PEDRO SALINAS Si me llamaras, sí,... ¡Si me llamaras, sí;
si me llamaras!
Lo dejaría todo,
todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
-¡si me llamaras, sí, si me llamaras!-
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: "No te vayas".
(La voz a ti debida)
Ayer te besé en los labios Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más.
El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada
ya, para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él. Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no
-¿adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.
35 BUJÍAS
Sí. Cuando quiera yo la soltaré. Está presa, aquí arriba, invisible. Yo la veo en su claro castillo de cristal, y la vigilan —cien mil lanzas— los rayos —cien mil rayos— del sol. Pero de noche, cerradas las ventanas para que no la vean —guiñadoras espías— las estrellas, la soltaré. (Apretar un botón.) Caerá toda de arriba a besarme, a envolverme de bendición, de claro, de amor, pura. En el cuarto ella y yo no más, amantes eternos, ella mi iluminadora musa dócil en contra de secretos en masa de la noche —afuera— descifraremos formas leves, signos, perseguidos en mares de blancura por mí, por ella, artificial princesa, amada eléctrica.
 (Seguro Azar, 1929)
JORGE GUILLÉN
Cima de la delicia
¡Cima de la delicia! Todo en el aire es pájaro. Se cierne lo inmediato Resuelto en lejanía.
¡Hueste de esbeltas fuerzas! ¡Qué alacridad de mozo En el espacio airoso, Henchido de presencia!
El mundo tiene cándida Profundidad de espejo. Las más claras distancias Sueñan lo verdadero.
¡Dulzura de los años Irreparables! ¡Bodas Tardías con la historia Que desamé a diario!
Más, todavía más. Hacia el sol, en volandas La plenitud se escapa. ¡Ya sólo sé cantar! (Cántico)

Del transcurso
Miro hacia atrás, hacia los años, lejos, Y se me ahonda tanta perspectiva Que del confín apenas sigue viva La vaga imagen sobre mis espejos.
Aun vuelan, sin embargo, los vencejos En torno de unas torres, y allá arriba Persiste mi niñez contemplativa. Ya son buen vino mis viñedos viejos.
Fortuna adversa o próspera no auguro. Por ahora me ahínco en mi presente, Y aunque sé lo que sé, mi afán no taso.
Ante los ojos, mientras, el futuro Se me adelgaza delicadamente, Más difícil, más frágil, más escaso.
(Clamor)

Estatua ecuestre
Permanece el trote aquí, Entre su arranque y mi mano. Bien ceñida queda así Su intención de ser lejano. Porque voy en un corcel A la maravilla fiel: Inmóvil con todo brío. ¡Y a fuerza de cuánta calma Tengo en bronce toda el alma, Clara en el cielo del frío!
GERARDO DIEGO Columpio A caballo en el quicio del mundo un soñador jugaba al sí y al no
Las lluvias de colores emigraban al país de los amores
Bandadas de flores
Flores de sí
Flores de no
Cuchillos en el aire que le rasgan las carnes forman un puente
Sí
No
Cabalgaba el soñador Pájaros arlequines
cantan el sí
cantan el no El ciprés de Silos
Enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongojas el cielo con tu lanza. Chorro que a las estrellas casi alcanza devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño, flecha de fe, saeta de esperanza. Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme, qué ansiedades sentí de diluirme y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos, ejemplo de delirios verticales, mudo ciprés en el fervor de Silos. Romance del Duero
Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja; nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde, la ciudad vuelve la espalda. No quiere ver en tu espejo su muralla desdentada.
Tú, viejo Duero, sonríes entre tus barbas de plata, moliendo con tus romances las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra y los álamos de magia pasas llevando en tus ondas palabras de amor, palabras.
Quién pudiera como tú, a la vez quieto y en marcha, cantar siempre el mismo verso pero con distinta agua.
Río Duero, río Duero, nadie a estar contigo baja, ya nadie quiere atender tu eterna estrofa olvidada,
sino los enamorados que preguntan por sus almas y siembran en tus espumas palabras de amor, palabras.
Revelación
Era en Numancia, al tiempo que declina la tarde del agosto augusto y lento, Numancia del silencio y de la ruina, alma de libertad, trono del viento.
La luz se hacía por momentos mina de transparencia y desvanecimiento, diafanidad de ausencia vespertina, esperanza, esperanza del portento.
Súbito, ¿dónde?, un pájaro sin lira, sin rama, sin atril, canta, delira, flota en la cima de su fiebre aguda.
Vivo latir de Dios nos goteaba, risa y charla de Dios, libre y desnuda. Y el pájaro, sabiéndolo, cantaba. 
