En distintas granjas y bares, 19-21 de octubre de 1998






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fecha de publicación15.03.2016
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en distintas granjas y bares, 19-21 de octubre de 1998

De las sandeces necesarias

para cimentar una leyenda
Estaba yo (pero cómo se le ocurre empezar una carta en pretérito imperfecto de indicativo que detiene la acción del relato y permite que se cuelen elementos en la oración que seguramente vienen de otras oraciones y delatan estados de ánimo que nunca entrarán en la carta que me está escribiendo y con los que yo no tengo nada que ver y va a haber que usar un coordinante extraoracional porque «con él lo que se cuenta no avanza», dice don Lázaro, ya empezamos mal), estaba yo y habla por mí el límite de doscientos kilómetros de plataforma epicontinental o límite de doscientos versos con las instituciones de la tribu más allá del cual cabrillean las aguas internacionales del periodismo, y qué le parece cómo me sienta decir y ponerme los faralaes de Vázquez Montalbán o Saladrigas, «cruzaba la Plaza Roja de Moscú hacia Kitái-górod, donde en un tiempo se enmarañaron las murallas, hablando con...», «estaba yo tomándome un anís en una terraza del boulevard des Italiens, donde nació la foto 4x4, cuando vi pasar a una nigeriana de ojos azules y pensé...», en el Bopan de Muntaner arriba, en realidad, estaba yo, este viernes pasado, 16, y leyendo de gorrón el diario veo que hablan de usted y que le han hecho dos fotos en una pose interesante, una espiando al lector, en contrapicado, la más grande, y la otra pensativo, el ojo izquierdo con flato a punto de llorar, pero no con los ojos vidriosos del Che en Vallegrande, ¿se acuerda?, sobre la pileta; y de las cosas que ponen ahí me iba a reír, mas recapacité y después parí que divertirse sin puntos de referencia le iba a decepcionar aun sin saber que me estaba riendo y opté por escribirle y divertirnos juntos.
El PTT (Periodista Tradicional Turiferario) acarreaba en el artículo materiales para la estatua que le están levantando en un parque que ya se verá, como uno de los enanitos de Blancanieves. Llevaba un bloque grande para la peana («De Gimferrer se esperan siempre obras rotundas, definitivas»), placas, no sé si dentarias («Está a punto de cambiar el castellano por el catalán»), y pelo..., sí, creo que un poco de pelo también para la calota colombina, que no se la arregló Llongueras y tiene que completar por abajo la figurativa cabellera de Durero que hará con el miserable follaje de los árboles por detrás, que habrá visto que parecen peladas gallinas en invierno. Y eso, que me gustaría entresacar y comentar unos pasajes, ahora que lo tengo vivo, que lo tengo a tiro, a pesar de su propia naturaleza de papel y construcción viva de periodista, y de ser un pensionista de la inmortalidad avant la mort, enfermedad que se había detenido en 1985, cuando le nombraron académico, y le ha venido una recidiva.
Lo primero que salta a la vista, y por eso salta, es el personaje que el articulista reivindica para usted, candidato que saldrá de las primarias para hacer la estatua. (Después vendrán las reivindicaciones sociales y municipales, cuando Cataluña entienda que le debe algo y le plante una alfombrilla de biznaga y le ponga un jardinero...) Lo cierto —aunque todavía no sé qué es a lo que accede que sea cierto— es que se produce una adición del personaje a la persona común y corriente (o corriente y sedente), el personaje literario cobra autonomía, cuando la persona que está sentada en un bar tomando agua mineral pasa del nivel anecdótico que no le importa a nadie al nivel mental, merced a un escenario. Y si ese escenario es París (porque no va a ser Vilanova i la Geltrú) y se es, acaso por un recurso defensivo, cómplice voluptuoso de una mujer que va de visita a la casa de su antiguo amante, sólo un cobarde escenográfico se resistiría a colocarse en un marco histórico creado expresamente para él en el que, concédame, sólo faltaba la cita del maquis, la boina de los existencialistas y un paraguas de Cherburgo (uno).
Parece que fue la «vulgaridad de las cosas» la que hizo que se declarase «insumiso al orden vigente». O aquí hay un malentendido, o un equívoco, o bien hay una apropiación de las de tamaño de lo que se entiende por ‘insumiso’. Insumiso fue el campesinado francés, empobrecido por la guerra de los Cien Años y como respuesta a la crisis que siguió, alzándose en jacquerie, palabra que prohijó todas las revueltas de este signo, los motines o pobladas en castellano, e insumiso como grupo pequeño de revolucionarios que se dan un plazo, la «minoría audaz», que es como debe interpretarse históricamente después que Trotski se tomó un respiro en el vagabundeo, llegó a México en el treinta y siete y fundó al año siguiente la IV Internacional; o como rebelde trófico, que se nutre de bramar, José Ramón Cantaliso, de Guillén «el malo» («duro espinazo insumiso»). Que usted se identifique con Trotski «en otro de los momentos estelares», no podía acabar en otra cosa que en Mascarada.
La estatua oculta otra tropelía. Va a ser vaciada junto con el «otro yo del poema». Goza del privilegio de un «me hace gracia, pero es pintura al duco», de un «a ver si me cogen», de unos trapicheos de personalidad en los que no anduvieron los que no tuvieron más remedio que ser auténticos y recoger ese valor después de muertos.
Otro yo a crédito, cribado del yo de Ezra Pound, debió haber sido encerrado por los aliados en una jaula para poetas-mono.
Otro yo a crédito, cribado del yo de Chatterton, debió haberse suicidado en Londres, preconizando que una mano, no siendo Kali, sólo da para un aperitivo.
Otro yo a crédito, cribado del yo de Itzhak Kacenelson, debió haber desaparecido en Treblinka.
Otro yo a crédito, cribado del yo de Miguel Ángel Bustos, debieron haberse llevado los militares argentinos y arrancarle la vida «como una camisa sudada y sangrienta».
Otro yo a crédito, quizás ese monte en dos cumbres dividido, cribado del yo de Quevedo, debió haber sido desterrado luego del proceso del duque de Osuna.
Otro yo a crédito, cribado del yo de Cervantes, debió haber cenado solo en un rincón, el sol se ha puesto, Argel, en el vaso se ve invertida la memoria, el hinojo al borde del camino obscuro, la gorguera roñosa, aterido, echado de todos lados, a veces la llama de una vela que se arquea y el comisario real de abastos que le habla. Él sí que estuvo en Lepanto, en la máquina.
Y usted, que es un salvavidas de poetas muertos, tiene ya el billete, un salvoconducto para estar muerto y hacerse el vivo. Tiene dos fotografías que conforman un retrato y dos máscaras, una que se saca y otra que se le ha movido; más de lo que tuvo Cervantes, que ni siquiera su retrato más famoso, el atribuido a Juan de Jáuregui, es de la cara que tenía.
La elevada rentabilidad de dos máscaras y dos fotografías (reconozca que a bajo costo) lo convierte en una especie de imán para la candonga exegética al que se pegan desperdicios literarios y vidas como alfileres, y ora el otro yo de usted es carne picada «de las novelas de Conrad», ora se le pega una «heroína surrealista», que se le pegó «por azar» y que, respetando algunas mudanzas introducidas por el otro yo cuando conviene que sea usted posando para la foto o cargadas en la cuenta de la máscara, es su mujer, o un teorema más que una mujer, por lo de hacer juego.
Toda su vida es santificada.
Habrá que ver si los tinterillos y jefazos que le rodean son tan angelicales...
El mutismo, «más patético que cualquier acusación». Con esta «forma distinta de vivir en la clandestinidad» y la que viene a continuación, el Poder histórico redactaría un folleto del «orden vigente» y aun le sobraría, y tenga por seguro que saldría más económico que el mamotreto en cuatricromía de los presupuestos generales del Estado. De cada diez, hay ocho que votan, uno se abstiene y otro pide explicaciones porque los políticos peleles no han cumplido el programa impersonal. De los ocho, dos dicen «qué le vamos a hacer» y seis han contraído su mutismo.
Prosigamos con la ocurrente clasificación, que están las letras juntas y las razones apartadas, como decían los de antes, por manera que aunque estén y se lea C-L-A-N-D-E-S-T-I-N-I-D-A-D, el sentido que aprendí está mordido y derrengado, «reformulado», se diría ahora, y la vida clandestina como la fizo Dios, borrón y cuentas de Mario Conde, «transcurre en la casa»; de donde yo también soy clandestino, pues apenas salgo de la mía.
¡Y combinada con la vida furtiva y el «serrallo»! Usted me dirá que hasta los inmortales dioses eran feos, Hefesto era «el ilustre cojo de ambos pies» en la Ilíada; pero... «sexo como experiencia trascendente», Pere..., pero... «serrallo», Pere... Tan luego... ¡serrallo!... Si me dijeran los que no lo saben que usted se parece a Leonardo DiCaprio o a Rob Lowe antes de darse a las drogas. Que tiene usted un club de fans. Sin un club no hay experiencia trascendente porque no hay póster. No usará el espejo de póster, ¿verdad?
—Espejito, espejito, ¿soy yo acaso el más hermoso de todos los académicos?
El dulce provocar al pasmarote,

