Tal como lo hacía los sábados, Goldi recorrió -bolígrafo en mano- la sección “amigos por correspondencia” de “pen-dex”, su revista juvenil favorita. Leía cada






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fecha de publicación22.06.2016
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VALE POR DOS

Tal como lo hacía los sábados, Goldi recorrió -bolígrafo en mano- la sección “AMIGOS POR CORRESPONDENCIA” de “PEN-DEX”, su revista juvenil favorita. Leía cada aviso con mucha atención.

Ya se carteaba con siete chicas que, al igual que ella, rondaban los doce, trece años.

¡Y qué feliz se sentía por haber entablado esas amistades postales!

Si bien contaba con una única “mejor amiga” (Flavia; su prima y compañera de escuela, con la que se encontraba a diario), era hermoso poder comunicarse con quienes vivían muy lejos de su casa, en otras provincias del país e, incluso, en el extranjero.

No pasaba semana sin alguna carta esperándola sobre el pequeño escritorio de su cuarto. Tampoco pasaba ninguna sin que ella fuera hasta el correo para remitir su correspondencia.

Para Goldi, la posibilidad de relacionarse con criaturas de su edad a través de mensajes escritos, cuidadosamente ensobrados y estampillados, era tan importante como respirar. No sólo porque le encantaba volcar sus sentimientos y pensamientos sobre papel, ni pr todol lo que conocía acerca de las vidas que se desarrollaban en sitios distantes y ni siquiera por el fabuloso intercambio de fotos y noticias de los artistas preferidos que podía realizar con sus siete amiguitas lejanas.

No. La necesidad de Goldi tenía raíces profundas y tan subterráneas como las de los árboles en las veredas de su barrio.

Por empezar, sólo por carta podía ser “Bertila Bassani”, firmar con sus verdaderos nombre y apellido en vez de usar el odiado apodo de Goldi…

“Goldi”… Aj, “Goldi”… Nada que ver con una deformación de la palabra inglesa “gold” y que signifacaba oro, a pesar de la catarata de rulos dorados que le enmarcaban la bella carita… Ese sobrenombre le traía, ahora, recuerdos que la hacían sufrir. Y cuánto. Porque provenía de la abreviatura de la defectuosa pronunciación de su primera niñez, cuando en vez de repetir “gordita”, tal como la llamaban en su familia, ella decía “Io me iamo Goldita”… Y todos festejaban su gracia infantil, empinada sobre un rotundo sobrepeso.

Pero… ¿Qué les interesaba su figura, lo gorda, gorda que, en realidad ella era, a sus amigas del alma, ésas con las cuales establecía puentes de verdadero afecto a partir de su ser Bertila y sin padecer el aislamiento al que la condenaban sus kilos de más, entre los niños que la conocían personalmente?

Sus corresponsales la valoraban tal cual era: una mujercita de notable inteligencia y extraordinaria sensibilidad. Aunque por las dudas, pensaba “ni loca les confieso que soy gordísima; capaz que son tan prejuiciosos como todos los demás y se burlan y me dejan de lado”.

Para evitar cualquier decepción, Goldi les enviaba, entonces, fotografías de su prima Flavia, una estilizada y atractiva muchachita morena a la que sólo se le parecía en el blanco del ojo. Al pie de los retratos, firmaba, invariablemente, “Bertila”.

Flavia estaba enterada de la pasión de Goldi por la correspondencia, pero ignoraba que sus fotos iban a parar a tantos lugares con una identidad supuesta.

Si lo hubiera sabido - y tanto como quería a su “primiga”, como le decía, mezclando sílabas de prima y amiga en amorosa ligazón- de seguro que le hubiese aconsejado que contara la verdad, que se mostrara sin mentiras, que no valían la pena amistades apoyadas únicamente en el aspecto físico.

