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Luces de bohemia Ramón Mª del Valle-Inclán (1866-1936) DRAMATIS PERSONAE MAX ESTRELLA, SU MUJER MADAME COLLET Y SU HIJA CLAUDINITA. DON LATINO DE HISPALIS. ZARATUSTRA. DON GAY. UN PELÓN. LA CHICA DE LA PORTERA. PICA LAGARTOS. UN COIME DE TABERNA. ENRIQUETA LA PISA-BIEN. EL REY DE PORTUGAL. UN BORRACHO. DORIO DE GADEX, RAFAEL DE LOS VÉLEZ, LUCIO VERO, MÍNGUEZ, GÁLVEZ, CLARINITO Y PÉREZ, JÓVENES MODERNISTAS. PITITO, CAPITÁN DE LOS ÉQUITES MUNICIPALES. UN SERENO. LA VOZ DE UN VECINO. DOS GUARDIAS DEL ORDEN. SERAFÍN EL BONITO. UN CELADOR. UN PRESO. EL PORTERO DE UNA REDACCIÓN. DON FILIBERTO, REDACTOR EN JEFE. EL MINISTRO DE LA GOBERNACIÓN. DIEGUITO, SECRETARIO DE SU EXCELENCIA. UN UJIER. UNA VIEJA PINTADA Y LA LUNARES. UN JOVEN DESCONOCIDO. LA MADRE DEL NIÑO MUERTO. EL EMPEÑISTA. EL GUARDIA. LA PORTERA. UN ALBAÑIL. UNA VIEJA. LA TRAPERA. EL RETIRADO, TODOS DEL BARRIO. OTRA PORTERA. UNA VECINA. BASILIO SOULINAKE. UN COCHERO DE LA FUNERARIA. DOS SEPULTUREROS. RUBÉN DARÍO. EL MARQUÉS DE BRADOMÍN. EL POLLO DEL PAY-PAY. LA PERIODISTA. TURBAS, GUARDIAS, PERROS, GATOS, UN LORO. La acción en un Madrid absurdo, brillante y hambriento ESCENA PRIMERA Hora crepuscular. Un guardillón con ventano angosto, lleno de sol. Retratos, grabados, autógrafos repartidos por las paredes, sujetos con chinches de dibujante. Conversación lánguida de un hombre ciego y una mujer pelirrubia, triste y fatigada. El hombre ciego es un hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales, MÁXIMO ESTRELLA. A la pelirrubia, por ser francesa, le dicen en la vecindad MADAMA COLLET. MAX: Vuelve a leerme la carta del Buey Apis. MADAMA COLLET: Ten paciencia, Max. MAX: Pudo esperar a que me enterrasen. MADAMA COLLET: Le toca ir delante. MAX: ¡Collet, mal vamos a vernos sin esas cuatro crónicas! ¿Dónde gano yo veinte duros, Collet? MADAMA COLLET: Otra puerta se abrirá. MAX: La de la muerte. Podemos suicidarnos colectivamente. MADAMA COLLET: A mí la muerte no me asusta. ¡Pero tenemos una hija, Max! MAX: ¿Y si Claudinita estuviese conforme con mi proyecto de suicidio colectivo? MADAMA COLLET: ¡Es muy joven! MAX: También se matan los jóvenes, Collet. MADAMA COLLET: No por cansancio de la vida. Los jóvenes se matan por romanticismo. MAX: Entonces, se matan por amar demasiado la vida. Es una lástima la obcecación de Claudinita. Con cuatro perras de carbón, podíamos hacer el viaje eterno. MADAMA COLLET: No desesperes. Otra puerta se abrirá. MAX: ¿En qué redacción me admiten ciego? MADAMA COLLET: Escribes una novela. MAX: Y no hallo editor. MADAMA COLLET: ¡Oh! No te pongas a gatas, Max. Todos reconocen tu talento. MAX: ¡Estoy olvidado! Léeme la carta del Buey Apis. MADAMA COLLET: No tomes ese caso por ejemplo. MAX: Lee. MADAMA COLLET: Es un infierno de letra. MAX: Lee despacio. MADAMA COLLET, el gesto abatido y resignado, deletrea en voz baja la carta. Se oye fuera una escoba retozona. Suena la campanilla de la escalera. MADAMA COLLET: Claudinita, deja quieta la escoba, y mira quién ha llamado. LA VOZ DE CLAUDINITA: Siempre será Don Latino. MADAMA