El problema de la realidad






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títuloEl problema de la realidad
fecha de publicación26.06.2015
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EL PROBLEMA DE LA REALIDAD

  1. La crítica a la idea de sustancia:

Hume aplica su planteamiento empirista al análisis de los conceptos y problemas tradicionales de la metafísica. Comienza por la crítica a la idea de sustancia, pues la considera la idea fundamental de la metafísica occidental desde Aristóteles. Cuando la filosofía ha hablado del mundo, del alma o de Dios (los tres grandes problemas metafísicos) lo ha hecho desde un planteamiento sustancialista, pues considera que esas tres realidades son sustancias.

|El significado habitual del término sustancia ha sido el de "fundamento" de la realidad, (significado que adquiere ya de forma clara con Aristóteles), "lo que está debajo", lo que "permanece" bajo los fenómenos, lo subsistente. En cuanto tal, la sustancia es ante todo sujeto, lo que tiene su ser en sí, y no en otro, tal y como sostenía la definición de Descartes. Pues bien, Hume investiga la validez de esta noción y lo hará de nuevo recurriendo al criterio de certeza de su filosofía, es decir, investigando si la idea de sustancia se deriva de alguna impresión previa. Cuando observamos un fenómeno puede apreciarse lo que ya Aristóteles denominó accidentes (tamaño, color, forma, olor, textura, posición…), pero si eliminamos los accidentes, ¿queda algún sustrato? Según Hume, no, porque no hay ninguna impresión que corresponda a la idea de sustancia, ya que esta idea no contiene nada sensible, por lo que habrá que admitir que se trata de una idea falsa como sucedía con la de conexión necesaria. ¿Cuál es, entonces, el origen de esa idea? Sencillamente, es un producto del sujeto que observa la realidad. Nuestra tendencia natural es integrar en un objeto que permanece todas las cualidades de las que tenemos una impresión sensible. Así, cuando observamos una mesa, vemos su forma, tamaño, color, textura, posición…, y se forma en nuestro entendimiento la ilusión de que todos esas cualidades que percibimos a través de los sentidos se sustentan sobre un “sustrato común”, que es la sustancia mesa, que existiría al margen de tales accidentes, sirviéndoles de soporte. Pero no hay impresión alguna de dicha sustancia, únicamente de los accidentes. La idea de sustancia es producida, pues, por la imaginación, no es más que una "colección" de ideas simples unificadas por la imaginación bajo un término que nos permite recordar esa colección de ideas simples, una colección de cualidades que están relacionadas por contigüidad y causación.

A la crítica de la idea de sustancia se añadirá el estudio de las supuestas ideas o conceptos abstractos. ¿Podemos aceptar la existencia de ideas, de conceptos abstractos, generales, universales? ¿O, por el contrario, todas nuestras ideas son particulares? Hablar de conceptos abstractos supone aceptar la posibilidad de representar de modo universal la realidad y, por extensión, la esencia, la sustancia de la realidad. Pero ¿tenemos realmente un solo concepto abstracto, una sola idea abstracta?, ¿es posible concebir un triángulo que no sea isósceles, escaleno, equilátero, pero que sea todos y cada uno de los triángulos que pueden existir? No, nos dice Hume. Cuando hablo del concepto abstracto de triángulo tengo en la mente la imagen, la representación de un triángulo concreto, particular, al que añado la cualidad , la ficción, de que representa cualquier triángulo, del mismo modo que si concibo la idea de "perro" me represento un perro particular, al que añado la cualidad, la ficción, de representar a todos los perros. Todas las ideas son, pues, particulares. Lo que llamamos conceptos o ideas abstractas son el resultado de una generalización inductiva, procedente de la experiencia, por la que terminamos por dar el mismo nombre a todos los objetos entre los que encuentro alguna semejanza o similitud.

Una vez rechazada la idea de sustancia, queda el camino abierto para realizar la crítica a los conceptos tradicionales de la metafísica: mundo, alma y Dios, precisamente las tres sustancias cuya existencia había demostrado Descartes en su filosofía.

  1. El mundo:

Tenemos una tendencia natural a creer en la existencia de cuerpos independientemente de nuestras percepciones. De hecho, la filosofía nunca ha dudado de la existencia de un mundo exterior al sujeto compuesto por sustancias. Descartes con su duda metódica la cuestionó, pero al final la aceptó una vez demostrada la existencia de un Dios bueno y veraz. Por el contrario, como vamos a ver, Hume niega toda posibilidad de alcanzar certeza alguna en relación con la existencia de un mundo exterior al ser humano.