-Claro, para Flavia no es un drama su apariencia… -pensaba Goldi. -Qué fácil le resulta aconsejarme que esto y que el otro… Si ella estuviera encerrada dentro de las carpas de circo que son mis vestidos no opinaría lo mismo. ¿O acaso no es testigo de las bromas hirientes que me hacen los compañeros del grado?: “¿Cómo te tejieron, gorda; con qué punto, con qué lana? En las revistas publican indicaciones de cómo tejer un ‘gordo’, como pullover para el invierno… Pero ¿cómo se teje una gorda?”. Hipopótama, me dicen; lechona, ballenato, gorda bachicha, vaca enrulada, reventona, panceta rubia, gordinflonita… y apenas llego al colegio, responden con una seguidilla de “Joinc, joinc” a cada uno de mis “Hola”…

¿Y quién me saca a bailar en las reuniones? Nadie. ¿Y qué chico me invita a ir al cine, aunque sea, que en la oscuridad no se ve mi gordura y sólo tendrían que aguantar mi acompañamiento visible durante las cuadras de ida y de vuelta hasta mi casa? Ninguno. ¿Y cuándo me mandaron un mensaje romántico? Nunca.

Nadie. Ninguno. Nunca. Ni saben quién soy de la piel para adentro.

Si hasta Kasumi Murase -nuestro compañerito japonesito que es tan respetuoso- exclama al verme aparecer “ahí viene rodando la futocho”, que -en su idioma natal- esta palabra que rima con bizcocho (mmmh, qué ganas de probar unos de grasa…) esta palabra -digo- significa “la gorda”…

El caso es que todas estas dolorosas reflexiones solitarias le producían a Goldi tantos deseos de comer que -en vez de renunciar durante un rato al mentos- a ingerir alimentos, le quintuplicaban el apetito. Y la nena asaltaba la heladera de su casa, hasta tapar la angustia con lo que hallara comestible.

Su familia -compuesta por personas de peso equilibrado con la estatura- empezaba a preocuparse un poco… pero no tanto: “Si la gorda es tan graciosa… Adorable… Siempre nos hace reír con sus ocurrencias… Además, tan inteligente…”

Y fue debido a su inteligencia que Goldi imaginó lo que imaginó -bolígrafo en mano- ese sábado que recorría, atenta, la sección “Amigos por Correspondencia” de su revista juvenil favorita.

Escribirle a un varón. Eso. Intentar el encuentro con un “príncipe azul” siquiera por carta. ¿Por qué no?

-Re boba soy -se decía. -¿Por qué lo pienso recién hoy?

Sin embargo, tuvo suerte.

Entre el centenar de avisos de oferta de corresponsalía, detectó uno que la sedujo: “Me llamo Kevin Wilson Martínez del Parral y tengo trece años. Soy escorpiano. Me deliro por la música y la poesía. Practico fútbol y natación. Pretendo la amistad de una chica distinta de todas. Me super coparía escribirme con alguien muy especial, única. Abstenerse privadas de libertad y quienes no persigan fines serios. Bienvenidas las extraterrestres. Mi domicilio es: (y aquí se consignaba una dirección de la ciudad de Montevideo, República Oriental del Uruguay).

Goldi recuadró y recortó este aviso. Navegó en sus fantasías durante un rato, imaginando un futuro romance postal, y -a continuación- escribió su primera carta para un varón.

Decía así:
HOLA KEVIN:

Elegí tu aviso -entre un montón que publicaron en la revista “PEN-DEX” este sábado- y quiero enumerarte por qué, respondiendo en orden a cada una de tus condiciones:

1.- A mí también me fascinan la música y la poesía. Toco la guitarra, la flauta dulce y el charango. Compongo poemas y algunos los transformo, después, en canciones, gracias a la colaboración de mi prima Flavia. Ella inventa melodías.

2.- No es por presumir, pero creo que soy un ejemplar único y muy especial. Las razones me las reservo. Ya las irás descubriendo, sie es que te interesa que seamos amigos por correspondencia.

