Taller de escritura creativa [La Vida es Sueño]






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Taller de escritura creativa [La Vida es Sueño]

Microrrelatos


SELECCIÓN DE MICRORRELATOS

SOLEDAD / Pedro de Miguel

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando. No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.

INSUMISIÓN / Ana Añón Roig


El escritor se encontraba frente al ordenador escribiendo el último capítulo de la que sería, sin duda, su mejor novela. Robert debía morir, no había otro final posible. Pero entonces sintió las primeras patadas. Una contracción le apartó del teclado, con la llegada de la segunda trató de respirar rítmicamente y al llegar las últimas, tan seguidas y dolorosas, se retorció y cayó al suelo. La cabeza de aquel bebé le desgarró el vientre dejando un charco de sangre a su alrededor. Era Robert, lo reconoció por el lunar de la frente. Antes de morir aún tuvo tiempo de escuchar su primer llanto.

EL MURO / Miguel Bravo Vadillo


El muro era recio como una tormenta, inconmovible como el mar. Aquel hombre nunca supo quién construyó el muro. Aunque ya apenas lo recuerda al principio no era nada, acaso la vaga sombra de sus cimientos. El muro, sin embargo, fue ganando altura con el paso de los años, formando un consistente cerco a su alrededor. Cuando era muy joven –prácticamente un niño– aún lograba saltar el muro a pie juntillas: esa sensación jamás la olvidaría; pero, en sus años de madurez, el muro había crecido tanto que ya nunca más consiguió ver más allá de sus límites. Ahora aquel hombre es un anciano y el alzado del muro se pierde entre las nubes, privándole incluso de la luz del Sol. Resignado, comprende que no podrá librarse de él sino con la muerte.

SU PRIMER LIBRO DE HISTORIA / Francisco Rodríguez Criado


Estaba aproximándose a un momento clave de su Primer Libro de Historia. Presintiendo lo que podría suceder con la llegada del inminente año 456 –tanta barbarie no pintaba nada bien–, el niño pasó la página con sumo cuidado, reteniendo la respiración, temeroso de que un descuido de sus temblorosos deditos pudiera provocar el desplome definitivo del castigado Imperio Romano de Occidente.

UNA BALA COMPARTIDA / José Sánchez Rincón

El teniente Alexander Volkov era un hombre que se sentía orgulloso del deber cumplido. Aquella partida de insurrectos a la que seguían estaba llevando el saqueo y la destrucción por los pueblos leales a la causa bolchevique. No era de vital importancia que la zona fronteriza donde actuaban no hubiera entrado en combate todavía ni que el ejército blanco estuviera a miles de verstas del río Volga. La traición se pagaba con la muerte. Las continuas refriegas, la vastedad del territorio ruso y los distintos frentes abiertos en la guerra habían hecho que el teniente Volkov desconociera la situación exacta de su hijo, el único que tenía, en el voluntarioso ejército rojo.

La patrulla de cinco hombres comandada por él no tenía órdenes de ataque, sólo de esperar e informar al grueso de la columna en camino que se dirigía a sofocar la revuelta. La pequeña aldea humeaba y los tres rebeldes que huían al galope tomaron direcciones opuestas. Uno de ellos, el que llevaba un sable en alto y la guerrera abierta, se encaminó hacia el somero altozano cubierto de árboles donde se ocultaba la patrulla. A menos de doscientos metros, el teniente Volkov dio la orden de fuego. El sonido de los disparos delató su posición en la inmensa llanura. La tarde quedó muda y expectante tras el estruendo y todos vieron al jinete salir despedido de la grupa de su caballo. El teniente ordenó a sus hombres permanecer en sus puestos. Los ollares de su caballo exhalaban vaho cuando se acercó a comprobar la suerte del insurrecto, y sus hombres observaron sorprendidos cómo el teniente Volkov bajaba tambaleante de su montura y se abrazaba al soldado que yacía muerto sobre el camino.

CARTA DEL ENAMORADO / Juan José Millás

Hay novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50 o la 60. A algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes, señor juez.

