Los secretos de la atlantida






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Según las Geórgicas, de Virgilio, y las Elegías, de Tíbulo, la tierra era en la Antigüedad propiedad común. El recuerdo de una democracia que habría existido antaño en la antigua Grecia y en la antigua Roma se perpetuó en las fiestas de las saturnales, en las que amos y esclavos bebían y danzaban juntos durante un día entero. En su Engidu, de cinco mil años de antigüedad, y en su poema de Uttu, los sumerios se lamentan de la desaparición de una estructura social en la que «no había mentira, ni enfermedad, ni vejez».
Platón evoca la decadencia moral de los atlantes, que se produjo cuando ganaron terreno la avaricia y el egoísmo. Fue entonces cuando Zeus, «viendo que una raza memorable había caído en un triste estado» y que «se alzaba contra toda Europa y Asia», resolvió infligirle un castigo terrible. Según el filósofo griego, «los hombres animados de un espíritu guerrero se hundieron en la tierra, y la isla de la Atlántida desapareció del mismo modo, engullida por las aguas».
Previendo la actitud escéptica de sus futuros lectores, Platón afirma que su historia «aun pareciendo extraña, es perfectamente verídica». En nuestros días, su relato se ve cada vez más firmemente confirmado por los datos de la Ciencia.
La exploración del lecho del Atlántico nos revela la existencia de una cresta que se extiende de Norte a Sur en medio del Océano. Las Azores podrían ser los picos de esas montañas sumergidas que, según el relato de Platón, protegían la llanura central de los vientos fríos del Norte. Cuando Critias nos habla de las casas atlantes construidas con piedras negras, blancas y rojas, su indicación está confirmada por el descubrimiento de terrenos calcáreos blancos y rocas volcánicas negras y rojas en las Azores, últimos restos de la Atlántida.

LA ATLÁNTIDA Y LA CIENCIA
Las nociones adquiridas por la ciencia actual nos confirman la posibilidad de una existencia anterior, en medio del Atlántico, de un centro de elevada civilización. V. A. Obruchev, miembro de la Academia de Ciencias de la URSS, sustenta desde hace tiempo la opinión de que la Atlántida «no era ni imposible ni aceptable desde el punto de vista de la geología (2)». De hecho, ha tenido el valor de afirmar, además, que la práctica de sondeos en la zona septentrional del océano Atlántico «podría revelar, bajo las aguas, ruinas de edificios y otros restos de una antigua civilización (3)».
El profesor N. Lednev, físico y matemático moscovita, ha llegado, tras veinte años de investigaciones, a la conclusión de que la fabulosa Atlántida no puede ser considerada como un simple mito. Según él, documentos históricos y monumentos culturales de la Antigüedad nos demuestran que la Atlántida «era una inmensa isla de centenares de kilómetros de extensión, situada al oeste de Gibraltar (4)». Otro representante de la ciencia soviética, Catalina Hagemeister, escribía, en 1955, que, habiendo llegado hace diez o doce mil años las aguas del Gulf Stream al océano Ártico, la Atlántida debió de haber sido la barrera que desvió la corriente hacia el Sur. «La Atlántida explica la aparición del período glaciar. La Atlántida era también la razón de su fin», afirmaba.

Groenlandia está cubierta por una capa de hielo de unos 1.600 metros de espesor que no se funde jamás. Y, sin embargo, Noruega, que se halla situada en la misma latitud, posee en verano una rica vegetación. El Gulf Stream calienta a Es-candinavia y al resto de Europa, y a esta corriente cálida se la designa, con justicia, la «calefacción central» de nuestro continente.
Realizando sondeos en el lecho del Atlántico ecuatorial, el buque sueco Albatross descubrió, a más de 3.219 metros de profundidad, rastros de plantas de agua dulce. El profesor Hans Petterson, jefe de la expedición, expuso la opinión de que una isla había sido engullida en aquel lugar (5).