3.- No estoy presa y la amistad es, para mí, un asunto muy serio.

4.- A veces me siento como una extraterrestre entre mis mismos compañeros. ¡Ni qué decirte entre la gente mayor!

5.-De acuerdo con el zodíaco pertenezco a Piscis. La astrología asegura que Escorpio es el signo más afín al mío, siempre que, como en este caso, se trate de un varón escorpiano y una chica pisciana y no a la inversa.

Bien. Sólo me falta agregar que me llamo Bertila Bassani, que tengo doce años y vivo con mi familia (papá, mamá y dos hermanos mayores que me hacen la vida imposible: Ivo, de 17 y Leonardo de 15).

Curso el último grado de la escuela primaria.

Ah, olvidaba decirte que adoro tu ciudad. Estuve en Montevideo para los carnavales de hace tres años y guardo recuerdos muy hermosos.

Ahora me despido.

Cariñosos saludos, Bertila.
PD: Ojalá me respondas. Serías el primer amigo uruguayo que tengo.

2da PD: Los datos de mi domicilio los verás al dorso del sobre y, por las dudas, también te los anoto en una de las tarjetitas personales que me regalaron cuando cumplí los diez.
A partir del momento en que Goldi envió su carta a Kevin, se le antojó que los días comenzaban a ser inacabables. “No necesito morirme para caer en la eternidad

-pensaba-. Esta espera lo es”. Y entonces redoblaba sus raciones durante desayunos, almuerzos, meriendas y cenas y -entre medio- apelaba a refuerzos de chocolates, alfajores, caramelos, etc.

“¿Me escribirá o no? ¡Ay, que sí y que lo haga rápido!”

La ansiedad seguía aumentándole el apetito. Resultado: subió tres kilos y medio hasta que llegó esa carta que tanto aguardaba.

Goldi estaba en la escuela cuando el cartero la dejó en su casa. La recibieron sus hermanos. Por eso, cuando la nena regresó, ya habían curioseado estampillas, matasellos y remitente. Se morían de risa.

-¿Así que ahora te escribe un muchacho uruguayo? -le dijeron agitando el sobre de Kevin como un pañuelo y pasándoselo de uno a otro para demorar- “¡los malditos!”- la entrega correspondiente.

-Ah… ¡La gorda tiene novio en Montevideo!

Furiosa, Goldi tuvo que esforzarse bastante para arrebatarles la carta que le pertenecía. Enseguida, tomó tres bananas de la frutera y corrió a encerrarse en su cuarto. Allí la leyó, emocionada hasta decir basta:

Copio el encabezamiento de tu carta y te digo: ¡Hola Bertila! Fuiste muy franca al no ponerme “querido”. La gente grande se “distinguea”, se “estimea” y a veces hasta se “queridea” por correspondencia, cuando ni se conoce. Lo sé porque veo las cartas que reciben mis padres -que son abogados- y muchas empiezan también con “De mi mayor consideración” (¿qué querrán decir exactamente?) Buah.

Bertila es única” -me dije, al leer y releer tu lindísimo mensaje. –Es despierta, sensitiva, divertida. Pero no quiero mentirte: única también fue tu carta; la única que recibí. Ah, te digo que ignoro todo acerca del zodíaco, así que no te hagas demasiadas ilusiones con eso de Piscis y Escorpio. En mi aviso incluí mi signo porque mi tía es una fanática de los astros y cree que es un dato fundamental.

En casa sumamos seis: un padre más una madre (de los que te hablé antes) y tres hermanitos menores que yo y que, como yo, también tienen nombres que sé que a los argentinos les parecen raros pero la elección en ese aspecto es aquí libre. Uno se llama Milton Washington (de nueve años), el otro, Franklin Dumas (tiene cinco) y por fin se termina con Fiesta Cívica (de casi dos) y puse “por fin”, porque si la nena no aparecía, seguro que mis padres eran capaces de seguir buscándola aunque antes tuvieran un ejército de varones. ¡Y cómo la esperarían que la bautizaron Fiesta Cívica, no sólo porque nació el día de nuestra independencia y así decía impreso en el feriado del almanaque, en el lugar que colocan a los Santos, sino porque su llegada fue una verdadera fiesta para todos. Es una consentida, te imaginarás.