UN GOLPE DE SUERTE / Miguel Bravo Vadillo


Un buen día, después de cinco años en paro y cuando toda clase de locuras (la más reincidente la del suicidio) rondaban mi mente, recibí una llamada telefónica que me dejó perplejo. Al parecer había ganado un premio literario por mi novela Un universo paralelo (por razones que el lector comprenderá más adelante he preferido emplear un título supuesto, y no el verdadero). Por un simple instinto de supervivencia le di las gracias a la señorita, o señora, que me hablaba desde el otro lado del hilo telefónico y le aseguré que en la fecha prevista acudiría encantado a la ciudad que me agasajaba con tan notable honor (también he considerado oportuno callar el nombre de la ciudad y el del premio en cuestión). La señorita –o señora–, muy amable, me felicitó de nuevo y se despidió recordándome que me enviarían un correo electrónico con toda la información que pudiera necesitar. Sobra decir que aquel generoso premio me venía como caído del cielo. Sólo un pequeño detalle se me antojaba francamente extraño: yo no había escrito ninguna novela.

Cuanto más me esforzaba en comprender lo ocurrido, más confuso me parecía todo. Aquella señorita (o señora) había llamado a mi número de teléfono y había preguntado por alguien que se llamaba como yo. En principio, alguien que tiene mi mismo nombre, mis mismos apellidos e idéntico número de teléfono, no puede ser otro que yo mismo. Pero si yo no había escrito ninguna novela y, desde luego, no había participado en ningún premio literario, ¿cómo era posible que hubiese resultado ganador?

Cavilé durante todo el día sobre aquel asunto. Supuse que si me personaba a recoger el premio, me exigirían una identificación; claro que, pensándolo bien, esto era algo que podría hacer sin problemas, ya que bastaba con mostrar mi carnet de identidad. Así las cosas, sólo tendría que sonreír, mostrarme amable y agradecido, recoger el cheque y volver a casa. Al instante comprendí que no podía ser tan sencillo: también me harían preguntas referentes a la novela, tendría que firmar un contrato de edición, y luego hacerme pasar por escritor durante el resto de mi vida. ¡Menudo dilema! Sin embargo, después de largas horas devanándome los sesos, decidí seguir adelante y continuar con la farsa, ya que poco tenía que perder y sí mucho que ganar.

Y lo cierto es que no me arrepiento de lo que hice: cien mil euros son muchos euros, y se trata, además, de una cifra que da mucho prestigio; tanto que puedo decir, la mar de satisfecho, que a partir de entonces no me ha ido nada mal como escritor.

LA OVEJA NEGRA / Augusto Monterroso

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

UN SUEÑO / Jorge Luis Borges

En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de maderas y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mi escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular...El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.

EL POZO / Luis Mateo Díez

Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. "Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.

HABLABA Y HABLAMA / Max Aub

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

LA MANO / Ramón Gómez de la Serna

El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino. La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el cuarto.

Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa corno si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase por escrito. La mano entonces escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia».

LA MUERTE EN SAMARRA / Gabriel Gracía Márquez

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.

-Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.

El amo le da un caballo y dinero, y le dice:

-Huye a Samarra.

El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra la Muerte en el mercado.

-Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza -dice.

-No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.

LA MANZANA / Ana María Shua

La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de gravedad.

EL EMPERADOR DE CHINA / Marco Denevi

Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado, del difunto emperador. ¿Veis? -dijo - Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el emperador.

El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.
NO, SI TIENE SU GRACIA / José Luis Bárcenas Hermosilla
No digo que la situación no tenga su lado cómico. Mírenme si no, con mi mejor traje recién planchado, camisa de un blanco inmaculado, corbata con el nudo perfectamente ajustado, zapatos lustrados hasta parecer espejos... y, encerrado, sin poder ir a ningún sitio. Pero, aun así, ¿cómo puede alguien reírse de mí? ¿Cómo pueden reírse de un pobre hombre prisionero? Y, lo que es peor, ¿quién puede haber soltado esa carcajada aquí, bajo paletadas y paletadas de tierra, donde sólo se oye el ruido de la Muerte guardando las paredes de mi ataúd?

DE NUEVO / Quim Monzó


En cuanto acaba el libro y lo cierra ya lo ha olvidado por completo. De modo que observa un instante la cubierta, con curiosidad, y acto seguido busca la primera página y empieza a leerlo.

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO / José Leandro Urbina

Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza...