Los foraminíferos son minúsculos animales marinos testáceos, o recubiertos por una concha. Existen dos géneros principales de ellos, los Globorotalia menardii y los Globorotalia truncatulinoides. El primero se caracteriza por una envoltura de concha que gira en espiral hacia la derecha; habita en aguas cálidas. La concha del segundo gira hacia la derecha, y puede existir también en las aguas frías del océano. Estos dos géneros de animales marítimos pueden servir, así, como indicadores de clima cálido o frío.
El tipo cálido no aparece en ningún lugar por encima de una línea que se extiende desde las Azores a las Canarias. El foraminífero de agua fría se halla en el cuadrilátero nororien-
tal del Atlántico.
La zona media del Atlántico, desde el África occidental a la América central, está poblada abundantemente por el tipo cálido de los globorotalia menardii. No obstante, el tipo frío hace su reaparición en el Atlántico ecuatorial. Parece como si la especie de foraminíferos de agua templada hubiera penetrado a través de una barrera en dirección al Este. ¿No era la Atlán-
tida esta barrera?
Los trabajos científicos emprendidos en los Estados Unidos por el Observatorio Geológico Lamont han permitido la realización de un importante descubrimiento basado en la distribucion de foraminíferos: hace una decena de millares de años se produjo en el Atlántico un súbito calentamiento de las aguas en la superficie oceánica. Lo que es más, la transformación del tipo «frío» de foraminíferos en tipo «caliente» no duró más de un centenar de años. No podría, pues, soslayarse la conclusión de que hacia el año 8000 a. de JC. se produjo en el océano Atlántico un cierto cambio catastrófico del clima.
En el curso de un sondeo submarino efectuado en 1949 por la Sociedad Geológica de América, se extrajo del lecho del Atlántico, al sur de las Azores, una tonelada de discos de piedra caliza. Su diámetro medio era de 15 centímetros, y su grosor de 3,75 centímetros. Estos discos poseían en su centro una extraña cavidad; eran relativamente lisos por fuera, pero sus cavidades presentaban un aspecto rugoso. Estos «bizcochos de mar», difíciles de identificar, no parecían ser de formación natural. Según el Observatorio Geológico Lamont (Universidad de Columbia), «el estado de litificación de la piedra caliza permite suponer que pudo litificarse en condiciones subaéreas en una isla situada en medio del mar hace doce mil años (6)».
Si queremos fijar la fecha de la desaparición de la Atlán-tida, no debemos olvidar que la edad de la garganta del Niágara, de la desembocadura del río en la cascada actual, se remonta a 12.500 años. Es también un hecho conocido que la elevación de la cordillera alpina hasta una altura de 5.700 metros se produjo hace unos diez mil años.
El empleo de carbono radiactivo para determinar las fechas de diversos materiales ha producido resultados muy significativos. En otro tiempo, existió en las Bermudas un extenso bosque de cedros que se encuentra en la actualidad bajo las aguas. Las pruebas realizadas con carbono 14 nos revelan que el bosque desapareció de la superficie hace unos once mil años. Se ha podido comprobar que un montón de barro del lago Knockacran, en Irlanda, perteneciente a la última capa de hielo, tenía una edad de 11.787 años. Un bosque de abetos próximo a Two Creeks, en Wisconsin, fue destruido por el avance de los glaciares hace unos once mil años. También hace unos 10.800 años que bloques movedizos de hielo arrancaron grupos de abedules existentes en el norte de Alemania.
La determinación por el carbono radiactivo de la edad de la civilización de Jericó nos da la fecha de 6800 a. de JC. Se han encontrado en este lugar reproducciones artísticas en yeso de cráneos de hombres de un tipo egipcio bastante refinado que vivían allí hace ocho mil años.
De todas estas fechas se desprende que hace once o doce mil años se produjo una penetración menor de capas glaciares. Tras este último avance de los glaciares provenientes del Polo, el clima volvió a calentarse. Hacia el año 8000 a. de JC, en la Era llamada mesolítica, la capa de hielo se retiró y se abrieron nuevas tierras para los hombres, los animales y las plantas.
