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ATENEO DE MADRID SECCIÓN DE FILOSOFÍA CONFERENCIA: De la Consciencia y el Yo (16/2/11) Por: Lola Marcos Requena La semana pasada el presidente de esta Sección de Filosofía, abriendo un ciclo dedicado a la Filosofía de la Comunicación, nos aportó una interesante conferencia sobre El poder manipulador en la sociedad de la información. Es cierto, sumergidos en la vorágine del día a día, no deparamos cuán necesario es hacer un alto en el camino, para tomar conciencia de esa manipulación que nos arrastra a este endémico vacío existencial que padece nuestra sociedad. Un vacío existencial que no se puede rellenar de consumismo, como pretende la incesante y omnipresente publicidad mediática. Vivimos en una manipulada sociedad que ha sustituido los valores éticos por conceptos mercantilistas. Explotación, productividad, competitividad y consumo son los dientes del engranaje que mueven un sistema de producción, pero que no pueden ser sustitutivos de los valores que nos confieren nuestra calidad de seres humanos. Nos hemos convertido en una dormida sociedad de autómatas. Ángel, al final de su conferencia, nos alertaba sobre la necesidad de rebelarnos contra esta situación, a pesar de nuestra indefensión ante la maraña de intereses que nos ahoga en el nicho de pervivencia de esta estructura social. Es totalmente necesaria esta rebelión, ya que, no en vano, aquellos viajeros espirituales que transitaron los caminos de la Filosofía Perenne, a través de todos los tiempos, siempre nos hicieron una misma recomendación: ¡Despertad!. Sí, ¡Despertad a lo transcendente! en esa íntima dimensión nuestra … DE LA CONSCIENCIA Y EL YO INTRODUCCIÓN La consciencia nos es, a la vez, lo más familiar y lo más misterioso del mundo. D.V. Chalmers, Científico cognitivo y matemático de la Universidad de California. El tema, que esta tarde nos ocupa, es el fenómeno de la Consciencia. Para poder abundar sobre él debemos analizar el punto en el que se encuentra el estudio científico de este fenómeno y, como consecuencia, la evolución que han experimentado sus patrones de pensamiento filosófico. El principio constitutivo de la consciencia está, en pleno siglo XXI, en los albores de su investigación suscitando grandes controversias entre los científicos. Mientras que algunos mantienen la antigua visión newtoniana de un mundo mecanicista, identificando la consciencia con el cerebro de forma predeterminista y reduccionista (esto significa identificar la onda hertziana con el aparato receptor o la electricidad con la bombilla); otros transcienden esta visión intuyendo el principio de la consciencia, de forma subyacente, en las leyes que rigen nuestro Universo. Karl Popper, a este respecto, se manifiesta: “gracias a la física moderna, el materialismo se ha transcendido a sí mismo”, porque la materia ya no es la realidad básica. A lo largo del pasado siglo XX la ciencia ha ido descubriendo las capacidades autoorganizativas intrínsecas a la materia, demostrando que la información desempeña una función esencial en los sistemas y procesos cósmicos. Este descubrimiento nos dice que las constantes cosmológicas, en su dinámica evolutiva, no son ciegas porque el Universo incrementa la complejidad de las estructuras con un orden que precisa abundantes instrucciones, obedeciendo a un imperativo cósmico que hace prevalecer el orden en la naturaleza sobre el caos. Recordemos que la palabra Cosmos significa orden total, y Caos, lo opuesto de orden total. El premio nóbel en química, Prigogine, nos habla de “un orden que surge del caos”. Podemos decir que como resultado de los avances del pasado siglo, en nuestro presente, los inicios del siglo XXI, se están alumbrando unos nuevos patrones filosóficos y científicos de pensamiento de nuestra concepción del Cosmos y de nosotros mismos. Este nuevo paradigma intuye que así como subyace la semilla de la nuez en el interior de la cáscara, así subyace la semilla de la Consciencia en el interior de la