- ¿Dónde está tu padre? - preguntó

- Está en el cielo - susurró él.

- ¿Cómo? ¿Ha muerto? - preguntó asombrado el capitán.

- No - dijo el niño -. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros. El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.

LEYENDA CHINA / Herman Hesse

Esto se cuenta acerca de Meng Hsie.

Cuando supo que últimamente los artistas jóvenes se ejercitaban en colocarse cabeza abajo, decían que para ensayar una nueva visión, inmediatamente Meng Hsie practicó también este ejercicio. Y después de probarlo un rato declaró a sus discípulos:

-Cuando me coloco cabeza abajo se me presenta el mundo bajo un aspecto nuevo y más hermoso.

Esto se comentó, y los jóvenes artistas se ufanaban no poco de que el anciano maestro hubiese respaldado así sus experimentos.

Se sabía que apenas hablaba, y que enseñaba a sus discípulos no mediante doctrinas sino con su simple presencia y su ejemplo. Por eso sus manifestaciones llamaban mucho la atención y se difundían por todas partes.

Poco después de que aquellas palabras suyas hubiesen hecho las delicias de los innovadores y sorprendido e incluso indignado a muchos de los antiguos, se supo que había hablado otra vez. Contaban que había dicho:

-Es bueno que el hombre tenga dos piernas, porque ponerse cabeza abajo no favorece la salud. Además, cuando se incorpora el que estuvo cabeza abajo el mundo se le representa doblemente más hermoso que antes.

Estas palabras del maestro escandalizaron a los jóvenes antipodistas, que se sintieron traicionados o burlados, y también a los mandarines.

-Tal día dice Meng Hsie tal cosa, y al día siguiente dice lo contrario -comentaban los mandarines-. Es imposible que ambas sean verdaderas. ¿Quién hace caso del anciano cuando le flaquea el entendimiento?

Algunos fueron a contarle al maestro lo que decían de él tanto los innovadores como los mandarines. Él se limitó a reír. Y como sus seguidores le demandaran una explicación, dijo:

-La realidad existe, pequeños míos, y ésa es incontrovertible. Verdades, en cambio, es decir, opiniones acerca de la realidad expresadas mediante palabras, hay muchas, y todas ellas son tan verdaderas como falsas.

Y por mucho que insistieron, los discípulos no consiguieron sacarle una palabra más.

LOS BOMBEROS / Mario Benedetti

Olegario no sólo fue un as del presentimiento, sino que además siempre estuvo muy orgulloso de su poder. A veces se quedaba absorto por un instante, y luego decía: “Mañana va a llover”. Y llovía. Otras veces se rascaba la nuca y anunciaba: “El martes saldrá el 57 a la cabeza”. Y el martes salía el 57 a la cabeza. Entre sus amigos gozaba de una admiración sin límites.

Algunos de ellos recuerdan el más famoso de sus aciertos. Caminaban con él frente a la Universidad, cuando de pronto el aire matutino fue atravesado por el sonido y la furia de los bomberos. Olegario sonrió de modo casi imperceptible, y dijo: “Es posible que mi casa se esté quemando”.

Llamaron un taxi y encargaron al chofer que siguiera de cerca a los bomberos. Éstos tomaron por Rivera, y Olegario dijo: “Es casi seguro que mi casa se esté quemando”. Los amigos guardaron un respetuoso y afable silencio; tanto lo admiraban.

Los bomberos siguieron por Pereyra y la nerviosidad llegó a su colmo. Cuando doblaron por la calle en que vivía Olegario, los amigos se pusieron tiesos de expectativa. Por fin, frente mismo a la llameante casa de Olegario, el carro de bomberos se detuvo y los hombres comenzaron rápida y serenamente los preparativos de rigor. De vez en cuando, desde las ventanas de la planta alta, alguna astilla volaba por los aires.

Con toda parsimonia, Olegario bajó del taxi. Se acomodó el nudo de la corbata, y luego, con un aire de humilde vencedor, se aprestó a recibir las felicitaciones y los abrazos de sus buenos amigos.

AMENAZAS / William Ospina

-Te devoraré -dijo la pantera.

-Peor para ti -dijo la espada.

