José María Gabriel y Galán campesinas






descargar 116.68 Kb.
títuloJosé María Gabriel y Galán campesinas
página4/7
fecha de publicación06.09.2015
tamaño116.68 Kb.
tipoDocumentos
l.exam-10.com > Historia > Documentos
1   2   3   4   5   6   7
y las torturas
de las entrañas!
¿Quién nunca ha visto
desdicha tanta?
¡La cabrerilla
de Casablanca
por fieros lobos,
¡ay!, devorada!
Sangre en las peñas,
sangre en las matas,
¡la virgencita,
desbaratada!
¡Toda en pedazos
sobre la grava:
los huesecitos
que blanqueaban,
la cabellera
presa en las matas,
rota en mechones
y ensangrentada!...
¡Los zapatitos,
las pobres sayas
todas revueltas
y desgarradas!...

Loca la madre,
qué miedo daba
de ver los rayos
de sus miradas,
de oír los timbres
de sus palabras,
y el cabrerillo
de la majada
mudo y atónito
tremiendo estaba
con los ojazos
llenos de lágrimas,
despavorido
como zorzala
de un aguilucho
presa en las garras.
¿Cómo los árboles
no se desgajan?
¿Cómo las peñas
no se quebrantan,
y no se enturbian
las fuentes claras
y no ennegrecen
las noches blancas?
Ya vienen hombres
con unas andas,
con unos paños,
con una sábana;
los despojitos
en ella guardan
y se los llevan
a Casablanca.

Y al cabrerillo
nadie lo llama,
pero él camina
tras de las andas
mirando a todos
con la mirada
de herido pájaro
que en torno vaga
de los verdugos
que le arrebatan
el dulce nido
donde habitaba.
¡Ay virgencita
de Casablanca!
¡Ay cabrerillo
de la majada!


III

Su padre silba,
su padre llama,
porque el muchacho
deja las cabras
junto a las siembras
abandonadas
y en los jarales
oculto pasa
tardes enteras,
largas mañanas...
¿Qué es lo que hace?
¿Por qué se guarda?
Pues es que a solas
las horas pasa,
pule que pule,
taja que taja,
llora que llora,
ciego de lágrimas...,
que dos veneras
finas prepara
de bien pulido
cuerno de cabra,
porque una noche
quiere llevarlas
al campo santo
de Casablanca...

LOS PASTORES DE MI ABUELO

I

He dormido en la majada sobre un lecho de lentiscos
embriagado por el vaho de los húmedos apriscos
y arrullado por murmullos de mansísimo rumiar.
He comido pan sabroso con entrañas de carnero
que guisaron los pastores en blanquísimo caldero
suspendido de las llares sobre el fuego del hogar.

Y al arrullo soñoliento de monótonos hervores,
he charlado largamente con los rústicos pastores
y he buscado en sus sentires algo bello que decir...
¡Ya se han ido, ya se han ido! ¡Ya no encuentro en la comarca
los pastores de mi abuelo, que era un viejo patriarca
con pastores y vaqueros que rimaban el vivir!

Se acabaron para siempre los selváticos juglares
que alegraban las majadas con historias y cantares
y romances peregrinos de muchísimo sabor.
Para siempre se acabaron los ingenuos narradores
de las trágicas leyendas de fantásticos amores
y contiendas fabulosas de los hombres del honor.

¡Ya se han ido, ya se han ido! Los que habitan sus majadas,
ya no riman, ya no cantan villancicos y tonadas
y fantásticas leyendas que encantaban mi niñez.
Han perdido los vigores y las vírgenes frescuras
de los cuerpos y las almas que bebieron aguas puras
de veneros naturales de exquisita limpidez.

¡Ya no riman, ya no cantan! Ya no piden al viajero
que les cuente la leyenda del gentil aventurero,
la princesa encarcelada y el enano encantador.
Ya no piden aquel cuento de la azada y el tesoro,
ni la historia fabulosa de la guerra con el moro,
ni el romance tierno y bello de la Virgen y el pastor.

¡He dormido en la majada! Blasfemaban los pastores
maldiciendo la fortuna de los amos y señores
que habitaban los palacios de la mágica ciudad;
y gruñían rencorosos como perros amarrados
venteando los placeres y blandiendo los cayados
que heredaron de otros hombres como cetros de la paz.


