En este Concilio se determinó, de una u otra manera, resaltar su carácter de figura de la Iglesia y de miembro excelente del Cuerpo Místico. Con ello se hizo caer a los cristianos en la cuenta de su valor de camino, de modelo y de aliento para los miembros del Cuerpo de Jesús. El estudio de su figura en el contexto de la Iglesia se profundizó en el capítulo VIII de la Constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium).
Allí se resaltó el significado excelso de la Madre del Señor, reclamando la devoción singular de los cristianos a tan excelsa figura: "La Santísima es honrada con razón en la Iglesia con un culto especial desde los tiempos más antiguos. Se la llama Madre de Dios y bajo su protección se acogen todos los cristianos, suplicando su ayuda en los peligros y necesidades". (Lum. Gentium 66) Figuras bíblicas María Santísima ha significado siempre en el Pueblo de Dios el modelo de mujer, la cumbre de la feminidad y de la maternidad, la expresión de la vida humana que, por su medio, recibió Jesús.
Una serie de figuras del Antiguo Testamento han sido miradas como emblemas de María y de la Iglesia, en cuanto ambas son expresión de la maternidad con relación a los seguidores de Jesús. La figura de Eva. Es la más frecuentemente aludida por los antiguos escritores. Eva es madre de todos los vivientes en el orden de la naturaleza (Gn. 2. 19-25). María, al dar la vida humana al Hijo de Dios, se hace madre de los cristianos en el orden de la gracia. Eva fue la intermediaria del pecado original.
María es la intermediaria de la salvación final. (Gn. 3.15) "No pocos Padres antiguos afirman con agrado que, como dice San Ireneo, "el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María, y que "lo atado por la virgen Eva con su incredulidad fue desatado por la virgen María mediante su fe". Comparándola con Eva, llaman a la Virgen María "Madre de los vivientes", como hace S. Epifanio.
Y afirman aún con mayor frecuencia que "si la muerte vino por Eva, por María vino la vida", como hace San Jerónimo." (Vat. II. Lum. Gent. 56) Otras figuras. Se diversifican con más originalidad, pero siempre suscitan diversos recuerdos y referencias a la Madre del Señor.
- La presencia y la compañía con el elegido de Dios se hallan en Sara, la Esposa de Abraham (Gn. 11. 12-20 y Gn 16. 15-27)
- La decisión para cumplir con su misión fecunda está en Rebeca, la esposa de Isaac. (Gn. 24 55-67)
- La fidelidad y la ternura se descubren en Raquel, la esposa preferida de Jacob. (Gn. 29. 3-30)
- La estrecha relación con el Profeta de Israel está representada en María, la hermana de Moisés. (Ex. 15.20)
- El valor y la fortaleza contra los enemigos se encuentran presentes, en Débora la heroína de los primeros cánticos épicos de Israel. (Jue. 5.1-30)
- El sentido de oración y la humildad se hallan expresados en Ana, la madre de Samuel. (Sam. 2. 1-10)
- La influencia con el Rey se halla latente en Betsabé, la madre de Salomón (1. Rey. 2 19-22).
- La audacia para salvar al Pueblo elegido está en Esther, la reina elegida por Asuero. (Esth. 5. 1-8)
- La prudencia y la decisión se hallan escondidas en Judith, la liberadora de la mano de los enemigos. (Jud. 16.1-17) En el Nuevo Testamento Las diversas figuras femeninas del Nuevo Testamento también se presentan como referencias de María, ya que en la Iglesia, que Jesús quiso establecer para sus seguidores, la mujer tiene especial significado de amor, de fecundidad y de servicio.
Estas resonancias se encuentran en diversos relatos evangélicos
- En la generosa disposición de su piadosa prima Isabel, la madre del Precursor, que reconoce por inspiración divina la dignidad de María de ser la Madre del Señor. (Lc. 1. 39.42)
- En la decisión de Ana, la profetisa del Templo, que vino a hablar de Jesús cuando fue presentado para cumplir la Ley de Moisés (Lc. 2. 36-38).
