El ahora de la noche oscura de la Iglesia c omo posibilidad de redención Arley Guarín Sosa ss.cc.
“Ha cesado el gozo del corazón,
Nuestras danzas se han trocado en duelo;
Se nos ha caído la corona de la cabeza:
¡ay de nosotros, que hemos pecado!
Por esto está abatido nuestro corazón,
por estas cosas se nublan nuestros ojos.
El monte Sión está desolado
Y los zorros se pasean por él.
Pero tú, Señor, eres rey por siempre,
Tu trono dura de edad en edad”.
(Lam, 5, 15 -16.18-19)
En el año sacerdotal se me ha pedido que escriba unas líneas sobre algunos desafíos que tenemos que asumir los religiosos ss.cc. en el ejercicio del ministerio presbiteral en el actual contexto del mundo en el que estamos. Vivo el ministerio en un país “consagrado al Corazón de Jesús” que padece un conflicto armado desde hace 60 años el cual ha dejado miles de muertos, campos desolados, aumento progresivo de la distancia que hay entre ricos y pobres, una corrupción política que ha permeado las estructuras del Estado, la polarización hecha por grupos armados ilegales como lo paramilitares y los guerrilleros.
En el contexto eclesial, Colombia es uno de los países más conservadores o anquilosados en materia evangelizadora en América Latina; este conservadurismo se expresa esencialmente en: Clericalismo que considera a los laicos como menores edad a quienes en las comunidades sólo se les dan órdenes para ser ejecutadas. Y en una acción evangélica centrada en la compraventa de los sacramentos que ocupa la mayor parte del tiempo de los ministros. A este panorama poco alentador se le suma el escándalo de la pederastia en la Iglesia y el encubrimiento intencional de estos delitos. Atravesamos un momento de desprestigio eclesial ante la sociedad, de diáspora pastoral y fragmentación personal, propia de la postmodernidad, que situaciones que retan nuestra manera de ser religiosos hoy. En este contexto me pregunto ¿cuáles son los principales desafíos que tienen los religiosos sagrados corazones en el ejercicio del ministerio hoy?
Asumir el desalojo de Dios
Podríamos decir de manera muy simple que en algunos países creer en Dios es un mal. En palabras De Lubac “la cultura predominante se caracteriza por dejar a Dios “respetuosamente aparte”. En ciertos contextos no es tan respetuosa la forma. Una de ellas es el laicismo que rechaza con violencia cualquier expresión religiosa independientemente del grupo que la profese. Y otra son algunas actitudes de carácter existencial que fragmentan la vida humana tales como: una cultura que promueve la liberación sexual y que hoy se entiende como la disociación entre el ejercicio de la sexualidad y el amor, el intercambio sexual se separa del compromiso; de la mano de esto surge un erotismo ambiental que no se reduce sólo a estimular la pulsión sexual, sino que, además, concentra en torno a ella gran parte de la energía psíquica disminuyendo las potencialidades sociales y preocupación por el otro. Se pasó del rigorismo y del tabú a un permisivismo que no le pone límites al deseo. Pensar en Dios en un contexto así resulta más complejo porque las condiciones de posibilidad para que esto suceda están cada vez más debilitadas.
Esta realidad repercute en la vida del presbítero de muy variadas formas. Una, es que se suele usar un lenguaje “de doble sentido” para promover el humor dentro de la comunidad o en las conversaciones más “gratuitas”. Otra es creer que la castidad en el celibato es un mal o algo que no se puede vivir y, en ese contexto, algunos hermanos presbíteros dejan la Congregación porque “han descubierto que su vocación es la vida conyugal”. En cambio hay otro gran grupo de hermanos que, en medio de un contexto agresivo en este campo, viven su celibato con generosidad. Éstos han logrado establecer una espiritualidad sólida que les impulsa a centrar su vida en la búsqueda de Dios sirviendo a otros. Como afirma Jon Sobrino: “No se puede ser célibe sin vivir con pasión el ministerio”. Casaldáliga afirma: “Será una lucha armada por el Reino”.
Otra Consecuencia del desalojo de Dios en la sociedad postmoderna es el individualismo creciente. Una de las conquistas de la modernidad fue autonomía del sujeto. Un ser humano no es un número, sino que tiene una singularidad irrepetible. Como sostiene Viktor Frankl “con cada niño que nace, surge en el mundo un nuevo ser”. Esta indivisibilidad de la persona fue rescatada. Es un logro importantísimo. Sin embargo el peligro que debemos enfrentar es que del reconocimiento y valoración positiva de la individualidad del ser humano, se pase a la idolatría del individuo que convierte al sujeto en alguien autocentrado con incapacidad de salir de sí y reconocer al otro y al Otro rechazando todo aquello que no le vale, que no le sirve, que no le gusta, que no le va con su “estética”. El individualismo que padecemos hoy surge de un ser humano que mató al Padre para buscar su libertad y ahora se encuentra padeciendo una soledad que lo carcome. La sociedad sin padres que tiene infinitas posibilidades electrónicas es incapaz de comunicarse, de relacionarse, de integrase en comunidad.
Ahora bien, ante estos datos descriptivos surge la pregunta ¿cómo asumir este desalojo de Dios y las consecuencias que trae en la vida práctica?
