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The Western Echo, que publicaba en primera página un artículo sobre la muerte de Richard Warwick: «Prominente residente local asesinado por un agresor misterioso», rezaba el titular. Farrar se sentó y comenzó a leer el artículo con nerviosismo. Pasados unos minutos, dejó el periódico a un lado, se dirigió a la ventana y, con un último vistazo a la habitación, se adentró en el jardín. Había recorrido la mitad del terreno cuando oyó un ruido a sus espaldas. Dio media vuelta y comenzó a farfullar: -Laura, lo siento, yo... -Pero se detuvo en seco al comprobar que la persona que venía en su dirección no era Laura Warwick, sino Angell, el asistente del difunto Richard Warwick. -Señor, la señora Warwick me ha pedido que le comunique que bajará enseguida -dijo Angell-. Pero yo me preguntaba si sería posible hablar un momento con usted. -Claro. ¿De qué se trata? Angell se acercó a Julian Farrar y dio unos pasos más alejándose de la casa, como si le preocupara que alguien pudiera oír lo que tenía que decir. -¿Y bien? -preguntó Farrar al adivinar sus intenciones. -Señor, siento cierta preocupación sobre mi situación en esta casa y quería consultarlo con usted. Preocupado por sus propios asuntos, Julian Farrar no estaba interesado en aquello. -Y bien, ¿cuál es el problema? Angell reflexionó un momento antes de contestar: -Con la muerte del señor Warwick, pierdo mi puesto de trabajo. -Sí, supongo que sí. Pero, no creo que tenga dificultad en encontrar otro, ¿verdad? -Espero que no, señor. -Usted es un hombre cualificado, ¿no es cierto? -preguntó Farrar. -Oh, sí. Además, siempre tengo la posibilidad de trabajar en un hospital o en un centro privado, ya lo sé. -Entonces, ¿qué le preocupa? -indagó Farrar. -Pues bien, señor, las circunstancias en las que este trabajo ha llegado a su término han sido muy desagradables para mí. -Hablando en cristiano, no le gusta la idea de haberse visto involucrado en un asesinato. ¿Es eso? -Podríamos decirlo así, señor -asintió el asistente. -Pues bien, me temo que nadie puede hacer nada al respecto. De todos modos, supongo que la señora Warwick le dará buenas referencias. -Farrar sacó la pitillera y la abrió. -No creo que haya ningún problema al respecto, señor -respondió Angell-. La señora Warwick es una persona muy agradable, encantadora, si me permite decirlo. Farrar, que había decidido esperar a Laura, estaba a punto de regresar a la casa, pero se giró al percibir algo extraño en la actitud del asistente. -¿Qué quiere decir? -preguntó con voz queda. -No quisiera causar ninguna molestia a la señora Warwick -respondió Angell con voz melosa. Antes de replicar, Farrar extrajo un cigarrillo de la pitillera. -¿Quiere decir que está alargando su estadía por deferencia a ella? -Es cierto, señor -confirmó Angell-, que la ayudo con los asuntos de la casa, pero no es eso lo que quería decir exactamente. -Guardó silencio un instante antes de continuar-. De hecho, es una cuestión de conciencia, señor. -¿Qué puñetas quiere decir? -espetó Farrar irritado. Angell parecía incómodo, pero su voz sonó segura cuando respondió: -Creo que no se da cuenta de la dificultad de mi situación, señor, al tener que declarar ante la policía, quiero decir. Es mi deber como ciudadano ayudar a la policía en todo lo que me sea posible pero, al mismo tiempo, quisiera permanecer fiel a mis patronos. Farrar se giró para encender el cigarrillo. -Habla usted como si hubiese alguna clase de conflicto -comentó. -Si lo piensa bien, señor, se dará cuenta de que es inevitable. Podríamos decir que se da un conflicto de lealtades. Farrar lo miró. -¿Adónde quiere llegar, Angell? -La policía, señor, no puede evaluar la situación -respondió Angell-. Quizá, y sólo quizá, esta situación pudiera resultar muy importante en un caso como éste. Sabe usted, hace bastante tiempo que padezco insomnio. -¿Es necesario que hablemos de sus dolencias? -preguntó Farrar. -Me temo que