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Taller de escritura creativa [La Vida Consigna 20/07/15 ANTOLOGÍA POÉTICA (SELECCIÓN) Dicotomía incruenta (Oliverio Girondo) Siempre llega mi mano más tarde que otra mano que se mezcla a la mía y forman una mano. Cuando voy a sentarme advierto que mi cuerpo se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse adonde yo me siento. Y en el preciso instante de entrar en una casa, descubro que ya estaba antes de haber llegado. Por eso es muy posible que no asista a mi entierro, y que mientras me rieguen de lugares comunes, ya me encuentre en la tumba, vestido de esqueleto, bostezando los tópicos y los llantos fingidos. Entrada (Rainer María Rilke) Quienquiera que tú seas: al atardecer sal de tu cuarto, en el cual loo sabes todo; ante la lejanía está tu casa como el final: quienquiera que tú seas. Como tus ojos que apenas, fatigados, del consumido umbral pueden librarse, levantas muy despacio un árbol negro poniéndolo ante el cielo: esbelto, solo. Y has hecho el mundo. Y es grande, y es como una palabra que aun en silencio madura. Y según tu querer comprende su sentido se desasen tus ojos tiernamente… A la espera de la oscuridad (Alejandra Pizarnik) Ese instante que no se olvida Tan vacío devuelto por las sombras. Tan vacío rechazado por los relojes Ese pobre instante adoptado por mi ternura. Desnudo, desnudo de sangre de alas. Sin ojos para recordar angustias de antaño. Sin labios para recoger el zumo de las violencias perdidas en el canto de los helados campanarios. Ampáralo niña ciega de alma. Ponle tus cabellos escarchados por el fuego Abrázalo, pequeña estatua de terror. Señálale el mundo convulsionado a tus pies. A tus pies donde mueren las golondrinas Tiritantes de pavor frente al futuro. Dile que los suspiros del mar humedecen las únicas palabras por las que vale vivir. Pero ese instante sudoroso de nada Acurrucado en la cueva del destino Sin manos para decir nunca Sin manos para regalar mariposas a los niños muertos. Si la verdad se vuelve una mentira (Silvina Ocampo) Si la verdad se vuelve una mentira, si se vuelve dolor la dicha aviesa, si se vuelve alegría la tristeza con sus falsas promesas cuando expira, si la virtud a la cual en vano aspira mi vida frustra la habitual promesa, si el corazón de odio o de amor me pesa y al helarse cual mármol, aún suspira. Si no pude enmendarme al recibir la ingratitud de los que más he amado ni pude ensombrecerme al eximir de mi cariño a los que me han colmado, será porque los dioses me han herido del inocente horror de haber nacido. Llueve en silencio (Fernando Pessoa) Llueve en silencio, que esta lluvia es muda y no hace ruido sino con sosiego. El cielo duerme. Cuando el alma es viuda de algo que ignora, el sentimiento es ciego. Llueve. De mí (de este que soy) reniego... Tan dulce es esta lluvia de escuchar (no parece de nubes) que parece que no es lluvia, mas sólo un susurrar que a sí mismo se olvida cuando crece. Llueve. Nada apetece... No pasa el viento, cielo no hay que sienta. Llueve lejana e indistintamente, como una cosa cierta que nos mienta, como un deseo grande que nos miente. Llueve. Nada en mí siente... El mal (Arthur Rimbaud) Mientras que los gargajos rojos de la metralla silban surcando el cielo azul, día tras día, y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe se hunden batallones que el fuego incendia en masa; mientras que una locura desenfrenada aplasta y convierte en mantillo humeante a mil hombres; ¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba, en tu gozo, Natura, que santa los creaste, existe un Dios que ríe en los adamascados del altar, al incienso, a los cálices de oro, que acunado en Hosannas dulcemente se duerme. Pero se sobresalta, cuando madres uncidas a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo. Al lector - Fragmento (Charles Baudelaire) La necedad, el error, el pecado, la tacañería, Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos, Y alimentamos nuestros amables remordimientos, Como los mendigos nutren su miseria. Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes; Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones, Y entramos alegremente en el camino cenagoso, Creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas. Sobre la almohada del mal está Satán Trismegisto Que mece largamente nuestro espíritu encantado, Y el rico metal de nuestra voluntad Está todo vaporizado por este sabio químico. ¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven! A los objetos repugnantes les encontramos atractivos; Cada día hacia el Infierno descendemos un paso, Sin horror, a través de las tinieblas que hieden. Cual un libertino pobre que besa y muerde el seno martirizado de una vieja ramera, Robamos, al pasar, un placer clandestino Que exprimimos bien fuerte cual vieja naranja. Oprimido, hormigueante, como un millón de helmintos, En nuestros cerebros bulle un pueblo de Demonios, Y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones Desciende, río invisible, con sordas quejas. Miro mi desnudez (Antonio Gamoneda) Miro mi desnudez. Contemplo la aparición de las heridas blancas. Envuelto en sábanas mortales, bebo en las aguas femeninas la dulzura y la sombra. La poesía - Fragmento (Octavio Paz) ¿Por qué tocas mi pecho nuevamente? Llegas, silenciosa, secreta, armada, tal los guerreros a una ciudad dormida; quemas mi lengua con tus labios, pulpo, y despiertas los furores, los goces, y esta angustia sin fin que enciende lo que toca y engendra en cada cosa una avidez sombría. El mundo cede y se desploma como metal al fuego. Entre mis ruinas me levanto, solo, desnudo, despojado, sobre la roca inmensa del silencio, como un solitario combatiente contra invisibles huestes. Verdad abrasadora, ¿a qué me empujas? No quiero tu verdad, tu insensata pregunta. ¿A qué esta lucha estéril? No es el hombre criatura capaz de contenerte, avidez que sólo en la sed se sacia, llama que todos los labios consume, espíritu que no vive en ninguna forma mas hace arder todas las formas con un secreto fuego indestructible. Pero insistes, lágrima escarnecida, y alzas en mí tu imperio desolado. Subes desde lo más hondo de mí, desde el centro innombrable de mi ser, ejército, marea. Creces, tu sed me ahoga, expulsando, tiránica, aquello que no cede a tu espada frenética. Ya sólo tú me habitas, tú, sin nombre, furiosa sustancia, avidez subterránea, delirante. Golpean mi pecho tus fantasmas, despiertas a mi tacto, hielas mi frente y haces proféticos mis ojos. Percibo el mundo y te toco, sustancia intocable, unidad de mi alma y de mi cuerpo, y contemplo el combate que combato y mis bodas de tierra. Nublan mis ojos imágenes opuestas, y a las mismas imágenes otras, más profundas, las niegan, ardiente balbuceo, aguas que anega un agua más oculta y densa. En su húmeda tiniebla vida y muerte, quietud y movimiento, son lo mismo. La luna (Jaime Sabines) La luna se puede tomar a cucharadas o como una cápsula cada dos horas. Es buena como hipnótico y sedante y también alivia a los que se han intoxicado de filosofía. Un pedazo de luna en el bolsillo es mejor amuleto que la pata de conejo: sirve para encontrar a quien se ama, para ser rico sin que lo sepa nadie y para alejar a los médicos y las clínicas. Se puede dar de postre a los niños cuando no se han dormido, y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos ayudan a bien morir. Pon una hoja tierna de la luna debajo de tu almohada y mirarás lo que quieras ver. Lleva siempre un frasquito del aire de la luna para cuando te ahogues, y dale la llave de la luna a los presos y a los desencantados. Para los condenados a muerte y para los condenados a vida no hay mejor estimulante que la luna en dosis precisas y controladas. |