Es, pues, evidente que "creemos" que nuestras percepciones están causadas por los objetos, a los que reproducen fielmente, y que si bien las percepciones "nos pertenecen", los objetos están fuera de nosotros, perteneciéndoles un tipo de existencia continuada e independiente de la nuestra. Pero si analizamos la cuestión filosóficamente, dice Hume, tal creencia se muestra enteramente infundada. En realidad, estamos "encerrados" en nuestras percepciones, y no podemos ir más allá de ellas, ya que son lo único que se muestra a nuestra mente. Podemos hacer cuanto queramos, pero no podremos nunca ir más allá de nuestras impresiones e ideas. Si intentásemos aplicar el principio de causalidad para demostrar que nuestras impresiones están causadas por objetos externos, incurriríamos en una aplicación ilegítima de tal principio, ya que tenemos constancia de nuestras impresiones, pero no la tenemos de los supuestos objetos externos que las causan, por lo que tal inferencia rebasaría el ámbito de la experiencia, (al no poder constatar la conjunción entre dichos objetos y nuestras impresiones), el único en que podemos aplicar el principio de causalidad.

La creencia en la existencia independiente de los objetos externos la atribuye Hume a la imaginación, debido a la constancia y a la coherencia de las percepciones. No se puede justificar tal creencia apoyándose en los sentidos, ni apelando a la razón. No puede proceder de los sentidos, ya que éstos no nos ofrecen nada distinto de nuestras percepciones. Cuando creo percibir mi "cuerpo", no percibo nada distinto de mi percepción: lo que hago es atribuir existencia real y corpórea a dicha percepción. Tampoco la razón podría ser la base de tal creencia, ya que no es posible recurrir al principio de causalidad, ni a la idea de sustancia, (anteriormente criticada), para justificar la existencia de objetos externos e independientes de mis percepciones. En conclusión, es imposible afirmar que la realidad exterior exista. Toda la realidad de la que tenemos constancia se limita a las percepciones subjetivas. Por eso, la creencia natural en la existencia de objetos externos al sujeto puede ser aceptada, siempre que se tenga en cuenta que ello significa una concesión al "sentido común", una "creencia razonable", pero que es imposible demostrar que los supuestos objetos externos sean la causa de mis impresiones.

  1. El alma:

Para la tradición metafísica la existencia del alma, una sustancia inmaterial, subsistente y causa última o sujeto de todas mis actividades mentales (percepción, razonamiento, volición...) había representado un pilares fundamental desde Platón hasta Descartes.

Habiendo rechazado la validez de la idea de sustancia, ¿podemos seguir manteniendo la idea de alma, de un sustrato, de un sujeto que permanece idéntico a sí mismo, pero que es simple y distinto de sus percepciones?, ¿de qué impresión podría proceder tal idea de alma? No existen impresiones constantes e invariables entre nuestras percepciones de las que podamos extraer tal idea del yo, del alma. No hay ninguna impresión que pueda justificar la idea de un yo autoconsciente, como si el yo fuese una sustancia idéntica e invariable, fundamento de las percepciones continuas y efímeras.

El propio Hume fue consciente de que este razonamiento, aunque lógico y coherente con su planteamiento empirista, podía suscitar dudas, pues todo ser humano tiene conciencia de su propia identidad personal como algo más o menos estable y que se mantiene en el tiempo. Para explicar el origen de dicha identidad (que no es impresión ni idea), el filósofo escocés recurrió a la memoria. Gracias a ella, establecemos un vínculo y una unión entre nuestras distintas percepciones, pero el error radica en confundir sucesión temporal de percepciones con identidad personal. El alma sería, entonces, sólo la unificación ficticia de todas nuestras percepciones Rechazada, pues, la idea de alma, la pregunta por su inmortalidad resulta superflua…

¿Qué soy entonces yo? Nada más que un agrupamiento o serie de percepciones que se suceden con rapidez. No hay nada que permanezca idéntico en nuestra alma. La mente es como una especie de teatro en el que se van sucediendo las distintas percepciones?

  1. Dios:

La crítica humeana a la idea de Dios se explica en el apartado “El problema de Dios”

  1. Fenomenismo y escepticismo:

La crítica de Hume a la idea de sustancia en general, y a las nociones de mundo, alma y Dios en particular, termina conduciendo a una interpretación fenomenista y escéptica de la realidad.

El fenomenismo es la postura que reduce la realidad a un conjunto de fenómenos, a un mero aparecer ante el sujeto que percibe, negándose la existencia de sustancias. Lo único real, de lo que es imposible dudar es de los fenómenos que percibimos por los sentidos cuando los percibimos y mientras los percibimos, pero no es posible afirmar que tales fenómenos tengan consistencia real, que existan de manera independiente de las citadas percepciones.

El fenomenismo lleva inevitablemente al escepticismo. Pero no a un escepticismo radical, sino moderado. Dudar de la validez y la existencia de las impresiones e ideas derivadas de las sensaciones es absurdo. Pero dado que el conocimiento cierto se reduce a ese ámbito, Hume termina defendiendo un escepticismo moderado sobre cualquier cuestión que rebase el umbral de la experiencia: existencia del mundo, del alma, de Dios… Escepticismo que, como se verá, tiene importantes consecuencias en el terreno ético y político, pues implica defender la idea de tolerancia como fundamento de las relaciones humanas. Al no estar seguros de casi nada, debe mantenerse la libertad de acción y de pensamiento. El espíritu ilustrado del filósofo escocés se evidencia así con claridad.

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