sí, señor, pues aunque ayer me retiré temprano, fui incapaz de conciliar el sueño. -Cuánto lo siento -respondió Farrar con acritud-. Pero realmente... -Verá, señor -continuó Angell, haciendo caso omiso de la interrupción-, dada la ubicación de mi dormitorio en esta casa, he llegado a tener conocimiento de ciertos asuntos de los que quizá la policía no sea plenamente consciente. -¿Qué intenta decir? -El difunto señor Warwick -respondió Angell- era un hombre enfermo e inválido. En estas tristes circunstancias, era de esperar que una mujer atractiva como la señora Warwick buscara, ¿cómo diría yo?, otro vínculo en otra parte. -Así que se trata de eso -dijo Farrar-. Creo que no me agrada su tono, Angell. -No, señor. Pero no se precipite en su juicio. Si lo piensa bien, quizá comprenda lo difícil que es mi situación, pues poseo una información que, de momento, no he compartido con la policía, pero que quizá sería mi deber hacerlo. Farrar lo miró con frialdad. -Creo que lo de ir a la policía es un farol; lo que usted quiere decir es que podría remover el asunto a no ser que... -Se detuvo antes de completar la frase-. ¿A no ser qué? Angell se encogió de hombros. -Como usted bien dice, soy enfermero titulado. Pero a veces, mayor Farrar, pienso que me gustaría establecer mi propio negocio, un pequeño centro, no exactamente una clínica sino un lugar en el que pudiera acoger a cinco o seis pacientes. Con la ayuda de un asistente, claro. Seguramente los pacientes serían hombres difíciles de cuidar en casa por sus problemas con el alcohol, ya sabe. Por desgracia, aunque he logrado ahorrar una suma considerable, no es suficiente, y por ello me preguntaba si... Farrar completó la frase por él: -Usted se preguntaba si yo, o si yo y la señora Warwick, podríamos ayudarle con su provecto. -Sólo me lo preguntaba, señor -respondió Angell con tono dócil-. Sería muy bondadoso por su parte. -Sí que lo sería, ¿verdad? -respondió Farrar sarcástico. -Usted ha sugerido, con cierta precipitación -prosiguió Angell-, que amenazaba con remover el asunto, supongo que está pensando en el escándalo. Pero no es ésa mi intención, señor. Jamás soñaría con hacer algo así. -¿Adónde quiere llegar, Angell? -preguntó Farrar a punto de perder los estribos-. Porque es obvio que pretende llegar a alguna parte. Angell sonrió con modestia antes de responder. Cuando habló fue con voz queda pero firme: -Como le decía, señor, anoche no podía dormir; así que estaba tumbado en la cama escuchando la sirena de niebla (siempre he pensado que es un sonido muy deprimente), cuando de pronto creí oír una persiana chocando contra una ventana, un ruido muy molesto cuando se intenta conciliar el sueño. Me levanté, miré por la ventana y me pareció que se trataba de la persiana de la despensa, situada casi debajo de la mía. -¿Y bien? -Decidí bajar a cerrar la persiana -continuó Angell-. Y cuando lo hacía, oí un disparo. En ese momento no le di mayor importancia, pues pensé: Ya está otra vez el señor Warwick haciendo de las suyas, aunque es imposible que vea nada con esta neblina. Después me dirigí a la despensa y cerré la persiana. No se por qué, pero mientras estaba allí me invadió cierta inquietud. Además, al otro lado de la ventana, oí unos pasos en dirección a la casa. -Se refiere al camino que lleva a... -le interrumpió Farrar volviendo los ojos en esa dirección. -Sí, señor -confirmó Angell-. El camino que va desde la terraza, rodea la casa y pasa por delante de las dependencias del servicio. Nadie utiliza ese camino, señor, excepto usted cuando lo toma como atajo para ir a su casa. El asistente guardó silencio y clavó los ojos en Farrar, quien simplemente respondió: -Prosiga. -Como le decía, me sentía un poco inquieto, pensaba que quizá había algún merodeador por la casa, así que no puede imaginarse el alivio que sentí al verle pasar por delante de la ventana de la despensa. Caminaba deprisa, en dirección a su casa. Farrar guardó silencio y después