cáscara material del Universo, desplegándose a lo largo del tiempo, en un proceso evolutivo encaminado a estructuras cada vez más complejas, haciendo que dicho proceso evolutivo no sea fortuito; lo fortuito, es lo seleccionado. Dicho lo anterior, y para clarificar, se hace necesario centrar qué entendemos por Consciencia. Como una imagen vale por mil palabras, pongamos un ejemplo que nos sea gráfico y cercano a la vez: Un cuadro. Un cuadro está constituido por el lienzo, los óleos o pinturas y, esencialmente, su representación pictórica que plasma mediante el arte la visión de su pintor. Así podemos decir que el lienzo, los óleos o pinturas constituirían la “materia material” de dicho cuadro; mientras que la abstracción artística de su contenido, constituiría su “materia mental”. Dando, de una vez, todo el cuadro en sí. De igual manera podemos asemejar el cerebro y la consciencia. El cerebro es un órgano constituido por un tejido de “materia material” que se rige mediante sus mecanismos físico/químicos; en tanto que la consciencia, su “materia mental”, elabora otro tipo tejido, cognitivo e intangible, constituyente de conceptos, pensamientos, recuerdos, imaginaciones, emociones, pasiones, sensaciones…etc. Tanto es así que el encefalógrafo o el aparato de imagen por resonancia magnética pueden mostrarnos el mapa de la actividad física de nuestro cerebro en su actividad, configurada en una imagen material de impulsos eléctricos; pero a lo que no pueden acceder, ninguno de estos aparatos, es al inaccesible ámbito de su “materia mental”: el contenido intrínseco, subjetivo y abstracto que encierra un pensamiento o un sueño. Es evidente que dicho contenido permanece oculto porque transcurre en otro plano dimensional/existencial diferente: en el de la consciencia al que es inherente. Podremos ahora preguntarnos: ¿Dónde está, y cómo, y cuándo funciona el interfaz mediador entre la “materia material” y la “materia mental”?. Es decir: ¿cómo y en qué medio se realiza la conexión entre el cerebro y la mente?. Quizá el medio subyacente integrador sea la Consciencia, entendida como un principio universal, incluido en las leyes físicas, responsable de las capacidades autoorganizativas intrínsecas a la materia y que logra el despliegue de estados de complejidad organizativa cada vez mayores en el Cosmos. Así además de conceptos tales como: energía, materia, espacio y tiempo, se hace preciso otro concepto adicional, responsable de la organización: la consciencia. Es encantador citar la frase favorita de Sir James Jeans, matemático, físico y astrónomo que aportó contribuciones decisivas a la teoría dinámica de los gases, a la teoría matemática del electromagnetismo, al conocimiento de la evolución de las estrellas gaseosas y al de la naturaleza de las nebulosas, entre otras. Decía: “Dios es un matemático, y el universo está empezando a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran maquinaria”. De igual manera encontramos a Sir Arthur Eddington, uno de los primeros teóricos que llegó a entender plenamente la teoría de la relatividad, de la que llegó a ser uno de los mejores expositores, así como el director de la expedición que fotografió el eclipse solar que ofreció la primera prueba de la teoría de la relatividad de Einstein. Sir Arthur, filosóficamente dice: “Por decirlo con toda crudeza, mi conclusión es que el mundo está compuesto de “materia” mental”. Weeler, de la Universidad de Princeton, considera que el mundo físico está hecho de información; la energía y la materia serían accesorios. David Bohm, doctor en Filosofía en la Universidad de California, profesor en Princeton, Sao Paulo, Bristol, profesor de física teórica en la Universidad de Londres, propuso que: “Todo lo material es también mental y todo lo mental también es material. Paul Davis, catedrático de física teórica en la Universidad de Newcastle y doctorado en filosofía en Londres, reivindica y actualiza el pensamiento de Teilhard de Chardin, defendiendo la autoorganización. F.Alan