- En el gesto doloroso de la viuda de Naim, que lloraba la muerte de su hijo, representando el dolor que pronto María iba a sentir en el Calvario. (Lc. 7.13) - En la fraternidad, la fe y la dedicación al servicio de Jesús de las dos hermanas de Lázaro: la convertida María Magdalena y la afanosa Marta. (Lc. 10. 38-41 y Jn. 17-27)
- En la valiente cananea que demandó la ayuda del Señor y mereció alabanza por su fe. (Mt. 15.28)
- En la desenvuelta samaritana, que descubrió al Profeta peregrino junto al pozo de Jacob y corrió a proclamar el encuentro a todos los habitantes de la aldea. (Jn. 4. 7-27)
Con todas ellas, María se presenta como fuerza y vida de la Iglesia, cauce y aliento de los cristianos, esperanza y modelo de cuantos quieren seguir a Jesús. Este es precisamente el sentido del ideal mariano y el alma de la devoción que los cristianos sienten por ella. La referencia evangélica
Sin la referencia evangélica, la vida de María apenas si puede entenderse. Es en el Nuevo Testamento en donde aparece con más nitidez la figura de la Madre del Señor. Y sólo desde el Nuevo Testamento se puede descifrar el significado de su vida silenciosa en los comienzos de la Iglesia de Jesús. En el testimonio que nos ofrecen los evangelistas, con sus datos sobre la vida y el mensaje de Jesús, María se presenta íntimamente asociada a la obra y a la misión salvadora de su Hijo. Lo singular de la biografía de María es el misterioso silencio que ella manifiesta, adornado por los gestos de su presencia en las horas claves de la vida de Jesús.
Por eso, sin el seguimiento de los hechos y dichos de Jesús, poco o nada se puede decir ni entender de una mujer fiel como ella, que sólo nació, vivió y murió para cumplir la voluntad de tal Hijo.
La vida de María se inicia desde el hecho sublime de la Encarnación y termina en el latente recuerdo heredado de la primitiva Iglesia, cuando muere de amor y es llevada por el amor al cielo, siguiendo los pasos de Jesús. Entre ambos momentos hay unos pasos maravillosos.
Ella recibe el anuncio del enviado del Señor y, aceptada su misión, sólo vive para. (Lc. 1-2). Al declarar su disponibilidad a la voluntad divina. Se hace acreedora a nuestra emocionada gratitud: "He aquí la esclava del Señor: que se cumpla en mí todo lo que has anunciado." (Lc. 1.38).
Todo lo que podemos decir de sus años sobre la tierra se sintetizan en esa disposición de entrega fiel, cumpliendo en todo la voluntad del Padre. Hace posible la venida de Cristo a la tierra. Abre las puertas de la salvación.
La infancia de Cristo y la vida oculta de trabajador de Nazareth, ocupan la mayor parte de su atención. De esos años nos dicen los testigos evangélicos que "su Madre conservaba todas las cosas en su corazón." (Lc. 2. 50-51).
Culto a María
La devoción a María es un signo de identidad de los pueblos católicos, aunque no en todos los lugares revistió la misma forma o tonalidad. Unos fueron más emotivos y prolíficos en celebraciones y otros se mostraron más reacios a multiplicar los gestos externos.

Siempre existió, con todo, cierta tensión entre la expresividad popular, en ocasiones excesivamente folclórica, y la seriedad de los teólogos, que reclamaron cada vez más fundamentación dogmática y bíblica para esta devoción.
Hay que reconocer que, con frecuencia, prevaleció el "sentido de los fieles" o devociones populares por encima de las argumentaciones racionales.
Es interesante lo que de Santo Tomás se narra, cuando uno de sus hermanos en la Orden, Fray Gerardo, le interrogaba sobre "si era verdad que María había recitado siete veces al día el texto de Lucas: "Una espada traspasará tu alma". El Santo respondió: "Cosas como éstas lo mismo pueden ser ciertas que falsas. En mi sentir, no debe predicarse sobre cosas tan ridículas, cuando hay temas de predicación que son absolutamente ciertos". (Responsio ad lect. Bisuntinun 1271)
Por regla general, los pueblos latinos y suramericanos brillaron por su devoción entrañable a María. Ese culto representó valor grande y aliento firme en las dificultades de la vida. Siempre vieron en la Madre de Dios la figura excelsa que invita a mirar el misterio de Cristo.
En María descubrieron esos pueblos el camino del acercamiento a Dios. La admiraron por su fe y por su humildad y por eso la ensalzaron sobre todas las demás figuras idealizadas.
El sentido mariano de estos pueblos eurolatinos y latinoamericanos mereció siempre una consideración y respeto y dio la tónica singular a su número de fiestas, de plegarias, de santuarios, de iconografías y de prácticas de piedad. Este rasgo no fue tan apreciado en los pueblos de cultura sajona, asiática y africana, que se orientaron por un culto más conceptual y comunitario y más exclusivamente cristocéntrico.
Para unos y para otros, los ejemplos de María y su misteriosa intervención mediadora en la vida, personal y comunitaria, de los cristianos, siempre se presentó como desafío. María brillo en todo el orbe cristiano en el arte, en la literatura, en la música y en la plegaria popular como espejo del mismo Cris Fundamento teológico En atención a su dignidad de Madre de Dios y a la plenitud de la gracia que en ella existe, a María le corresponde un culto singular. Esencialmente es diferente e inferior al culto de latría (o adoración), que a sólo a Dios es debido. Pero supone una actitud superior en grado y forma a la veneración que corresponde a los ángeles y a los santos.