dijo: -Realmente no entiendo cuál es el sentido de lo que me explica. ¿Acaso tiene alguno? Con un carraspeo de disculpa, Angell respondió. -Sólo me preguntaba, señor, si había usted mencionado a la policía que ayer estuvo aquí visitando al señor Warwick. Si no es así, y suponiendo que me interrogaran de nuevo sobre los acontecimientos de anoche... Farrar le interrumpió. -¿Supongo que es consciente de que la pena por chantaje es muy dura? -preguntó con sequedad. -¿Chantaje, señor? -respondió Angell con aire sorprendido-. No sé qué quiere decir, tan sólo se trata de mi deber para con la policía... -La policía ya está satisfecha con la identidad de la persona que asesinó al señor Warwick, de hecho a ese tipo sólo le faltó firmar con su nombre, por lo que no es muy probable que vayan a hacerle más preguntas. -Le aseguro, señor -repuso Angell con tono alarmado-, que sólo quería... -Sé muy bien que es imposible que reconociera a nadie en la niebla tan espesa de anoche, sólo se ha inventado esta historia para... -Farrar enmudeció al ver que Laura Warwick salía al jardín. 13 -Siento haberte hecho esperar, Julian -se disculpó Laura mientras se acercaba. Parecía sorprendida de ver a Angell y Julian Farrar conversando. -Señor, quizá pueda hablar más tarde con usted sobre este pequeño asunto -murmuró Angell antes de marcharse. Hizo una pequeña reverencia a Laura, cruzó el jardín con paso rápido y viró al llegar a la esquina de la casa. Laura siguió su marcha y después dijo con apremio: -Julian, tengo que... Él le interrumpió. -¿Por qué has mandado por mí, Laura? -preguntó enfadado. -Te he estado esperando todo el día -respondió ella sorprendida. -He estado muy ocupado toda la mañana -repuso él-, y esta tarde he tenido varias reuniones; no puedo dejar esas cosas cuando están tan cerca las elecciones. De todos modos, ¿no crees que sería mejor que no nos viéramos por una temporada? -Pero necesitamos hablar de varias cosas. Farrar la tomó del brazo para alejarla de la casa. -¿Sabes que Angell ha intentado chantajearme? -¿Angell? -exclamó Laura incrédula. -Sí, está claro que sabe lo nuestro y también sabe, o al menos dice saber, que estuve aquí anoche. Ella ahogó un grito. -¿Quieres decir que te vio? -Dice que me vio -replicó Farrar. -Pero es imposible que te viera con esa niebla. -Me ha contado una historia sobre que bajó a la despensa para cerrar una persiana y que me vio pasar cuando regresaba a casa. También dice que oyó un disparo poco antes pero que no le dio mayor importancia. -¡Dios mío! ¡Qué horror! ¿Qué vamos a hacer? Farrar fue a consolarla con un abrazo, pero echó una ojeada a la casa y se abstuvo. Después la observó con detenimiento. -Todavía no sé qué vamos a hacer, tendremos que pensar en algo. -No le vas a pagar, ¿verdad? -No. Si empiezas, es el principio del fin. Pero, por otro lado, ¿qué puede hacerse? -preguntó a la vez que se pasaba la mano por la frente-. Pensé que nadie sabía que estuve aquí anoche, estoy convencido de que mi ama de llaves lo ignora. Pero la cuestión es: ¿es cierto que me vio Angell o sólo finge haberme visto? -¿Qué sucederá si acude a la policía? -preguntó Laura con voz temblorosa. -No sé. Tenemos que pensar, pensar con cuidado. -Comenzó a caminar de un lado a otro-. Podríamos ignorarle aduciendo que es un farol y que está mintiendo, que yo jamás salí de casa anoche. -Pero están las huellas dactilares -objetó Laura. -¿Qué huellas? -Te has olvidado de las huellas de la mesa -le recordó ella-. La policía cree que son de MacGregor, pero si Angell les cuenta esta historia, querrán tomar tus huellas, y entonces... -Ya -masculló Farrar-. Bien, pues entonces tendré que reconocer que estuve aquí e inventarme alguna historia, que vine para ver a Richard y que conversamos... -Podrías decir que se encontraba en perfecto estado cuando te marchaste. Farrar la miró sin afecto alguno. -¡Qué fácil haces que parezca todo! -replicó-. ¿De verdad puedo decir eso? -añadió sarcástico. -¡Tendrás