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INSTITUTO DE GENÉTICA EVOLUTIVA & BIOLOGÍA MOLECULAR UMB

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EVOLUCIÓN DEL LIBRE ALBEDRIO




(INSTINTO, NATURALEZA Y CRIANZA)



HUGO HOENIGSBERG

INSTITUTO DE GENETICA EVOLUTIVA Y BIOLOGIA MOLECULAR


UNIVERSIDAD MANUELA BELTRÁN, BOGOTA


RESUMEN CONCEPTUAL




Los grandes debates de la Filosofía sobre el libre albedrío, con Spinoza, Descartes, Hume, Vico, Leopardi, Boccaccio, Kant y Mill produjeron en siglos pasados poderosos ejercicios mentales por parte de los que se preguntaban si el hombre era un animal más (James, 1890) o si era un producto de su supuesta libertad (Kant). En el caso de James, a principios del siglo XX, el documento sobre el libre albedrío del hombre pretende que éste no sea más que un producto del dispositivo de selección natural de Darwin.
Vamos a concentrarnos en aquellos aspectos de la cultura humana que más han influido en la errónea percepción de considerar a los animales como incapaces de pensamiento, reflexión o razón, por ser esos los atributos exclusivamente humanos y que por lo tanto solo el hombre puede disponer de libre albedrío. Por lo tanto, vamos a dividir este documento en 4 aspectos: 1) La singularización humana y animal; 2) La plétora de instintos y las confusiones a que han dado lugar; 3) Porque se supone que lo instintivo contradice el aprendizaje; 4) El gancho de retroalimentación entre genes y ambiente, o la metáfora del cocinar que incluye ingredientes en orden y tiempo de cocinado. Estos temas nos llevarán de la mano a la Neurofilosofía del libre albedrío (Walter, 2001).