CALIDAD Y CANTIDAD / Alejandro Jodorowsky

No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga

ESTE TIPO ES UNA MINA / Luisa Valenzuela

No sabemos si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de acero o de sus cabellos de plata. El hecho es que finalmente lo expropió el gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros.

LA VERDAD SOBRE SANCHO PANZA / Frank Kafka

Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie.

Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la

responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.

(SIN TÍTULO) / Gabriel Jiménez Eman

Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.

LOS LIBROS, LOS CIGARRILLOS, TU HIJO Y SUS JUGUETES, EL ROSTRO DE TU ESPOSA / Pedro Ugarte


Estás en casa, y es de noche, y apagas la última luz. Qué extraño: de pronto todo desaparece.

SOBREMESA O FIN DE MUNDO / Eloy Tizón


Hoy después de comer he retirado el mantel, he lavado los platos, y un día estaré muerto.

EL CAMELLO / Eduardo Berti


El camello había pasado ya la mitad de su cuerpo por el ojo de una aguja cuando dijo una mentira, le crecieron algo más las dos jorobas y quedó allí atrapado para siempre.

UNA INMORTALIDAD / Carlos Almira


El poeta de moda murió, y levantaron una estatua. Al pie grabaron uno de los epigramas que le valieron la inmortalidad y que ahora provoca la indiferencia o la risa, como la chistera, el corbatín y la barba de chivo del pobre busto. El Infierno no es de fuego ni de hielo, sino de bronce imperecedero.

EL PERRO / Anelio Rodríguez Concepción


En el más recóndito paraje del bosque rebulle el perro que todos llevamos dentro, buscando un camino de regreso a casa, el perro herido entre zarzales, el perro abandonado contra la cuneta, de pelambre hirsuta, lengua inerte colgando una rosa chicle, el perro sucio, el perro de azúcar, con su voz ronca, con la voz de las ramas temblando, el perro libre y feliz, libre, feliz, ladrador, perdedor, que todos llevamos dentro.

OLFATO ANIMAL / Álex Oviedo


Es ya de madrugada. En el ático, la vecina se deja mecer, anclada a su butaca, por las imágenes del televisor. El volumen del noticiario se cuela entre las persianas de los pisos. Un perro aúlla a la oscuridad. Ha sido el primero en vencer la muerte.

LA CLEPSIDRA / Javier Puche


Perseguido por tres libélulas gigantes, el cíclope alcanzó el centro del laberinto, donde había una clepsidra. Tan sediento estaba que sumergió irreflexivamente su cabeza en las aguas de aquel reloj milenario. Y bebió sin mesura ni placer. Al apurar la última gota, el tiempo se detuvo para siempre.

CUBO Y PALA / Carmela Greciet


Con los soles de finales de marzo mamá se animó a bajar de los altillos las maletas con ropa de verano. Sacó camisetas, gorras, shorts, sandalias..., y aferrado a su cubo y su pala, también sacó a mi hermano pequeño, Jaime, que se nos había olvidado.

Llovió todo abril y todo mayo.

ABRIL / Beatriz Alonso Aranzábal


Me senté en la última fila del autobús escolar, suplicando baches. Por fin salíamos de excursión toda la clase, y mis compañeras se regocijaban en sus asientos, mientras piropeaban al conductor. La profesora decía que la primavera no tiene remedio. Unos días antes yo había hecho el amor por primera vez. Sin precauciones.

HERENCIA / Paz Monserrat Revillo


Antes de ponerse el pendiente frotó el metal que rodeaba el zafiro con un bastoncito impregnado en líquido para limpiar plata. Cientos de estratos de tiempo levantaron el vuelo dejando la superficie luminosa y desnuda. Se acercó, curiosa, y la joya le devolvió el rostro adolescente de su abuela probándose el pendiente ante un espejo.

DESPUES DE LA GUERRA / Alejandro Jodorowsky

El último ser humano vivo lanzó la última paletada de tierra sobre el último muerto. En ese instante mismo supo que era inmortal, porque la muerte sólo existe en la mirada del otro.

EL RAYO QUE CAYÓ DOS VECES EN EL MISMO SITIO / Augusto Monterroso

Hubo una vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho.

