Miguel de Cervantes Saavedra






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Miguel de Cervantes Saavedra

NOVELA
LA GITANILLA

Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de

padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser

ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos

como acidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte.

Una, pues, desta nación, gitana vieja, que podía ser jubilada en la ciencia de Caco, crió una

muchacha en nombre de nieta suya, a quien puso nombre Preciosa, y a quien enseñó todas

sus gitanerías y modos de embelecos y trazas de hurtar. Salió la tal Preciosa la más única

bailadora que se hallaba en todo el gitanismo, y la más hermosa y discreta que pudiera

hallarse, no entre los gitanos, sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la

fama. Ni los soles, ni los aires, ni todas las inclemencias del cielo, a quien más que otras

gentes están sujetos los gitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir las manos; y lo que es

más, que la crianza tosca en que se criaba no descubría en ella sino ser nacida de mayores

prendas que de gitana, porque era en estremo cortés y bien razonada. Y, con todo esto, era

algo desenvuelta, pero no de modo que descubriese algún género de deshonestidad; antes,

con ser aguda, era tan honesta, que en su presencia no osaba alguna gitana, vieja ni moza,

cantar cantares lascivos ni decir palabras no buenas. Y, finalmente, la abuela conoció el

tesoro que en la nieta tenía; y así, determinó el águila vieja sacar a volar su aguilucho y

enseñarle a vivir por sus uñas.

Salió Preciosa rica de villancicos, de coplas, seguidillas y zarabandas, y de otros versos,

especialmente de romances, que los cantaba con especial donaire. Porque su taimada abuela

echó de ver que tales juguetes y gracias, en los pocos años y en la mucha hermosura de su

nieta, habían de ser felicísimos atractivos e incentivos para acrecentar su caudal; y así, se los

procuró y buscó por todas las vías que pudo, y no faltó poeta que se los diese: que también

hay poetas que se acomodan con gitanos, y les venden sus obras, como los hay para ciegos,

que les fingen milagros y van a la parte de la ganancia. De todo hay en el mundo, y esto de la

hambre tal vez hace arrojar los ingenios a cosas que no están en el mapa.

Crióse Preciosa en diversas partes de Castilla, y, a los quince años de su edad, su abuela

putativa la volvió a la Corte y a su antiguo rancho, que es adonde ordinariamente le tienen

los gitanos, en los campos de Santa Bárbara, pensando en la Corte vender su mercadería,

donde todo se compra y todo se vende. Y la primera entrada que hizo Preciosa en Madrid

fue un día de Santa Ana, patrona y abogada de la villa, con una danza en que iban ocho

gitanas, cuatro ancianas y cuatro muchachas, y un gitano, gran bailarín, que las guiaba. Y,

aunque todas iban limpias y bien aderezadas, el aseo de Preciosa era tal, que poco a poco fue

enamorando los ojos de cuantos la miraban. De entre el son del tamborín y castañetas y fuga

del baile salió un rumor que encarecía la belleza y donaire de la gitanilla, y corrían los

muchachos a verla y los hombres a mirarla. Pero cuando la oyeron cantar, por ser la danza

cantada, ¡allí fue ello! Allí sí que cobró aliento la fama de la gitanilla, y de común

consentimiento de los diputados de la fiesta, desde luego le señalaron el premio y joya de la

mejor danza; y cuando llegaron a hacerla en la iglesia de Santa María, delante de la imagen de

Santa Ana, después de haber bailado todas, tomó Preciosa unas sonajas, al son de las cuales,

dando en redondo largas y ligerísimas vueltas, cantó el romance siguiente:

-Árbol preciosísimo

que tardó en dar fruto

años que pudieron

cubrirle de luto,

y hacer los deseos

del consorte puros,

contra su esperanza

no muy bien seguros;

de cuyo tardarse

nació aquel disgusto

que lanzó del templo

al varón más justo;

santa tierra estéril,

que al cabo produjo

toda la abundancia

que sustenta el mundo;

casa de moneda,

do se forjó el cuño

que dio a Dios la forma

que como hombre tuvo;

madre de una hija

en quien quiso y pudo

mostrar Dios grandezas

sobre humano curso.