A otra cosa: curso el primer año del liceo. No me va muy bien con los estudios. Mi papá dice que le dedico todo el tiempo a la música, a leer sólo lo que se me antoja y a los deportes. No es cierto. Pasa que no me siento cómodo en el secundario. Me enlío con tantos profesores y materias distintas. Mi mamá opina que ya me voy a acostumbrar, que a ella le ocurrió lo mismo a mi edad y que recién empezó a disfrutar del liceo a partír de segundo año. Me gustaría que me mandaras tu foto, así puedo imaginarte cuando lea tus cartas. En la próxima voy a enviarte una mía. Mientras tanto, te anticipo como soy: mido un metro sesenta y me apodan “El flaco”. Tengo pelo y ojos castaños y muchas pecas en la cara y los brazos. Yo tampoco quiero presumir pero dicen que soy pintón, ejem.

¿Me copiarías alguna de tus poesías?

Mañana comienza el campeonato intercolegial de fútbol. Yo integro el equipo de mi escuela: soy wing-izquierdo, así que, por esta tarde, voy a terminar aquí porque debo ir al entrenamiento.

Espero rápida contestación.

Un beso (sobre tu mejilla, ¿eh?) y hasta pronto.

Kevin

A partir de los dos primeros mensajes de presentación, la correspondencia entre Goldi y Kevin comenzó a hacerse tan frecuente que, en pocos meses, ambos contaban con varias docenas de cartas.

Goldi las atesoraba en un secreto que sólo compartía con Flavia. Estaba radiante. Escaso tiempo había necesitado para conquistar el afecto de Kevin y sentir un gran cariño por él. Casi podría decirse que se conocían desde siempre, tal era la confianza con que se escribían y la verdadera corriente de amistad que fluía entre ellos.

-Nena, Kevin está enamorándose… -opinaba Flavia al leer las cartas que, cada vez, incluían frases más claras al respecto.

Goldi simulaba no darse cuenta pero lo cierto era que ella también. Y aunque esta sensación nueva la llenaba de alegría, una nubecita de tristeza solía nublar sus ensueños: “Le mentí a Kevin. Una sola mentira, pero mentira al fin. El cree que la que le sonríe desde las fotos que le despaché soy yo… Si Flavia se entera me mata… Sí. Ya sé que él se flechó por mí, por cómo soy, que en contarle mis cosas jamás lo engané… pero me imagina con la cara y el cuerpo de Flavia… Si supiera que es esta gorda, una “futocho” la que le deslumbró el corazón… Menos mal que vive en Uruguay y no tiene ocasión de toparse conmigo ni por casualidad…”

Por casualidad no, pero Goldi no preveía la posibilidad: un viaje… especialmente para verla en persona…

¡Casi se desmaya al leer aquella carta que se lo anunciaba, coincidente con el principio de las vacaciones de verano!

Querida Bertila:

¡Voy a darte una noticia fantástica! Pasado mañana viajo con mi papá a Buenos Aires. Llegaremos en el vuelo del mediodía. El tiene que partir, de improviso, para hacer unos trámites en los tribunales. Tanto le insistí en que me llevara que, por cansancio, me dijo que sí. Nos alojaremos en el Hotel Montana durante los tres días que durará nuestra estadía allá. ¡Salto de contento! ¡Por fin vamos a conocernos personalmente, mi amorcito!

Te ruego que me llames al teléfono al hotel, ya que ustedes no tienen línea, y así combinamos nuestra primera cita.

¡Hasta prontito, preciosa!