II

Yo quisiera que tomaran a mis chozas y casetas
las estirpes patriarcales de selváticos poetas,
tañedores montesinos de la gaita y el rabel,
que mis campos empapaban en la intensa melodía
de una música primera que en los senos se fundía
de silencios transparentes, más sabrosos que la miel.

Una música tan virgen como el aura de mis montes,
tan serena como el cielo de sus amplios horizontes,
tan ingenua como el alma del artista montaraz,
tan sonora como el viento de las tardes abrileñas,
tan süave como el paso de las aguas ribereñas,
tan tranquila como el curso de las horas de la paz.

Una música fundida con balidos de corderos,
con arrullos de palomas y mugidos de terneros,
con chasquidos de la onda del vaquero silbador,
con rodar de regatillos entre peñas y zarzales,
con zumbidos de cencerros y cantares de zagales,
¡de precoces zagalillos que barruntan ya el amor!

Una música que dice cómo suenan en los chozos
las sentencias de los viejos y las risas de los mozos,
y el silencio de las noches en la inmensa soledad,
y el hervir de los calderos en las lumbres pavorosas,
y el llover de los abismos en las noches tenebrosas,
y el ladrar de los mastines en la densa oscuridad.

Yo quisiera que la musa de la gente campesina
no durmiese en las entrañas de la vieja hueca encina
donde, herida por los tiempos, hosca y brava se encerró.
Yo quisiera que las puntas de sus alas vigorosas
nuevamente restallaran en las frentes tenebrosas
de esta raza cuya sangre la codicia envenenó.

Yo quisiera que encubriesen las zamarras de pellejo
pechos fuertes con ingenuos corazones de oro viejo
penetrados de la calma de la vida montaraz.
Yo quisiera que en el culto de los montes abrevados,
sacerdotes de los montes, ostentaran sus cayados
como símbolos de un culto, como cetros de la paz.

Yo quisiera que vagase por los rústicos asilos,
no la casta fabulosa de fantásticos Batilos
que jamás en las majadas de mis montes habitó,
sino aquella casta de hombres vigorosos y severos,
más leales que mastines, más sencillos que corderos,
más esquivos que lobatos, ¡más poetas, ¡ay!, que yo!

¡Más poetas! Los que miran silenciosos hacia Oriente
y saludan a la aurora con la estrofa balbuciente
que derraman, sin saberlo, de la gaita pastoril,
son los hijos naturales de la musa campesina
que les dicta mansamente la tonada matutina
con que sienten las auroras del sereno mes de abril.

¡Más poetas, más poetas! Los artistas inconscientes
que se sientan por las tardes en las peñas eminentes
y modulan sin quererlo, melancólico cantar,
son las almas empapadas en la rica poesía
melancólica y süave que destila la agonía
dolorida y perezosa de la luz crepuscular.

¡Más poetas, más poetas! Los que riman sus sentires
cuando dentro de las almas cristalizan en decires
que en los senos de los campos se derraman sin querer,
son los hijos elegidos que desnudos amamanta
la pujanza brava musa que al oído solo canta
las sinceras efusiones del dolor y del placer.

¡Más poetas! Los que viven la feliz monotonía
sin frenéticos espasmos de placer y de alegría
de los cuales las enfermas pobres almas van en pos,
han saltado, sin saberlo, sobre todas las alturas
y serenos van cantando por las plácidas llanuras
de la vida humilde y fuerte que cantando va hacia Dios.

¡Que reviva, que rebulla por mis chozos y casetas
la castiza vieja raza de selváticos poetas
que la vida buena vieron y rimaron el vivir!
¡Que repueblen las campiñas de la clásica comarca
los pastores y vaqueros de mi abuelo el patriarca
que con ellos tuvo un día la fortuna de morir!

TRADICIONAL

El huerto que heredé de mis mayores
no tiene bellas flores
de efímero vivir ni tenues frondas;
tiene hiedra sagrada
de hojas perennes y raíces hondas;
fresca niñez y ancianidad honrada.

Una bíblica higuera
lo llena todo con su copa oscura,
y una fuente con rica regadera,
que música me da, le da frescura.