Por vos y por ella

sois, Ana, el refugio

do van por remedio

nuestros infortunios.

En cierta manera,

tenéis, no lo dudo,

sobre el Nieto, imperio

pïadoso y justo.

A ser comunera

del alcázar sumo,

fueran mil parientes

con vos de consuno.

¡Qué hija, y qué nieto,

y qué yerno! Al punto,

a ser causa justa,

cantárades triunfos.

Pero vos, humilde,

fuistes el estudio

donde vuestra Hija

hizo humildes cursos;

y agora a su lado,

a Dios el más junto,

gozáis de la alteza

que apenas barrunto.

El cantar de Preciosa fue para admirar a cuantos la escuchaban. Unos decían: ''¡Dios te

bendiga la muchacha!''. Otros: ''¡Lástima es que esta mozuela sea gitana! En verdad, en

verdad, que merecía ser hija de un gran señor''. Otros había más groseros, que decían:

''¡Dejen crecer a la rapaza, que ella hará de las suyas! ¡A fe que se va añudando en ella gentil

red barredera para pescar corazones!'' Otro, más humano, más basto y más modorro,

viéndola andar tan ligera en el baile, le dijo: ''¡A ello, hija, a ello! ¡Andad, amores, y pisad el

polvito atán menudito!'' Y ella respondió, sin dejar el baile: ''¡Y pisarélo yo atán menudó!''

Acabáronse las vísperas y la fiesta de Santa Ana, y quedó Preciosa algo cansada, pero tan

celebrada de hermosa, de aguda y de discreta y de bailadora, que a corrillos se hablaba della

en toda la Corte. De allí a quince días, volvió a Madrid con otras tres muchachas, con sonajas

y con un baile nuevo, todas apercebidas de romances y de cantarcillos alegres, pero todos

honestos; que no consentía Preciosa que las que fuesen en su compañía cantasen cantares

descompuestos, ni ella los cantó jamás, y muchos miraron en ello y la tuvieron en mucho.

Nunca se apartaba della la gitana vieja, hecha su Argos, temerosa no se la despabilasen y

traspusiesen; llamábala nieta, y ella la tenía por abuela. Pusiéronse a bailar a la sombra en la

calle de Toledo, y de los que las venían siguiendo se hizo luego un gran corro; y, en tanto que

bailaban, la vieja pedía limosna a los circunstantes, y llovían en ella ochavos y cuartos como

piedras a tablado; que también la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad dormida.

Acabado el baile, dijo Preciosa:

-Si me dan cuatro cuartos, les cantaré un romance yo sola, lindísimo en estremo, que trata de

cuando la Reina nuestra señora Margarita salió a misa de parida en Valladolid y fue a San

Llorente; dígoles que es famoso, y compuesto por un poeta de los del número, como capitán

del batallón.

Apenas hubo dicho esto, cuando casi todos los que en la rueda estaban dijeron a voces:

-¡Cántale, Preciosa, y ves aquí mis cuatro cuartos!

Y así granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos a cogerlos. Hecho, pues, su

agosto y su vendimia, repicó Preciosa sus sonajas y, al tono correntío y loquesco, cantó el

siguiente romance:

-Salió a misa de parida

la mayor reina de Europa,

en el valor y en el nombre

rica y admirable joya.

Como los ojos se lleva,

se lleva las almas todas

de cuantos miran y admiran

su devoción y su pompa.

Y, para mostrar que es parte

del cielo en la tierra toda,

a un lado lleva el sol de Austria,

al otro, la tierna Aurora.

A sus espaldas le sigue

un Lucero que a deshora

salió, la noche del día

que el cielo y la tierra lloran.

Y si en el cielo hay estrellas

que lucientes carros forman,

en otros carros su cielo

vivas estrellas adornan.

