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Herejías Elegidas A Raúl Rivero Dice que es el otoño, y que le olvida. Rivero, solitario de oficio, inventa la vida roja, violenta, sacando de su sombrero mágico la imaginación. La última noche se la está llevando en un poema. Con el fuego de papel de hombre, teoretizando sobre el olvido, deja de nombrar. Participa en todas las batallas comunes, con un poco de miedo porque era mucha muerte, improvisando coloquiales cuar(tetas) de cimas blancas, a galope tendido para que Cuba fuera libre. Eterno en una sola imagen que guarda, que actualiza, surgiendo de esas palabras como de las cenizas. Épico verso espejo que habla, como de las cosas que pasan, dejando de mirar hacia atrás con una leve distracción, venciendo al otro ser humano que ha sido. Empeñando poemas para amar. Cierta poesía, antigua, luz pura que le descubre laberintos en una oración con fantasmas. Verso que anuncia el naufragio del sueño, con otro sueño, en otra barca. Son muchas las espinas y los cactus. En una mañana rara, leve, blanca, lenta, seca, de un domingo, le canta tres vidas para María con sus sonoras vísceras de poeta. Amando un nombre de mujer como a al dios que arde en sus ojos. Déjame que te cuente. Por conquistarla juntó versos imposibles, sobre la soledad, la ausencia, de poetas muertos, poesía pública. También la denuncia con toda su pobreza female, por dejarle sin previo aviso, como siempre, como pasa siempre en esos circos pobres del trapecio. La inmortalidad sola asola. En el afán de claridad de la locura clásica, cambia la técnica pura por una usada bola de cristal, el verso de Góngora y las cruzadas, por el canto a si mismo. Verso libre. Prosa blanca. Desprecia el dogma, los discursos asépticos, sin piano ni guitarra, de agua probable, por señas. La materia pura tiene ya su destino, materia de olvido. El poeta prefiere la paz intocable. Esa austera transparencia honesta. Esperanzado y con no más que lo justo. Despreocupado por las camisas e insomne sobre el papel, fundando sonetos. En la década del “se tienta”, en medio de una lucha feroz por ser mejor, por conocer de que modo sirve la poesía, transciende desde la magia de ella. Ya útil. En los irradiantes campos Eliseo. ¿Di ego, en cual foto me veis picoteando en el pecho del poeta o inventariando la herencia? Poco antes del milenio, se sorprende a menudo de cuello y corbata, con problemas personales de materia prima, hereje y viejo. Los años fueron acaso el paso de una sombra. Solo una noche en donde apagaron de pronto una luz, en una sala de espera, con un (auto) retrato sin búcaro (pero sin bajar la guardia). Escribiendo de memoria. Lleno de buenas intenciones. De maternal ternura, incluso, para sus detractores y enemigos viperinos. Cambiando la rosa mustia por un lápiz. Una metáfora tocando la puerta. Entrando al río con Marta. Atravesándolo. Lo firmado en la Habana le produce taquicardias. Malos sueños. Asume, empuñando nada más que su pluma, todos los disfraces. La misma cara mezclada con indiferencia en la oficina de emigración, pronta a cruzar el charco y entrar en la nostalgia de la vieja casa engalanada con violentas consignas. Su Cayo Hueso. Oyendo decir su nombre en un lugar del mundo como orgullo nacional. Des (Amparo). Patria, le dueles. Te duele, Patria. Le conoces personalmente. Era una canción de invierno, o de otoño, y era demasiado porque es inútil la belleza ajena. La altura es otra cosa. Como nota aclaratoria, estos versos llamarán a tu puerta, siempre llamarán a tu puerta. Toda esa luz tenemos. |