San Atanasio decía: "Honrad a María, pero adorad al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; nadie adore a María, aunque María sea muy santa y digna de veneración." (Haers. 79. 7)
No tiene sentido el pensar, como hacía Zwinglio, que el culto a María es idolatría entre los católicos. Mucho antes que él, lo explicaba con claridad S. Juan Damasceno: "A Dios le adoramos porque no salió de nada, sino que existe desde la eternidad. A María la veneramos y honramos, pero no decimos que de ella saliera la divinidad, sino que la saludamos solamente... Y no decimos que esta virgen sea una diosa (jamás tal cosa en nosotros), pues esto es embuste de paganos". (Hom. de la dormic. 15)
El culto a María fue claro entre los cristianos de Oriente y Occidente. Sólo la malevolencia de determinados adversarios pudo ver en él otra cosa que no sea respeto, amor y veneración. Fundamento bíblico de este culto La Sagrada Escritura ofrece las bases para entender el culto a María. Las palabras proféticas del Magníficat son claras: "Dichosa me llamarán todas las generaciones, porque ha hecho en mí maravillas el que es Poderoso" (Lc. 2. 27). Y esas palabras son desarrollo de la misma salutación angélica, que la proclama especialmente dotada de gracia divina: "Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo." (Lc. 1. 28)
La alabanza que pronunció Isabel, bajo el impulso del Espíritu Santo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc. 1, 42), podría ser considerada como el inicio de ese culto singular hacia la Madre del Señor.
Tener devoción a María no es sólo sentir afecto o dejarse llevar por alabanzas literarias. Es descubrir y venerar el misterio que en ella se desarrolló y que fue anunciado a lo largo de todo el Antiguo Testamento. La verdadera devoción a María lleva con decisión a imitar sus acciones y sus actitudes. Para ello es conveniente explorar los mensajes de los profetas. Así podremos acercarnos, de su mano, al Reino de su Hijo.
Ella es más fecunda que Sara, que Rebeca, que Raquel y que todas las mujeres que hicieron posible el Pueblo de Israel. El que imita a María, promueve su fecundidad, realizando servicios y hazañas, abriendo el corazón a todos los hombres y dando frutos de vida eterna.
Se convierte María en la mujer fuerte, más valiente que Débora, que destrozó al enemigo Sísara, y más hábil que Judith, que humilló al soberbio Holofernes.
María se mostró más fiel que Ruth, la moabita que quiso seguir a quien todo lo había perdido y fue más noble que Ana, la madre que pidió a Dios el nacimiento de Samuel y más escuchada que Salomé, la madre del Rey sabio Salomón. El devoto de María es fiel a su conciencia, es sumiso a las inspiraciones divinas, es responsable ante sus deberes.
Todas las mujeres que desfilan por el Antiguo Testamento pueden ser comparadas con María, pues todas ellas la preanunciaron en cierto sentido. Ellas estuvieron presentes en la mente de la Iglesia para poder explicar lo que significa María, la Madre elegida de Jesús.
Resulta consolador pertenecer a un pueblo y a una cultura que han sido sensibles históricamente ante la figura bíblica de la Madre del Señor. La devoción y el culto a María se hallan entroncados en la figura del Mesías redentor y, por eso, se halla estrechamente vinculada a la Palabra de Dios, a la de los anuncios de los tiempos antiguos y a la que brilla en la Nueva Alianza.
No es sólo el deseo de recordar una figura entrañable que pasó por la "Historia de la salvación" en el momento de realizarse. Es más bien la necesidad de acoger en nuestra mente y en nuestro corazón el mensaje de esta mujer. Dios quiso presentarla para siempre a nuestra consideración y convertirla en modelo de nuestra vida cristiana
 5 Catequesis mariana La Virgen Santisima se ha presentado tradicionalmente como un modelo de catequistas y ella misma se ha convertido en objeto de una excelente catequesis de vida cristiana. Su doble dimensión de Madre de Dios y de Virgen ha cautivado desde siempre a los cristianos. Lo más admirable de la virginidad de María es su perfecta sincronía e implicación que tiene con su maternidad divina. Y lo más maravilloso es su dignidad de ser Madre de Dios, ya que en Jesús no hay más que una persona, la divina y ella es madre de Jesús. Es Virgen por ser Madre de Jesús; y es Madre de Jesús por ser Virgen.
Aunque ambas realidades son lógica y bíblicamente separables, pues podían haberse dado la una sin la otra, en la figura de María ambas se han fusionado en la Historia por la voluntad divina.
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