Aquí el anciano Saturno

la barba pule y remoza,

y, aunque es tardo, va ligero;

que el placer cura la gota.

El dios parlero va en lenguas

lisonjeras y amorosas,

y Cupido en cifras varias,

que rubíes y perlas bordan.

Allí va el furioso Marte

en la persona curiosa

de más de un gallardo joven,

que de su sombra se asombra.

Junto a la casa del Sol

va Júpiter; que no hay cosa

difícil a la privanza

fundada en prudentes obras.

Va la Luna en las mejillas

de una y otra humana diosa;

Venus casta, en la belleza

de las que este cielo forman.

Pequeñuelos Ganimedes

cruzan, van, vuelven y tornan

por el cinto tachonado

de esta esfera milagrosa.

Y, para que todo admire

y todo asombre, no hay cosa

que de liberal no pase

hasta el estremo de pródiga.

Milán con sus ricas telas

allí va en vista curiosa;

las Indias con sus diamantes,

y Arabia con sus aromas.

Con los mal intencionados

va la envidia mordedora,

y la bondad en los pechos

de la lealtad española.

La alegría universal,

huyendo de la congoja,

calles y plazas discurre,

descompuesta y casi loca.

A mil mudas bendiciones

abre el silencio la boca,

y repiten los muchachos

lo que los hombres entonan.

Cuál dice: ''Fecunda vid,

crece, sube, abraza y toca

el olmo felice tuyo

que mil siglos te haga sombra

para gloria de ti misma,

para bien de España y honra,

para arrimo de la Iglesia,

para asombro de Mahoma''.

Otra lengua clama y dice:

''Vivas, ¡oh blanca paloma!,

que nos has de dar por crías

águilas de dos coronas,

para ahuyentar de los aires

las de rapiña furiosas;

para cubrir con sus alas

a las virtudes medrosas''.

Otra, más discreta y grave,

más aguda y más curiosa

dice, vertiendo alegría

por los ojos y la boca:

''Esta perla que nos diste,

nácar de Austria, única y sola,

¡qué de máquinas que rompe!,

¡qué [de] disignios que corta!,

¡qué de esperanzas que infunde!,

¡qué de deseos mal logra!,

¡qué de temores aumenta!,

¡qué de preñados aborta!''

En esto, se llegó al templo

del Fénix santo que en Roma

fue abrasado, y quedó vivo

en la fama y en la gloria.

A la imagen de la vida,

a la del cielo Señora,

a la que por ser humilde

las estrellas pisa agora,

a la Madre y Virgen junto,

a la Hija y a la Esposa

de Dios, hincada de hinojos,

Margarita así razona:

''Lo que me has dado te doy,

mano siempre dadivosa;

que a do falta el favor tuyo,

siempre la miseria sobra.

Las primicias de mis frutos

te ofrezco, Virgen hermosa:

tales cuales son las mira,

recibe, ampara y mejora.

A su padre te encomiendo,

que, humano Atlante, se encorva

al peso de tantos reinos

y de climas tan remotas.

Sé que el corazón del Rey

en las manos de Dios mora,

y sé que puedes con Dios

cuanto quieres piadosa''.

Acabada esta oración,

otra semejante entonan

himnos y voces que muestran

que está en el suelo la Gloria.

Acabados los oficios

con reales ceremonias,

volvió a su punto este cielo

y esfera maravillosa.

Apenas acabó Preciosa su romance, cuando del ilustre auditorio y grave senado que la oía, de

muchas se formó una voz sola que dijo:

-¡Torna a cantar, Preciosica, que no faltarán cuartos como tierra!

Más de docientas personas estaban mirando el baile y escuchando el canto de las gitanas, y

en la fuga dél acertó a pasar por allí uno de los tinientes de la villa, y, viendo tanta gente

junta, preguntó qué era; y fuele respondido que estaban escuchando a la gitanilla hermosa,

que cantaba. Llegóse el tiniente, que era curioso, y escuchó un rato, y, por no ir contra su

gravedad, no escuchó el romance hasta la fin; y, habiéndole parecido por todo estremo bien

la gitanilla, mandó a un paje suyo dijese a la gitana vieja que al anochecer fuese a su casa con

las gitanillas, que quería que las oyese doña Clara, su mujer. Hízolo así el paje, y la vieja dijo

que sí iría.

