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PARA: J-J Speedy Oiseau Rouge ASUNTO: «Me dejaste estupefacto con tus comentarios sobre Oswald Pohl» FECHA: sábado 3 y domingo 4 de enero de 2004 21.44 Una Comisión de Investigación Bicameral denunciaba al jefe de la Policía Federal y aparecían nombrados por primera vez los nenes de la Sección Especial, la «octava», el purgatorio de la calle Urquiza 556: el inspector mayor Gabriel García, el subcomisario José González, Darbó, Vera, Cuelle o Cuello, Fariña, Salomón Wasserman, Carreras, el Manco, Núñez, Galván, la Chancha Rusa, Cerrini, Gutiérrez, Jacobito, y las dos estrellas por las cuales la Sección triunfa en Broadway: Amoresano y el comisario Cipriano Lombilla. Raúl Lamas los fijó más tarde en el folclore tenebroso: Los torturadores. Crímenes y tormentos en las cárceles argentinas, Buenos Aires, edit. Lamas, 1956. Rafael Mensch, acusado de seguir cursos sobre sabotaje con Cascallar Carrasco, dejó una descripción arquetípica de Amoresano: «...estatura baja, aspecto fuerte, morocho, cabello ondulado, de bigotes y que fumaba cigarros, y que usaba alianza de oro y un anillo también de oro, de sello». Solía decir, blandida cachiporra y en mangas de camisa: «Andá preparándote, pibe». ASUNTO: Respuesta a una carta muy interesante. Dos. FECHA: viernes 16 de enero 19.12 [...] Quieres saber por qué incluí el extenso párrafo sobre los torturadores de Perón. Porque daba legitimidad a Santander, porque había una conjura de intereses para hacer de Perón un San José carpintero que nada tenía que ver con el Sanhedrín y la policía de Pilato, con Lombilla y sus cafres, los hermanos Cardoso en la 3.ª o Monzón y Lozón en Rosario, los que hicieron desaparecer en junio de 1955 al pediatra Juan Ignacio Ingalinella. Porque el justicialismo no era capaz de hacer eso, la pureza de sus fines lo deja adivinar y, por consiguiente, había que hacer de Santander un miserable, un calumniador superlativo, precipitar sobre él la difamación, el aislamiento, el ridículo, todo junto como al perro los palos. Aquí me animo a hender mis recuerdos personales cuando tenía veintiocho años y trabajaba en el segundo subsuelo del Banco Nacional de Desarrollo. Recuerdo el ambiente que se respiraba al quitarles el freno a las bestias, con qué velocidad y uniformidad se extendió el respeto por la pareja presidencial, grosera elefantiasis de otro matrimonio que decía chitón desde el balcón y desde la cama. Lo que mi padre se había llevado en las pupilas a la tumba volvía yo a verlo veinte años después. Recuerdo la aprensión de los pescuezos porque delegados, tanto de los comités internos de la izquierda como de la derecha, bajo la conducción de uno al que apodaban el Zorro Plateado por las sienes con canas y otro llamado Juan Gallardo que había sido compañero mío en la secundaria y siempre pensé que era policía o confidente, paraban la oficina, ¿en qué bodegón hemos comido juntos, mandones?, se les ponía la boca salivosa con la «doctrina nacional y popular». Me miraban adhiriéndose con sus ventosas de reprobación cuando me burlaba de la fatuidad de la fórmula de la “Argentina excremencia”. El oficialismo que no había palpado porque no había cumplido los diez años cuando el de “a moro muerto, gran lanzada” se aseguró de darla desde la cañonera, actualizaba el planificar qué harían los discretos, ya que a los corruptos los destinaba donde podía tenerlos haciendo manualidades y Villar (1) era un niño mimado. Se ponía al día. ASUNTO: Respuesta a una carta muy interesante. Tres. FECHA: lunes 19 de enero 15.14 (Continúo con tu mensaje del domingo 4 de enero a las 20.30. Viene de la rebotica anterior.) a) Por cierto, el retrato que hizo Mensch no es de Lombilla, sino de Amoresano, su mano derecha, que había sido un empleado de la mesa de entradas del sanatorio del suegro del doctor Alberto Julián Caride y lo echaron «por recibir propinas de los pacientes» (Lamas, 142). The right man for the right place. El comisario fue encarcelado por la Fusiladora. Curioso despilfarro el de sus aptitudes: no lo evaluó el Conintes, nadie lo llamó para que se reenganchara. Abandonado por su amo, que salvó la plata, la época no daba para la ley marcial comme il faut y la sacó barata si examinamos