Wolf, doctor en física cuántica, de las Universidades de Londres, París, Berlín, Jerusalén y S.Diego, habla de una nueva alquimia de la ciencia y el espíritu. Robert G. Jhan, que fue decano de ingeniería de la Universidad de Princenton, y sus colegas del Laboratorio de Investigación de Anomalías en el Campo de Ingeniería, han propuesto un modelo de la mente en el que la conciencia actúa libremente a través del espacio y del tiempo para crear un cambio real en el mundo físico. Su hipótesis se basa en sus pruebas experimentales, que constituyen la base de datos más amplia que nunca se haya reunido sobre los efectos de la intencionalidad a distancia. He tomado al azar las anteriores citas, sacadas de una lista muy numerosa de científicos/filósofos. Para no ser exhaustiva enunciaré sólo algunos de sus nombres, renunciando al detalle de su deslumbrante formación: Deepak Chopra, Fritjot Capra, Geoffey Chew, Werner Heisenberg, Erwin Schrödinger, Ken Wilber, Lorimer, Goswami, Chalmers, Herbert, Josephson, Sheldrake, Laszlo, Clarke, Lovelock, Lyall Watson, Tart, Eccles, Dossey … y muchísimos otros que en el tintero se han quedado a mi pesar. No obstante, quisiera hacer una última reseña en la que se constata plenamente la emergencia de una nueva visión del Hombre y el Cosmos. Charles T. Tart, doctor en psicología, profesor de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Virginia y profesor de psicología en la Universidad de Stanford, defiende una nueva disciplina científica nacida en el inicio de los ochenta. Se trata de: La psicología transpersonal. Dicha disciplina posee un extraordinario programa de licenciatura en el Instituto de Psicología Transpersonal en California. Goza de una publicación la Journal of Transpersonal Psychology y, en la portada de cada uno de sus números, se define: “La psicología transpersonal se interesa por aquellas capacidades y potencialidades humanas que no tienen un lugar sistemático en la psicología positivista, en el conductismo, en la teoría psicoanalítica clásica ni en la psicología humanista. Su objeto es el estudio empírico y científico y -del desarrollo responsable- de los descubrimientos relevantes para el devenir, las amplias metanecesidades de los individuos y la especie, los valores últimos, la conciencia unitiva, las experiencias cumbre, los valores del ser, el éxtasis, la experiencia mística, la autorrealización, el ser, la transcendencia del yo, la unidad, la conciencia cósmica, la amplia sinergia individual y de la especie … etc. etc. Como conclusión final, diré que la realidad existencial del Principio Cósmico de la Consciencia se hace evidente cuando es, precisamente, el medio que nos habilita el ejercicio de nuestra comprensibilidad del Universo y de nosotros mismos. Esta conclusión no es novedosa, es un concepto incluido en la filosofía perenne y que nos ha sido transmitido por grandes viajeros espirituales. Así, intuitivamente, se anticipaban: Plotino: “estamos dentro de una realidad que también está dentro de nosotros”. Tomás de Aquino: “el espíritu es nuestra relación con la totalidad del Universo, nuestra capacidad de infinito”. Maestro Eckhard: “el ojo con el que veo a Dios es el mismo ojo con el que Dios me ve a mí. EVOLUCIÓN DE LA CONSCIENCIA EN EL PLANETA En el planeta Tierra, como consecuencia de un proceso evolutivo del fenómeno de la vida, durante tres mil quinientos millones de años, aparece la especie humana. Una especie más autónoma; morfológicamente, la menos especializada; la más cosmopolita con capacidad para agruparse y comunicarse socialmente, acumulando un conocimiento que transfiere a las nuevas generaciones, quienes poseen el desarrollo físico más lento del reino animal, posibilitando un mayor periodo de educación, aprendizaje y asimilación; la más compleja en su sistema nervioso, con catorce mil millones de neuronas sólo en la corteza cerebral y cien mil millones en la red total; apta para especializarse en obtener información sobre la información y con una capacidad de