verte en ella?
Y luego, ¿con qué señales,
bajo qué rasgos te buscaré?
Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío;
no conozco tu rostro...
Enséñame a buscarte
y muéstrate a quien te busca,
porque no puedo ir en tu busca,
a menos que Tú me enseñes,
y no puedo encontrarte
si Tú no te manifiestas. Deseando te buscaré,
te desearé buscando,
amando te hallaré,
y encontrándote te amaré. SABADO
MAÑANA
Lectura del Salmo 97 (96) JUSTICIA DEL REY La frase inicial de este “Himno a la realeza del Señor” (Sal 47; 93; 96; 98 - 99) es una solemne proclamación, que anuncia el advenimiento del Reino de Dios, inaugurado por una teofanía de la que participan todos los elementos de la naturaleza (vs. 1-5). Esta manifestación del Señor como Rey significa el triunfo definitivo de la justicia (v. 6) y es un motivo de júbilo para su Pueblo (vs. 8, 11). La exhortación final (v. 12) parece estar dirigida a la comunidad congregada en el Templo, que actualizaba cultualmente la victoria del Señor sobre sus enemigos y el establecimiento de su Reino. TARDE SEGUID INVOCÁNDOLO Tanto si os responde como si no lo hace,
seguid invocándolo,
invocándolo sin cesar
bajo las bóvedas de la asidua oración.
Tanto si viene como si no,
confiad: se acerca cada vez más a vosotros
en cuanto percibe un gesto amoroso del corazón.
Tanto si os habla como si no,
no os canséis de implorarlo.
Aunque no os dé la respuesta que esperáis,
no dudéis de que, de un modo u otro,
veladamente, se dirigirá a vosotros.
En la oscuridad de vuestras oraciones más profundas,
sabed que juega al escondite con vosotros.
Y en medio de la danza de la vida,
de la enfermedad y de la muerte,
si seguís invocándolo, sin caer en la desconfianza
por su aparente silencio, obtendréis su respuesta. DOMINGO
MAÑANA
Lectura del Salmo 99 (98) SANTIDAD DEL REY Este Salmo es un himno de alabanza al Señor, que estableció su trono en Sión para revelarse a Israel como Rey justo y poderoso (vs. 1-4). La benevolencia y la justicia con que el Señor gobierna a su Pueblo se manifiesta, de manera arquetípica, en las figuras de Moisés, Aarón y Samuel: ellos son, a un mismo tiempo, los mediadores de la Revelación divina y un ejemplo constante para los fieles (vs. 6-8). La triple aclamación al Dios “santo” (vs. 3, 5, 9) recuerda el canto de los Serafines de Is. 6. 3, y es un indicio del carácter marcadamente litúrgico del Salmo.
Si bien este poema pertenece al grupo de “Himnos a la realeza del Señor” (Sal. 47; 93; 96 - 98), por su forma y su contenido difiere notablemente de los demás. TARDE TE HACES PEQUEÑO Hoy recordamos tu noche,
aquella en que naciste,
pobre, sin casa ni hospital,
en un pesebre, junto a tus padres.
Tú, Dios, te hacías pequeños,
para darnos tu lección de vida,
enseñarnos tus preferencias
y demostrarnos cómo hay que ser.
Buscaste una mujer sencilla,
un padre trabajador y bueno,
un pueblo perdido, una aldea,
y la buena gente que les atendió.
Nosotros te subimos a altares,
te ponemos miles de nombres,
te rodeamos de joyas
y olvidamos tu sencillez y austeridad.
No dejes que celebremos la Navidad,
un año más, a veces sin ti.
Convierte nuestro corazón ajetreado
en uno que ame y acoja como Tú.
Quédate entre nosotros, Señor.
|