comparativamente su desgracia con la de Ciriaco Cuitiño, el Kaltenbrunner de la Mazorca, condenado a muerte en un Nuremberg local, otro a quien se le tornó el sueño del perro por abandonarlo el amo —lo cuenta John Lynch en la biografía magnífica que escribió de don Juan Manuel, el primer peronista que hubo—, y la de Miguel Miramón y Tomás Mejía (aunque esa vez al amo lo fusilaron junto a ellos en Querétaro). Lombilla se benefició de una amnistía que el cara de acelga Frondizi otorgó al asumir su presidencia de papier mâché (1958) y como no volvió a delinquir, no justificó lo que dijo Díaz Bessone en un documental que hacían los irrecuperables, «que después viene un gobierno de estos elegidos, los suelta y ellos vuelven a lo mismo». Perseveró en el anonimato. Y a lo mejor, ¡quién te dice!, le restituyeron los haberes y más tarde siguió cobrando la jubilación hasta fallecer plácidamente en un barrio como Margaride, que vivía en Boyacá cerca de Rivadavia y los vecinos... como si estuvieran pensando en el baobab del Principito, el que ocupa todas nuestras horas. b) Mi relación con Horacio [Ernesto] Vázquez-Rial —de ahora en adelante en nuestra correspondencia, si logra traspasar esta edad de oro, pondré entre corchetes los segundos nombres poco menos que partículas que muy pocos usan, y los segundos apellidos, los maternos, que aquí en España se usan obligatoriamente— siempre estuvo erizada de desavenencias y de una desconfianza que tanto él como yo evitamos confesar. En lo cual demostramos nuestra habilidad. Espinosa y vidriosa. Aprecio sus conocimientos, la avidez de análisis con que acepta lanzarse si se le reta o invita sobre la literatura y la historia —al fin y a la postre, es doctor en ésta— y su formación y sagacidad políticas; pero le he dado a entender que su forma de escribir es comedida, incluso una lata, ni me fascina ni me atrae. Acaso sea ése el árbol tras del cual ambos nos escondemos para desinteresarnos amablemente de la obra que cada uno está haciendo. Lo conocí en los años ochenta, en las reuniones de aquel engendro engolado que fue el PEN Club Latinoamericano en España, ocurrencia con la que se le saltaban los ojos o sus niñas al uruguayo Carlos M. Rama y Marcelo Covián le hacía de secretario para tenérselas, en las que conocí también a otros escritores que allá o en otro lado, no solamente no me hubiera cruzado con ellos por la calle, sino que, de haberlo hecho, no me habrían dirigido la palabra, v. g., Juan Carlos Martini (un impermeable de Bogart con alguien adentro), Oscar Collazos (el de la polémica con Cortázar, cuando Cortázar cultivaba la mentalidad de las polémicas estúpidas) o Sara [Delfina] Gallardo, pariente de todas las calles principales y avenidas secundarias. Horacio llevaba más de seis años viviendo aquí. Según me contó, y no tengo por qué desconfiar, tuvo que salir muy de prisa de la Argentina cuando las 3 A acribillaron en los bosques de Ezeiza a Julio Fumarola. Lo fajaron con sogas a un árbol y le pegaron tantos tiros que si lo desataban se hacía líquido, se deshacía. Igual hubo que hacerlo. Recordarás que cuando las escuadras del ERP al mando entonces del sanguinario y chapucero Gorriarán Merlo entraron en el recinto del regimiento de blindados de Azul, en enero de 1974, conocían al dedillo el mapa de las instalaciones. No se perdió tiempo. El tal mapa no se puede levantar a ras del suelo, imaginándolo. Los militares cayeron en la cuenta de que el conocimiento sólo podía provenir de una fotografía aérea. El mejor piloto del país, especializado en realizar ese tipo de tomas, era Julio Fumarola. Rápidamente llegaron a él. Horacio era muy amigo de Fumarola y alguien le batió la precisa de que venía el siguiente en la lista, por eso tuvo que huir. Iba a visitarlo cuando estaba en la mala y vivía en un departamento desconchado de la calle París, en el Eixample alto, con su pirada ex mujer, Joana Català, la madre de sus dos hijas. Por él llegué al Mamut, que vivía por entonces en Travessera de Gràcia, muy cerca del hospital de San Pablo, en un piso muy obscuro con Anna Rodés —aquella Susan Hayward— y Laura era bebé (los dos varones no habían nacido aún). Dick me prestó su colección de revistas Todo es Historia, por lo que está mencionado en la