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CUARTA DERROTA: 1942 o “Los girasoles ciegos” NARRADOR 1 (Se trata del hermano Salvador, es una epístola que dirige a un sacerdote a modo de confesión solicitando la absolución): Confiesa sentirse derrotado, y eso a pesar de haber presenciado ese mismo día el fusilamiento de un comunista. Le pide al destinatario -reverendo padre- su absolución o sus oraciones porque entiende que su pecado es imperdonable y duda de su propio arrepentimiento. Él se alistó en el “Glorioso Ejército Nacional” y combatió tres años. Vio lo mejor y lo peor del ser humano, y en el Monte Quemado mató. Los ideales se acaban perdiendo en la guerra. También conoció la carne y le resultó algo prodigioso. NARRADOR 2 (Recuerdos de Lorenzo, niño en el relato, escritos en primera persona): El tiempo altera los recuerdos, excepto de aquello que perdimos, eso queda como congelado en la memoria. Por eso, en sus recuerdos puede ver a su madre ya vieja, pero no a su padre ni al hermano Salvador, a ellos los recuerda jóvenes. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): A su regreso, fue incorporado como profesor de párvulos en el Colegio de la Sagrada Familia. Hablaba de la luz a sus discípulos, pero luz y tinieblas van unidas. Quizás por eso se fijó en un alumno que ya sabía leer cuando sus compañeros apenas balbuceaban. NARRADOR 3: (Es el autor- narrador en perspectiva omnisciente) Cuando la madre lo despertaba, el padre estaba ya en la cocina calentando la leche que se tomaba caliente y migada con pan de centeno. Lorenzo no quería ir al Colegio porque el hermano Salvador le tenía manía. Mientras él desayunaba, la madre lo iba vistiendo. Sus protestas continuaban hasta que peinado la ida resultaba inevitable. No le gustaba mentir y fingir que su padre estaba muerto. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Él siempre vivió en un mundo en orden, con una infancia feliz, en una familia acomodada. Le llegó la vocación con naturalidad y entró en el Seminario feliz ante la perspectiva de una vida de sacrificio ofrecida a Dios. Por eso no estaba preparado para enfrentarse al mal y poco a poco fue perdiendo la batalla. NARRADOR 2 (Lorenzo): Vivió su infancia como mirando un espejo: a un lado lo fingido y al otro lado la realidad. Su mundo era su barrio. Más allá había otros barrios cuyas bandas infantiles eran rivales y se odiaban porque sí. En medio había un pasillo neutral que le conducía al Colegio de la Sagrada Familia. De todos sus recuerdos de infancia prevalece el que su padre viviera escondido en su propia casa. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): El hermano Salvador se vio reflejado en aquel niño y pensó que Lorenzo podía ser un buen pastor. Mantenía la compostura en el patio cuando se cantaba el “Cara al sol”, pero observó que solo movía los labios. Lo castigó a permanecer en el patio, brazo en alto, le gritaba que se trataba del himno de los que quieren dar la vida por la patria cuando una voz dulce lo interrumpió: “Mi hijo no quiere morir por nadie, quiere vivir para mí”. Era la madre de Lorenzo y en su mirada lo esperaba su desvarío. NARRADOR 3 (Autor): Cuando se acostaba Lorenzo, Elena y Ricardo permanecían hablando a oscuras, susurrando. Ricardo solo podía salir de su escondite cuando había luz fuera, y ver la calle a través de las habitaciones del fondo, que daban a C/ Argel, durante el día. Después se convertía en una sombra que se movía sin hacer ruido. Querían escapar los tres juntos. Pero era complicado: Francia estaba deportando refugiados. Elena, la hija mayor, se había escapado con un poeta adolescente. Estaba entonces embarazada de 8 meses. No volvieron a saber de ella. El muchacho había publicado poemas en Mundo Obrero y en algún boletín de Ejército Popular. Salieron de Madrid en un camión de transporte de ganado. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Él creía saberlo todo hasta que conoció a Elena. Entre el mal y el bien hay un campo ambiguo que es lo humano. Y él no era más que un hombre. NARRADOR 2 (Lorenzo): Los balcones daban a la C/ Ayala, la zona humilde del bloque. Las ventanas eran un peligro porque podían ver a su padre. El ruido del ascensor los ponía en alerta y cuando se paraba en su planta, la tercera, contenían la respiración hasta que sonaba el timbre en cualquier otra puerta. Si alguien llamaba a casa, su padre se escondía en el armario que había en el dormitorio empotrado tras un tocador con dos mesillas a ambos lados de un espejo. Se había construido para aprovechar una irregularidad del piso y ahora servía como refugio. Había en el dormitorio también un armario de tres cuerpos con una gran luna en el que su derecha era la izquierda y viceversa. A eso, su padre lo llamaba puntos de vista. El armario olía a naftalina; el escondite de su padre, a humillación; las cárceles, a lejía y a frío. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): No volvió a obligar a cantar a Lorenzo, pero lo seguía al acabar las clases para encontrarse con su madre. Poco a poco comenzaron a hablar y él se sentía a gusto con ella. Creía que era la voluntad de Dios. El acompañarlos un trecho del camino se convirtió en hábito. Libraba su propia batalla interior. NARRADOR 3 (Autor): Lorenzo no quería ir al Colegio e inventaba todo tipo de excusas. Pero tenían que llevarlo para evitar sospechas. “Tenemos que ser fuertes para ayudar a Papá. Él nos necesita” -le susurraba la madre al dejarlo en el Colegio. Después permanecía en la valla hasta que los niños empezaban a cantar el himno y se iba en Metro a trabajar. Lo hacía como traductora en Hélices, empresa hispano-alemana auxiliar de otras empresas aeronáuticas; aunque, en realidad, era su marido quien traducía los encargos en una vieja máquina de escribir “Underwood” negra. Solo podía usarse la máquina cuando Elena estaba en casa. También trabajaba ella con su máquina de coser “Singer”, negra, para una lencería fina de la C/ Torrijos. Cuando regresó aquel día, la portera le dijo que un cura había ido a visitarla, que insistió en subir y había estado llamando a su casa. NARRADOR 2 (Lorenzo): Lorenzo lograba mantener su doble vida. Nada traía del exterior a su piso, ni siquiera los recuerdos o el miedo. Jugaba con los otros niños a esos juegos sin juguetes en los que siempre había víctimas y verdugos con castigos dolorosos -la taba, pídola, el rescate…-. Los otros niños hablaban de sus padres. El de Tino era picador y oficinista. Disfrutaban viéndolo llegar en el coche de cuadrillas que funcionaba con gasógeno, vestido de luces. Pepe Amigo presumía de que su padre cazaba pájaros en Paracuellos del Jarama. Tenía una motocicleta Gilera con las marchas en el depósito, había que soltar el manillar para cambiar, era todo una proeza. Tenía, además, la casa llena de jilgueros. Los dos hermanos Chaburre tenían 12 vacas en el patio que ordeñaba el padre. Él no podía hablar del suyo, y esa fue la única compensación que tuvo cuando se supo que vivía y lo cuidaba desde el interior de un armario. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Empezó a seguir a Elena y a informase. Por un alférez, Comisario en Gobernación, supo que el marido, Ricardo Mazo, profesor de Literatura en el instituto Galindo, constaba en los archivos como huido. Fue uno de los organizadores del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, Comisionado por el Gobierno en 1936 a Plymouth para alterar las resoluciones de No Intervención tomadas por las Trade-Unions inglesas. Tenían dos hijos. Elena, la mayor, nació en 1922 y Lorenzo, que tenía 7 años. No constaba su bautismo. Fue a la parroquia de Covadonga pero no pudieron facilitarle su fe de bautismo. Aunque habían nacido antes del alzamiento, la parroquia no había sido saqueada. También le extrañaba que nunca hablaran de Elena, la hija mayor. NARRADOR 2 (Lorenzo): Aunque era un niño, vivía en el miedo. Un día en que jugaban al parchís, arrancó el ascensor y se detuvo en el 3º. Su padre se escondió, su madre recogió un juego de fichas y a él lo