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Fedro sobre la invención de la escritura por parte del dios egipcio Theuth, y sobre el don de ella, destinado a los hombres, que Theuth hace al faraón Thamus. Theuth magnifica el valor de sus invento, pero el faraón replica que la escritura es sí un instrumento de rememoración, pero puramente extrínseco, y que al fin, respecto a la memoria, entendida como capacidad interior, la escritura resultará dañina. En cuanto a la sabiduría, la escritura la proveerá aparente, no ya verdadera. Y Platón comenta el mito acusando de ingenuidad quienquiera que piensa transmitir por escrito un conocimiento o un arte, casi que los carácteres de la escritura tuviesen la capacidad de producir algo sólido. Se puede creer que los escritos estén animados por el pensamiento: pero si alguno les devuelve la palabra para aclarar su significado, ellos expresarán siempre una sola cosa, siempre la misma. El segundo pasaje está contenido en la Séptima Carta. Hablando de su propia vida y de las experiencias dolorosas vividas en la corte del tirano de Siracusa, Patón cuenta que Dionisio II había pretendido divulgar en un escrito propio la presunta doctrina secreta platónica. Con base en este episodio, Platón pone en duda en línea general que la escritura pueda expresar un pensamiento serio, y dice literalmente: “Ningún hombre sensato se atreverá a confiar sus pensamiento filosóficos a los discursos y con más razón a discursos inmóviles, como es el caso de los escritos con letra”. De forma todavía más solemne, recalca, un poco después, al recorrer una citación homérica: “Por eso precisamente toda persona seria se guarda bien de escribir cosas serias para no exponerlas a la malevolencia y a la incomprensión de los hombres. En una palabra, después de lo que se ha dicho, cuando se ven obras escritas por alguno, sean las leyes de un legislador o escritos de otro género, se debe concluir estas cosas escritas no eran para el autor la cosa más seria, si este es verdaderamente serio, y que estas cosas más serias reposan en su parte más bella; pero si verdaderamente este pone por escrito aquello que es fruto de sus reflexiones, entonces ‘es cierto que’, no los dioses, sino los mortales ‘le han quitado la sensatez’ ”. Los intérpretes modernos no han tenido en debida cuenta estos dos pasajes platónicos. Se trata de declaraciones estupefacientes y parece inevitable sacar de ellas la conclusión que todo el Platón conocido por nosotros, es decir, el conjunto de obras escritas que son sus diálogos, y sobre los cuales se han basado hasta ahora toda interpretación de este filósofo y toda la enorme influencia ejercida por él sobre el pensamiento occidental, todo esto, en suma, no era nada serio, según el concepto de quien lo había escrito. Pero entonces ¿toda la filosofía posterior, empezando por Aristóteles, en cuanto presupone más o menos directamente un conocimiento y una discusión de los escritos platónicos, sería también ella algo no serio? Esto al menos es el juicio anticipado sobre ella por parte de Platón, dado que toda la filosofía posterior será algo escrito. Para nuestro enfoque presente quedan de alguna manera dos cosas por observar: primero que todo que una interpretación general de Platón no puede prescindir de lo que se ha dicho, y en segundo lugar que la edad de los sabios va contrapuesta, y de cualquier modo merece una posición más destacada con respecto a la edad de los filósofos. En el periodo ateniense que señala el paso de una a otra época, en personaje de Sócrates pertenece más a l pasado que al futuro. Nietzsche consideró a Sócrates como el iniciador de la decadencia griega. Pero es preciso objetarle que tal decadencia ya había empezado antes de Sócrates, y además que este es un decadente, no a causa de su dialéctica, sino al contrario porque en su dialéctica el elemento moral va afirmándose en detrimento del elemento puramente teórico. En cambio Sócrates es todavía un sabio por su vida, por su posición respecto al conocimiento. El hecho que no haya dejado nada escrito no es algo excepcional, en armonía con la extrañeza y la anomalía de su personaje, como se piensa tradicionalmente, sino que por el contrario, es algo que se puede esperar de un sabio griego. Platón por su lado está dominado por el demonio literario, ligado al filón retórico, y por una disposición artística que se superpone al ideal del sabio. El critica la escritura, critica el arte, pero su instinto más fuerte ha sido aquel del literato, del dramaturgo. La tradición dialéctica le ofrece simplemente el material por plasmar. Y tampoco quedan olvidadas sus ambiciones políticas, algo que los sabios no había conocido. De la mezcla de estas dotes y de estos instintos surge la criatura nueva, la filosofía. El instinto dramático de Platón lo hace atravesar, como personajes con los que de vez en cuando se identifica, muchas intuiciones totales, exclusivas, a veces completamente antitéticas entre sí, de la vida del mundo, del comportamiento del hombre. La “filosofía” surge de una disposición retórica acoplada a un adiestramiento dialéctico, de un estímulo agonístico indeciso sobre la dirección que tomar, de la primera aparición de una grieta interior en el hombre de pensamiento, en el que se insinúa la ambición veleidosa a la potencia mundana, y finalmente de un talento artístico de alto nivel que se descarga, tumultuoso y arrogante, desviándose en un nuevo género literario. En el empeño de alcanzar estos resultados ante el público ateniense, Platón se encuentra frente a un adversario de notable estatura, Isócrates. Ambos dan el mismo nombre a lo que ofrecen, pues es precisamente “filosofía”, y ambos pretenden mirar hacia una idéntica meta, la “paideia”, o sea la educación, la formación intelectual y moral de los jóvenes atenienses. Ambos quieren descombrar la “paideia” de los fines particulares y a veces toscos que habían introducido en ella los sofistas anteriores: quieren brindar el conocimiento y enseñar la excelencia. Solo que en Isócrates el camino divergente de la retórica, que con Gorgias se había separado de la matriz dialéctica, se ha alejado demasiado del origen, y él por otra parte acabó traicionando la oralidad esencial de la retórica, haciendo de esta una pura obra escrita. En el caso de Isócrates la transformación total de la retórica en literatura se debió quizá a circunstancias accidentales, como su timidez frente a los auditores o la debilidad de su voz. De toda manera es de anotar la convergencia ente Platón e Isócrates respecto a los fines, y hasta cierto punto respecto a los medios. La victoria le sonríe a Platón, al menos si juzgamos por la influencia sobe la posteridad: aquello que todavía hoy en día se llama “filosofía” deriva de lo que recibió este nombre por parte de Platón, y no por parte de Isócrates. La superioridad de Platón está en el haber absorbido en su propia creación, más originales de la cultura griega. Isócrates quedó ligado a la esfera práctica y política, y lo que es más, en conexión con intereses circunscritos e inmediatos. Así nace la filosofía, criatura demasiado compleja y mediata para encerrar en sí nuevas posibilidades de vida ascendente. Las apaga la escritura, esencial a este nacimiento. La emocionalidad, a un tiempo dialéctica y retórica, que aún vibra en Platón, está destinada a desecarse al cabo de breve tiempo, a sedimentarse y cristalizarse en el espíritu sistemático. Hemos intentado en sentido estricto dar un cuadro del nacimiento de la filosofía. En el momento mismo en que nace la filosofía, nosotros aquí la abandonamos. Pero lo que nos apresurábamos a sugerir es que aquello que precede la filosofía, el tronco para el que la tradición usa el nombre de “sabiduría” y del que surge este brote pronto marchitado, es para nosotros, descendientes remotísimos -según una paradójica inversión de los tiempos- más vital que la filosofía misma. |