almacenamiento de memoria de diez elevado a quince bits; todo lo anterior como resultado total de la interacción de tres trillones de moléculas, en síntesis: nuestro hombre inteligente. Un hombre inteligente dotado con un cerebro que, constituyendo un museo vivo de la evolución planetaria, ha emergido por el desarrollo y complejificación de los procesos físico/químicos del sistema nervioso, y cuyo intrincado funcionamiento se materializa en la sinapsis cerebral, en la que cada neurona puede llegar a establecer hasta diez mil conexiones con otras neuronas, mediante transmisión de estímulos eléctricos, configurando una red de extraordinaria complejidad portadora de la información. Un órgano blando, perfectamente protegido por la robusta caja craneal que lo aloja en la más completa oscuridad y aislamiento externo, por lo que, para poder interactuar con el entorno, precisa la recepción de abundantes datos que le son codificados y suministrados a través de cinco fuentes de información: los cincos sentidos. Así, dicho cerebro, adquiere una preponderancia vital para el hombre por constituir su único nexo de interpretación y comunicación con el exterior, permitiéndole interactuar con su medio. Probablemente entre los 100.000 y 75.000 últimos años el cerebro humano haya adquirido la capacidad de almacenar las percepciones sensoriales, es decir: haya adquirido una memoria conceptual y, asimismo, una arquitectura cognitiva que, fundamentada en la abstracción simbólica le capacita para sustentar un pensamiento metafórico relacionando conceptos, diferenciando la individualidad en las nociones de “yo”, “tú” y “ello”. Un cerebro apto para estructurar y reconocer, en un perpetuo presente, el yo y su continuidad de acciones, y, como consecuencia de dicho almacenamiento: la facultad de la Memoria, configurando la dimensión del pasado. Locke respecto a la memoria afirma: “Para una criatura racional la memoria es la facultad más importante después de la sensibilidad; su importancia es tal, que sin ella pierden el sentido todas las demás facultades”. Además, este cerebro podía adelantarse al futuro por la acción de la Imaginación, otra facultad cognitiva que suministraba al hombre la predicción de las probabilidades virtuales que, tras cada situación, pueden ofrecerse; así, mediante un proceso comparativo con su experiencia almacenada en la memoria, podía realizar la elección de aquélla que considerara más idónea para su acción/reacción. La dotación de la facultad de la imaginación confiere al hombre uno de sus rasgos primordiales, su libertad para tomar decisiones, es decir: el Libre Albedrío. El hombre ya podía escribir su futuro con su propia letra y rubricarlo. La naturaleza en su proceso evolutivo había determinado para el hombre su indeterminación. Toda esta complejísima arquitectura cognitiva permitía a la especie humana acometer actividades de creación y transformación para superar las condiciones originarias dadas por la naturaleza y, al tiempo, siendo cincel y escultura, transformarse a sí misma; obteniendo el dominio de su entorno, la viabilidad de su especie y, por último, la conquista del planeta. Toda una hegemonía planetaria alcanzada merced a su triunfo evolutivo. Así el hombre, a lo largo de su historia y por su innata curiosidad, se ha cuestionado en su doble vertiente: el “allí fuera”, el vasto Universo que le rodea, y el “aquí dentro” su Yo, que percibe vivencial y existencialmente en el núcleo de su ser. Como consecuencia de esta continua investigación ha configurado un conocimiento de la naturaleza, dando origen a nuestras actuales ciencias experimentales; y, en otro plano más sutil, ha tratado de discernir la metafísica de su identidad y la relación de sí mismo con el Universo. Llegado el hombre al siglo XXI, y a pesar del camino recorrido, descubre que tan sólo ha comenzado; tras cada puerta que abre, halla enésimas por abrir. Los biólogos estudian la fenomenología de la vida, pero desconocen qué es en sí la vida. Los físicos investigan la