INTRODUCCIÓN
No podemos dejar pasar por alto que la visión humana del siglo XIX sobre el hombre y la mujer provino de considerarse a si mismos como la medida de todo lo creado sin hacer un esfuerzo científico por estudiar en su alrededor, con el método que nos legó Galileo, los otros animales y la posición que la especie humana ocupa en ese entorno. Ya desde Galileo y Copérnico en el siglo XVI la comunidad científica de Europa comprendió que éste planeta no es más que uno de tantos; o sea que el firmamento y las estrellas no circulan alrededor nuestro para deleitarnos, como especie de origen divino. Desde el siglo del emperador Augusto el naturalista Tito Caro Lucrecio había descubierto que la anatomía comparada con los anfibios, reptiles y mamíferos obligaba a considerarnos descendientes de los otros animales. El trabajo de Lucrecio DE RERUM NATURAE quedó en el olvido en gracia a que la revolución cristiana que sustituyó el imperio romano concibió al hombre como obra directa de la divinidad. La evolución orgánica de todas las especies tuvo su auge en el siglo XIX con Lamarck pero fue Darwin el que propuso el mecanismo con el cual se genera cambio en las especies por medio de selección natural. Aunque en los círculos aristocráticos victorianos fue clamorosamente criticado y ridiculizado por parte de la sociedad Británica a pesar de tener como defensor a Tomás Huxley, la teoría de la selección natural recibió inmediata aceptación científica en la mayoría de los centros científicos de Europa y América como la que mejor podía explicar los miles de cambios que los animales y plantas presentan en los continentes estudiados por los dos naturalistas. Darwin y a Wallace se dieron cabal cuenta que la teoría explicativa podía servir para explicar también nuestro origen simio. La entusiasta aceptación por parte de los científicos invitados a la Sociedad de Lineo en Londres esa misma tarde fue casi total. A nadie se le escapó que el hombre como un miembro más del reino animal también está sujeto a los dispositivos de la máquina productora de cambios. En el siglo XX, con los trabajos de Chetverikov, Fisher, Haldane, Wright, Muller, Dobzhansky, Mayr y Simpson, se afianzó la explicación reduccionista sobre los cambios de las especies en el transcurrir del tiempo evolutivo. La biogeografía, la anatomía comparada, la geología, la reciente genética de poblaciones, la etología y la matemáticas proveyeron todo el cimiento para la explicación más plausible sobre el lugar que el animal humano ocupa en la naturaleza. Con la teoría Neo Darwiniana de selección natural de los científicos antes señalados y desde Rusia, Europa y América, se abrió camino firme la explicación sobre los cambios en las especies.
Como veremos más adelante la caída del hombre desde su divino pedestal lo asemeja ahora con el chimpancé con el cual tenemos un 98% de genes en común y por la semejanza genética mayor entre el chimpancé y el hombre que con el gorila, nos cabe el dudoso honor de ser simplemente simios.
En la Inglaterra Victoriana del siglo XIX se presentaba al chimpancé como un ridículo aprendiz de hombre sentado en una mesa tomando té o vestido de frac haciendo las veces de un inteligente aunque gracioso camarero. Esta ridícula visión del público en todo el mundo servía muy bien a aquellos que disfrutaban tener en los animales más o menos parecidos a un pobre imitador del rey de la creación. Apenas en el 2002, la famosa Hollywood dejó de presentar al chimpancé en los comerciales de fiestas elegantes de té! Por los años 60,70,80 y 90 el hombre de Asia, América y Europa conocía más las proezas del chimpancé en una mesa elegante tomando té de lo que sabía sobre su comportamiento en el nicho natural de su ambiente. Esto nos recuerda la graciosa película EL MUNDO DE LOS SIMIOS, en la cual es el hombre el que hace de animal ridículo. Aunque en el PLANETA DE LOS SIMIOS el que termina en la escala evolutiva es el mono.
El famoso psicólogo Edward Thorndike, en los primeros años del siglo XX, sostuvo que los perros de Romanes invariablemente aprendían con habilidad trucos por puro accidente. Al principio del siglo XX se organizó una escuela de psicología que enseñó por muchos años que el comportamiento animal es inconsciente, automático y por acción refleja. Ese radicalismo psicológico sostiene que los animales no piensan, ni reflexionan, ni razonan; solamente responden a estímulos. Lo que se aprendía en las universidades era que es herejía que los animales pudieran participar de estados mentales, y que mucho menos se les podía atribuir comprensión, memoria y sentimientos. Luego tuvimos a los comportamentalistas de la escuela de Skinner que aplicaron algo semejante a los que dan crédito a los humanos con mucha capacidad intuitiva cuando en realidad la causa última supuestamente es el hábito. Trate de razonar con un adicto a la morfina, a la nicotina o al amor.
Los comportamentalistas de mitad del siglo XX inconscientemente siguieron restaurando la consabida distinción cualitativa del siglo de Descartes, entre el cerebro humano y el del animal. El gran Descartes consideraba que no había nada consciente en los animales, que solo el hombre tiene razón. Los sociólogos y los antropólogos con su énfasis en la peculiaridad humana como atributo de su cultura enseñaron que no había nada importante en el instinto humano. Aún en ciertos recodos de las ciencias sociales todavía se considera pecaminoso y en el mejor de los casos necio hablar de mente animal y de instinto humano. Lo que hay que enfatizar es la diferencia total y no las semejanzas.

