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LECTURAS CAMPOS DE CASTILLA, Antonio Machado La primera edición de Campos de Castilla es de junio de 1912. Contenía dieciocho poemas (o cincuenta y cuatro si consideramos poemas independientes los diferentes apartados de las secciones Campos de Soria y Proverbios y cantares). En las siguientes ediciones, Campos de Castilla aparecerá incorporada a Poesías Completas y se irá enriqueciendo paulatinamente con nuevos poemas hasta alcanzar la cifra de ciento veintitrés. Este corpus definitivo, que el propio Machado datará entre 1907 y 1917, constará de dos secciones: Campos de Castilla y Elogios. Esta tendencia de Machado a refundir, ampliar y retocar sus obras (mucho más evidente en Soledades) confiere a sus Poesías completas un sentido netamente temporalista a la vez que les dota de unidad. Campos de Castilla supone abandonar la línea intimista de Soledades para adentrarse en la geografía castellana (también en la andaluza, aunque en menor medida), en meditaciones filosóficas varias y en la denuncia de situaciones y comportamientos. Su anterior poesía, vertida hacia dentro, tejida en gran parte de sueños y recuerdos, da paso a una poesía más objetiva y realista. El tono ensimismado de Soledades se vuelve descriptivo en Campos de Castilla, aunque las realidades descritas, paisajísticas o sociales, se presentarán siempre en su fluir temporal. El tiempo, por tanto, continúa siendo tema esencial, obsesivo, para Machado. Un ejemplo de la nueva orientación de su poesía sería el largo romance narrativo «La tierra de Alvargonzález», cuya historia gira en torno a la codicia. Los núcleos temáticos de Campos de Castilla serían los siguientes:
Es preciso dejar claro que esas dos visiones de Castilla no deben ser separadas como si fueran elementos incompatibles. Constituyen una unidad, de ahí que suelan aparecer dentro del mismo poema («A orillas del Duero», por ejemplo). Machado presenta el paisaje y extrae conclusiones ideológicas de él. Con todo, tampoco puede negarse que el Machado descriptivo es superior poéticamente al especulativo.
Lo que sí se va a agudizar en Baeza es la conciencia social de Machado. La visión crítica del campo castellano se va a convertir en intensa sátira de la vida cotidiana andaluza que alcanzará por extensión a toda España: «Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido», «Del pasado efímero», «El mañana efímero»… Machado fustiga con violencia una Andalucía (que también es España) injusta, de señoritos ociosos y braceros miserables, desencantada y falta de ideales. Encierran también estos poemas intensas reflexiones sobre el pasado, presente y futuro de España. El tono es pesimista y la única esperanza estaría para el poeta en una España nueva, todavía muy joven, «la España de la rabia y de la idea». La crítica de Machado reviste diferentes formas: sátira de comportamientos («Del pasado efímero»), vehemente denuncia de injusticias o comportamientos censurables («El mañana efímero») y alabanza de actitudes positivas para el futuro de España («A don Francisco Giner de los Ríos»). Dentro de este grupo, los mejores poemas son, sin duda, aquellos que se basan en la observación de una realidad vivida, sea negativa («Del pasado efímero», «Don Guido») o positiva («A don Francisco Giner de los Ríos»). Cuando la denuncia se convierte en generalizada y abstracta, su virulencia tiende a ser inversamente proporcional a su altura poética («El mañana efímero»).
PRINCIPALES SÍMBOLOS MACHADIANOS EN CAMPOS DE CASTILLA. En toda la obra de Machado destacan los valores simbolistas. Motivos tan característicos de Machado como la tarde, el agua, la noria, las «galerías», etc., constituyen símbolos de realidades profundas, de obsesiones íntimas. En Campos de Castilla, los elementos fundamentales o secundarios del paisaje: camino, río, árbol, monte, agua…, están cargados de significados simbólicos, de emoción. Los símbolos más importantes serían los siguientes:
RASGOS FORMALES En Campos de Castilla hay una apariencia de lenguaje directo, sencillo, pero tras esta apariencia hay un hábil uso de artificios retóricos que buscan expresar tanto la «esencialidad» de las cosas como su fluir temporal. Para lo primero, Machado hace constante uso del estilo nominal: locuciones sustantivas, frases sin verbo, largas enumeraciones con el nombre directo de la realidad expresada… Ejemplos de este tipo los encontramos prácticamente en todos los poemas de la serie «Campos de Soria». Este nombrar directo de Machado se refuerza con el uso de una abundante adjetivación. Son, por lo general, adjetivos epítetos de función redundante: resaltar la cualidad ya inserta en el sustantivo al que acompañan. Además, sustantivos y adjetivos están usados con valor evocativo: denotación y connotación van íntimamente unidas. El fluir temporal, y el tiempo histórico, se expresan a través de formas verbales, el imperfecto sobre todo, muy abundantes, junto al estilo nominal, en algunos poemas («Orillas del Duero», por ejemplo). Intenta también Machado transmitir la emoción de lo temporal mediante comparaciones y metáforas que interrelacionan el presente con el pasado (escudo, arnés, ballesta, barbacana… recuerdan en «A orillas del Duero» el pasado guerrero de Castilla). Por último, la temporalidad también se expresa mediante símbolos: agua, camino, río, olmo…. El valor evocativo de sustantivos y adjetivos que señalábamos más arriba da un fuerte tono afectivo a Campos de Castilla. Esa misma función la cumplen los diminutivos del tipo: pradillo, campillo, caminitos, viejecita…, pero sobre todo la entonación, que Machado resalta con las exclamaciones climáticas («¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!», «¡Ay, ya no puedo caminar con ella!») frecuentísimas, con las interrogaciones, también constantes («¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?») y con vocativos («Palacio, buen amigo», «¿No ves, Leonor, los álamos del río…?»). En los poemas más críticos el tono es diferente. El léxico y las imágenes se vuelven excesivamente violentos, brutales, en ocasiones: «Como la náusea de un borracho», «Un lechuzo tarambana», «Un mañana estomagante»…, por poner solo ejemplos de «El mañana efímero». En definitiva, Machado, a partir de Soledades, emprende un proceso de depuración estilística basado en el nombrar directo de las realidades y en la expresión de la temporalidad. Sin embargo, no abandonará del todo el simbolismo que constituyó su punto de partida. Su huella está presente en el uso de sinestesias («Campos agrios», «Agria melancolía»), en el simbolismo fonético (la dureza de la erre en «Orillas del Duero»), en las numerosas connotaciones y símbolos, más intuitivos que conceptuales, y en la técnica de presentar primero el objeto y desvelar al final su sentido profundo («A un olmo seco» es un extraordinario ejemplo de esta técnica). MÉTRICA Uno de los poemas típicos de Machado es una combinación caprichosa e ilimitada de versos de 7 y 11 sílabas, asonantada, sin estrofas, aunque con grupos tipográficos marcados para resaltar las pausas temáticas. Es el esquema de la silva, que también usa frecuentemente Machado en su forma aconsonantada. Otros versos muy utilizados por Machado son los alejandrinos y los octosílabos. Los alejandrinos suelen disponerse en cuartetos con rimas cruzadas (ABAB) o bien en pareados. Producen un efecto sereno, reposado, característico de algunos poemas descriptivos de Campos de Castilla. Por lo general están divididos en dos hemistiquios con hiato claro entre ellos. Los octosílabos son los versos típicos de los romances, tipo de composición muy apreciado por Machado en su intento de crear una poesía objetiva, incluso épica. En ocasiones, los octosílabos se alternan con versos de pie quebrado. Los «cantares» de Campos de Castilla son muy variados. Tienden al cuarteto en asonancia alterna, pero son muchas las combinaciones y variantes. En definitiva, Machado utiliza formas métricas tradicionales en consonancia con su tendencia a la sencillez expresiva (romance, silva, silva-romance, cantar, soneto…), pero lo hace con gran libertad modificándolas en numerosas ocasiones. IMPORTANCIA DE CAMPOS DE CASTILLA EN LA POESÍA ESPAÑOLA ANTERIOR A LA GUERRA CIVIL Campos de Castilla supuso, al menos en parte, una superación de la retórica modernista y el comienzo de una poesía objetiva y crítica. Aunque, como ya hemos analizado, la pervivencia de rasgos modernistas es innegable, el acento social de sus versos trajo un aire nuevo a la poesía española. Enlazaría con las inquietudes de los componentes de la llamada Generación del 98 (Unamuno, Azorín, Baroja…) y con su preocupación por el tema de España. Como ellos, Machado critica la situación deplorable de Castilla (de España, por extensión) y también como ellos, proyecta sobre la realidad española los anhelos y las angustias íntimas. Es asimismo evidente que presenta puntos de contacto con la intrahistoria unamuniana, es decir, preocupación por la vida callada de los humildes, y con el paisajismo detallista de Azorín, en cuyas descripciones de Castilla se percibe esa identificación de paisaje y alma tan propia de Machado. Sin embargo, las afinidades son más aparentes que reales. La visión crítica de Machado es de base histórica y populista, es decir, comprometida con la situación concreta de la España de su tiempo, y alejada, por tanto, de los planteamientos intemporales y esencialistas de los autores del 98. Con los poetas vanguardistas y con los miembros de la Generación del 27 mantuvo Machado una relación de cordialidad, pero las diferencias estéticas son grandes. La nueva poesía, cuyos postulados estéticos se orientaban más hacia Juan Ramón Jiménez, le parecía a Machado intelectual, artificialmente hermética y falta de auténtica profundidad humana. Mayor es su afinidad con los poetas sociales y populistas de los años 30 y de la guerra civil. En la posguerra fue recuperado por los poetas del realismo social, con Blas de Otero a la cabeza; también fue apreciado por los poetas del medio siglo (Ángel González, por ejemplo), pero fue rechazado por los nuevos vanguardistas y por los novísimos (Guillermo Carnero). En los últimos decenios del XX su figura ha vuelto a ser recuperada por los poetas «de la experiencia» (García Montero, Miguel d’Ors…) y hoy es ya considerado por todos un clásico. ANTONIO MUÑOZ MOLINA, |
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