acostó. Después fue a abrir la puerta, la estaban aporreando. Entonces recordó que no habían recogido los papeles que su padre había dejado en la mesa. Se levantó y sigilosamente los recogió. Oía voces desabridas que insultaban a su madre. Echó las hojas en el armario donde “…se escondía mi padre y su silencio”. NARRADOR 3 (Autor): Llegaron 4 hombres gritones a registrar la casa. Un joven “dandi” iba al mando. Llevaron a Elena a la cocina y mientras dos de ellos la interrogaban, otros dos registraron el piso. Dejaron una pistola sobre la mesa de mármol. Elena contestó al interrogatorio como pudo, eran preguntas caóticas, rápidas, salpicadas de insultos y procacidades. El interrogatorio se interrumpió cuando uno de ellos apareció arrastrando a Lorenzo de una oreja. Después lo revolvieron todo, pero no encontraron el armario. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Elena pide a Ricardo que no siga bebiendo, no quiere que Lorenzo lo vea así. Le retira la botella y cuando regresa lo encuentra en el balcón. Serían las 10 de la noche. Se arrojó sobre él para apartarlo y quedaron tumbados en el suelo. Lo que horrorizaba a Ricardo era pensar que alguien quisiera matarlo por sus ideas, o que matar fuera la única solución. Elena recogió los pedazos de su marido deshecho y lo llevó dulcemente al dormitorio. Y allí tuvo que ayudarle, recomponerlo, suavemente hasta que acabaron haciendo el amor en silencio. NARRADOR 2 (Lorenzo): Nunca hablaban de sus recuerdos de la guerra. Se había impuesto el léxico de los ganadores donde Franco y Primo de Rivera eran los “salvadores”, las víctimas eran “héroes” y los muertos, “caídos por la Patria”. Javier Ruiz Tapiador eran un amigo de familia acomodada que vestía de tarde en tarde el traje de flecha. Tenía un hermano mayor, Carlos, que los aterrorizaba con historias de miedo de niños acosados por leprosos carnívoros. Una pesadilla que lo persiguió en su infancia. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Quiere contar la verdad, pero no logra encontrar el arrepentimiento: nadie le enseñó a distinguir entre el amor y la lascivia. NARRADOR 2 (Lorenzo): Siempre tuvo miedo de los leprosos. NARRADOR 3 (Autor): Ricardo se fue volviendo más taciturno. Se alteraba si le hablaban de la vida exterior. No soportaba pensar que allí se había vuelto a la rutina en el olvido. Apenas era ya una sombra de lo que fue, parecía que quisiera ser transparente. Solo la insistencia de Elena y su ternura lograban sacarlo de ese estado. El hombre resuelto que había sido solo aparecía cuando Lorenzo estaba en casa. NARRADOR 2 (Lorenzo): Por evitar sospechas, a veces, iban amigos a jugar a su casa. El padre se encerraba en el armario con sus libros y un candil de carburo. Por fortuna, el mal carácter de la portera y su marido, Casto, evitaba visitas imprevistas. Recuerda una vez que tuvo su padre que salir con una descomposición y los amigos lo entrevieron por los cristales de la puerta. La madre inventó la historia de un fantasma que todos aceptaron para seguir jugando al parchís sin más preguntas. Pero el ruido de la cisterna les heló la sangre. La madre afirmó con naturalidad que el fantasma siempre hacía lo mismo: tiraba de la cisterna y luego desaparecía. Después de saberlo, todos siguieron jugando al parchís. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Un día siguió a Elena hasta un piso que resultó un taller de ropa íntima. Le molestó pensar en aquellas manos tejiendo prendas destinadas a mujeres disolutas. Sin pensarlo, le cogió las manos y se las llevó a su rostro. Cuando la miró, ella lloraba. Las costureras los miraban. Él creyó que ella estaba conmovida al comprobar la intensidad de su afecto. Balbuceó una excusa y regresó al Colegio sintiéndose satisfecho. Tuvo que morir un hombre para que comprendiera lo equivocado que estaba. NARRADOR 3 (Autor): El hermano Salvador interrogó a Lorenzo por su padre. Estaba muerto. Su madre, a veces, era ayudada por la Señora Eulalia, pero ahora estaba en la cárcel por estraperlista. Su madre la conocía desde niña. Los jueves a las 6, iban a la cárcel de Las Ventas a verla. Se situaban en la acera de enfrente y un pañuelo ondeando entre las rejas era la señal de que estaba recuperando fuerzas para seguir viviendo. Y el hermano Salvador se sintió lleno de regocijo por las respuestas de Lorenzo: todo estaba en su sitio. NARRADOR 2 (Lorenzo): Un amigo del grupo, Silverín, cuyo padre era un apocado y su madre un encanto, no se acercó un día a besar la mano del párroco de la iglesia de Covadonga como hicieron todos: “¿Creéis que los curas no se limpian el culo?”