Tu Kevin
Goldi sintió que diciembre se le desmoronaba sobre la cabeza.

Al borde de un nuevo ataque de gula, se apresuró a reunirse con Flavia.

“Es mi única salvación. Estoy frita si Kevin me ve… tiene que ir ella en mi lugar, a esa condenada cita…”

-¿YO? Ni loca, nena -le dijo Flavia, bastante indignada, cuando supo que su prima había enviado fotos suyas y que le pedía presentarse ante Kevin como si fuera Bertila Bassani.

-¿Qué te cuesta actuar algunas horitas, eh? ¿Acaso no vas al curso de teatro? Dale, Flavia; sé buena. Además, estás al tanto de todo mi romance por carta…

-¡Sí, pero no sabía que a TU romance le habías puesto MI cara!

-… y tu… tu cuerpo…

-Arrégleselas como pueda, señorita embrollona. ¿Quién la mandó a ser tan falsa?

Y ni las lágrimas de Goldi lograron hacer variar la decisión de Flavia de no prestarse al juego de intercambio de roles.

Así fue como, entonces, a la desesperada Goldi no le quedó más remedio que enfrentar la situación.

¿Cómo? Pues telefonéandole a Kevin como si ella fuera Flavia. Total, aún no se conocían las voces.

-Lo lamento mucho -le dijo- pero mi prima Bertila salió de vacaciones hace tres días, apenas recibió tu carta. No tuvo tiempo para escribirte. Me dijo que iba a hacerlo desde Bariloche. Fue para allá con el grupo de séptimo grado, en viaje de graduación…

El viaje figuraba entre los proyectos de Goldi, pero recién iba a realizarse en enero… y Kevin lo recordó:

-Pero si Bertila me contó que la partida estaba planeada para enero…

-Hubo una modificación de último momento… Y yo no pude ir porque participo en una obra de teatro que se va a representar la semana próxima.

-Qué rabia; quién sabe cuándo voy a tener otra oportunidad de viajar a Buenos Aires… Soñaba con ver a tu prima… Le traje unos regalitos, Flavia. ¿Me harías el gran favor de encontrate conmigo para que te los entregue? Reviento si, encima de no verla, tengo que llevármelos de vuelta.

-Claro que sí, Kevin; no tengo ningún inconveniente.

-¿En qué lugar se te ocurre? Conozco poco y nada esta ciudad.

-A la vuelta de tu hotel hay una casa de hamburguesas. “Mac Fierro”. ¿Te parece que nos juntemos allí, esta tarde a las cinco? Es un lugar muy simpático y lleno de jóvenes.

-Perfecto. Pero… ¿Cómo nos vamos a reconocer?

-Yo vi tus fotos, Kevin. En cuanto a mí… esteee… ¡soy una de las chicas más gordas que habrás visto en tu vida! Imposible que no me distingas, aunque el local esté colmado… Además, tengo el pelo rubio, largo y muy ondulado y me pondré un vestido celeste.

Durante el tiempo que se prolongó la estadía de Kevin en Buenos Aires, Goldi y él lo pasaron juntos casi de la mañana a la noche.

Después de esa primera entrevista en “Mac Fierro”, almorzaron con el papá de Kevin, fueron a caminar por el centro, visitaron un gran shopping center, vieron una película y se rieron mucho en el parque de diversiones.

Goldi le había contado a su madre todo lo sucedido.

Llorando y abrazada a su cuello, escuchó sus consejos y se animó a volver a salir con Kevin, aunque fuera bajo la identidad de Flavia.

-Lástima no poder traerlo a casa, ¿no, mami? Se descubriría todo el pastel…

-¿Y por qué no decirle la verdad, Goldi? De acuerdo con lo que me contaste parece que Kevin te ha tomado una gran simpatía…

-Jamás de los jamases. Que siga creyendo que soy Flavia. El está deslumbrado por cómo es la Bertila que le escribe… pero no supone que es este tanque…

El atardecer de la partida del muchacho y su padre rumbo al aeroparque, Goldi y Kevin se despidieron en la confitería del Hotel Montana.