que decir algo! -respondió Laura a la defensiva. -Sí, que apoyé la mano cuando me incliné a ver... -Tragó saliva al revivir la escena. -Siempre y cuando piensen que las huellas son de MacGregor -dijo Laura. -¡MacGregor! ¡MacGregor! -espetó él furioso-. ¿Qué demonios te hizo sacar ese mensaje del periódico y ponerlo sobre el cuerpo de Richard? ¿No estabas corriendo un gran riesgo? -Sí... no... ¡No lo sé! -chilló Laura confundida. Farrar la contempló con desprecio. -Teníamos que pensar en algo -suspiró Laura-. Yo... yo no podía pensar. Fue idea de Michael, -¿Michael? -Michael Starkwedder. -¿Quieres decirme que él te ayudó? -preguntó Farrar incrédulo. -¡Sí, lo hizo! Por eso quería verte, para explicarte... Farrar se acercó a Laura y masculló: -¿Qué tiene que ver ese Michael -enfatizó el nombre de pila de Starkwedder-, ese Michael Starkwedder en todo esto? -Entró y me encontró allí, con la pistola en la mano y... -¡Dios Santo! -exclamó él al tiempo que se apartaba de ella-. Y de alguna manera le convenciste de que... -Creo que él me convenció a mí -murmuró ella con tristeza mientras daba un paso hacia Farrar-. ¡Oh, Julian! Laura estaba a punto de rodearle el cuello con los brazos, pero él la apartó. -Ya te lo he dicho, haré todo lo que pueda -le aseguró-. No creas que no, pero... Laura le observó. -Has cambiado -comentó con voz queda. -Lo siento, pero es que no puedo sentir lo mismo -reconoció Farrar, desesperado-. Después de lo sucedido, no puedo sentir lo mismo. -Yo sí. Al menos eso creo. No importa lo que hayas hecho, Julian, siempre sentiré lo mismo. -Nuestros sentimientos no importan ahora -dijo Farrar-. Tenemos que ajustarnos a los hechos. Ella le miró. -Lo sé. Dije a Starkwedder que yo... bueno, ya sabes, que fui yo. Farrar la contempló con incredulidad. -¿Le dijiste eso a Starkwedder? -Sí. -¿Y estuvo de acuerdo en ayudarte? ¿Un extraño? ¡Ese hombre debe de estar loco! -Sí, quizá esté un poco loco, pero fue reconfortante tenerle allí. -¡Así que no hay hombre que se te resista! ¿Se trata de eso? -exclamó Farrar, y se giró. Después se volvió hacia Laura de nuevo-. De todos modos, un asesinato... -Enmudeció al tiempo que sacudía la cabeza. -Intentaré no pensar en ello -contestó ella-. No fue premeditado, Julian, fue un impulso -agregó con tono casi suplicante. -No es necesario que hablemos más de ello. Ahora tenemos que pensar en lo que vamos a hacer. -Ya lo sé, están tus huellas y el encendedor. -Sí -recordó Farrar-, debió de caerse cuando me incliné sobre el cuerpo. -Starkwedder sabe que es tuyo -dijo Laura-. Pero no puede hacer nada al respecto, ahora ya se ha comprometido y no puede cambiar su versión de los hechos. Farrar la observó un instante. Cuando habló de nuevo fue con cierto tono heroico: -Llegado el caso, Laura, yo asumiré la culpa -le aseguró. -¡No, no quiero que hagas eso! -exclamó ella y le agarró el brazo, pero lo soltó tras lanzar una ojeada nerviosa a la casa-. ¡No quiero que lo hagas! -repitió. -No creas que no entiendo cómo sucedió -dijo Farrar-. Cogiste la pistola y le disparaste sin saber lo que hacías, y... Laura ahogó un grito. -¿Qué? ¿Acaso pretendes que diga que le maté yo? -espetó. -En absoluto -respondió Farrar con aire avergonzado-. Ya te he dicho que estoy dispuesto a asumir la culpa si fuera necesario. Laura sacudió la cabeza, perpleja. -Pero si decías que sabías cómo había ocurrido... Él la observó. -Escucha, no creo que fuera un acto deliberado ni premeditado. Sé que no lo fue, sé que le disparaste porque... Laura 1e interrumpió: -¿Que yo le disparé? ¿Realmente crees que yo le disparé? Farrar se dio la vuelta al tiempo que exclamaba: -¡Dios mío! Va a ser imposible, ni siquiera somos capaces de ser honestos con nosotros mismos. Laura parecía desesperada. Intentó tranquilizarse antes de replicar con énfasis: -¡Yo no le disparé y tú lo sabes! Hubo un silencio. El se volvió lentamente hacia ella. -Entonces ¿quién lo hizo? -preguntó. De pronto lo comprendió y |