Lo poco que en el mundo me ha quedado
lo tengo en este huerto,
siempre al estruendo mundanal cerrado,
siempre a la voz de mi sentir abierto.
En medio está enclavado
del árido desierto,
triste vivienda de la grey humana
que duda de la tierra prometida,
cada vez más lejana,
cada vez hacia Oriente más hundida...

Yo, cuando el sol del arenal me ciega
y en fuerza de mirar siento borrosa
la visión luminosa
donde parece que jamás se llega...
Cuando el sudor anega
mis doloridos empañados ojos,
cuando me hieren los aceros fríos
de punzantes abrojos,
cuando me azotan los hermanos míos
que me encuentro de frente en el desierto,
vertiendo sangre a ríos
y lágrimas a mares, torno al huerto.

Mi padre se sentaba en esta piedra,
que coronó de hiedra
la mano santa de mi santa madre...
Fue un altar al amor en roca dura
con dosel de verdura,
trono de patriarca con mi padre
y urna de santa con mi madre pura.

Ya está solo el edén. Todo es desierto.
Detrás de mis santísimos ancianos
saliendo han ido del sagrado huerto
mis amantes dulcísimos hermanos...
¡Los he visto morir, y yo no he muerto!

¡Jamás he comprendido
por qué Dios ha querido
que el vástago más ruin y débil sea
el último habitante de este nido.
Querrá Dios encerrarme
tal vez para ganarme,
porque en estas sagradas espesuras,
donde pasos al cielo son los días,
yo no puedo sentir cosas impuras,
yo no puedo soñar cosas impías.

He nacido en amenas,
castizas y santísimas comarcas
y corre por mis venas
sangre de venerables patriarcas
que me legaron enseñanzas buenas,
huerto, escudo solar y oro en sus arcas.
Mas, en mi estéril soledad hundido,
Amor me ha visitado. Amor me ha herido,
y hervor de sangre que mi cuerpo inunda
dice que no he nacido
para morir estéril junto al nido
de una raza fecunda.

Dondequiera que estés, mujer hermosa,
predestinada esposa
que merezcas posar aquí tu planta,
que merezcas sentarte en esta piedra
que coronó de hiedra
la mano de una santa,
ven al huerto querido,
y a la sombra de Dios, Padre del mundo,
pondremos cama nueva al viejo nido
que mi sangre y mi Dios quieren fecundo.

El cielo todavía
no ha otorgado a mis ojos el consuelo
de beber tu hermosura, ¡oh virgen mía!;
pero te adoro en el azul del cielo,
y en el tranquilo resbalar del día,
y en el silencio de la noche oscura,
y en la quietud del huerto sosegado,
y en el recuerdo de la gente pura
que me lo hizo sagrado.

Te adoro en la memoria
de aquella santa de sencilla historia
que la tierra del huerto que he heredado
santificó con su adorable planta
y el dulce ambiente nos dejó inundado
de perfumes de santa.

Ven, casta virgen, al reclamo amigo
de un alma de hombre que te espera ansiosa
porque presiente que vendrán contigo
el pudor de la virgen candorosa,
la gravedad de la mujer cristiana,
el casto amor de la leal esposa
y el pecho maternal que juntos mana
leche y amor para la prole sana
que a Dios le place alegre y numerosa.

¡Dios que lo escuchas!, acelera el día,
porque es tu sol incubador y hermoso,
y la noche es estéril y sombría,
la vida breve, el corazón fogoso,
sensible el alma mía,
soberano el Amor y fructuoso
y Tú eres Padre del inmenso mundo
e hijo yo soy del mundo vigoroso
que te plugo crear grande y fecundo.

Alegra mi desierto
con ruido de vivir cuyo concierto
pueda sonarte a coro de angelillos...
Ya ves que entre las hiedras encubierto
hay un nido minúsculo en mi huerto
con siete pajarillos...

Amor de madre

I

Antes de que el poeta alce su canto
a un santo amor a quien le debe tanto,
dejad que el hijo que lo santo siente,
comience haciendo, con respeto santo,
la señal de la cruz sobre su frente.
Siempre la sello con el signo eterno
cuando al borde me inclino
del mar inmenso del amor divino
o del torrente del amor materno.
La cuerda del laúd ruda y bravía,
que los canta con mísera armonía,
debiera ser el llamamiento muda,
porque la mano que lo pulsa es mía,
porque la cuerda que responde es ruda,
y el salmo santo de las cosas santas
debe bajar de alturas celestiales
con letras de seráficas gargantas
y acentos de laúdes edeniales.