La Oveja negra y demás fábulas, 1969

ARDIENTE / José de la Colina

¿Quieres soplarme en este ojo? -me dijo ella-. Algo se me metió en él que me molesta.
Le soplé en el ojo y vi su pupila encenderse como una brasa que acechara entre cenizas.

EL MELÓMANO / Eusebio Ruvalcaba

Compra discos, lee biografías de músicos, colecciona programas de mano. Por sus venas circula música. Y muchas veces ama aun más la música que los propios músicos. Pero llora en vez de tocar.

POST-OPERATORIO / Adolfo Bioy Casares

Fueran cuales fueran los resultados -declaró el enfermo, tres días después de la operación- la actual terapéutica me parece muy inferior a la de los brujos, que sanaban con encantamientos y con bailes.

PARA UN TESORRO DE SABIDURÍA POPULAR / Adolfo Bioy Casares

Me dice la tucumana: “Si te pica una araña, mátala en el acto. Igual distancia recorrerán la araña desde la picadura y el veneno hacia tu corazón”.

A PRIMERA VISTA / Poli Délano

Verse y amarse locamente fue una sola cosa. Ella tenía los colmillos largos y afilados. Él tenía la piel blanda y suave: estaban hechos el uno para el otro.

CUENTO DE ARENA / Jairo Aníbal Niño

Un día la ciudad desapareció. De cara al desierto y con los pies hundidos en la arena, todos comprendieron que durante treinta largos años habían estado viviendo en un espejismo.

FUNDICIÓN Y FORJA / Jairo Aníbal Niño

Todo se imaginó Superman, menos que caería derrotado en aquella playa caliente y que su cuerpo fundido, serviría después para hacer tres docenas de tornillos de acero, de regular calidad.

En: Henry González Martínez, La minificción en Colombia, p. 62

MOTIVO LITERARIO / Mónica Lavín

Le escribió tantos versos, cuentos, canciones y hasta novelas que una noche, al buscar con ardor su cuerpo tibio, no encontró más que una hoja de papel entre las sábanas.

DON QUIJOTE CUERDO / Marco Denevi

El único momento en que Sancho Panza no dudó de la cordura de don Quijote fue cuando lo nombraron (a él, a Sancho) gobernador de la ínsula Barataria.

69 / Ana María Shua

Despiértese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando.

Final del formulario

LA ANIQUILACIÓN DE LOS ZORROS / Lal Behary Day


La vida de una tribu entera de ogros puede estar concentrada en dos abejas. El secreto, sin embargo, fue revelado por un ogro a una princesa cautiva, que fingía temer que este no fuera inmortal. Los ogros no morimos, dijo el ogro para tranquilizarla. No somos inmortales, pero nuestra muerte depende de un secreto que ningún ser humano adivinará. Te lo revelaré, para que no sufras. Mira ese estanque: en su mayor profundidad, en el centro, hay un pilar de cristal, en cuya cima, bajo el agua, reposan dos abejas. Si un hombre puede sumergirse en las aguas y volver a la tierra con las abejas y darles libertad, todos los ogros moriremos. ¿Pero quién adivinará este secreto? No te apesadumbres; puedes considerarme inmortal.

La princesa reveló el secreto al héroe. Este liberó a las abejas y todos los ogros murieron, cada uno en su palacio.

MEDITACIÓN DEL VAMPIRO / Hipólito Navarro


En el campo amanece siempre mucho más temprano.

Eso lo saben bien los mirlos.

Pero tiene que pasar un buen rato desde que surge la primera luz hasta que aparece definitivamente el sol. Manda siempre el astro en avanzadilla una difusa claridad para que vaya explorando el terreno palmo a palmo, para que le informe antes de posibles sobresaltos o altercados. Luego, cuando ya tiene constancia de que todo está en orden, tal como quedó en la tarde previa, se atreve por fin a salir. Su buen trabajo le cuesta después recoger toda la claridad que derramó primero. Por eso se ve obligado a subir tan alto antes de caer, para que le dé tiempo a absorber toda esa luz y no dejar ninguna descarriada cuando se vuelva a hundir por el oeste.

Luego en el campo, paradójicamente, se hace de noche también muy pronto. 

Los mirlos apagan sus picos naranjas y se confunden con el paisaje.

Y agradecido yo, me descuelgo y salgo.
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