página de acknowledgements de la novela. Horacio me puso en contacto asimismo con Luis Luchi, rusojudiocomunistafrecuentadordelasermitasdeBaco, que, sin reservas, me extendió una póliza por su memoria. Y Horacio fue quien me dio la noticia de que el viejo luchador la había palmado en la primavera de 2000. Te digo, pasan largas temporadas en que no nos comunicamos, no sabemos nada pero nada el uno del otro y, pese a que Barcelona es una urbe del tamaño de un vistazo con lugares que son como sumideros en donde todos volvemos a vernos, tampoco nos vemos andando por la calle. Desde julio de 2000 somos vecinos literales. Nosotros vivimos en Aribau entre Valencia y Aragón, y él en Valencia 189. Si te colocas en el chaflán de Aribau con Valencia ves perfectamente la puerta con el aldabón pituco. Tendrá que descender del cielo como una bendición la comprensión de tu pregunta «¿No te estarás juntando más con Vázquez-Rial que con Stockdale?» (final del párrafo 6) porque, viejo, no la chapo. ¿Lo dices por las posiciones ideológicas del primero? Hoy por hoy, son insondables. Sé que militó en las juventudes comunistas, pero se recuperó con facilidad. En ese período arriesgado debió de conocer a Luchi que había pasado por la «octava», y tal vez a Alberto Szpunberg. Ignoro su evolución; aunque todo el que se queda a vivir en Europa ya sabes que evoluciona poco o deja de evolucionar. Por el delta del euro llega al mar (el Ebro no llega). A la ideología se le da el finiquito «y no vuelvas más». ¿Te parece socialdemócrata? A la bastantísima Seoane y a la Dujovne Ortiz se las acusa de eso. ¿Lo parezco yo? No sé. c) También trabajé en TÉLAM (1971), pero como oficinista poligriyo. Por la solapa del libro se ve que tú siempre fuiste un príncipe. ASUNTO: «¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!» FECHA: jueves 22 de enero 19.38 [...] Tu hermano Luis, te decía, es tan excelente analista y escritor como lo eres tú. Tremendo, como todo lo que se relaciona con el Capitán. No sé a qué mujer se refiere Luis cuando dice «su viuda», supongo que a la primera, a la madre de su primera hija. Él me habló de tres mujeres digamos «oficiales» que tremolaron en su agitada vida sentimental. A la segunda, que era una guerrillera como él, la acribillaron de 32 balazos por la espalda, creo que me dijo, en aplicación de la «ley de fugas»; más allá de esa proporción la muerte declina toda responsabilidad. Esa mujer había matado a uno de la CNU, volándole la quijada desde abajo con una escopeta de dos caños. A la tercera, Laura Kalb, madre de los dos hijos pequeños que le nacieron aquí ya, Matías y Joana (Juana), la conocí en la casa en que vivían antes de separarse, un dúplex muy bien aprovechado, con una zona arriba para él solo y su polimarquía, en Poblenou, barrio de quimo aldeano, salpicado de antiguas fábricas abandonadas. De esa casa, en la calle Luchana, se mudó al paseo Pujadas (qué sino, ¿verdad?..., Mariano Pujadas Badell), no muy lejos. Entre ambos domicilios y peripecias, dejé de verlo. La «viuda», que yo sepa, no es la viuda, porque Daniel está vivo y el año pasado lo vi y estuve tomando un café y charlando con él (charlando yo porque el hombre es lo que el vulgo suele llamar comúnmente «un menda de pocas palabras») en un bar de Tamarit y la Ronda de San Antonio. La relación con Daniel, como con Horacio [Ernesto], Dante Bertini, Nora Catelli y, si lo resumo, con la colonia de argentinos, es de forzados a las galeras. Lo he visto pasar, revisando libros, en el mercadillo dominical de lance de San Antonio, te acordarás de cuando viviste aquí, pero no se ha querido parar ni ha hecho ningún intento de ir conmigo a tomar algo y echar mano a las espadas. Usaba lentes, llevaba sombrero para el sol, me dijo, ya que no lo soportaba y que era una marquesina, donde lo regalen, de su aspecto de monito, así que deduzco que tuvo que ser para los primeros calores del año pasado la última vez que lo vi. Tu hermano me ha complicado la cronología cuando escribe que el Capitán «integró los primeros grupos de la proto FAR que se entrenaron en Cuba» (?). O Luis conduce tan ligero que no lo puedo seguir o a mí ya me resulta imposible contar con los dedos, porque cuando el «héroe de pasta dura», como se refirió a él