COLLET: ¡Válgame Dios! LA VOZ DE CLAUDINITA: ¿Le doy con la puerta en las narices? MADAMA COLLET: A tu padre le distrae. LA VOZ DE CLAUDINITA: ¡Ya se siente el olor del aguardiente! MÁXIMO ESTRELLA se incorpora con un gesto animoso, esparcida sobre el pecho la hermosa barba con mechones de canas. Su cabeza rizada y ciega, de un gran carácter clásico-arcaico, recuerda los Hermes. MAX: ¡Espera, Collet! ¡He recobrado la vista! ¡Veo! ¡Oh, cómo veo! ¡Magníficamente! ¡Está hermosa la Moncloa! ¡El único rincón francés en este páramo madrileño! ¡Hay que volver a París, Collet! ¡Hay que volver allá, Collet! ¡Hay que renovar aquellos tiempos! MADAMA COLLET: Estás alucinado, Max. MAX: ¡Veo, y veo magníficamente! MADAMA COLLET: ¿Pero qué ves? MAX: ¡El mundo! MADAMA COLLET: ¿A mí me ves? MAX: ¡Las cosas que toco, para qué necesito verlas! MADAMA COLLET: Siéntate. Voy a cerrar la ventana. Procura adormecerte. MAX: ¡No puedo! MADAMA COLLET: ¡Pobre cabeza! MAX: ¡Estoy muerto! Otra vez de noche. Se reclina en el respaldo del sillón. La mujer cierra la ventana, y la guardilla queda en una penumbra rayada de sol poniente. El ciego se adormece, y la mujer, sombra triste, se sienta en una silleta, haciendo pliegues a la carta del Buey Apis. Una mano cautelosa empuja la puerta, que se abre con largo chirrido. Entra un vejete asmático, quepis, anteojos, un perrillo y una cartera con revistas ilustradas. Es DON LATINO DE HISPALIS. Detrás, despeinada, en chancletas, la falda pingona, aparece una mozuela: CLAUDINITA. DON LATINO: ¿Cómo están los ánimos del genio? CLAUDINITA: Esperando los cuartos de unos libros que se ha llevado un vivales para vender. DON LATINO: ¿Niña, no conoces otro vocabulario más escogido para referirte al compañero fraternal de tu padre, de ese hombre grande que me llama hermano? ¡Qué lenguaje, Claudinita! MADAMA COLLET: ¿Trae usted el dinero, Don Latino? DON LATINO: Madama Collet, la desconozco, porque siempre ha sido usted una inteligencia razonadora. Max había dispuesto noblemente de ese dinero. MADAMA COLLET: ¿Es verdad, Max? ¿Es posible? DON LATINO: ¡No le saque usted de los brazos de Morfeo! CLAUDINITA: Papá, ¿tú qué dices? MAX: ¡Idos todos al diablo! MADAMA COLLET: ¡Oh, querido, con tus generosidades nos has dejado sin cena! MAX: Latino, eres un cínico. CLAUDINITA: Don Latino, si usted no apoquina, le araño. DON LATINO: Córtate las uñas, Claudinita. CLAUDINITA: Le arranco los ojos. DON LATINO: ¡Claudinita! CLAUDINITA: ¡Golfo! DON LATINO: Max, interpón tu autoridad. MAX: ¿Qué sacaste por los libros, Latino? DON LATINO: ¡Tres pesetas, Max! ¡Tres cochinas pesetas! ¡Una indignidad! ¡Un robo! CLAUDINITA: ¡No haberlos dejado! DON LATINO: Claudinita, en ese respecto te concedo toda la razón. Me han cogido de pipi. Pero aún se puede deshacer el trato. MADAMA COLLET: ¡Oh, sería bien! DON LATINO: Max, si te presentas ahora conmigo en la tienda de ese granuja y le armas un escándalo, le sacas hasta dos duros. Tú tienes otro empaque. MAX: Habría que devolver el dinero recibido. DON LATINO: Basta con hacer el ademán. Se juega de boquilla, maestro. MAX: ¿Tú