Por eso, cuando canto,
con pálido decir y acento oscuro,
el amor de aquel Dios, tres veces santo,
o el de aquella mujer, tres veces puro...;
cuando hallar he creído
con mi canción el amoroso emblema
y la recito de esperanza henchido,
me desgarran el alma y el oído,
las míseras estrofas del poema;
rompo el laúd, que acompañó mi canto,
y digo con la voz de la amargura:

¡Señor a quien soñé: Tú eres más santo!
¡Mujer de quien nací: tú eres más pura!


II

La he visto arrodillada
junto a la cuna del enfermo hijo,
fija en el ángel la febril mirada
y en Dios clemente el pensamiento fijo.
La carita de nácar y de rosa
era un montón de podredumbre horrendo,
que la zarpa asquerosa
de horrible enfermedad iba pudriendo.
Pero la mano valerosa y fuerte
de la amorosa madre dolorida
daba un toque de vida
sobre cada mordisco de la muerte;
y aquella ardiente boca
de la sublime enamorada loca,
que respiraba lumbre
de amorosa materna calentura,
besaba la espantosa podredumbre
con locos arrebatos de ternura...

Sudor vertiendo y devorando hieles,
yo la vi resignada
al yugo de las bregas más crueles
como una res atada.
La vi en el crudo y frío,
turbio y callado amanecer de enero,
yerta junto al helado lavadero
en las gélidas márgenes del río.
Hacia el bosque sombrío
la vi subir por los barrancos rojos;
la vi bajar de las agrestes faldas,
desgarrando sus plantas los abrojos,
desgarrando la leña sus espaldas...
Y en la espinosa vía
que sube y baja de las agrias crestas,
yo la he visto caer, como caía
Cristo divino con la cruz a cuestas.
Yo la he visto dejar su pobre casa
cuando julio cruel ciega los ojos,
bruñe los cielos y la tierra abrasa,
y en los ardientes áridos rastrojos
disputando su presa a las hormigas,
yo la he visto buscar unas espigas
perdidas entre sábanas de abrojos.
Yo la he visto cargada,
camino de la vega, con la azada,
delante de un verdugo
que a la humana legión desheredada
disputaba a pellizcos un mendrugo,
y en el hijito el pensamiento fijo,
iba la mártir amarrada al yugo,
pues solo de su sangre con el jugo
la mártir amasaba el pan del hijo.

Yo la he visto bajar a los fangales
donde el hijo infeliz se revolcaba
donde las alas de su amor manchaba
con el lobo de amores criminales.
Era una noche brava,
sin luz y fría como el alma loca
de aquel hijo perdido,
que al antro infame a derramar ha ido
baba de impío de la torpe boca,
fango de amor del corazón podrido,
una noche de aquellas
en que, al verse tal vez más ofendido,
vela Dios las estrellas,
y no le queda al hombre
otra luz que el fulgor de las centellas
y el de la fe en el nombre
del Dios que vibra justiciero en ellas
Noches para el hogar, que nadie sabe
1   2   3   4   5   6   7

similar:

José María Gabriel y Galán campesinas iconJosé María Gabriel y Galán

José María Gabriel y Galán campesinas iconJosé María Gabriel y Galán

José María Gabriel y Galán campesinas iconJosé maría gabriel y galáN
«pasado mañana, dará la justicia en esta localidad, el triste espectáculo de la ejecución del reo de un crimen cometido en una dehesa...

José María Gabriel y Galán campesinas iconLiteratura en castellano. Gabriel y Galán y Luís Chamizo

José María Gabriel y Galán campesinas iconJosé ramón sánchez galáN

José María Gabriel y Galán campesinas iconPadre José María Coudrin (1768 – 1837) Fundador de la Congregación...

José María Gabriel y Galán campesinas iconGabriel José de la Concordia García Márquez nacido en

José María Gabriel y Galán campesinas iconLa mentalidad de la Virgen María a propósito de San José La personalidad de San José

José María Gabriel y Galán campesinas iconMaria jose zamorano

José María Gabriel y Galán campesinas icon© José de María Romero Barea






© 2015
contactos
l.exam-10.com