RAFAEL ALBERTI Si mi voz muriera en tierra, Llevadla al nivel del mar Y dejadla en la ribera. Llevadla a nivel del mar Y nombradla capitana De un blanco bajel de guerra. ¡Oh mi voz condecorada con la insignia marinera: sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento la vela! (Marinero en tierra, 1924) Deshaucio
Ángeles malos o buenos, que no sé, te arrojaron en mi alma. Sola, sin muebles y sin alcobas, deshabitada. De rondón, el viento hiere las paredes, las más finas, vítreas láminas. Humedad. Cadenas. Gritos. Ráfagas. Te pregunto: ¿cuándo abandonas la casa, dime, qué ángeles malos, crueles, quieren de nuevo alquilarla? Dímelo. (Sobre los ángeles, 1927-28)  Salas de los infantes (Pregón del amanecer) ¡Arriba, trabajadores madrugadores! En una mulita parda, Baja la aurora a la plaza El aura de los clamores, Trabajadores, Toquen el cuerno los cazadores, hinquen el hacha los leñadores. ¡A los pinares el ganadico, pastores! (La amante, 1925) LUIS CERNUDA Si el hombre pudiera decir lo que ama
Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
 (Los placeres prohibidos, 1931) Soliloquio del Farero
Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma... De niño, entre las pobres guaridas de la tierra, quieto en ángulo oscuro, buscaba en ti, encendida guirnalda, mis auroras futuras y furtivos nocturnos, y en ti los vislumbraba, naturales y exactos, también libres y fieles, a semejanza mía, a semejanza tuya, eterna soledad. Me perdí luego por la tierra injusta como quien busca amigos o ignorados amantes; diverso con el mundo, fui luz serena y anhelo desbocado, y en la lluvia sombría o en el sol evidente quería una verdad que a ti te traicionase, olvidando en mi afán cómo las alas fugitivas su propia nube crean. Y al velarse a mis ojos con nubes sobre nubes de otoño desbordado la luz de aquellos días en ti misma entrevistos, te negué por bien poco; por menudos amores ni ciertos ni fingidos, por quietas amistades de sillón y de gesto, por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma, por los viejos placeres prohibidos como los permitidos nauseabundos, útiles solamente para el elegante salón susurrado, en bocas de mentira y palabras de hielo. Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona que yo fui, que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones; por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos, limpios de otro deseo, el sol, mi dios, la noche rumorosa, la lluvia, intimidad de siempre, el bosque y su alentar pagano, el mar, el mar como su nombre hermoso; y sobre todo ellos, cuerpo oscuro y esbelto, te encuentro a ti, tú, soledad tan mía, y tú me das fuerza y debilidad como el ave cansada los brazos de la piedra. Acodado al balcón miro insaciable el oleaje, oigo sus oscuras imprecaciones, contemplo sus blancas caricias; y erguido desde cuna vigilante soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres, por quienes vivo, aun cuando no los vea; y así, lejos de ellos, ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres, roncas y violentas como el mar, mi morada, puras ante la espera de una revolución ardiente o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista. Tú, verdad solitaria, transparente pasión, mi soledad de siempre, eres inmenso abrazo; el sol, el mar, la oscuridad, la estepa, el hombre y su deseo, la airada muchedumbre, ¿qué son sino tú misma?
Por ti, mi soledad, los busqué un día; en ti, mi soledad, los amo ahora.
(Invocaciones, 1934-35) FEDERICO GARCÍA LORCA Romance de la pena negra
Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne, huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. Soledad, ¿por quién preguntas sin compaña y a estas horas? Pregunte por quien pregunte, dime: ¿a ti qué se te importa? Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona. Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. No me recuerdes el mar, que la pena negra, brota en las tierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. ¡Soledad, qué pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. ¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo, de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache carne y ropa. ¡Ay, mis camisas de hilo! ¡Ay, mis muslos de amapola! Soledad: lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya.
*
Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza, la nueva luz se corona. ¡Oh pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola. ¡Oh pena de cauce oculto y madrugada remota! (Romancero Gitano,1924-1927) La Aurora
 La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible: a veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre.
(Poeta en Nueva York)
EL POETA DICE LA VERDAD Quiero llorar mi pena y te lo digo
para que tú me quieras y me llores
en un anochecer de ruiseñores
con un puñal, con besos y contigo. Quiero matar al único testigo
para el asesinato de mis flores
y convertir mi llanto y mis sudores
en eterno montón de duro trigo. Que no se acabe nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre ardida
con decrépito sol y luna vieja. Que lo que no me des y no te pida
será para la muerte, que no deja
ni sombra por la carne estremecida SONETO DE LA DULCE QUEJA Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que me pone de noche en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento. Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas, y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento. Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío.
No me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi Otoño enajenado.
EL POETA PIDE A SU AMOR QUE LE ESCRIBA Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte. El aire es inmortal, la piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.
Pero yo te sufrí, rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas. Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena noche
del alma para siempre oscura.
(Sonetos del amor oscuro, 1935-1936) |