crees?... DON LATINO: ¡Naturalmente! MADAMA COLLET: Max, no debes salir. MAX: El aire me refrescará. Aquí hace un calor de horno. DON LATINO: Pues en la calle corre fresco. MADAMA COLLET: ¡Vas a tomarte un disgusto sin conseguir nada, Max! CLAUDINITA: ¡Papá, no salgas! MADAMA COLLET: Max, yo buscaré alguna cosa que empeñar. MAX: No quiero tolerar ese robo. ¿A quién le has llevado los libros, Latino? DON LATINO: A Zaratustra. MAX: ¡Claudina, mi palo y mi sombrero! CLAUDINITA: ¿Se los doy, mamá? MADAMA COLLET: ¡Dáselos! DON LATINO: Madama Collet, verá usted qué faena. CLAUDINITA: ¡Golfo! DON LATINO: ¡Todo en tu boca es canción, Claudinita! MÁXIMO ESTRELLA sale apoyado en el hombro de DON LATINO. MADAMA COLLET suspira apocada, y la hija, toda nervios, comienza a quitarse las horquillas del pelo. CLAUDINITA: ¿Sabes cómo acaba todo esto? ¡En la taberna de Pica Lagartos! ESCENA SEGUNDA La cueva de ZARATUSTRA en el Pretil de los Consejos. Rimeros de libros hacen escombro y cubren las paredes. Empapelan los cuatro vidrios de una puerta cuatro cromos espeluznantes de un novelón por entregas. En la cueva hacen tertulia el gato, el loro, el can y el librero. ZARATUSTRA, abichado y giboso -la cara de tocino rancio y la bufanda de verde serpiente-, promueve, con su caracterización de fantoche, una aguda y dolorosa disonancia muy emotiva y muy moderna. Encogido en el roto pelote de una silla enana, con los pies entrapados y cepones en la tarima del brasero, guarda la tienda. Un ratón saca el hocico intrigante por un agujero. ZARATUSTRA: ¡No pienses que no te veo, ladrón! EL GATO: ¡Fu! ¡Fu! ¡Fu! El CAN: ¡Guau! EL LORO: ¡Viva España! Están en la puerta MAX ESTRELLA y DON LATINO DE HISPALIS. El poeta saca el brazo por entre los pliegues de su capa, y lo alza majestuoso, en un ritmo con su clásica cabeza ciega. MAX: ¡Mal Polonia recibe a un extranjero! ZARATUSTRA: ¿Qué se ofrece? MAX: Saludarte, y decirte que tus tratos no me convienen. ZARATUSTRA: Yo nada he tratado con usted. MAX: Cierto. Pero has tratado con mi intendente, Don Latino de Hispalis. ZARATUSTRA: ¿Y ese sujeto de qué se queja? ¿Era mala la moneda? DON LATINO interviene con ese matiz del perro cobarde, que da su ladrido entre las piernas del dueño. DON LATINO: El maestro no está conforme con la tasa, y deshace el trato. ZARATUSTRA: El trato no puede deshacerse. Un momento antes que hubieran llegado... Pero ahora es imposible: Todo el atadijo, conforme estaba, acabo de venderlo ganando dos perras. Salir el comprador, y entrar ustedes. El librero, al tiempo que habla, recoge el atadijo que aún está encima del mostrador, y penetra en la lóbrega trastienda, cambiando una seña con DON LATINO. Reaparece. DON LATINO: Hemos perdido el viaje. Este zorro sabe más que nosotros, maestro. MAX: Zaratustra, eres un bandido. ZARATUSTRA: Ésas, Don Max, no son apreciaciones convenientes. MAX: Voy a romperte la cabeza. ZARATUSTRA: Don Max, respete usted sus laureles. MAX: ¡Majadero! Ha entrado en la cueva un hombre alto, flaco, tostado del sol. Viste un traje de antiguo voluntario cubano, calza alpargates abiertos de caminante, y