LA SINGULARIZACION DE LA ESPECIE HUMANA :
En los años 60 del siglo pasado se presentó en las orillas del lago Tangañica en Africa Ecuatorial una joven bióloga que quería ver de cerca a los chimpancés. Con poco entrenamiento en ciencia comenzó a escribir con mucho antropomorfismo sobre lo que veía: “…gradualmente, Evered ganaba confianza entre sus compañeros…Faben seguía siendo amistoso con Humphrey, y Figan inteligentemente se mantenía a una cierta distancia del poderoso macho dominante…no siempre Faben ayudó a Figan: aveces se sentaba solo a aguardar “(Goodall, 1990). Aristóteles afirmó que el hombre era un animal político, Descartes que era la única criatura capaz de razonar. Marx que solamente el hombre podía ejercer escogencia consciente. La joven Goodall en pocos años de estudio y con la conciencia intelectual abierta a las observaciones que probablemente le hicieron otros Zoólogos y su Profesor Leakey derribó el muro infranqueable de la soberbia humana.
San Agustín había establecido que solamente el hombre tenía sexo por placer y no para procrear. La promiscuidad de la hembra chimpancé y la utilización que hace del placer que con tanta generosidad distribuye entre los machos de su estructura social como herramienta para evitar la formación del harén del gorila, desmiente aquella ilustre afirmación del santo. Los primos hermanos del chimp, los bonobos del Congo, rápidamente acabaron con lo que San Agustín había sostenido con tanta autoridad. Estos simios del Africa Ecuatorial tienen sexo para festejar un encuentro o para terminar una discusión que podría generar en lucha intestina, o tienen sexo para cementar una nueva amistad. El orgasmo se nota en voltear el blanco del ojo y en el temblor de músculos satisfechos.
También se venía enseñando que nuestra singularidad se notaba en que hacemos uso de herramientas. Sin embargo, una de las primeras observaciones de la Sta. Goodall fue que los chimps de Gombe arreglaban los materiales que encontraban en las matas y en los árboles para fabricarse embudos para el agua y con las hojas de los pastos altos instrumentos para extraer hormigas. La reacción de Leakey fue inmediata con un telegrama “…tenemos que redefinir que es una herramienta, que es un hombre o aceptar a los chimpancés como humanos…”
Más adelante nos dijeron que somos los únicos que tenemos cultura: o sea la habilidad de transmitir los hábitos adquiridos de una generación a otra por medio de la imitación. ¿Que vamos a hacer con los chimps del bosque TAI en el Africa Occidental, que desde hace no sabemos cuantas generaciones han enseñado a sus jóvenes a romper nueces utilizando un martillo especial de madera sobre un yunque de roca? ¿O cómo vamos a interpretar las distintas formas de enseñar a sus juveniles las tradiciones de cacería de las ballenas asesinas, por medio de los patrones de lenguaje y los sistemas sociales según la población a la cual pertenecen? (Rendell y Whitehead, 2001).
Por otra parte asumimos sin ninguna verificación científica que éramos los únicos capaces de hacer guerras y de matar a nuestros semejantes. Pero en 1974 los chimps de Gombe (y muchos otros más) acabaron con aquella mal llamada teoría de la sociología del siglo XIX al ser descubiertos en plena lucha asesina con poblaciones vecinas haciendo increíble alarde de estrategia malvada para sorprender a los machos dominantes de la población enemiga.
Algunos científicos creen que los chimps no poseen una “teoría mental”: esta afirmación lo que quiere significar es que no pueden imaginar lo que otro animal está pensando. Supuestamente no podrían actuar en función al conocimiento que tengan que otro miembro del grupo sea poseedor de una creencia falsa o de un engaño. Las observaciones que presentan como prueba de la ausencia de una teoría mental son superficiales y no permiten repetición ni tienen fuerza predictiva. Los chimpancés regularmente aparecen enfrascados en engañosa conducta: un ejemplo que aparece en la literatura científica es el que involucra a un bebé chimp que inventa el ser atacado por un compañerito más grande para obtener chupar de la teta de la madre conmovida (Call, 2001). Hay muchos casos en los que la rigurosa observación científica obliga llegar a la conclusión de que si pueden imaginar como piensan los otros animales y que deben o pueden hacer estratégicamente para evitar desplantes o ulteriores engaños. O sea, que los chimps si pueden imaginarse como piensan otros chimps.
Este debate lleva mas de un siglo y ciertamente desde que Darwin en 1871 elaboró una lista de las peculiaridades humanas que se han tradicionalmente considerado como barrera entre animales y el hombre. La conclusión de Darwin fue para la época sorprendente:
La diferencia entre la mente de un hombre y la de un animal superior, no obstante lo grande que es, es ciertamente de grado no de calidad. Hemos visto que los sentidos y las intuiciones, las varias emociones y las facultades, como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la imitación y la razón etc. de las que el hombre se enorgullece pueden encontrarse también en forma incipiente, aveces en condiciones bien desarrolladas, en los animales inferiores”(Darwin, 1871).
Naturalmente que sería atrevido argumentar que los humanos no son diferentes a los monos. Claro que somos diferentes: somos más capaces de tener mayor conciencia de nosotros mismos, mayor abnegación, mayor ensimismamiento, mayor complacencia, mayor engreimiento, mayor vanidad y arrogancia, somos capaces de mayor cálculo y de poder alterar el medio ambiente que ningún otro animal. Obviamente, en un cierto sentido éstas diferencias cuantitativas nos colocan en otro espacio natural: hemos construido ciudades, viajado por el espacio, adorado dioses y sobretodo escrito poesía y hacer ciencia con la cual podemos escribir este texto. Cada uno de estos atributos debe algo a nuestros instintos animales – refugio, aventura y amor – aunque estos hechos nos hacen perder el sentido de las profundidades de nuestro ser animal. Porque es precisamente cuando vamos mas allá de los instintos cuando más somos idiosincrásicamente humanos. Quizá como sugirió Darwin, la diferencia sea de grado en lugar de tipo; es cuantitativa no cualitativa. Quizá podemos contar mejor que los chimps; podemos razonar mejor, pensar mejor, comunicar mejor y hasta adorar dioses mejor.
Somos tan mejores en todas las cualidades que hemos señalado pero no por eso debemos tratar el problema como si fueran aprendices de nosotros. Los mentalistas modernos con suma paciencia han tratado de enseñar a hablar a los animales: Washoe (con un chimp), Juliao (a un loro), Kansi (a un bonobo). Los animales han aprendido cientos de palabras, usualmente en forma de señas. Sin embargo, algunos se han lamentado que ellos no son tan buenos como nosotros: naturalmente que no! Aveces pueden hasta llegar a la capacidad lingüística de un niño de 2 años. Pero es que el lenguaje no hace parte integral del nicho ecológico en el cual ellos manejan sus dotes. Si el felino chita nos calificara por la velocidad que es capaz de desarrollar en pocos minutos seríamos muy malos aprendices. Si los coleópteros nos calificaran por resistir la irradiación atómica también estaríamos muy mal librados. Ojalá que a la mariposa no se le ocurra calificarnos por no poder ver el ultravioleta. Esto no quiere decir que el lenguaje (en el cual somos excelentes) no tenga raíces y homologías en la comunicación animal, recordando que aunque el pájaro tiene en sus alas homologías con nuestro miembro anterior, nosotros no podemos volar. Creo que el problema reside en la tradicional arrogancia humana: conceder que el lenguaje es una importante diferencia cualitativa no significa que debamos colocar la humanidad por fuera de la naturaleza. Otros animales son únicos en las características que los distinguen: las cobras que escupen el veneno son únicas, las murciélagos que poseen un radar para orientarse en la oscuridad de las cuevas son únicos, los elefantes con su enorme trompa son únicos.
Somos semejantes a los otros simios y también somos diferentes. Ambos hechos son verdaderos. No es necesario tomar partido radical a favor del ser diferentes o del ser parecidos. Ambas coexisten.
EL COMPORTAMIENTO SEXUAL EN LA SINGULARIZACION ANIMAL
Parecería como si el comportamiento animal hubiera aparecido en otro esquema temporal a las características anatómicas o fisiológicas! Mientras éstas últimas tienen una estructura básica que no se modifica a lo largo de la historia evolutiva de las especies y pueden encontrarse como homólogas en peces, anfibios, reptiles, pájaros y mamíferos, las características comportamentales sociales si cambian en las comunidades de animales. Como si el comportamiento animal hubiera surgido con un compromiso de gran elasticidad en cada especie con el fin, pensamos nosotros a manera especulativa, para responder a las presiones del ambiente en el cual los animales deben actuar. Así vemos que los ojos suelen ser dos en la cabeza, en todos las clases de animales, que los miembros anteriores y posteriores son cuatro, que las estructuras en donde se dan los cambios de gases están a ambos lados del cuerpo (agallas en peces y anfibios, pulmones en reptiles y mamíferos), el número de dedos en las manos son casi siempre cinco etc. El sistema digestivo siempre está en el mismo lugar en todos los animales, el excretor también, el bombeo de sangre más o menos con la misma distribución en todos los animales etc.
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