Vida introducción a las enseñanzas de osho osho






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LOS

MISTERIOS

DE LA

VIDA


INTRODUCCIÓN A LAS

ENSEÑANZAS DE OSHO


OSHO

COMPÁRTELO

MA GYAN DARSHANA

OSHO_SANNYASIS@gruposyahoo.com
ÍNDICE
PRÓLOGO


  1. ACERCA DEL ARTE DE VIVIR

He oído que tus sannyasins lo celebran todo.

¿Cuál es el objetivo de la vida? El arte de vivir

plenamente. ¿Qué es la receptividad? ¿Es la

espontaneidad compatible con la observación?


  1. ACERCA DEL AMOR

¿Cómo puedo amar mejor? ¿Qué significa

amarse uno mismo? ¿Cómo puedo superar mis

ataduras?

  1. ACERCA DE LAS RELACIONES

¿Por qué es tan difícil relacionarse? ¿Es posible

estar casado y ser libre? ¿Quién es un verdadero

amigo? ¿A qué se debe este hábito de escapar de

la soledad?


  1. ACERCA DE LA TENSIÓN Y LA

RELAJACIÓN

De cómo la relajación está conectada con la

Consciencia. ¿Es posible iluminarse fácil y rela-

jadamente?


  1. ACERCA DEL EGO

Humildad, timidez y miedo. ¿Qué es el ego?

¿Cómo renunciar al ego?


  1. ACERCA DE LA MEDITACIÓN

¿Qué es la inteligencia? De cómo la observación

conduce a la no-mente. La relación entre la

consciencia y la energía.
VII ACERCA DE LO CORRECTO Y LO

INCORRECTO

¿Existe algo así como lo correcto y lo incorrecto?

¿Es suficiente con la consciencia para guiar

nuestras acciones? ¿Cómo puedo estar seguro

de que estoy en el camino correcto?
VIII ACERCA DE LA LIBERTAD, LA RESPON-

SABILIDAD Y EL COMPROMISO

El miedo a ser libre. Compromiso y responsabilidad

El miedo a la libertad me está paralizado.


IX ACERCA DE LA CREATIVIDAD

¿Cómo descubrir mi creatividad? ¿Es posible

pintar un cuadro que te satisfaga plenamente?
X ACERCA DE LA RISA Y

LA CELEBRACIÓN

Tú estás en contra de la seriedad.
XI ACERCA DE ORIENTE Y OCCIDENTE

Silencio, celebración y vida. ¿Es la India un

Campo búdico natural?


PRÓLOGO

Me encontré con Rajneesh solamente una vez; ocurrió al principio de los setenta cuando vivía en “Woodlands”, cerca de la esquina de Kemp, en Bombay. Yo había leído algo acerca de él en los periódicos y me había cruzado un par de veces con discípulos suyos, que vestían túnicas color azafrán y llevaban un medallón con su foto colgado al cuello. Todavía se le conocía como Acharya (profesor); los honoríficos Bhagwan (Dios) y Osho vinieron algunos años más tarde. Yo no tenía un gran deseo de conocer a Rajneesh pero sus admiradores me persuadieron de que él era diferente a los otros maestros espirituales y que podría encontrar respuestas a preguntas que me preocupaban. En esa búsqueda yo había visitado muchos ashrams y oído discursos de gurus y hombres de Dios. No decían nada nuevo. La mayoría de sus sermones eran variaciones sobre el tema de que Dios habita en el interior de cada ser humano y si la gente mirara hacia dentro encontraría la Iluminación, la Verdad y la Realidad. No era más que echar vino nuevo en las mismas botellas. Lo que encontraba más interesante que las enseñanzas de estos hombres de Dios era estudiar el impacto que tenían sobre sus seguidores. ¿Por qué acudían cientos y miles desde todas las partes del mundo a escuchar sus discursos y vivir en la austeridad prescrita por las reglas de sus ashrams? ¿Y qué era lo que ellos encontraban y yo no? Así que sin ningún problema en particular fui a ver a Rajneesh, más por curiosidad que por aprender algo. Me dieron una cita y me advirtieron que no me pusiera ningún perfume o colonia (nunca lo hago) y que no usara ningún jabón perfumado en mi aseo de aquella mañana.