Viajar al centro: “Cuando se marcharon las multitudes, Él se subió solo a la montaña a orar” (Mt, 14 - 23). Ante el panorama que vive la Iglesia en el actual momento lo peor que nos puede pasar es dar una mirada depresiva, desesperanzadora. Lo esencial para la redención es asumir la pobreza del mundo, la pobreza que somos y ver ahí las posibilidades de Dios que son más profundas que las nuestras. Para lograr esto es necesario adentrarse en uno mismo porque nuestro espacio interior, que llamamos yo profundo, corazón o alma, es lo más universal, es el lugar sagrado por excelencia donde podemos volver a “ver a Dios”. Es allí donde él habla, allí donde todo se cumple, donde surge la poesía en medio de la tragedia, es allí donde el canto se levanta en medio de los escombros y es posible escuchar: “El monte Sión está desolado Y los zorros se pasean por él. Pero tú, Señor, eres rey por siempre, Tu trono dura de edad en edad”. Estas palabras del libro de las lamentaciones tienen una belleza profunda. Proclaman que, en últimas, Dios es más que el templo, más que el monte Sión, más que Jerusalén, más que la realeza sobre la tierra porque todo esto puede hundirse, todo esto se puede acabar, pero hay algo que permanece: Dios reina. (“Todo se va a pique, me dijo una tía religiosa en su lecho de muerte producida por el cáncer, pero hay alguien que no se daña y a Él lo tienes que buscar”. Este fue el momento de mi motivación vocacional a la vida religiosa). Israel vive un desgarro profundo y es ahí cuando tiene la posibilidad de volver a su centro más profundo y descubrir en él su destino en el mundo.
Si el presbítero de hoy no sube a la montaña después que la multitud se va, su vida se desmorona, se vuelve incapaz de descubrir que, a pesar de la desolación del monte, Dios revela su trascendencia. En cambio si se viaja hacia el centro, cuando en la calle le gritan al presbítero: “curas pedófilos” él puede responder con serenidad: “y…, sin embargo, Yahvé reina”, a pesar de las atrocidades de los clérigos Dios sigue siendo la esperanza redentora de la vida. Si se va al centro es posible decirle al laicismo recalcitrante que nuestra soledad ha sido vencida porque estamos buscando a Aquél a quien tenemos en “nuestras entrañas dibujado”, como bien canta el místico Español. Aquí se revela nuestra más profunda verdad – fragilidad sin evasiones y es ahí donde saboreamos al Misterio que nos desborda.
Ser apasionados por la humanidad herida
Cuando se habla de la crisis de la Vida Religiosa con natural razón se sacan a relucir las cifras estadísticas. Se afirma, por ejemplo, los religiosos somos cada vez menos y más viejos. Los jóvenes que ingresan son mucho menos que los que mueren. Pero no se suele mencionar el acomodo de la Vida Religiosa al sistema imperante, al modo de proceder del sistema neoliberal. Cito tan sólo un ejemplo: No se cuestiona que la Vida religiosa se encargó de formar a las grandes élites económicas encargadas de los negocios a gran escala de los países. En Colombia, por ejemplo, los presidentes más corruptos que hemos tenido han sido formados por religiosos. Es decir, los religiosos fundamentalmente se dedican a formar a las clases altas de las grandes ciudades del mundo. Nos acomodamos al sistema injusto donde la educación y la salud son mercancías de diversas calidades, la mejor, será dedicada a los ricos. ¿Será que la vida religiosa dejó de estar con los márgenes de la sociedad para ir a vivir y ser como las grandes élites privilegiadas?
En la descripción de la crisis de la Vida Religiosa suele aparecer más preocupación y más angustia por los problemas de los institutos en su organización interior que por los verdaderos dramas de la humanidad.
Aquí es donde creo que está el principal desafío para el presbítero religioso hoy: Lo que nos tiene que trasnochar, lo que tiene que ocupar nuestras energías, inteligencias y bienes es el dolor, el hambre, la desnudez, la muerte antes de tiempo, el secuestro y la soledad de tantos seres humanos que viven en las periferias del mundo. Muchos hermanos nuestros a cada instante se debaten entre la vida y la muerte y tienen pocas manos que los abracen, sostengan y bendigan en sus momentos - límite.
Nuestro gran reto es redireccionar nuestra sensibilidad, es decir, que al religioso no se le reconozca por la ropa, por la clase social que ocupa, por el poder de mando o dirección que tienen en su instituto, por los bienes de la Congregación que tiene para administrar “desde el voto religioso de pobreza”, sino que se re reconozca por su profunda humanidad. Cuando compartamos aunque sea sólo unos minutos con alguien y que él descubra que ahí, en nosotros, hay algo que no se puede explicar, pero hace arder el corazón como les aconteció a los discípulos de Emaus. Cuando esto sucede la vida Religiosa supera su crisis y se convierte en portadora de Evangelio. Ahí la Vida Religiosa es como una fuerza de liberación, como una llamada a la renovación, como una fuente de ensueño y de creación y también como una inquietud, una experiencia que genera una posible pregunta.
Lo que ha acontecido en los últimos meses en la Iglesia, por un lado nos hace bien, porque muestra que los religiosos en la vida práctica tenemos las mismas tensiones, contradicciones, injusticias que tiene cualquier mortal. Esto nos sana porque nos ubica en una condición inferior a las instituciones exitosas del mundo de los negocios. Asumir esta pobreza significa reconocer que en lo profundo de la Noche oscura aparece una luz redentora que nos alumbra. El misterio nos sigue desbordando, aunque es de Noche. En nuestra enfermedad está nuestro remedio. Ingresar en ella, asumirla y descubrir ahí los rastros del Misterio que se nos insinúa, aquí está nuestro mayor reto en la actual crisis que vivimos en el contexto eclesial y mundial.
N. 21, 2010
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