se cubre con una gorra inglesa. Es el extraño DON PEREGRINO GAY, que ha escrito la crónica de su vida andariega en un rancio y animado castellano, trastocándose el nombre en DON GAY PEREGRINO: Sin pasar de la puerta, saluda jovial y circunspecto. DON GAY: ¡Salutem plúriman! ZARATUSTRA: ¿Cómo le ha ido por esos mundos, Don Gay? DON GAY: Tan guapamente. DON LATINO: ¿Por dónde has andado? DON GAY: De Londres vengo. MAX: ¿Y viene usted de tan lejos a que lo desuelle Zaratustra? DON GAY: Zaratustra es un buen amigo. ZARATUSTRA: ¿Ha podido usted hacer el trabajo que deseaba? DON GAY: Cumplidamente. Ilustres amigos, en dos meses me he copiado en la Biblioteca Real el único ejemplar existente del Palmerín de Constantinopla. MAX: ¿Pero, ciertamente, viene usted de Londres? DON GAY: Allí estuve dos meses. DON LATINO: ¿Cómo queda la familia Real? DON GAY: No los he visto en el muelle. Maestro, ¿usted conoce la Babilonia Londinense? MAX: Sí, Don Gay. ZARATUSTRA entra y sale en la trastienda, con una vela encendida. La palmatoria pringosa tiembla en la mano del fantoche. Camina sin ruido, con andar entrapado. La mano, calzada con mitón negro, pasea la luz por los estantes de libros. Media cara en reflejo y media en sombra. Parece que la nariz se le dobla sobre una oreja. El loro ha puesto el pico bajo el ala. Un retén de polizontes pasa con un hombre maniatado. Sale alborotando el barrio un chico pelón montado en una caña, con una bandera. EL PELÓN: ¡Vi-va-Es-pa-ña! EL CAN: ¡Guau! ¡Guau! ZARATUSTRA: ¡Está buena España! Ante el mostrador, los tres visitantes, reunidos como tres pájaros en una rama, ilusionados y tristes, divierten sus penas en un coloquio de motivos literarios. Divagan ajenos al tropel de polizontes, al viva del pelón, al gañido del perro, y al comentario apesadumbrado del fantoche que los explota. Eran intelectuales sin dos pesetas. DON GAY: Es preciso reconocerlo. No hay país comparable a Inglaterra. Allí el sentimiento religioso tiene tal decoro, tal dignidad, que indudablemente las más honorables familias son las más religiosas. Si España alcanzase un más alto concepto religioso, se salvaba. MAX: ¡Recémosle un Réquiem! Aquí los puritanos de conducta son los demagogos de la extrema izquierda. Acaso nuevos cristianos, pero todavía sin saberlo. DON GAY: Señores míos, en Inglaterra me he convertido al dogma iconoclasta, al cristianismo de oraciones y cánticos, limpio de imágenes milagreras. ¡Y ver la idolatría de este pueblo! MAX: España, en su concepción religiosa, es una tribu del Centro de África. DON GAY: Maestro, tenemos que rehacer el concepto religioso, en el arquetipo del Hombre-Dios. Hacer la Revolución Cristiana, con todas las exageraciones del Evangelio. DON LATINO: Son más que las del compañero Lenin. ZARATUSTRA: Sin religión no puede haber buena fe en el comercio. DON GAY: Maestro, hay que fundar la Iglesia Española Independiente. MAX: Y la Sede Vaticana, El Escorial. DON GAY: ¡Magnífica Sede! MAX: Berroqueña. DON LATINO: Ustedes acabarán profesando en la Gran Secta Teosófica. Haciéndose iniciados de la sublime doctrina. MAX: Hay que