el Pere juntamente y la dinamo...
La provocación, vuelta hacia dentro, «cuando habla del “joiell de la defecació”» (ni Sade lo hubiese dicho mejor), sólo explica el beneficio del dolor, pero no la creación de la crueldad, que exprime todas las vidas para que beba uno solo y que es un raid en los derechos humanos, una justicia que conduce sin licencia. Comer caca, «de hecho no debe leerse literalmente», es una forma de ahorrar y no un hito más que traspasa el egoarca. Si usted no hace como Curval, que casa a la hija con otro depravado, si no es un parricida, envenenador, incendiario, uxoricida, si no lo han quemado en efigie y no es blasfemo de propina, si come caca sin estas precauciones, mucho me temo que no es más que un asqueroso.
La tertulia se halla dividida. Un tercio cree que una cosa es lo que piensa usted y otra lo que escribe el periodista acerca de lo que piensa que ha pensado usted; por un lado está su mutismo, una de las «tres formas», y, por otro, las exageraciones de Julià Guillamon que parecen sacadas de su apellido. En ese tercio están Johnny el Guapo, terror de las damas, que dice aquello de las revistas de «no subscribir / compartir necesariamente las opiniones», y el 8000 de la serie McMulleán modelo Manué conduce una Gran Harca, abogado de su melancolía, Pere, ese sentimiento que deja hacer (alguien piensa que a sus espaldas, que es usted una víctima de su gloria). Del resto de la patulea ansarina, el Octópodo espera «a que llegue el momento» y el Súcubo Sifón, oh baby!, no sabe / no contesta. Cerrando la marcha un enemigo, el killer caraíta guardián de las palabras o, enfriando el agua del autorretrato, «el más negro de los libios», como arranca su Sermón del espumarajo, que no siente reverencia por lo que usted escribe y significa y quiere despenarlo:
—Usted no me conoce, pero anoche soñé con usted. Si usted decía que escribe con un ojo puesto en Rimbaud y otro en el celuloide, nosotros lo soñamos con un puñal en la diestra y la izquierda preguntándose qué es toda esta sangre.
La conciencia sacrificada en dudar de su complicidad con el halago, que tiene al tercio sin pegar pestaña, lo quita a usted de la dirección de la fábrica de las víctimas y lo pone de testaferro.* Debemos familiarizarnos con la idea de víctima prendida en la telaraña del artículo. Son las personas «que nunca leerán sus libros». Son las que se tragan el cebo de la leyenda del «académico como un infractor». Ésas son las víctimas que construirán sobre los cimientos ya puestos. Una vez dijo Julio Gárgano en la Argentina: «Su propensión es a ser millonario de la cultura». Se refería a Noé Jitrik. Trahit sua quemque voluptas, y la suya es a preferirlo todo, querer serlo todo, querer ser el Corto Maltés, una goleta, traje blanco de Sydney Greenstreet, gorra de Barral, padre portugués, madre inglesa (excelente combinación), haber nacido en Malta mejor que Mallorca o en Mitilene, mejor que en Malta, donde los Barbarroja. El sueño de otra vida, que siempre es de otra condición, a su tiempo, Jekyll y Vidriera, o «la verdadera vida está ausente», de quien usted y los mindundis sabemos.
En otro artículo que me muestra el 8000, Valentí Puig lo presenta casi moribundo,* «nada le atrae en la vida, salvo los libros». Le explico lo mejor que puedo que, vista su situación conforme al rumbo que ha tomado su vida en Planeta, en la RAE, en la sociedad catalana, hacia el Nobel y el poder, no llegó allí accidentalmente como Mr Chance, y que para no gustarle la vida, se lleva 200-300 billetes, si no más, y es el zarevitz de la corte editorial.
Seis años antes de morir, Cervantes intentó formar parte del séquito del conde de Lemos y, como sabe usted bien, navegaba contra la corriente.
Usted obra al revés. No busca entrar en un séquito. Son los periodistas los que forman parte del suyo.