Acabaron el baile y el canto, y mudaron lugar; y en esto llegó un paje muy bien aderezado a

Preciosa, y, dándole un papel doblado, le dijo:

-Preciosica, canta el romance que aquí va, porque es muy bueno, y yo te daré otros de

cuando en cuando, con que cobres fama de la mejor romancera del mundo.

-Eso aprenderé yo de muy buena gana -respondió Preciosa-; y mire, señor, que no me deje

de dar los romances que dice, con tal condición que sean honestos; y si quisiere que se los

pague, concertémonos por docenas, y docena cantada y docena pagada; porque pensar que le

tengo de pagar adelantado es pensar lo imposible.

-Para papel, siquiera, que me dé la señora Preciosica -dijo el paje-, estaré contento; y más,

que el romance que no saliere bueno y honesto, no ha de entrar en cuenta.

-A la mía quede el escogerlos -respondió Preciosa.

Y con esto, se fueron la calle adelante, y desde una reja llamaron unos caballeros a las

gitanas. Asomóse Preciosa a la reja, que era baja, y vio en una sala muy bien aderezada y muy

fresca muchos caballeros que, unos paseándose y otros jugando a diversos juegos, se

entretenían.

-¿Quiérenme dar barato, cenores? -dijo Preciosa (que, como gitana, hablaba ceceoso, y esto

es artificio en ellas, que no naturaleza).

A la voz de Preciosa y a su rostro, dejaron los que jugaban el juego y el paseo los paseantes; y

los unos y los otros acudieron a la reja por verla, que ya tenían noticia della, y dijeron:

-Entren, entren las gitanillas, que aquí les daremos barato.

-Caro sería ello -respondió Preciosa- si nos pellizcacen.

-No, a fe de caballeros -respondió uno-; bien puedes entrar, niña, segura, que nadie te tocará

a la vira de tu zapato; no, por el hábito que traigo en el pecho.

Y púsose la mano sobre uno de Calatrava.

-Si tú quieres entrar, Preciosa -dijo una de las tres gitanillas que iban con ella-, entra en hora

buena; que yo no pienso entrar adonde hay tantos hombres.

-Mira, Cristina -respondió Preciosa-: de lo que te has de guardar es de un hombre solo y a

solas, y no de tantos juntos; porque antes el ser muchos quita el miedo y el recelo de ser

ofendidas. Advierte, Cristinica, y está cierta de una cosa: que la mujer que se determina a ser

honrada, entre un ejército de soldados lo puede ser. Verdad es que es bueno huir de las

ocasiones, pero han de ser de las secretas y no de las públicas.

-Entremos, Preciosa -dijo Cristina-, que tú sabes más que un sabio.

Animólas la gitana vieja, y entraron; y apenas hubo entrado Preciosa, cuando el caballero del

hábito vio el papel que traía en el seno, y llegándose a ella se le tomó, y dijo Preciosa:

-¡Y no me le tome, señor, que es un romance que me aca ban de dar ahora, que aún no le he

leído!

-Y ¿sabes tú leer, hija? -dijo uno.

-Y escribir -respondió la vieja-; que a mi nieta hela criado yo como si fuera hija de un letrado.

Abrió el caballero el papel y vio que venía dentro dél un escudo de oro, y dijo:

-En verdad, Preciosa, que trae esta carta el porte dentro; toma este escudo que en el romance

viene.

-¡Basta! -dijo Preciosa-, que me ha tratado de pobre el poeta, pues cierto que es más milagro

darme a mí un poeta un escudo que yo recebirle; si con esta añadidura han de venir sus

romances, traslade todo el
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