Llegue a Woodlands a la hora de la cita y me introdujeron en una amplia habitación repleta de libros. Me dijeron que tenía que esperar unos minutos al Acharya. Así que mientras tanto eché un vistazo a las estanterías. La mayoría de la colección era en inglés; y algunos en sánscrito e hindú. Me quedé asombrado ante el alcance de sus temas: desde religión, teología, filosofía, historia, literatura, biografías y autobiografías hasta libros de humos y crimen. Se me ocurrió que no había visto libros en los otros ashrams que había visitado. Algunos tenían bibliotecas para uso de los discípulos, pero la mayoría consistían en libros de temas religiosos o tratados que resumían los sermones de sus gurus. Otros gurus leían muy poco más allá de las escrituras hindúes, los Vedas, los Upanishads y las lecturas épicas, y raramente se molestaban en leer libros sobre el zoroastrismo, el judaísmo, la Cristiandad o el Islam. Rajneesh sí. Consecuentemente, mientras los demás contaban solamente con sus religiones o con lo que vagamente habían aprendido de segunda mano. Rajneesh había estudiado en sus fuentes originales y desarrollado una visión propia. Jain Mahavira y Buda conocían el hinduismo pero nada más. No estoy seguro de lo que Zarathustra sabía cuando elevó la llama a un símbolo de pureza. Conocemos mejor el terreno sobre el cual los profetas judíos construyeron el edificio de la fe hebrea; conocemos lo que la Cristiandad y después el Islam tomaron de las enseñanzas de los profetas del Antiguo Testamento. El Islam se enorgullece de que su fundador, el profeta Mahoma, fuera totalmente iletrado. La teología de la última de las grandes religiones de la India, el sikhismo, está mayormente basada en el Vedanta; ninguno de los primeros maestros ostentan ninguna erudición. Rajneesh quizá haya sido el primero de los grandes maestros que ha examinado cuidadosamente los principios de otras fes: podríamos afirmar sin miedo a equivocarnos que es el único que ha estudiado a fondo todas las demás religiones. Este hecho en sí mismo le da la autoridad suficiente para que se le escuche con respeto.

Entró Rajneesh. Un indio de estatura media; un hombre que rondaba los cuarenta, de complexión frágil y delicada. Tenía una fina y suelta ondeante barba encaneciendo sus bordes, un gorro de lana y una túnica color azafrán que le llegaba a los tobillos. Lo que más me impresionó fueron sus ojos: grandes, magnéticos. Me saludó con una sonrisa radiante al tiempo que juntaba sus manos dándome la bienvenida: “Namaskar”. *

Nos sentamos; y enseguida en un tono amable y con acento marcadamente indio me preguntó: “¿Qué puedo hacer por usted?”.

“No mucho –le respondí- no tengo ningún problema.”

“¿Entonces para qué ha venido a verme? Está despreciando su tiempo. Y el mío.”

No era un buen comienzo para un diálogo. “Tengo curiosidad. Quisiera saber por qué tanta gente viene a verle. ¿Qué obtienen de usted?” -dejé caer.

“Tienen problemas –contestó-. Y trato de resolverlos de la mejor manera que puedo. Si usted no los tiene, entonces no hay nada que yo pueda hacer por usted.”

Rápidamente pensé en algún problema. “Bueno, yo soy agnóstico, no creo en la existencia de Dios. Sin embargo soy incapaz de llegar a un acuerdo con el fenómeno de la muerte. Sé que es inevitable pero no puedo aceptar la idea de la reencarnación ni del Día del Juicio Final. Para mí la muerte es un punto final. Y aún así le tengo miedo, me da miedo morir. ¿Cómo podría vencer este miedo que siempre está presente en algún rincón de mi mente?

Esperó un momento antes de responder. “Tienes razón, no hay forma de escaparse de la muerte ni de saber cuándo llegará. Continúa recordándote a ti mismo este hecho y exponte ante la muerte y ante los que mueren; tu temor disminuirá. No es algo tan horrible. Más allá de esto no hay nada que puedas hacer.”

Todo lo que me dijo tenía mucho sentido para mí pues es lo que yo había estado haciendo durante algunos años: visitar los crematorios y cementerios, sentarme junto a los cuerpos de amigos y familiares que habían muerto. Por un tiempo eso me ayudó a sobrellevar el horror a la muerte, pero de nuevo volvía. En el momento en que conocí a Rajneesh no sabía que él se subscribía a la teoría de nacimiento, muerte y renacimiento. Si lo hubiera sabido le hubiera hecho más preguntas. Y aunque no muy impactado por su respuesta a mi pregunta, salí con la impresión de que había estado con un hombre que no me había embaucado con la jerga que solían usar los gurus, swamis, Acharyas y mullahs. Podía entenderle. Estábamos en el mismo nivel.