resucitar a Cristo. DON GAY: He caminado por todos los caminos del mundo, y he aprendido que los pueblos más grandes no se constituyeron sin una Iglesia Nacional. La creación política es ineficaz si falta una conciencia religiosa con su ética superior a las leyes que escriben los hombres. MAX: Ilustre Don Gay, de acuerdo. La miseria del pueblo español, la gran miseria moral, está en su chabacana sensibilidad ante los enigmas de la vida y de la muerte. La Vida es un magro puchero; la Muerte, una carantoña ensabanada que enseña los dientes; el Infierno, un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran como boquerones; el Cielo, una kermés sin obscenidades, a donde, con permiso del párroco, pueden asistir las Hijas de María. Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere. ZARATUSTRA: Don Gay, y qué nos cuenta usted de esos mari machos que llaman sufragistas. DON GAY: Que no todas son mari machos. Ilustres amigos, ¿saben ustedes cuánto me costaba la vida en Londres? Tres peniques, una equivalencia de cuatro perras. Y estaba muy bien, mejor que aquí en una casa de tres pesetas. DON LATINO: Max, vámonos a morir a Inglaterra. Apúnteme usted las señas de ese Gran Hotel, Don Gay. DON GAY: Saint James Squart. ¿No caen ustedes? El Asilo de Reina Elisabeth. Muy decente. Ya digo, mejor que aquí una casa de tres pesetas. Por la mañana té con leche, pan untado de mantequilla. El azúcar, algo escaso. Después, en la comida, un potaje de carne. Alguna vez arenques. Queso, té... Yo solía pedir un boc de cerveza, y me costaba diez céntimos. Todo muy limpio. Jabón y agua caliente para lavatorios, sin tasa. ZARATUSTRA: Es verdad que se lavan mucho los ingleses. Lo tengo advertido. Por aquí entran algunos, y se les ve muy refregados. Gente de otros países, que no siente el frío, como nosotros los naturales de España. DON LATINO: Lo dicho. Me traslado a Inglaterra. Don Gay, ¿cómo no te has quedado tú en ese Paraíso? DON GAY: Porque soy reumático, y me hace falta el sol de España. ZARATUSTRA: Nuestro sol es la envidia de los extranjeros. MAX: ¿Qué sería de este corral nublado? ¿Qué seríamos los españoles? Acaso más tristes y menos coléricos... Quizá un poco más tontos... Aunque no lo creo. Asoma la chica de una portera: Trenza en perico, caídas calcetas, cara de hambre. LA CHICA: ¿Ha salido esta semana entrega d'El Hijo de la Difunta? ZARATUSTRA: Se está repartiendo. LA CHICA: ¿Sabe usted si al fin se casa Alfredo? DON GAY: ¿Tú qué deseas, pimpollo? LA CHICA: A mí, plin. Es Doña Loreta la del coronel quien lo pregunta. ZARATUSTRA: Niña, dile a esa señora que es un secreto lo que hacen los personajes de las novelas. Sobre todo en punto de muertes y casamientos. MAX: Zaratustra, ándate con cuidado, que te lo van a preguntar de Real Orden. ZARATUSTRA: Estaría bueno que se divulgase el misterio. Pues no habría novela. Escapa la chica salvando los charcos con sus patas de caña. EL PEREGRINO ILUSIONADO en un rincón conferencia con ZARATUSTRA. MÁXIMO ESTRELLA y DON LATINO se orientan a la taberna de Pica Lagartos, que tiene su clásico laurel en la calle de la Montera. |