Goldi no podía casi disimular ya, su angustia pro la inminente separación, cuando la sorprendieron aquellas últimas palabras de Kevin:

-Maravillosa Flavia… Nunca pasé unos días tan hermosos como en tu compañía… Tu carácter, tus gustos, tu sentido del humor son tan parecidos a los de Bertila que, por momentos, me pareció estar con ella… Espero que no te moleste mi franqueza pero estoy medio confundido desde que te conocí. No sé… Pienso mucho en Bertila pero, para serte sincero, no la extrañé tanto como suponía… Y pienso confesárselo. A tu lado me siento tan cómodo… que no me da vergüenza decirte que estoy triste por tener que irme. ¿Es mucho pedir que me anotes tu dirección, así puedo escribirte?

Increíble. A Kevin no le había importado su gordura. Si hasta sus palabras parecían teñidas de un sentimiento similar al de sus cartas…

-¿Y ahora qué hago? -pensaba Goldi, desconcertada -¡Le tengo que dar el domicilio de Flavia! Y aquella me va a estrangular si empieza a recibir cartas dirigidas a ella… pero dedicadas a mí… ¡Y yo voy a tener que escribir cómo si fuera dos personas! ¡En qué lío me metí!

Sin embargo, no tuvo otro alternativa que aceptar la solicitud de Kevin. ¿Qué excusa podía inventar para negarse a darle la dirección que Kevin le pedía?

A partir de aquella tarde, Goldi comenzó a recibir cartas de Kevin por partida doble y, también por partida doble, a contestarle, como si fuera Flavia y Bertila.

Tuvo que rogarle a su prima para que accediera a pasar con su propia letra las respuestas que firmaba, obviamente, como Flavia. Lo más cómico del asunto fue que, casi sin advertirlo, Goldi escribía las más bellas cartas bajo el nombre de Flavia, mientras que disminuía el tono afectuoso cuando lo hacía como Bertila. No era para menos: Kevin también iba inclinando sus preferencias hacia quien él había conocido como Flavia y que -gordura aparte, en el olvido- tanto espacio comenzaba a ocupar en sus pensamientos y en su corazón.

Por fin, el muchacho se atrevió a planterle la pura verdad a Bertila: se había enamorado -perdidamente- de la supuesta Flavia y consideraba que ella debía de ser la primera en saberlo ya que gracias a ella el chico había conocido a “la maravillosa, adorable, preciosa, -¡Unica!- gordita de tu prima”. Y le pedía perdón si la hacía sufrir pero ya no podía ocultar más ese sentimiento “que me hace flotar…” y “como es casi seguro que a fines de febrero viaje de nuevo a Buenos Aires con mi papá, es preciso que sepas todo”.

Goldi estallaba de alegría, de emoción. Kevin la quería a ella, a ella tal como era, aunque todavía siguiera creyendo que se llamaba Flavia.

Cuando el avión trajo a Kevin nuevamente a Buenos Aires, Goldi -del brazo de su mamá y en compañía de su prima- lo esperaban en el aeroparque, dispuestas a aclarar el embrollo.

El reencuentro de los pequeños enamorados fue cinematográfico. No sólo debido al cariños que los chicos se manifestaron al volverse a encontrar, sino por los momentos que vivieron cuando Goldi se atrevió a revelarle quién era quién y por qué había pasado lo que había pasado.

El padre de Kevin fue el que más se rió, al escuchar la historia completa.

-¿Así que me hiciste creer que le escribía a dos chicas? ¡Insólita, Goldi, única! ¡UNICA! -repetía el muchacho, asombrado.

-¡Es que mi gorda vale por dos! -dijo, de pronto, la mamá de Bertila Bassani, mientras la estrechaba en un cálido abrazo.


Elsa Bornemann.

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