fenomenología de la dimensión tetradimensional del espacio/tiempo en la que nos movemos, pero desconocen el sistema subyacente que substancia la energía y la materia en el tiempo. Los especialistas de las ciencias del cerebro: bioquímicos, neurólogos, psiquiatras, psicólogos… aunados, profundizan en el estudio del funcionamiento del cerebro pero ignoran qué es en sí la consciencia, salvo que es un fenómeno asociado a la complejificación estructural de la vida en su proceso evolutivo. El hombre de nuestro siglo XXI se sigue preguntando: ¿Qué es el ser, la existencia, la vida o la consciencia?. Quizás manifestaciones de un principio cósmico único, que a manera de un mítico gigante Atlas, sostenga sobre sus hombros la arcana maravilla del Universo. Kant compartía de alguna forma esta especulación cuando se pronunciaba en este sentido: “… requiere que sus partes se unan convirtiéndose en una totalidad, que sean recíprocamente causa y efecto de su propia forma.”; o, Theilhard de Chardin: “En el mundo no hay ni espíritu ni materia; el “material” del universo es la materia-espíritu. Sólo esta sustancia podría haber producido la molécula humana”. Pero, volviendo al tema que esta tarde nos reúne, De la Consciencia y el Yo, adentrémonos en el Yo haciendo un ejercicio práctico de introspección: ¿Alguna vez te has parado a pensar qué es y de qué está hecho tu yo?. Me refiero a esa esencial noción de ti mismo que la evolución te concedió, aunque desconozcas el porqué y para qué, abriendo así tus ojos al conocimiento de existir. Cuántas veces nos hemos preguntado sobre esa inefable percepción que sentimos en el centro de nuestra hondura: nuestro yo; conteniéndonos en el interior de su tejido, tramado con esos filamentos de vidrio que son nuestros sentimientos, emociones, sensaciones, pasiones: subjetivas cogniciones. Pulsiones inherentes a la naturaleza de la vida que nos anima, que fluctúan curvándose sobre sí mismas hasta ovillar en el centro de su madeja ese incorpóreo Cuanto de Consciencia, que da existencia a nuestra individuación. Intangible burbuja que nos confina entre sus paredes vidriosas, a las que expectantes nos asomamos porque nos ahoga la angustia de su soledad. Mas las nebulosas imágenes que nos muestran son, tan sólo, sombras de la realidad. Una realidad única cuya auténtica faz luminosa buscamos, siéndonos velada, y la que nuestro pensamiento sólo puede imaginar dándole el semblante de un tú o un ello… Este es nuestro sombrío mundo; un mundo poblado por ilusiones que nuestra razón imagina en su nublada noche. Sin saber por qué, y de la vacía memoria de la nada, nacimos, confinados en el tejido de un yo, y expectantes en él permanecemos en ese continuo presente que genera nuestro pensamiento. Incorpórea dimensión en la que moramos, percibiendo en nuestra mente la existencia de nuestra individuación en la solitaria compañía de la unicidad de la consciencia; como una burbuja de arcana esencia, atrapada en una temporal piel del existir. Mas la intuición que derrama la consciencia que nos anima, nos dice que somos vástagos del enraizado árbol de la creación, porque brotamos de su magnífico tronco, alimentándonos con su vigorosa savia. Todo nos ha sido dado menos el conocimiento de su realidad última: su semilla; aunque nuestra rama posea el fruto que esa semilla contiene. Acaso, perdidos en la vastedad infinita de una noche tachonada de estrellas, no os habéis preguntado: ¿quién soy? … ¿dónde estoy?; y, acaso, no fue vuestra latente respuesta aquélla misma que la mía: “no lo sé, tan sólo sé que me percibo en el núcleo del ente que existe en mí”. Carl-Gustav Jung, en su libro Respuesta a Job se refiere al Yo en estos literales términos: “(“ … aún el hombre iluminado sigue siendo el que es, y que jamás pasa de ser un yo limitado frente a aquel que en él habita, cuya figura no tiene límites cognoscibles, que le rodea por todas partes, profundo como los fundamentos de la tierra y vasto como el cielo”.) Cuando en mi interior me pregunto quién