A modo de recapitulación, puede decirse que los climas adquirieron sus rasgos característicos actuales entre el año 10000 y el 8000 a. de JC. Europa y América del Norte pudieron gozar de una atmósfera considerablemente más templada que en el pasado. La teoría de la Atlántida, según la cual el continente desaparecido habría impedido el acceso del cálido Gulf Stream hacia el Norte, trataría de explicar este cambio de clima.
Pero, al contrario de lo sucedido en Europa, grandes extensiones de Asia iban a sufrir cambios climáticos en un sentido opuesto.
En 1958, el arqueólogo ruso V. A. Ranov descubrió varias pinturas murales en las grutas del Pamir, a una altitud de 4.200 metros; representan una obra de arte prehistórico, situada en uno de los lugares más elevados del mundo. Estos dibujos de la gruta Chajta, realizados con una pintura mineral roja, representan un oso, un jabalí y un avestruz, tres animales ninguno de los cuales podría sobrevivir en la actualidad en la temperatura ártica del Pamir.
Una clave para resolver el enigma de la edad de estas pinturas ha sido encontrada en Markansu, donde sus habitantes prehistóricos dejaron herramientas y cenizas. Estas ultimas provienen de abedules y cedros que ya no crecen en esa región: el carbono 14 permite datarlas en 9.500 años. Este súbito descenso de la temperatura en el Pamir podría deberse a una rápida elevación de la corteza terrestre subsiguiente a una perturbación geológica.
En las cercanías del lago Sevan, en las montañas de la Armenia soviética, se ha encontrado un cráneo de reno. La presencia de este animal de las llanuras en las montañas del Cáucaso meridional constituye un absoluto misterio. ¿Se produjo en otro tiempo un cataclismo geológico de proporciones tales que transformó una llanura en un país montañoso? La mayor parte de los sabios rehusarían, probablemente, admitir esta hipótesis; la edad del cráneo ha sido, sin embargo, calculada en doce mil años, cifra que coincide con la fecha tradicional de la desaparición de la Atlántica bajo las aguas.
Cuando se procedió a una prueba con carbono 14 sobre la osamenta de un mamut encontrada en la zona septentrional de Siberia, el resultado obtenido fue de doce mil años. Millares de estos animales debieron de sufrir una muerte súbita en aquella época, lo que se infiere con toda evidencia del hecho de que varios de ellos fueron hallados en pie y con hierba en la boca y en el estómago.
Por otra parte, cabe hacer notar que el mamut no era un animal polar. Salvo por su largo pelaje, la estructura y el grosor de su piel se asemejan a los del elefante de las Indias tropicales. La piel de estos animales helados está llena de corpúsculos de sangre roja; ello prueba que murieron asfixiados por el agua o por los gases.
El marfil obtenido de los colmillos de los mamuts ha constituido durante siglos un objeto de comercio. Según Richard Lydekker, durante las últimas décadas del pasado siglo fueron vendidos irnos veinte mil pares de colmillos en perfecto estado. Ello nos da una idea aproximada del gran número de mamuts helados encontrados. Hay que hacer notar que, para tallar el marfil, sólo pueden emplearse los colmillos de animales recientemente muertos o congelados; los colmillos expuestos al aire se resecan y resultan inutilizables. En las regiones septentrionales de América y Asia han sido descubiertos decenas de millares de mamuts. Y, como únicamente se utilizaba para el comercio marfil de mamuts de la mejor calidad, es evidente que todos los animales tuvieron que hallar una muerte súbita.
Según las estimaciones del profesor Frank C. Hibben, sólo en América del Norte cuarenta millones de animales perecieron al final de la Era glacial. «Era una muerte catastrófica que no perdonó a nadie», escribe (7).
Las pruebas con el carbono 14 nos revelan que los restos humanos desaparecieron súbitamente del continente americano hace unos 10.400 años. ¿Fue el legendario Diluvio lo que borró a los seres humanos de la superficie de América del Norte?
Si se admite esta hipótesis, las cifras de la población mundial adquieren una significación particular. Hace dos mil años, no había más que diez millones de habitantes en las dos Amé-ricas. En la misma época, vivían en África 26 millones, en Europa 30, y 133 en Asia. Estas cifras indican que la cuenca atlántica —comprendiendo América, Europa y África— no tenía más que la mitad de la población de Asia. El alejamiento del lugar en que se produjo un desastre geológico podría explicar el elevado número de habitantes de Asia en los tiempos antiguos.