en un artículo Manuel Vázquez Montalbán, y lo santificó y empequeñeció sin necesidad Joan Barril («un dels últims màrtirs dels desheretats» [2]), entró con la Ciro Redondo y con la columna de Camilo Cienfuegos en La Habana, el Capitán tenía once años y debía de estar en quinto grado. Para que haya integrado lo que él dice tendría que haber cumplido una edad que, aun provocando consternación en la familia, ésta no pudiera hacer nada por impedirlo. Si no tenía la edad, el visible esfuerzo para enmarcar en la Argentina de esos años a unos padres comprensivos que le firman una autorización para viajar lo es también de imaginación para figurarse a esos padres orgullosos del hijo que «conoció personalmente al Che» (!). Entre todos los viajes que he hecho no he hecho el más largo viaje, que es el de viajar al pasado para modificarlo. ¡Y tengo unas ganas!... El Capitán tuvo que conocer al Che en un período, y sobre ese período no se pueden hacer cábalas porque está acotado, ha pasado a las arcas y figura en las partidas contables. Después de noviembre de 1966 no puede ser porque el Comandante Ramón / Adolfo Mena ya ha llegado con Tuma a Ñancahuazú, a la ratonera que ha averiguado, para morir de una manera rilkeana. Es la fecha de la oblatio gladiatorum en que son presentados los gladiadores y sobran, por lo tanto, los que van a leer y vivir. El historiador o comentarista que lo estimare así estaría en sus cabales. El Capitán tiene dieciocho años, la edad potente y útil para mancomunar los ideales y perder la vida; pero, como Osatinsky, Olmedo y tantos otros, por bravuconería o con bravura, allí no está. Mario Satz hizo memoria que andaba por ahí de mochilero cuando Onganía ordenó cerrar la frontera. De león mochilero y jeans... Movamos la cabeza y concluyamos. Tenemos un tope, que es 1963; si bien no hacemos peligrar directamente las dudas, sabemos que alrededor de ese año, y hasta que Fidel considera conveniente darlo a publicidad, renunció a todos los cargos públicos y se borró. Apareció más tarde en el Congo, instruyendo a las guerrillas de Sumialot y Mulele. (Me acuerdo de que en la revista Tía Vicenta, de Carlos del Peral [Peralta] que vivió también aquí, en la punta del pasaje Napoleón, del otro lado de plaza Lesseps, era tema de chascarrillo el bulo de que se había esfumado.) ¿Pudo conocerlo en ese período? ¿El Che iba a recibir a un adolescente de quince años? ¡Oh, claro! El capitán San Luis (Rolando en la harca boliviana) era un chaval hermoso en Sierra Maestra, llevaba la medalla al valor prendida a la boina, demostrando al escándalo que no se le daba un bledo de las medallas. El Che fue poeta un rato por él, le escribió: Tu pequeña silueta de capitán valiente dilata en lo inmenso su metálica forma... Palabras cenagosas en las que los actos pierden pie, como defección, autojustificación y sanción, dejan lagunas como si tal cosa, sobre todo la primera hace palidecer; aunque, viendo la compasión de la «M», la tercera admite que se la interprete de monstruosidad estalinista. En momentos en que las bases estaban aguantando heroicamente lo que Luis llama «mala ventura promedio» y los dirigentes se habían puesto a salvo —cosa que «en buena guerra ganó mi señor don Quijote estos despojos», no hicieron ni Santucho, ni Menna, ni Urteaga, ni Merbilháa Cortelezzi—, tomaban a diario su desayuno de locura condenando a muerte... ¿a quiénes? Pues con ese ritmo de aniquilación, ¡a los sobrevivientes! ¿Abandonó, dejó en la estacada al amigo de tu hermano? Por eso te decía que a mí me contó otra. Efectivamente, es muy culto, un polílogo. Escribe Luis sobre su experiencia con él, que «no había muchos compañeros que pudieran conversar de modo interesante sobre literatura». Ha hecho libros de poesía con palabras, quiero decir, en los que las palabras no dan señales de vida, y escrito la mayoría de los estudios críticos introductorios de la colección de clásicos de Planeta. Me maravilló una vez más al contarme que se había matriculado en unos cursos de arameo en la Pontificia de la calle Diputación. Él creo que la carrera que tiene es la de abogacía, pero nunca ejerció. ASUNTO: Andamos en buenos pasos FECHA: miércoles 28 de enero 21.31 [...] |
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