Como Aramís, heredará la tierra.
Está en buenas manos.


el senyor Grau la dinamo ............................................. Grant

Sunny Sunday, el killer caraíta ………........................ Domingo Rodríguez Romero de Roa

Johnny el Guapo ............................................................ Carles Álvarez Garriga

el Octópodo .................................................................... Andrés Ciria Romero
Patulea Ansarina Headquarters, Alamogordo

El Pato Loco

Aribau y Diputación

viernes, 19.30

* * Que yo recuerde, lo primero que leí de Gimfi —así le llama mi cuñada, a quien le recorto todas las fotos que encuentro, y ella se ríe— fue una paginita donde vindicaba la figura de Proust, que Guillamon cita como puede y Gimfi imita en lo que alcanza. Sobre el mismo, leo en Bataille: «Ya no podemos alejarnos y purificarnos en soledad, estamos aquí, rodeados más plenamente de hombres tal y como son, que están mucho más acosados que un pez rodeado de agua: como si el agua en la que el pez nada fuera una inmensa prolongación del ser del pez».

Gimfi, querido, quién es el agua y quién el pez. (Nota de Johnny.)

* * Lo mató en París un agua mineral envenenada por «los manes de los grandes muertos», quienes nunca perdonarán a un poeta que no beba la sorcière glauque en la ciudad de todos los versos. «Alivia imaginarse a ese académico como un infractor», y a un impostor como ese académico. (Nota del Octópodo.)

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