¿QUIÉNES SON LOS VASCOS?
Existe entre los vascos una leyenda que habla de un cataclismo en el curso del cual libraron combate el agua y el fuego. Los antepasados de los vascos encontraron refugio en las cavernas y sobrevivieron.
La lengua vasca tiene una afinidad, difícil de explicar, con los dialectos de los indios de América. Un misionero vasco predicó en su lengua natal a los indios de Peten, en Guatemala, y los indígenas le comprendieron perfectamente.
Se conserva entre los vascos una creencia en una serpiente mítica de siete cabezas, la «Erensuguía», que los relaciona con el culto a la serpiente profesado por los aztecas, al otro lado del Atlántico. La vieja costumbre vasca de contar por veintenas, y no por decenas, encuentra su paralelo en América Central, donde se utilizaba una aritmética del mismo género. Y los franceses, a su vez, han heredado de los vascos la palabra quatrevingts.
Del mismo modo, el juego de pelota vasca «Jai alai», jugado con un guante de mimbre atado a la muñeca (la cesta), nos hace pensar inmediatamente en el juego maya de «pok-a-tok».

Si se compara a los vascos con los demás pueblos europeos, se advierte al punto que son únicos en su género en lo que se refiere a la comunidad de grupos sanguíneos. Se encuentra con gran frecuencia entre ellos el grupo «O», mientras que el grupo «A» es relativamente raro, y el grupo «B» tiene la frecuencia más baja de toda Europa. En lo que atañe a los grupos sanguíneos «Rh», muestran la frecuencia en «Rh» negativo más elevada de todas las poblaciones europeas y, con la posible excepción de algunas tribus bereberes, la más elevada del mundo. Todos estos síntomas indican que los vascos son diferentes de los franceses o de los españoles.
Se considera que los vascos de los Pirineos están emparentados con los hombres de Cro-Magnon que ocupaban zonas de Francia y España al final de la Era glacial. No se asemejaban a los habitantes de estos países y no estaban emparentados con ninguna raza del Este. Hablando de los vascos en su Historia de España, Rafael Altamira llega a la conclusión siguiente: «Tal vez sean los únicos superviventes de las tribus prehistóricas que habitaban en las cuevas de los Pirineos, y que tantas pruebas dejaron en ellas de su habilidad técnica y de su sentido artístico (8).»
Sólo ellos entre los pueblos de la Europa occidental, han conservado la costumbre de las danzas animales y totémicas de las razas primitivas. Compartían con los antiguos egipcios y los incas la creencia en la inmortalidad de un cuerpo no sepultado. La costumbre de reducir artificialmente las cabezas se había mantenido entre los vascos lo mismo que entre los indios de América Central.
Los hombres de Cro-Magnon tenían estatura elevada —alrededor de 1,83 metros—, y su caja craneana era más grande que la de los hombres actuales, cosa que no se habría esperado descubrir en un habitante de las cavernas. Con su frente amplia y lisa y sus pómulos prominentes, se parecían a los guanches de las islas Canarias, que están considerados como descendientes de los atlantes. Los hombres de Cro-Magnon eran artistas de talento, aunque sus armas y utensilios estuviesen fabricados en piedra. Por falta de materiales apropiados, a los que se habían acostumbrado en su país de origen, los hombres de esta raza empleaban la piedra para fabricar objetos cuyos modelos provenían de su civilización ancestral.
Las pinturas sobre rocas, los dibujos y las esculturas de los Cro-Magnon de la época magdaleniense, que datan de 11.000 años, y más, ocupan un lugar destacado en la historia del arte. A menos que su civilización les hubiera sido legada por unos antepasados, resulta difícil comprender cómo estos hombres de las cavernas vascas pudieron dar pruebas de un talento artístico superior a su realismo dinámico y en su presentación dramática al del antiguo Egipto o al de Sumer.
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