Traté de saber más acerca de él y de su mensaje. Yo tenía la suerte de ser amigo de una joven y atractiva chica italiana, Gracia Marciano, ferviente discípula suya. Tendría alrededor de veinte años, ojos grises y pelo cobrizo, recogido en un pañuelo de color azafrán, y vestía una camisa y un pareo del mismo color. También llevaba el medallón con la foto de Rajneesh al cuello. Cada vez que venía

A verme a mi oficina, traía algún libro sobre aquel y sus enseñanzas; ella incrementó mi interés por él. Sobre Gracia hablaré más adelante. Antes, algo
*Expresión de salutación (N. de los T.)

sobre la vida de Rajneesh.
Rajneesh fue el mayor de once hijos de un negociante de tejidos. Nació en una pequeña aldea, Kuchwada, en el distrito de Madhya Pradesh, el 11 de diciembre de 1931. Su primer nombre fue Chandra Mohan. Su familia era jainista así que su nombre completo era Chandra Mohan Jain. Pasó los años de su infancia lejos de sus padres; vivía con su Naana y Nani (los abuelos maternos). Era un niño precoz, brillante en los estudios pero siempre dispuesto a hacer cualquier travesura: sus profesores, hartos de sus diabluras le llevaban constantemente ante el director. Era también muy aficionado a discutir y estaba dispuesto a todo por la verdad. La enfermedad y muerte de su abuelo fue una experiencia traumática en su infancia: al no haber médicos en su aldea, le tuvieron que llevar en una carreta de bueyes al pueblo más cercano donde había un hospital y el anciano murió en el camino. El incidente dejó una profunda huella en la mente de Rajneesh, quien a menudo habla de este hecho.

En 1953 Rajneesh se licenció en filosofía en la Universidad de Jabalpur, obteniendo las mejores calificaciones. La lectura extensiva de todas las religiones y las horas pasadas en contemplación le convencieron de que había logrado la experiencia mística suprema; había alcanzado la iluminación. Fijó una fecha precisa para este evento; el 21 de marzo de 1953. Tenía entonces solamente 21 años.

En 1958 fue nombrado profesor de filosofía de la universidad de Jabalpur. Combinó la enseñanza con los discursos dados en diferentes ciudades de la India. Atraía enormes audiencias porque lo que decía era nuevo para la gente. Tenía una voz hipnótica y enlazaba sus iconoclásticos sermones con parábolas para ilustrar sus diferentes aspecto y mucho humor, demoliendo con una lógica irrefutable las creencias sagradas mantenidas durante siglos. Miles de hombres y mujeres, principalmente los cultos, se convirtieron a su forma de pensar. En 1974 creó su primera comuna, en Puna. Por aquel entonces su fama como maestro se había extendido por todas partes y los extranjeros llegaban en tropel para oírle, probar los sistemas de meditación que él había desarrollado y convertirse en sus discípulos. Se les daban nuevos nombres, vestían ropa de color naranja y llevaban alrededor del cuello un medallón con su fotografía. Los hindúes ortodoxos se alarmaron ante su éxito. Aparecieron fotos en revistas indias y extranjeras con fotos de sus discípulos danzando en estado de éxtasis o desnudos, y empezaron a correr rumores de extrañas orgía sexuales. Se le describía como el gurú del sexo. El entonces primer ministro, Morarji Desai, un hombre de muy estrechas miras y sin mucha sabiduría, ni visión, dijo muchas cosas duras sobre él. Rajneesh le respondió con el desdén que se merecía; tenía una opinión muy baja de los políticos así como de todos los santones que hay por todo el país con sus enormes audiencias de simplones seguidores. De Acharya (profesor), Rajneesh se convirtió en Bhagwan (Dios) para sus adeptos. Más tarde, decidió dejar la India y tratar de expandir su mensaje en regiones más hospitalarias.

En 1981, sus discípulos americanos adquirieron un rancho de 25,000 hectáreas en Oregón, donde fundaron una comuna denominada Rajneeshpuram. Mientras miles de sus seguidores acudían de las partes más remotas del planeta para asistir al festival anual, las Iglesias americanas unieron su ortodoxia ante el reto a sus creencias tradicionales de este Mesías del Oriente. Se levantaron acusaciones contra la comuna por uso de drogas, promiscuidad sexual y crimen. Ninguna de ellas fue estimada o llevada a juicio pero produjo suficiente material para escritores de ficción como John Updike que basó su novela S en la comuna.