soy, percibo que el ente que existe en mí es un hijo del Universo, cuya híbrida naturaleza posee dos manifestaciones entrelazadas a modo de caduceo: una, es la materia, que constituye mi cuerpo biológico perteneciente a las dimensiones físicas del espacio/tiempo; y otra, la consciencia, de la que emerge mi mente, en otro plano existencial diferente. El hombre es un ente a caballo entre dos distintos planos dimensionales/existenciales del Universo. Decía Paul Elouard: “Hay otros mundos, pero están en éste.” De cualquier forma prosigamos ahondando en el principio constitutivo de la consciencia, avanzando en la visión de su estructura funcional. Cuando el hombre observa, su arquitectura cognitiva le permite aprehender mediante dos vías diferentes y, al tiempo, complementarias: Por una observa, a priori, de forma vivencial y existencial, es la Intuición. El hombre no necesita saber qué es la Existencia, experimenta que existe; tampoco qué es el Ser, siente que es; y, asimismo, la Consciencia porque, morando el hombre en su Mente, se percibe conscientemente en su Yo. (Es necesario resaltar que la Mente es el principio que nos da nuestra identidad, constituyéndose así en el separador primario, pues contener es separar lo contenido de lo no-contenido. Es, por tanto, el acto primario de la Consciencia al reconocerse a sí misma). Esta cognición va asociada funcionalmente al hemisferio derecho del cerebro. La otra vía de conocimiento incluye un proceso cognitivo “a posteriori”, con el que se inicia un procedimiento deductivo de razonamiento analítico, es decir: la Razón. Funcionalidad que recae en el hemisferio izquierdo del cerebro. Así el dominio de la Intuición estaría más íntimamente ligado al ámbito del “aquí dentro”, siendo complementada por la Razón que extendería su domino hacia el “allí fuera”. (Entendiéndose que dichos dominios no son excluyentes entre sí porque la Mente es Una). Esta visión abre ante nuestros ojos el lienzo de dos etéreas bailarinas que enlazadas danzan a los acordes de la sinfonía del Universo: Intuición y Razón. La primera, la Intuición, marca el compás; la segunda, la Razón, la sigue dejándose llevar. Antes de proseguir con nuestro análisis, es preciso hacer hincapié en un punto muy importante: Tendemos a confundir la auténtica realidad del Universo con la imagen que percibimos de él. Debemos tener muy presente que el hombre, en su comprensibilidad, es una entidad limitada por el grado de la perceptibilidad cuantitativa y cualitativa de sus sentidos y la capacidad cognitiva de su cerebro. Por ello la imagen que configura en su pensamiento del espacio/tiempo: el “allí fuera”, es tan sólo un subjetivo esquema conceptual: una idea que elabora en su mente, con independencia de la auténtica realidad del Universo en sí misma. Cuando el hombre contempla el “allí fuera” la imagen que percibe de él no es otra cosa que la fiel réplica de su propia naturaleza; es decir: la suma de sus capacidades humanas. Erwin Schrödinger, premio Nóbel de Fisica en 1933, se pronuncia en estos literales términos: “La razón por la que no podemos encontrar nuestro ego sensible perceptor y pensante en lugar alguno de nuestra imagen científica del mundo puede expresarse fácilmente en siete palabras: porque esta imagen es la mente misma. Es idéntica al todo, por lo que no puede estar contenida en él como una de sus partes.” El filósofo Locke se manifiesta en este mismo sentido cuando afirma: “El entendimiento es como el ojo, el cual al tiempo que nos permite ver y percibir todas las cosas, no repara en sí mismo, requiriendo arte y penas colocarlo a cierta distancia y convertirlo en su propio objeto.” El objetivo de la Mente Humana es conocer y el objeto de su atención se condensa en tres aspectos básicos: - Qué o quién es ella en sí misma - Qué es el Universo - Cuál es la relación que existe entre ambos. Para poder desvelar estas tres incógnitas y, asimismo, abarcar el contenido de su investigación, el hombre ha ido abriendo y desarrollando en el tiempo