. Aquello le supuso a Lorenzo una revelación: sus padres tenían miedo de decirle lo que pensaban y ahora él sentía miedo de saberlo. Los secretos eran otra forma de complicidad. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Su afecto por Elena había ido creciendo hasta llevarlo a pensar en renunciar a su sacerdocio. La veía desvalida, viuda, sin noticias de su hija y con la obligación de criar a Lorenzo. Acudió a su casa para sincerarse con ella, pero nunca lograba encontrarla. El hermano Arcediano, el Superior, llegó a llamarle la atención por tanta salida, a pesar de que formara parte de sus obligaciones el recaudar fondos. Y tenía razón, porque las oraciones se le hacían interminables. NARRADOR 3 (Autor): Ricardo dejó de escribir en la “Underwood” y Elena de limpiar lentejas cuando el ascensor se puso en marcha y se detuvo en la 3ª planta. Ricardo se escondió y ella comprobó que todo estaba en orden. Abrió el balcón. Sonó el timbre y era el hermano Salvador. Tuvo que dejarlo entrar, lo acompañó al comedor, le ofreció agua pero él pidió vino. Quería hablarle de Lorenzo: podía ser el primero, el mejor, él podía conseguir que entrara en el Seminario. Le daría una buena formación y eso no significaba que tuviera que ser sacerdote. Él ya no quería ser sacerdote. Ante la sorpresa de Elena, le aclaró que solo era diácono, pero que esperaba formar algún día una familia. Cuando pasó al servició, Elena aprovechó para comprobar que todo estaba en orden. Regresó del baño exhibiendo una cuchilla de afeitar. Elena, simulando un pudor que ocultaba su rabia, le dijo que la usaba ella para afeitarse las piernas. Subió su falda para demostrarlo. El hermano Salvador se arrodilló para acariciar su pantorrilla y ella, entonces, maldijo el ser atractiva. Tenía miedo de gritar, estaba indefensa. NARRADOR 2 (Lorenzo): Desde un descampado vecino al cine Argel, a través de la puerta de zinc, los niños oían las bandas sonoras de las películas. Allí descubrió lo prohibido. Junto al portal de su casa vivía Ceferino, el carbonero, y su mujer Blanca, que tenía aspecto de viuda. Tenían 2 hijos: Luis que sabía mucho de mundo y el otro, ¿Juan? con una capacidad de ira inolvidable. Luis tenía 7 u 8 años más y los llevaba a oír la bandas sonoras de las películas 4, las más peligrosas según la clasificación eclesiástica. Vendían con las entradas unos escudos “para la reconstrucción nacional”. “Cruzada” significaba, en realidad “guerra”; “nacional”, “vencedor; “voluntario”, “obligatorio”; y todo se aceptaba sin rechistar. Junto a la puerta de zinc del cine oían los diálogos que no entendían pero que el hijo del carbonero interpretaba para ellos. Así aprendió los primeros secretos que tuvo que ocultar a sus padres. Se empezó a sentir sabio, y a comprender frases y gestos que antes no entendía. El cuerpo estaba proscrito, el dolor era bueno y el placer malo. A la salud se llegaba por el sacrificio y a la enfermedad por los instintos. A veces, fingía dormir para escuchar a sus padres pecar. Hoy recuerda con nostalgia su silencio. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Todo lo que él creyó victoria se transformó en fracaso por la concupiscencia. Vivía obsesionado por Elena. Fue a su casa para proponerle que entrara Lorenzo en el Seminario, hablaron. Y, de pronto, se encontró arrodillado ante ella. Elena le atrajo y lo rechazó. Aquello lo enloqueció y aún no sabe si recobró la cordura. NARRADOR 3 (Autor): Debían escapar, podían dejar a Lorenzo con sus tíos en Méntrida. Pero Elena quería que fueran los 3. Debían ir en autobuses, en trayectos cortos. Podían llegar hasta Almería y pasar a Marruecos. Debían vender lo que pudieran, conseguir dinero. Lorenzo llevó una carta al Colegio explicando que debían operarlo de anginas. El hermano Salvador le preguntó por qué no lo acompañaba ya su madre al colegio y el niño explicó que también tenía anginas. NARRADOR 2 (Lorenzo): Lorenzó no preguntó por qué su madre ya no lo acompañaba. Ella había hablado con las taquilleras del Metro para que lo dejaran atravesar el cruce más peligroso del trayecto a la escuela. El Metro olía a ropa usada y a aliento y tenía luz mortecina. Imaginaba a los leprosos en el tunel y el chirriar de los trenes se le representaba sus gritos moribundos. Su padre salía cada vez menos. A él le gustaba acurrucarse juntos en su armario y permanecer a su lado. Llegó un momento en que no salía ni para comer, y aquel armario comenzó a oler como el Metro. Sin embargo, el ir y venir al Colegio, solo, le trajo una nueva sensación de libertad. Un día descubrió que el hermano Salvador lo seguía. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Pidió autorización para abandonar el convento y el colegio y se instaló en una pensión. Se sentía perdido. Una mujer le había arrebatado todo aquello en lo que había creído. Necesitaba saber por qué no le correspondía. NARRADOR 3 (Autor): Los muebles fueron vendiéndose y desapareciendo. Ricardo podía enfermar y había que precipitar la huida. Estaban solos, no podían acudir a nadie. Ricardo ya no salía, el niño le leía pasajes de Lewis Carroll para animarlo. Ya casí habían reunido el dinero cuando un día sonó el timbre. Era el hermano Salvador vestido de seglar. Preguntó por Lorenzo. NARRADOR 2 (Lorenzo): Debió avisar a sus padres de que el hermano Salvador lo seguía. No estaban preparados. Llegó furioso y su madre tuvo que dejarlo pasar. Encontró a Lorenzo en la cocina, fingía leer Alicia en el país de las maravillas. Le pidió que le dejara hablar a solas con la madre. Cuando acudió a los gritos de su madre vio cómo su padre se abalanzaba sobre el hermano Salvador “…que estaba a horcajadas sobre ella”. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Había sido un instrumento de Dios. Arremetió contra ella llevado por un deseo desconocido para él, pero eso fue lo que hizo salir al marido escondido (“el instigador del mal, el abyecto organizador de ese entramado de mentiras”). NARRADOR 3 (Autor): Pasado el primer momento de estupor, al hermano Salvador le bastó un manotazo para sacudirse de encima a Ricardo. Preguntó a Lorenzo, inmóvil en la puerta, quién era aquel: “Es mi padre, hijo de puta”. Y entonces se marchó gritando: llamaba a la Policía. NARRADOR 2 (Lorenzo): El padre parecía un alfeñique. Los tres se abrazaron llorando. Todo había llegado a su fin. NARRADOR 3 (Autor): Ricardo logró levantarse a duras penas y avanzó por el pasillo. A los gritos del diácono, algunos rostros comenzaban a asomar por las ventanas. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Buscaba justicia y no venganza. El maligno trocó su orgullo en remordimiento y lo humilló. NARRADOR 2 (Lorenzo): Recuerda a su padre sentado en el alfeizar de la ventana del pasillo. Se arrojó al vacío. Recuerda que se despidió de ellos, aunque la madre dice que no pronunció una sola palabra. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): Se suicidó para cargar sobre su conciencia (de Salvador) su perdición y arrebatarle la gloria de haber hecho justicia. NARRADOR 3 (Autor): Antes de arrojarse al vacío, Ricardo miró a su mujer y a su hijo y sonrió. NARRADOR 2 (Lorenzo): Su madre debía tener razón porque el recuerdo de su padre sonriendo mientras caía no pudo existir. Él era pequeño y no alcanzaba a asomarse a la ventana. NARRADOR 1 (Hermano Salvador): “Aquí termina mi confesión”. Solicita la absolución, renuncia al sacerdocio. “…en el futuro vivirá como uno más entre los girasoles ciegos”. |