El Gobierno Federal de los Estados Unidos siempre ha considerado sospechosas las comunas religiosas. Y Rajneeshpuram llegó a ser la mayor y más próspera de ellas, atrayendo seguidores entre la gente rica y famosa que obsequiaban a su Bhagwan con regalos: además de varios modelos de Mercedes Benz, había una flota de casi cien Rolls Royce. “¿Por qué no uno para cada día del año?”, respondía burlonamente Rajneesh a aquellos que criticaban su estilo de vida. Sus seguidores llevaban pegatinas en los coches con la leyenda: “Jesús ahorra, moisés invierte, Bhagwan gasta”. Rajneeshpuram tenía sus propios teatros, restaurantes, salones de belleza, escuelas y piscinas: era un pueblo modelo, vigilado de cerca por la Iglesia y el Gobierno.

Rajneesh decía: “Una comuna debe vivir de forma que se vaya haciendo más y más rica que no superproduzca gente… la superproducción crea mendigos, crea huérfanos, y una vez que hay huérfanos hay más Madres Teresas. Mi ashram es absolutamente diferente (a los ashrams indios) porque la gente aquí baila, canta, se toma de la mano, se abraza, se quiere, goza. Este no es el concepto oriental de un ashram, que tiene que ser un lugar absolutamente triste, más como un cementerio que como un jardín”.

En 1985 el Gobierno americano decidió atacar. Rajneesh fue acusado de treinta y cinco cargos de representación fraudulenta por incumplir las leyes de inmigración. Tras permanecer arrestado y retenido en prisión durante diecisiete días, fue deportado.

Rajneesh volvió a la India sin seguridad alguna acerca de dónde podría crear un nuevo centro. En febrero de 986 se embarcó en una gira alrededor del mundo esperando encontrar un nuevo refugio. Se le rechazó la visa de entrada en veintiún países. Volvió a Bombay en julio de ese mismo año, y en enero de 1987 retomó su ashram en Puna, ahora conocido como Osho Commune International.

Yo visité el centro de Osho de Puna, en Koregaon Park. Osho Rajneesh estaba en un delicado estado de salud y se le había aconsejado no recibir visitas. Pasé un par de horas visitando la comuna. En la gran sala de meditación resonaba la música; había una banda de cuatro músicos tocando, mientras algunos sannyasins bailaban y otros estaban tranquilamente sentados en silencio cogidos de las manos o en profunda meditación. Cada uno iba a lo suyo. Entre los laberínticos senderos que atravesaban una profunda vegetación había una cascada, un estanque con cisnes, estudios, una gran biblioteca, diferentes salas de actividades, habitaciones residenciales, un centro comercial, librería, y oficinas. Toda la comuna había sido construida por los discípulos, entre los que se hallaban arquitectos, ingenieros, carpinteros, electricistas, fontaneros; cada uno contribuía lo mejor que podía. Nada había sido construido por constructores a mano de obra contratada. Lo que más me sorprendía era la sonrisa que encontraba al cruzarme con ellos. Un espíritu de armonía impregnaba la comuna. Era distinto a las docenas de ashrams que había visitado en las diferentes partes del país, donde nadie sonreía y todo el mundo parecía que estaba estreñido por la desdichas del mundo, al considerar que una buena risa era una blasfemia. Me pregunto si esto se debía a su liberación de las inhibiciones sexuales acerca de las que tanto se ha dicho y escrito. Permitidme que vuelva años atrás, a mi encuentro con la joven italiana Gracia Marciano, quien me introdujo a las enseñanzas de Rajneesh.

Gracia había venido a verme de vez en cuando y siempre me traía algo de literatura acerca de Rajneesh. Yo leía todo lo que me traía, sobre todo para mantener la conversación en nuestro próximo encuentro. Ella me hablaba de otra cosa; obviamente trataba de acercarme a él. Un día en tono desenfadado le dije: “Gracia, ¿me quieres convertir en discípulo de Bhagwan? No tienes que hacerme leer todo esto. “Mi precio es otro”. No me preguntó cuál era el precio: mantuvo una mirada inocente en sus ojos. Esto volvió a ocurrir dos o tres veces y Gracia decidió que no la estaba tomando muy en serio, así que en un siguiente encuentro me confrontó abiertamente: “¿Te gusta mi cuerpo? ¿Te gustaría hacer el amor conmigo? Mi cuerpo no es nada, lo puedes tener cuando quieras. Yo vendré a ti”. Esto desmoronó todo el enamoramiento ilícito que tenía dentro. Ella no tenía complejos acerca de eso, era yo el que los tenía; mi mente estaba estancada por deseos libidinosos. Al confrontarme tan directamente derribó la barrera que se levantaba entre nosotros y nos hicimos amigos. Algunos meses después cuando mi esposa y yo pasamos por Roma de camino a los lagos italianos, nos llevó a cenar. Algún tiempo después me volví a encontrar con ella en una conferencia en Los Ángeles; se había casado con un productor de televisión. Y ya no llevaba las ropas naranjas ni el medallón con la foto de Rajneesh al cuello.

