Sentarse para hacer la paz






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SENTARSE PARA HACER LA PAZ
Los jefes se sentaron.

Con furia habían luchado.

Muchos males se hicieron mutuamente.
Ya, enfrentados,

Encontraron que el otro era valiente

Y digno de confianza.
Y sellaron la paz.

Fue cuando aprendimos

Las canciones y el baile de los otros,

Y ellos también copiaron lo que es nuestro.
¡Miren ahí!

Decían nuestros pueblos.

¡Miren ahí a los jefes

Sentados frente a frente,

Como hombres,

Forjando la ancha paz con su palabra!
hombres sentados copy

Fernando Urbina Rangel – 1995

Sobre una crónica de la guerra Uitoto-Karijona

del Abuelo Gaïduama


Sentarse frente a frente para hacer la paz

En 1995, charlando en Araracuara (río Caquetá) con el Abuelo Gaïduama (El-que-arruma-piedras), Gente del clan Guamárayï (Gente-de-Pedregal), de la Nación Uitoto, fueron surgiendo los episodios de una larga crónica en que daba razón de por qué siendo los karijonas y los uitotos acérrimos enemigos, fueron capaces de hacer la paz y la sellaron con canciones y bailes; ceremonia que aún se mantiene entre los uitotos: el «Baile de Karijona».

Cuenta el Abuelo Gaïduama que en una de las múltiples confrontaciones que sostuvieron sus antepasados, mataron a un gran guerrero karijona y capturaron a sus hijos: un niño y una niña, quienes fueron criados, según costumbre, como si fueran hijos propios del jefe uitoto, ancestro del narrador. Años después, burlando la floja vigilancia de sus captores, el muchacho –encariñado ya con su nuevo padre– escapa y se va donde su gente resuelto a fraguar la paz entre los contendientes. Logra que los dos jefes enemigos se reúnan. Hacen la paz: ese acto humano por excelencia; lo es también el arte, la religión, la filosofía, la ciencia, la guerra, la política, el comercio, la crueldad y la compasión.

***

El poema brotó de la emoción que me produjo esta acción de paz entre gentes aborígenes, que no andan engreídos pregonando poseer una cultura “superior a todas las demás”; como si lo hacen muchos integrantes de la llamada «cultura occidental», forma que produjo maneras óptimas de existencia, pero también dio origen al implacable capitalismo predador y a sus desastrosas, crueles y muy previsibles consecuencias. ¿Podríamos los colombianos, entre nosotros, hacer otro tanto, y metamorfosear la injusticia –y el odio que genera y el dolor que se nutre de más y más heridas– en abrazo, en canto, en baile, en atuendo, en sonrisa? El mundo indígena está ahí para decirnos, no con simples palabras sino con ejemplos de vida, que sí es posible, que para comenzar y concluir sólo se necesitan dos «hombres verdaderos», dos jefes resueltos a hacer la paz con el apoyo de los colombianos de buena voluntad.

***

La imagen que encabeza el poema es el dibujo de un grabado en roca (petroglifo), situado en un pedregal del curso medio del río Caquetá, punto que constituyó la frontera de guerra entre uitotos, al sur, y karijonas, al norte. Es la esquematización de dos figuras humanas en posición sedente, unidas por el mismo trazo: … la palabra que incluye, a la manera de un río circular, entrelazándonos en el fluir del diálogo, haciéndonos sentir uno-con-el-otro, sin dejar de ser cada quien lo que es. Enseguida (sobre mi nombre), composición en que duplico otro petroglifo localizado en la misma zona… Diríamos: dos personajes sentados frente a frente, pero dando la cara a la Nación.

fernandourbinarangel@hotmail.com

www.mazoniamitica.com

Nota.

1.- Publiqué el poema por primera vez con el título «La paz se hace bailando», en PalabraObra, Libro del Año (1995) de la Organización de Estados Iberoamericanos –OEI–. Figura también en mi libro Poemas – Antología, Colección «Viernes de Poesía», Nº 16, Departamento de Literatura, Universidad Nacional de Colombia, 2003; y en muchas otras publicaciones. La versión actual tiene modificaciones. Desarrollé el tema en 1997 con el artículo “Un rito para hacer la paz”, en Etnicidad y Religión, v.II, págs. 79-127, Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá. Sobre el tema del arte rupestre –el amazónico, en especial–, se han publicado dos artículos en la Revista del Museo del Oro; el más pertinente: “El hombre sentado. Mitos, ritos y petroglifos en el río Caquetá”, Nº 36, 1994, pgs. 66-111; en esta publicación figuran los dos petroglifos. Los tres artículos –junto con muchos otros– sirvieron como Lecturas en mis cursos de extensión en «Pensamiento Indígena», Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, desde mediados de la década del 90 hasta mi retiro en 2004.

***

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