dos grandes ámbitos de estudio: Uno, Filosofía-Ciencia y, otro, Espiritualidad-Misticismo. Ámbitos que, sucesivamente, se han ramificado y, la mayoría de las veces, entrelazado. Renée Weber, hace dos décadas, nos decía que “un principio paralelo impulsa tanto a la ciencia como al misticismo: el supuesto de que la unidad se halla en el corazón de nuestro mundo y de que puede ser descubierta y experimentada por el ser humano”. ÁMBITO FILOSOFIA-CIENCIA Cuando el primer ser humano, siguiendo su curiosidad, se formuló su primera pregunta emergió la Filosofía. Las facultades cognitivas de la Intuición y la Razón le habilitaron la respuesta. Pero, cuanto más avanzaba el hombre en su comprensibilidad, más requería la herramienta de la Razón, porque le suministraba la fiabilidad que confiere el procedimiento especulativo y empírico frente a un objeto o fenómeno a conocer. Así nació la Ciencia compendiada en sus actuales disciplinas, materializada en la tecnología-nanotecnología, y desarrollada mediante el abstracto lenguaje matemático y la herramienta informática, que proyecta un futuro ordenador cuántico. Gracias a esta progresión de la Ciencia se ha optimizado nuestra comprensibilidad de la naturaleza; no obstante, también se ha generado una divergencia interdisciplinar que sólo sería subsanable con una unidad de conocimiento ulterior en el que confluyeran todas las ramas del saber, dando un sentido filosófico, ordenado y transcendente, al conjunto. Analizar sistemáticamente un objeto o un hecho, estudiando una a una las diferentes manifestaciones de su fenomenología, no obtiene el resultado requerido. Es necesario que este análisis se reunifique en una síntesis que proporcione tanto un conocimiento global de lo observado como su interconexión con el entorno. Por otro lado, el hombre, dado el camino que ha tomado su tecnología, debía sopesar el peligro que representa su actitud utilitarista, a fin de no seguir dañando el equilibrio de la naturaleza. Por todo lo anterior, hemos de procurar una Ciencia que se sustente en unos sólidos pilares éticos y que abandone el peligro que encierra el fundamentalismo cientificista; en caso contrario, se convertirá en un arma tecnológica sin conciencia al servicio de la economía mercantilista. Hermann Hesse preguntaba: “…¿Nunca se os ha ocurrido pensar que el mundo podría ser una Unidad, una Unidad generadora de vida y felicidad a la que respetáramos conscientemente y sirviéramos con amor?.” ÁMBITO ESPIRITUALIDAD-MISTICISMO Cuando nos asomamos a nuestro pasado para descubrir cuándo nacimos como especie, lo que nos suministra el dato inequívoco no es tanto el uso de herramientas, que muchas especies animales utilizan, sino la emergencia en nosotros de esa concepción metafísica del ser, ese pensamiento metafórico simbolizado en la noción de un “ello”; un “ello” que no tiene su correspondencia en el “allí fuera”, sino que emerge en nuestro incorpóreo mundo de “aquí dentro”, creado por nuestras emociones, sensaciones, pasiones, sentimientos… los sutiles y arcanos hilos que teje la Consciencia que nos anima. Conceptos simbólicos tales como bondad, belleza, verdad, justicia, amor…, han ejercido una interacción autorreferente en nuestro proceso evolutivo de forma epigenética; aunque, en esencia, sean, tan sólo, reflejos ante un espejo que crea el propio ojo observador. Esta forma de percepción simbólica ha proporcionado al hombre el poder de crear en su mente tanto la noción de sí mismo, como la del mundo que le rodea, emergiendo en su interior la vital necesidad de expresar el sentir de esta percepción. Puede decirse que el hombre adquiere su distintiva Calidad Humana cuando, plasmando el sentir de sus sentires, da nacimiento al Arte. Este estadio evolutivo alcanzado por el hombre posibilita que pueda tomar distancia de sí y, siendo al tiempo observador y sujeto observado, se formule la ancestral pregunta: ¿Quién es, finalmente, el observador de mi propio pensamiento?. Es ese manido y no suficientemente comprendido “Conócete a ti mismo”. Dicen Hildegard de Bingen, Tomás de Aquino y Meister Eckhart: “el alma no está en el cuerpo, el cuerpo está en el alma”. Si el hombre contempla el ente que existe en él, sintiendo que es al tiempo cincel y escultura, podrá con Arte modelar la obra de sí mismo. Esta gran obra es la Espiritualidad; una artesanía personal e intransferible, en la que el alfarero, con las manos de su razón y corazón, tornea con esmerado arte la arcilla espiritual de pensamientos, sentimientos y vivencias dándoles armoniosa y veraz forma; cociéndolos, lentamente, con el fuego del amor en el hermético seno de su crisol; como aquel alquimista que, vigilante y esforzado, consagra su vida a la creación de su obra. El poeta Rilke, dijo: “Amar es una gran oportunidad, un motivo sublime que se ofrece a cada individuo para madurar y llegar a ser algo en sí mismo, para volverse Mundo. Quizá ese “Ello abstracto” que es el Amor, sea el Vínculo que nos une al resto del Cosmos, “nuestra relación con la totalidad del Universo, nuestra capacidad de infinito”, permitiéndonos traspasar las fronteras de la individuación. La experiencia de ese momento vivencial, toma forma en un sentimiento íntimo, subjetivo e idiosincrásico de amorosa unión con lo transcendente, inundando nuestro corazón con un torrente de intuiciones, inefable y absoluto. Decía Schiller: … “Sólo es tuyo propio lo que sientes. Si quieres que sea tuyo lo que piensas, has de sentirlo.” Si somos capaces de sentir, en el núcleo de nuestro ser, que la Semilla de la Realidad Última está en nosotros, siendo uno con Ella y en Ella, fuera de alfa y omega, esto es Misticismo. NUESTRA MISIÓN DE SER EN EL MUNDO Después de todo lo anteriormente tratado, se hace necesaria una síntesis final. Yo creo que nuestra misión de ser en el mundo es conducir la evolución de la semilla que portamos de forma consciente, volitiva y amorosa hacia la transcendencia. Para ello, debemos despertar en esa íntima dimensión nuestra de la Consciencia y el Yo. Para finalizar quiero transcribir un bellísimo relato, Dios, perteneciente a la obra El Loco de Gibran Khalil Gibran, por constituir un claro ejemplo de la evolución humana, donde el hombre, tratando de comprender su vínculo con la Realidad Última, busca su proyección transcendente: “En tiempos muy antiguos, cuando el primer estremecimiento del lenguaje llegó a mis labios, ascendí a la montaña sagrada y hablé a Dios, diciendo: “Señor, yo soy tu esclavo. Tu voluntad oculta es mi ley y te obedeceré eternamente”. Pero Dios no respondió, y se alejó como si fuera una poderosa tempestad. Y después de mil años ascendí a la montaña sagrada y, de nuevo, hablé con Dios, diciendo: “Creador, yo soy tu creación. Del barro me formaste y a ti debo cuanto soy”. Y Dios no respondió, y se alejó como un millar de alas veloces. Y después de mil años trepé a la montaña sagrada y hablé con Dios otra vez, diciendo: “Padre, yo soy tu hijo. Con pasión y amor me diste nacimiento, y mediante mi amor y devoción heredaré tu reino”. Y Dios no respondió, y se esfumó como la niebla que cubre las montañas lejanas. Y después de mil años trepé a la montaña sagrada y, de nuevo, hablé con Dios, diciendo: “Mi Dios, mi objetivo y mi realización; yo soy tu ayer y tú eres mi mañana. Soy tu raíz en la tierra y tú eres mi flor en el cielo, juntos creceremos ante la faz del sol”. Entonces Dios se inclinó hacia mí, y murmuró en mis oídos palabras de dulzura; y así como el mar acoge al arroyuelo que corre a su encuentro, así él me acogió. Y cuando bajé a los valles y planicies allí también estaba Dios.” Muchas gracias a todos. BIBLIOGRAFÍA: Mente y Materia (Erwin Schrödinger) ¿Qué es la Vida? (Erwin Schrödinger) La Mente en la Materia (Dr. Fred Alan Wolf) Los Límites del Pensamiento (David Bohm y Jiddu Krishnamurti) El Espíritu de la Ciencia (David Lorimer) Cuestiones Cuánticas (Ken Wilber) La Vida, un estado intermedio (Carsten Bresch) El Universo en un átomo (Dalai Lama) Publicaciones: Investigación y Ciencia y Redes |