Cuando volví a visitar la comuna de Puna, Rajneesh había dejado el honorífico nombre de Bhagwan y tomado el calificativo japonés Osho. No es una palabra fácil de traducir: “o” significa amor, respeto y gratitud; “sho” quiere decir: expansión multidimensional de la consciencia y la existencia viniendo desde todas las direcciones. Y finalmente dejó el nombre de Rajneesh y aludía a él simplemente como Osho.

A mediados de 1988 sintió que había dicho todo lo que tenía que decir: comenzó a retirarse gradualmente de la vida pública y sus discursos se fueron espaciando. No gozaba de buena salud, sufría de diabetes y asma, y también tenía razones para creer que había sido deliberadamente envenenado en la cárcel: sus discípulos creen que le pusieron talio en la comida (es un veneno sin sabor que tarda mucho tiempo en destruir el cuerpo). A pesar de disponer de la mejor atención médica al respecto, Rajneesh nunca fue capaz de recuperar su salud. Dio su último discurso público en abril de 1989. Dos de sus discípulos cercanos, el canadiense Swami Jayesh y el doctor inglés Swami Amrito, le atendieron constantemente durante los últimos días de su vida. Swami Amrito proporcionó un vívido relato de su diálogo con Osho en los últimos momentos antes de su muerte. Amrito le tomó el pulso y le indicó que su fin estaba cerca; Osho simplemente asintió con la cabeza indicando que lo sabía. Amrito le preguntó si debería pedir un cardiólogo para reanimarle el corazón, a lo que Osho contestó: “No, simplemente dejadme marchar. La existencia decide el momento”.

Osho dio instrucciones acerca de qué hacer con su habitación y sus pertenencias: “Poned una moqueta como la del baño en toda la habitación”. Y señalando a su estéreo, dijo: “¡A Nirupa le gustará!”. Nirupa había limpiado su habitación durante muchos años.

“Aquellos, ¡sacadlos! –continuó apuntando a los humidificadores (son muy ruidosos)-, pero aseguraos de que el aire acondicionado esté siempre puesto.” Se le preguntó acerca de su Samadhi, y respondió que después de su muerte su cuerpo debería ser llevado a la sala de meditación. “Luego llevadlo a los crematorios; ponedme el gorro y los calcetines antes de sacar mi cuerpo.”

Unas semanas antes de su muerte alguien le preguntó qué ocurriría con su trabajo después de haberse ido. Osho contestó: “Mi confianza en a existencia es absoluta. Si hay algo de verdad en lo que digo, sobrevivirá…; la gente que siga interesada en mi trabajo simplemente llevará la antorcha, pero sin imponer nada a nadie.

“Yo seguiré siendo fuente de inspiración para mi gente. Y eso es lo que la mayoría de los sannyasins sentirán. Quiero que crezcan por sí solos; cualidades como el amor, alrededor del cual no puede crearse ninguna Iglesia; como la consciencia, la cual no es monopolio de nadie, al igual que la celebración, regocijándose y manteniendo unos ojos claros e inocentes, como los de un niño…”

Según parece, justo antes de morir, a las cinco de la tarde del 19 de enero de 1990. Osho dijo: “Os dejo mi sueño”.

Había prohibido el luto y la lamentación. Esa tarde su féretro fue sacado del ashram entre una multitud de sus discípulos cantando y bailando durante todo el camino hasta la Tulsi Ram Gat. Su hermano Swami Vijay Bharti encendió la pira funeraria y sus cenizas se llevaron de regreso al ashram al día siguiente.

Nueve meses antes de morir, Osho mismo dictó las palabras que deberían ser escritas en el lugar donde se depositaran sus cenizas.

Están inscritas en una placa de mármol:
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